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Generación Hamlet

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La película No-reconciliados (nadie sabe lo que un cuerpo puede) es un ensayo documental que puede verse como relativo a la memoria, a los derechos humanos, o a la simple capacidad de enfrentar la realidad. Durante dos horas, revisita cinco estaciones del imaginario cultural universal. No se trata de cualquier recorrido, sino del central, al que quizá por eso mismo llamamos “clásico”. El español Marcelo Expósito coloca así, en su debido contexto, las preguntas que plantea sobre una experiencia a la que estamos acostumbrados a pensar localmente, incluso en cuanto relato político e histórico. El tema es la construcción de la identidad, como tarea, pero sobre todo como dilema. Resulta lógico, ahora que Marcelo nos lo mostró, que su película comience el recorrido por la figura de Hamlet. Aunque no cualquier Hamlet, como él explicará luego.
Generación Hamlet
Pero aún no contando con toda la información que se ha puesto en juego en este documental, lo que se ve alcanza y sobra para provocar la primera sensación que produce este trabajo: la perspectiva que abre otra gramática, ese horizonte que solo el arte despliega sobre los problemas en que nos hunde el cotidiano.
En la siguiente escena, cuando la cámara asciende a la terraza del Hotel Bauen, recuperado por sus trabajadores. ¿Qué se ve desde allí? O mejor dicho ¿por qué ver desde allí el arte, la memoria, las vanguardias? Marcelo lo responde en el film: “El arte es una empresa que debe ser recuperada por sus trabajadores”.
El hilván posterior se teje sobre experiencias que unen el arte y la política o expresan lo político del arte. Cada una de ellas será a continuación explicitadas por Marcelo en el cuestionario que a continuación puede leerse. Justifica esta tarea extra que le pedimos el hecho de que esta película está construida en pliegues: debajo de cada imagen hay capas y capas de información, que el tiempo fue cubriendo con el polvo del presente.
Así es la memoria.
Así, comenzar a desandar el actual debate sobre la memoria a partir de la puesta de la obra Máquina Hamlet por el grupo El Periférico de los Objetos (estrenada el 5  de septiembre de 1995 -en plena fiesta menemista- en la sala el Callejón de los deseos, del Abasto) enuncia por sí solo lo que Marcelo viene a plantearnos: el rol de arte en la construcción de la resistencia incluye el territorio político del imaginario estético de cada época. Y quizá esa sea su tarea excluyente.
Marcelo señala, también, otro dato que se torna obvio solo cuando él lo revela: la obra se estrenó el mismo año en que se fundó la Asociación Hijos. Nos permite pensar, así, en lo que representa esta Generación Hamlet y en el peso que sobrellevó al tener que responder, inexorablemente, por el crimen de sus padres. Las formas en que se produjeron esas respuestas forman parte de las siguientes estaciones, que concluyen con una inquietante visita al Parque de la Memoria, el símbolo de la representación institucional de ese dilema.
No reconciliados, revisitado (preguntas y respuestas)
Responde Marcelo:
“Lo primero que me parece necesario comentarte es la dificultad que encuentro para ubicarme en la posición correcta desde la cual afrontar este diálogo. Tengo la impresión de que responder a algunos de los temas que planteas requeriría estar situado en una subjetividad mucho más atravesada biográficamente por los problemas a los que apuntas, y seguramente mis comentarios no puedan sino emplazarse más bien en una situación que no deja de ser oscilante. En el sentido biográfico, la mía no deja de ser la posición de un europeo que ha recorrido en estos años un acompañamiento de ciertos problemas argentinos, con una mirada por tanto que alcanza seguramente a comprender alguna que otra complejidad, pero que de ninguna manera puede impostar una identidad con las subjetividades que tales problemas configuran. Esta obviedad creo que tiene que ser resaltada a la hora de hablar de la manera en que opera el discurso de la película No reconciliados, puesto que ello señala uno de los problemas centrales de toda la serie Entre sueños (a la que No reconciliados pertenece), serie que versa sobre la emergencia reciente de formas de articulación entre las políticas de movimiento y la práctica del arte.
El problema es en este orden de cosas cómo encontrar el punto de vista justo: un punto de vista implicado y participativo que asuma al mismo tiempo la existencia de una distancia inevitable frente a los procesos que son el tema de estos trabajos.
Producir un discurso formalizado en artefactos tan sobrecodificados culturalmente como son un libro o una película, supone aceptar (me parece a mí) una ambivalencia consustancial a dichos artefactos: oscilan entre su funcionalidad al interior de los procesos políticos, y su alienación circunstancial con respecto a los mismos; convirtiéndose, en el peor de los casos, en una suerte de “opinión” externa o una representación distanciada. Seguramente no puedo sino responder a las preguntas que planteas dialogando con ellas desde ese equilibrio oscilante sobre el que también el vídeo se sostiene.

1) Acerca de Hamlet, la identidad y los espectros:

La generación Hamlet, por así llamarla, ¿es aquella que está obligada a dialogar con los espectros de sus padres? (estoy pensando en HIJOS, pero como representación de todos aquellos que en forma explícita o no deben construir hoy su propia identidad política-cultural) ¿Qué hipótesis tenés con respecto a las dificultades, pero también a las posibilidades que implica este diálogo, que en realidad parece condenado al monólogo interior? ¿Cómo tornarlo social, comunitario? ¿Qué rol cumple el arte en este sentido?
Generación Hamlet
El motivo inicial de mi acercamiento al asunto que planteas era el compartir esta pregunta generacional: qué ha sido necesario operar en la política autónoma de los últimos, pongamos, quince años, para producir nuevos tipos de experiencias y experimentaciones políticas que superasen la historia del aplastamiento del ciclo de conflicto “del 68” y la larga travesía del desierto de las décadas de 1980/1990, sin “repetir” esa historia. Ése es uno de los motores que hacen funcionar el conjunto de la serie Entre sueños. Y en el caso argentino, yo sentía una atracción fuerte por la experiencia de la generación que dio lugar en los noventa al ámbito político de la agrupación HIJOS, por encontrarla en muchos aspectos cercana a la de nuestra generación política en España. Salvando muchas distancias, la descripción coincidente puede resumirse así: en ambos casos se vivió el ciclo de conflicto de los años sesenta/setenta condicionado por situaciones de dictadura militar, la salida de las cuales a un proceso de democratización se produjo simultaneando tres factores: el hundimiento del ciclo de conflicto “sesentayochista”, la entrada en un régimen de libertades formales sobredeterminado por una comprensión fuertemente institucional y antiparticipativa de la democracia, y la sistematización de un tipo de hegemonía neoliberal que iba más allá de la dimensión estrictamente económica para atravesar la configuración subjetiva de la sociedad; todo ello bien suturado por el discurso de la “reconciliación”: es necesario superar lo acontecido en el pasado para que la sociedad pueda desarrollarse mirando hacia adelante.
Me parecía que la generación de los HIJOS hubo de realizar el siguiente ejercicio de virtuosismo político que de alguna manera tuvo que ser puesto en práctica también en nuestra experiencia allá en España: recuperar actualizando críticamente el pasado político de los sesenta/setenta de una manera no nostálgica, al mismo tiempo reaccionando frente al asfixiante consenso neoliberal. Y me sentía también muy identificado con la forma en que la articulación entre esos dos proyectos se dió acá. Por una parte, esa actualización crítica se puso en práctica mediante una vindicación de los puntos fuertes de los proyectos políticos del ciclo precedente, pero también mediante metodologías fuertemente innovadoras que (tal y como yo lo veo) contienen implícitamente una crítica a ciertos procedimientos y configuraciones de la izquierda de los años sesenta y setenta. Por otra parte, para zafarse de la camisa de fuerza del consenso neoliberal hizo falta adoptar como metodologías básicas de irrupción en el espacio público la acción directa y la desobediencia civil. Dicho con otras palabras: me parece que fue necesario volver a poner el cuerpo en la acción política, haciendo que fuera éste el que hablase y se mostrase como un espacio fundamental del conflicto, planteando al mismo tiempo ese conflicto en términos de colisión entre lo legal y lo legítimo.
¿Qué rol ha cumplido el arte en estos procesos? Fundamentalmente, me parece a mí, las generaciones que han reinventado la política autónoma o de movimientos a través de los años noventa lo han hecho mediante la incorporación de herramientas fuertemente innovadoras en la modelación de su política. El caso de la generación de los HIJOS resulta de los más luminosos en ese orden de cosas. Y uno de los componentes importantes de esa dinámica de innovación política -y ésta es la hipótesis que algunos sostenemos no sin riesgo- ha consistido en la incorporación estructural a esos movimientos de herramientas clásicas de la vanguardia artística. La experimentación del escrache se corresponde en muchos puntos con las experimentaciones con formas de acción directa comunicativa que se han dado simultáneamente en otros lugares. Creo que No reconciliados parte de esa hipótesis, intentando mostrar cómo la incorporación de esas herramientas de experimentación formal que han sido históricamente características de la vanguardia del arte han ayudado literalmente a configurar aspectos del movimiento por los derechos humanos en Argentina desde los años ochenta. Me parece a mí que el punto crucial de innovación reside en ese punto: la manera en que ciertos movimientos ponen en práctica modos de experimentación con las formas (sobre todo con las formas de irrupción en el espacio público) que constituyen una actualización de una parte importante de aquello que en las vanguardias históricas no pasó en muchos casos del estadio de prototipo o hipótesis.
Sobre cómo se pueden haber producido dichos tipos de incorporaciones, no se puede sino discutir largamente. Yo tengo una hipótesis: la actualización de las herramientas de experimentación formal de las vanguardias históricas en ciertas prácticas de movimiento ha sucedido sobre todo, no porque esas herramientas hayan sido transmitidas por las instituciones del arte -por los museos o la historiografía hegemónica, los cuales más bien han sofocado o silenciado el potencial político de las vanguardias-, sino más bien porque las experimentaciones vanguardistas han ido silenciosamiente convirtiéndose en la segunda mitad del siglo pasado en una especie de sentido común de las contraculturas. (Fue el libro de Raúl Zibechi sobre los movimientos argentinos de los noventa uno de los primeros que me reveló -antes de comenzar a venir a este país- el fundamento contracultural que da lugar a la generación de los HIJOS.)
A pesar de todas las diferencias que separan las experiencias de un lugar y de otro, ésas eran las hipótesis de las que partía para acometer un acercamiento a la política de una parte de la generación argentina de los años noventa; hipótesis que me ofrecían elementos que reconocer también en el tránsito que me es propio y en recorridos que he podido conocer en otros lugares. Ahora bien: con respecto al diálogo con la generación anterior, obviamente, el elemento que produce una diferencia abismal entre la experiencia de los HIJOS y otras como la mía, es que el diálogo con la generación de los padres se produce aquí atravesado por la literal aniquilación de la vida previa: de la vida política tanto como de la vida en un sentido literal.
¿Cuáles son los fantasmas de esta generación, qué representan? (puede resultar obvio, pero siempre es bueno mencionarlos) ¿Y la memoria? ¿Cúal es la relación posible entre memoria y miedo, es decir, entre la lucha contra la impunidad y el terror eterno? (pienso en Astiz ostentando, en el primer día del juicio a la ESMA, el libro Volver a matar, un verdadero acting siniestro).
Yo no puedo pretender saber exactamente qué representan los fantasmas para lo que tú llamas -al hilo de mi película- la generación Hamlet. Sí te puedo decir que el motivo de haber realizado una película es mi convencimiento de que experiencias como ésta necesitan ser contadas más bien en imágenes, enfatizando la ambivalencia que toda imagen contiene: una imagen es un artefacto mostrador al mismo tiempo inefable. En este punto sí que he pretendido atacar la cuestión de una manera que dialogase muy críticamente con la forma que en la Argentina encuentro que es dominante a la hora de narrar la experiencia de los movimientos mediante la imagen. A la formalización de imágenes políticas que tienen un poder de mostración explícita y que al mismo tiempo producen una conmoción subjetiva fuerte que atraviesa la subjetividad desde el preconsciente -el siluetazo es uno de los casos más obvios-, se debería corresponder con modos de representación que hagan algo más que reducir esa potencia política de las formas de los movimientos. El documentalismo o el reportajismo de imágenes planas, sin profundidad, donde no se deja hablar a la imagen, donde la palabra política sobrecodificada ahoga la capacidad de observar del espectador, puede responder a una función táctica  e inmediatista de tipo informativo o de agitación que no ignoro, que comprendo y que respeto. Pero también me parece que es necesario hacer resaltar el contraste entre, por un lado, la potencia que las imágenes producidas por los movimientos tienen de expresar sin verbalizar, y por otro, la cosificación de esa expresividad que produce el documentalismo.
Palabras como “memoria”, “miedo” y “terror”, que tú mencionas, me parece que sitúan claramente la experiencia política en el territorio del cuerpo, de la subjetividad. El acting del genocida Astiz que me describes me recuerda por qué me sobrecogió la puesta en escena de la Máquina Hamlet del Periférico de Objetos, cuando pude verla en un registro en vídeo hace poco más de un año: entendí que la contundencia de su propuesta consistía en tener el valor de operar directamente con lo siniestro en el corazón de la fiesta menemista. Estaba ahí, bajo la risa bobalicona del consenso. Había en esa puesta en escena, me parece a mí, una patada lanzada directamente a la jaula de cristal que encierra el consenso, para hacerla estallar. Una de las funciones que la figura del “Hamlet” tiene en mi película conecta precisamente con eso: cómo el arte puede crear situaciones en las que experimentar directamente con lo siniestro y lo inefable, al mismo tiempo politizándolo. O dicho de otra manera: cómo la experiencia estética puede contribuir a la politización mediante un tipo de experimentación con la subjetividad que no consiste exactamente ni solamente en un proceso de toma de conciencia. Que consiste más bien en desanudar la configuración subjetiva normativa, para dejar al cuerpo en un estado momentáneamente disgregado, en un estado de dispersión, de desajuste, a partir del cual es posible producir una subjetivación política nueva. No sé si suena demasiado abstracto lo que trato de explicar: pero si uno ha pasado por la experiencia del escrache y también por la puesta en escena del Periférico, y hace el esfuerzo de ponerlas en relación (como mi película propone hacer), intuyo que puede conectar aproximadamente con lo que trato de expresar. Cabe recordar que el año en que se estrena la Máquina Hamlet versionada por el Periférico es el mismo año en que se funda la agrupación HIJOS.
Yo creo que el Periférico entendió perfectamente la manera en que la dramaturgia de Heiner Müller (el autor de Die Hamletmaschine) ataca de frente a la dimensión siniestra del terror que conlleva la vida bajo el totalitarismo, y al mismo tiempo el estado de estremecimiento que sacude a una sociedad en estado de conflicto. Müller se enfrenta a todo eso porque sabe de la necesidad de politizar esas dimensiones de la subjetividad y de la vida social que no se manifiestan estrictamente mediante la palabra; y también que tales dimensiones no son politizables solamente mediante la toma de conciencia.
Un comentario final en este punto: la experiencia del terror puede ser inefable, pero también está enraizada en condiciones históricas y políticas concretas. Las versiones del Hamlet que en mi película se utilizan (la de Müller, la del Periférico, la de Kosintsev), son apropiaciones del clásico de Shakespeare que lo sacan del ensimismamiento o de la abstracción humanista, para hacer uso de él más bien con vistas a ejercer intervenciones políticas en contextos específicos.
Acerca del Bauen y la recuperación del arte por parte de los trabajadores. Ascendemos de tu mano al piso 18 de un hotel sin patrón para observar primero una tormenta, y luego un destello del arte concreto argentino. ¿Ésa es tu propuesta: poner el cuerpo alli? ¿Qué debería rescatar de los escombros el arte local? ¿Por dónde debería pasar esa recuperación? ¿Qué significa reconocerse trabajador para un artista? Es decir, ¿cuál es su trabajo? (entendido como tarea, como producción, pero también como proceso)
Sí, ésa es exactamente mi propuesta. Si se quiere expresar de manera casi chistosa, como el vídeo enuncia en uno de sus textos: el artista ha de ejercer una recuperación de los medios de producción que le corresponden, tal y como los trabajadores hacen con los suyos. En el caso argentino, durante mis venidas acá me han hecho comprender la complejidad casi desconocida de la experiencia del movimiento de arte concreto en los años cuarenta y cincuenta. Te lo digo de una manera brutalmente simplificada: la exposición de Yente y Prati que tuvo lugar en el MALBA durante los meses pasados me parece un caso de libro de normalización historiográfica de un proyecto utópico vanguardista para convertirlo en la singularidad local de un pictorialismo simpático. Uno puede pensar que la politización contemporánea pasa por ignorar lo que sucede en el MALBA. Es correcto. Yo considero en todo caso que la politización contemporánea pasa también por que quienes nos consideramos herederos de la tradición del arte de vanguardia recuperemos su empresa utópica para reactivarla -arrancándola tanto de las manos de las élites como de su banalización masificada- articulándola con otros procesos de politización más complejos.
El diálogo que mi película intenta establecer (y que en realidad está tan sólo anotado en el Acto 1º, el que tu mencionas que se filma desde el BAUEN) se dirige más bien a Tomás Maldonado y a su trayecto intelectual: a la manera en que su experiencia inicial en el ámbito de la vanguardia concreta argentina se transforma, una vez emigrado a Europa, en la conformación del diseño gráfico como una práctica institucional diferenciada del trabajo artístico y puesta al servicio, en última instancia, del desarrollismo neocapitalista europeo después de la Segunda Guerra Mundial. Leí textos de Maldonado muy inspiradores, en los que ejercía una autocrítica en retrospectiva de la manera en que ese proyecto se podía considerar fracasado: en su origen partía de una profunda ambigüedad, en el sentido de que claramente el capitalismo europeo necesitaba -progresivamente, cada vez más desde la década de 1950- que los artistas y otros experimentadores formales contribuyesen a su reflotamiento, y éstos pensaban poder hacer uso de la expansión de la producción y el consumo europeos tras la postguerra para extender también el proyecto utópico de transformación de la subjetividad social mediante la experientación con las formas de los instrumentos de la vida cotidiana. Sabemos a qué ha llevado eso: tanto a reforzar el carácter del capitalismo en tanto mecanismo de sustracción de las formas difusas de la innovación social, como a expandir la estetización de la política y de la vida social. (Naomi Klein la pegó bien cuando en No Logo revelaba con toda claridad el poder de “la marca”, la realidad del capitalismo convertido en un diseño, una imagen, en un signo, en una estética.) El trabajo que el arte político tiene que hacer hoy es revertir ese tránsito histórico que recorrió una parte de la vanguardia. Invertir los procesos de estetización de la sociedad y de la política que configuran subjetividades cosificadas y alienadas, para poner las formas de innovación y las fuerzas de creación a producir modos de subjetivación no alienantes.
2) Acerca de Máquina Hamlet: ¿Por qué recuperar esa experiencia? En su momento, representó muchas cosas, entre ellas la dificultad de la vanguardia de entrar en sincro con el público (“El día del estreno, la mitad nos puteó y la mitad nos aplaudió de pie”, nos recuerda Veronese). Desde la perspectiva dominante, expresa esa imposibilidad de consenso. Entonces, ¿cuál es el rol de las vanguardias artísticas? ¿Qué representaba esa propuesta en momentos de consagración del menemismo como imaginario cultural? “Vosotros, genios de crimen” aullaba Ofelia en esa puesta. ¿Qué implicancias, efectos o derivaciones tiene esa “genialidad criminal”, de la que somos víctimas y testigos?
Godard explicaba que a partir de un determinado momento dejó de hacer películas para unir al público, para empezar a hacerlas más bien con el nuevo objetivo de dividirlo. Decía algo así como: una pareja va al cine para ver una historia de amor, de donde consideran que saldrán más unidos. Mi tarea es hacer que salgan más desunidos, para que puedan comprender que lo que les separa es la lucha de clases.
No conocía esa descripción que Veronese hizo de la reacción del público el día del estreno: pero si fue como él describe, me parece entonces que la obra resultó incluso más eficaz de lo que yo intuía que fue. Creo que tus preguntas contienen el molde de la respuesta: lo que supongo que representaba esa propuesta en el momento de consagración del menemismo no era otra cosa que una actualización de la función de la vanguardia como maquinaria de ruptura del consenso. No reconciliados no es un título elegio al azar. Es una cita del segundo film de Straub y Huillet, de 1965, en el cual, a través de una adaptación sui generis de un relato de Heinrich Böll, se ponía en escena literalmente un atentado fallido contra una imagen alegórica del consenso entre los poderes económico, militar y político que, mediante la política de la “reconciliación” (es decir, del olvido de los crímenes nazionalsocialistas y de la compleja relación de la sociedad alemana con ellos), hicieron posible la restauración capitalista en la Alemania occidental bajo el régimen de Adenauer. Se da la circunstancia de que esa expresión forma parte también de la manera en que HIJOS han acabado habitualmente desde los noventa sus documentos y sobre todo sus declamaciones públicas durante los escraches: “No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos“.
La manera en que ese pensamiento de la no reconciliación se ha venido expresando en las obras de arte de vanguardia durante la modernidad, es precisamente mediante la no reconciliación de los elementos que componen la obra. La obra de arte de vanguardia es tradicionalmente una obra contundentemente antinaturalista: desgarrada, donde los elementos conviven en situación de colisión y conflicto, sin ver naturalizada ni normalizada ni suavizada la relación entre ellos. Ésa es una de las formas tradicionales que la vanguardia utiliza para producir la experiencia de conmoción subjetiva y para materializar el pensamiento anticonsensual, la voluntad de no reconciliarse. (Ésa es, por ejemplo, la manera en que -ya que me preguntas por la puesta del Periférico- éstos adaptaron la obra de Müller: en lugar de que los actores declamaran el texto, éste se leía de seguido al comienzo de cada escena por una voz en off, escindido de la actuación de los personajes; los cuales, a su vez, estaban desdoblados, su subjetividad desgarrada: eran los muñecos y también las personas que los manejaban visibles en la escena.)
Creo que lo que mi película intenta es, modestamente, poner en conjunción esas formas diferentes de la no reconciliación, articulándolas de una manera que no normalice ni de por evidentes la relación entre todas ellas; sino que más bien genere resonancias internas entre los direntes casos y situaciones.
Por último, cuando la peli menciona aquí “la política del espíritu” ¿a qué apunta?
La película se puede considerar la adaptación de dos textos: uno supuestamente literario, la obra de teatro de Müller, y el otro supuestamente teórico, Espectros de Marx de Derrida. Pero sucede que el texto literario tiene una fuerte componente reflexiva y política, así como, a la inversa, el texto teórico habla de cómo el discurso político marxiano se expresaba mediante una componente literaria. Derrida entrecruza su lectura del Manifiesto comunista con la figura de Hamlet: inevitablemente, porque el motor inicial de ambos textos es la aparición de un fantasma. Una parte importante del libro de Derrida se desarrolla poniendo en filigrana el análisis de conceptos tan aparentemente ajenos a la retórica política clásica como: fantasma, espectro, espíritu, aparecido/desaparecido, conjura/conjuración, etc. Lo que creo que Derrida viene a develar es que no es posible pensar ya más una política que no se haga cargo de la figura del fantasma. (Supongo que más bien quiere decir que debió ser siempre así, a pesar de que la cosificación del lenguaje político que ejercieron los partidos comunistas intentó por todos los medios ocultar o hacernos olvidar que la política moderna revolucionaria tiene uno de sus comienzos en la conjuración de un fantasma: el que convoca el Manifiesto). Conocer más de cerca la experiencia de HIJOS me convenció por completo de ese hecho. También la del siluetazo. Me parece que en ambos casos se asume que la experiencia política comienza con una conjura.
3) Acerca del siluetazo. No hay posibilidad de metáforas en aquello que propuso esta acción: que el cuerpo de desaparecido sea puesto por el del manifestante. A la genialidad del terror se le opone esta genialidad del arte pensado desde lo colectivo, que “recupera” el espacio público como territorialidad social. Estamos, justamente, en momentos de otra recuperación: el poder institucional intenta retomar el control del espacio público. ¿Qué representa esta batalla? ¿Qué significa poner el cuerpo hoy? Lo digo en el sentido del subtítulo de la pregunta que plantea el subtítulo de tu película ¿”cuánto puede” un cuerpo? Es decir, cuando la batalla contra la impunidad es tan larga e imbricada como en Argentina, la pregunta tiene varias implicancias políticas, por ejemplo: ¿cuánto puede un cuerpo generacional ocupar el de la anterior?
No estoy seguro de si debo expresar públicamente una opinión sobre cuestiones que atraviesan de tal manera  la conciencia de la sociedad argentina, y que me consta que trazan varias líneas divisorias tanto en el interior de esta sociedad como específicamente en el campo de los movimientos. Sí puedo quizá ofrecer dos comentarios que creo que en mi película están implícitos.
El primero: señalas que la batalla por la impunidad en la Argentina está siendo larga. A mí me parece que, más allá del éxito concreto de los castigos concretos a los genocidas (castigos que constituyen, en este punto no me llamo a equívoco, una meta irrenunciable), la complejidad y continuidad de esa batalla en torno a la memoria y al juicio y castigo está teniendo durante años unos efectos sobre la sociedad argentina que dispara conflictos y configuraciones subjetivas enormemente más ricas, abiertas y complejas que la mera dicotomía en la que se encuentra atrapada la misma cuestión en España, pongamos por caso: por una parte, la aceptación celebratoria del discurso de la reconciliación; por otra, la frustración de no poder hacer prácticamente nada en contra. Sólo en los últimos años (¡a 25 años de la muerte del dictador y a 60 del fin de la Guerra Civil!) los movimientos llamados “por la recuperación de la memoria histórica” están generando un cierto terremoto psicosocial a través justamente de una hibridación entre la desobediencia civil y la conjuración de un fantasma: la localización y la apertura de las incontables tumbas anónimas en las que yacen enterrados NN decenas de miles de víctimas de la postguerra franquista.
El segundo: me parece a mí que el caso el Parque de la Memoria es significativo precisamente por lo que tiene de complejo. Me resulta difícil ver en qué medida lo que sucede en la Argentina se puede reducir a una sola imagen, la del poder institucional intentando ocupar el espacio público. Las nuevas políticas institucionales sobre el espacio público, y específicamente lo que respecta a las políticas sobre la memoria, no me parece que sean unidireccionales: en muchas de ellas toman parte sujetos que anteriormente estaban con los dos pies en el campo de los movimientos, y en este orden de cosas (la memoria, el juicio y castigo) tengo la sensación más bien de que está conformándose, de una manera muy cambiante, un campo institucional y un campo de movimientos que no son estrictamente excluyentes uno con respecto al otro, ya que están ambos atravesados a su vez por múltiples líneas divisorias. Asistí a una preapertura del Parque de la Memoria en 2007 y las escenas que se produjeron hablaban por sí mismas: presentación pública del proyecto adelantándose por poco a la asunción de Macri, halagos de una parte importante de los asistentes (me cuento entre ellos: el diseño arquitectónico del Monumento así como su reconfiguración del espacio  de la costanera me parecen extraordinarios: hablo en el sentido formal, arquitectónico), y escenas de Madres llorando que cortaban la respiración (con insinuaciones de que la forma del Parque recordaba excesivamente a la de un cementerio). Lo cierto es que, como mi película creo que muestra bien, ya existe desgaste material en un dispositivo arquitectónico que todavía no ha sido formalmente abierto al público: no hay una manera más irónica de cumplimiento de la idea inicial del Parque y del Monumento entendidos como formas abiertas y en proceso permanente de construcción.
A mí me gustaría pensar que la posibilidad de establecer políticas institucionales y públicas con respecto a los conflictos en torno a la memoria pueden pasar por ahí: por abrir nuevos espacios que amplíen y renueven ese conflicto, que se mantengan en proceso sin congelarlo, aun a costa de perder algunos aspectos de las formas clásicas que han adoptado en el pasado dichos conflictos (incluyendo la forma de sus movimientos). Es, en cualquier caso, un comentario que ofrezco con mucha cautela y mucho respeto por las diferentes opiniones que me consta que este tema suscita.
¿Porqué citás a la película Silvia Prieto, de Martín Rejman? ¿Qué recupera ese planteo?
El film Silvia Prieto me pareció, aun dentro del carácter semiclandestino que parece ser que tuvo su aparición -conozco a muy poca gente que en el momento del estreno la viera-, un verdadero signo de época. Los personajes de los jóvenes que se van arrastrando sobreviviendo en su precariedad de clase media condicionados -sin cuestionarlo- por el clima de celebración menemista, el ambiente de anestesiamiento general caracterizado por el consumo de marcas y el entontecimiento ejercido por los medios de comunicación, son un telón de fondo que a mi modo de ver contrasta con la gravedad que en el fondo revisten las cuestiones de la búsqueda de la identidad y la figura del doble, que también aparecen en la película. Los fragmentos de Silvia Prieto, en el Acto 4º de mi vídeo, se van articulando progresivamente con la descripción de las condiciones que dieron lugar al surgimiento de HIJOS. Para la música de ese pasaje utilicé un fragmento del primer tema del primer disco del grupo Suárez (cuya cantante era Rosario Bléfari, actriz que encarna a Silvia Prieto), que lleva por título “Hora de no ver”; el cual me pareció un buen título para un pasaje de la cinta que trata sobre la tensión entre saber y no saber, recordar y no recordar, ver y no ver, que se da en ese periodo en torno a los conflictos sobre la memoria. Existe otro film sobre Hamlet que utilicé para mi vídeo: la versión de 1976 del español Celestino Coronado, filmada durante su exilio en Gran Bretaña. (Es decir, casi simultáneamente a la muerte de otro genocida, el general Franco; y en el mismo año del golpe militar en la Argentina). Es un Hamlet extremadamente particular: dos actores gemelos hacen las veces de Hamlet y el fantasma de su padre; de manera que Hamlet y el padre son uno, pero también son un solo Hamlet de identidad desdoblada. De nuevo se trata de varios referentes que no están ligados por una conexión literal pero que se muestran tramados en filigrana para poder ser leídos en sus resonancias y contrastes.
4) Acerca del arte callejero. ¿Qué rol cumplió para escapar del estigma de la víctimización? ¿Qué representa la víctima como arquetipo político? ¿Se puede plantear un escenario de batalla entre esas formas del arte  y el imaginario que se intentaba imponer desde lo que denominás tevé asco? ¿Qué rol jugó el escrache en la recuperación del tejido social? ¿Qué representan estas herramientas para la construcción de otras formas de lucha contra la violencia institucional?

Mi propósito al venir a la Argentina por vez primera en 2005 era realizar un vídeo de la serie Entre sueños que tratase singularmente el caso de los grupos de arte callejero ligados a la agrupación HIJOS y la práctica de los escraches. Como algunos de esos grupos han ido teniendo progresivamente más visibilidad -incluso internacional- por su propio nombre, y dado también que a lo largo de los años han dejado prácticamente de tener relación con esas prácticas políticas concretas, acabé por decidir que elaborar un vídeo solamente sobre el caso de los grupos y los escraches, podría contribuir fácilmente a reproducir algunos lugares comunes que fuera de la Argentina se tienen sobre la experiencia política previa y posterior a diciembre de 2001. El problema que se planteó fue cómo hablar de esos grupos en tanto en cuanto constituían una experiencia concreta -y muy relevante- de articulación entre arte, activismo y política de movimientos, pero al mismo tiempo atravesando la especificidad de esos casos para acabar desembocando en el territorio más general del tránsito de politización generacional de los años noventa.
Lo que todos los grupos (Arte en la Kalle, de Rosario; Grupo de Arte Callejero y Colectivo Etcétera, de Capital) vinieron a decir en el desarrollo de nuestras conversaciones se resume así: estudiábamos o teníamos interés por el arte; la vida bajo el menemismo era insoportable, asfixiante; comenzamos a salir de las instituciones del arte o partimos de no trabajar con ellas, para utilizar las herramientas de creación formal como instrumentos de ocupación de la calle, del espacio público; llegó un momento en que caímos en la cuenta de que no podíamos seguir haciéndolo solos: comenzamos un acercamiento al espacio de la agrupación HIJOS, un espacio político generacional en construcción; participamos en el trabajo de esas agrupaciones colaborando en la producción de un tipo de expresividad nueva, diferente a la de las generaciones previas, cuya memoria no obstante reivindicábamos; esa producción creativa de imágenes acababa siempre por modelar herramientas y artefactos que literalmente se nos escapaban de las manos: pasaban al común, y su circulación continuada de mano en mano reconfiguraba no solamente las formas originales que habíamos producido colaborativamente, sino incluso su uso y su significado político.
Es la mejor síntesis que se me ocurre hacer de lo que he entendido que fue el papel de esas prácticas de innovación formal y de producción simbólica acá en la Argentina en los noventa. Resumen que por otra parte refleja la experiencia que en muchos otros lugares ha sido la propia de las prácticas del arte político colaborativo, de la guerrilla de la comunicación, de acción directa comunicativa, etc.
Los escraches, en su dimensión simbólica, material, práctica, significante, comunicativa, expresiva, etc., creo que han constituido uno de los ejemplos más rotundos de la articulación que antes mencionaba entre herramientas innovadoras de la experimentación formal de la cultura de vanguardia y la contracultura, con la modelación también experimental de un movimiento social. La producción del escrache como acontecimiento también, a mi modo de ver, constituye uno de los casos de política del acontecimiento más complejas de estos años: en su interior se articulaban procesos de toma de conciencia con esa figura del shock que Benjamin identificaba en las prácticas de la vanguardia europea de entreguerras (en la modelación de acontecimientos dadaísta o en el impacto del montaje de atracciones). Evidentemente, nada de esto sucede así porque alguien se siente en una mesa a diseñarlo: resulta complejo y casi misterioso el motivo por el que circunstancialmente se produce esa alquimia de la cual surge algo tan potente, no es fácil saber por qué suceden repentinamente ese tipo de confluencias y de resonancias que dar lugar a un artefacto político de tal calibre.

5) Acerca de la cooptación institucional de la memoria. Acá tampoco hay metáforas. Una vez más, la maqueta arquitectónica representa el dilema: ¿cómo no olvidar? ¿Quién cierra y quien abre las políticas de la memoria? En la primera escena, nos situamos frente la mar, de espaldas a las ruinas. En la última, estamos frente al río, de espaldas a otras ruinas: las de un monumento a la memoria que ni siquiera se inauguró. Regresamos a la generación Hamlet. Para que ese círculo no sea una trampa, sino una reflexión ¿cuál es la pregunta que debemos formularnos parados en medio de la tempestad actual?

Mi problema con el enfoque sobre la cooptación de las políticas de movimientos, en este caso particular y también en otros, lo he venido a expresar más o menos antes: creo que se trata de una imagen que reduce lo que muchas veces constituyen resonancias conflictivas en el interior del campo institucional, y también del de los movimientos, de procesos que no son meramente verticales. No me atrevo a decir mucho más sobre esta cuestión, que me consta produce quiebres profundos en la actual situación argentina.
Sí me animo a contar lo siguiente: filmé el Parque de la Memoria, ya finalizando la producción del vídeo, entre noviembre y diciembre de 2008. Y acabando también la postproducción, volví a ver casi por casualidad el Hamlet de Kosintsev, y me quedé boquiabierto: encontré que contiene un par de imágenes de una rompiente sacudida por la tormenta, con un banco de piedra frente al mar, casi exactamente en los mismos encuadres que yo había tomado en el Parque, al final del recorrido del Monumento, allá donde el terreno modificado penetra literalmente en el agua mediante una plataforma. Decidí montarlos al inicio y al final de la pelicula. Al comienzo tenemos a Hamlet, se podría decir que siendo invitado por el brazo del fantasma del padre a tomar asiento en el banco de piedra frente al mar. Al final tenemos los bancos del tramo final del Monumento vacíos, sobre el mirador que se adentra en el agua y que nos deja por tanto frente al Río de la Plata, dentro de él. En la sencuencia final de la película evité al máximo incluir textos escritos y voces; lo que predominan son las imágenes del cielo y el mar, progresivamente tormentosos. Los únicos textos que se leen, son los que se incluyen en varias tomas con los nombres y datos de desaparecidos, en las placas que están adosadas a las paredes del Monumento. Pensé que era mejor dejarlos hablar con ese lenguaje inefable que expresa un paisaje cuando ruge con furia, una vez que, a esas alturas, resulta ya imposible obviar la dimensión y las condiciones históricas que nos han llevado hasta ese lugar (condiciones que la película se encarga largamente de explicar durante dos horas), dejando también abierta la posibilidad de que el espectador se sienta invitado o no a ocupar ese banco vacío desde el que dialogar con la rompiente. Me parece que en la película se alcanza un clímax en el que el rugido surge como un estrépito del interior del agua, dejándonos abocados a restablecer un diálogo directo con esa imagen; el monumento queda atrás y en el fondo no es un problema importante, no tiene por qué condicionar un nuevo diálogo frontal con la rompiente, por más que ese monumento forme parte del recorrido histórico que nos ha llevado de vuelta a la orilla. Pero todo esto se trata más bien de lo que yo sentía cuando montábamos ese final. Hay personas han expresado, en las presentaciones de la película, sentir e interpretar otras cosas.

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Romo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

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Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Romo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Romo y Ricargo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

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La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

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Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

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Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

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La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

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Diego cobra menos de 150$ por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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La Ronda en la mirada de Lucía Prieto

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Sexta entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa Lucía Prieto. Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Cuando Alejandra López y Claudia Acuña me propusieron hacer este registro pensé  en el concepto de ronda, en la perfección del circulo, en lo mandálico de la continuidad, que no se distingue dónde termina y dónde comienza otra vez. Pensé en los jueves a lo largo de los años, en lo infinito, en la necesidad de lo grupal para que su movimiento sea fluido, en la potencia de lo colectivo. Las madres convirtieron la orden de circular en una astuta rebeldía infinita, que como todo lo que conlleva movimiento, es también transformadora. 

Fue, entonces, la idea de continuidad y de legado la que me hizo construir mi relato en el diálogo entre la juventud y las madres.

Entre esxs jóvenes están NIETES que así ,en inclusivo, se definen cómo la tercera generación en lucha: “Somos nietes de los 70 e hijes de la lucha de los 90“. Nacieron desde la necesidad de mantener viva la memoria y como las madres, entendieron que la fuerza de la resistencia reside en lo colectivo.

La Ronda en la mirada de Lucía Prieto

Sobre Lucía Prieto

Nací en 1984 en la ciudad de Buenos Aires, pero crecí y me crié en el Oeste del conurbano

bonaerense. Desde 2004 resido y trabajo en CABA. Me dedico a la fotografía hace más de 12

años y, aunque mi formación fue primariamente autodidacta, tuve la suerte de encontrarme con muchxs  maestrxs en el camino. Mis ejes de trabajo y mis intereses se centran en los feminismos, los derechos humanos y las problemáticas socioambientales.

La Ronda en la mirada de Lucía Prieto
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