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Qué es la UTT, qué propone y cómo se pueden comprar alimentos a precio justo y sin venenos

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La Unión de Trabajadores de la Tierra tiene 120 hectáreas de producción hortícola agroecológica, sin venenos. Y tres almacenes con precios como los de las verdulerías “normales” -o menos- para alimentos de alta calidad. Los productores cobran el triple. Aprendizajes, estrategias y sueños, con un nuevo paradigma: que todos ganen y la vida sea más sana. Por Sergio Ciancaglini.
La rebelión no es en la granja sino en la verdulería.
Aquella saga animal imaginada por el inglés George Orwell terminaba en una dictadura, pero la rebelión en la verdulería tiende a que la gente produzca, consuma y viva mejor. Para eso esgrimen misteriosas herramientas de alta política: rúculas, tomates, ajíes, lechugas, kale, cebollas.
El lugar tiene un nombre entrañable: Almacén de Ramos Generales, aunque se trata principalmente de una verdulería que vende productos de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT), el gremio de campesinos y agricultores más grande del país. Buena parte de lo que ofrece en esta verdulería es producción agroecológica. Traducción: sin químicos, cultivada sobre suelos recuperados y fértiles, todo lo cual, explican en la UTT, tiene una relación directa con dos destinos de los habitantes de la granja global:

  • que estemos enfermos,
  • que estemos sanos.

Los enterados de esta situación, y vecinas y vecinos del barrio que la van descubriendo, llegan a la verdulería con changuitos, bolsas y relamiéndose. Sacan número y observan inquisitivamente a los pepinos o a las calabazas. Hacen preguntas filosóficas:
-¿Esa cómo conviene comerla?
-¿La frutilla es agroecológica?
-¿El tomate es de estación?

Qué es la UTT, qué propone y cómo se pueden comprar alimentos a precio justo y sin venenos
Algunos de lxs trabajadorxs del Almacén de Ramos Generales de la UTT en Almagro: Díaz Vélez 3761.
Foto: Nacho Yuchark

Hay gente que llega de lejos porque todavía no existe una verdulería agroecológica en su barrio, y ya se sabe qué pasa con Mahoma y la montaña, o al menos con la verdura y los consumidores. El Almacén está ubicado en Díaz Vélez 3761, Capital, aunque es una montaña que está instalada también en Luis Guillón (Valette 1724), San Vicente (San Martín 365) y que se mueve cada vez que la UTT organiza verdurazos, feriazos, vende bolsones de comida o participa en ferias, todo lo cual se puede seguir por su página de Facebook.
Julieta, joven mamá: “Las cosas acá tienen un gusto que ya no le sentís a la verdura normal”. Primera alerta: los buenos alimentos no son normales, porque lo normal se ha enfermado. Informa Julieta: “El tomate tiene gusto a tomate. La zanahoria es más chiquita, más gustosa; la papa es menos acuosa, más cremosa”. ¿Precios? “Me parece barato, como las verdulerías normales”. Nicolás: “Yo compraba bolsones pero acá me resulta mejor de precio y te llevás lo que querés”.
Ana es una señora de pelo corto e ideas largas: “Ya se sabe que los agrotóxicos traen mucha desgracia, mucho cáncer de mama, de útero. Nadie sabe cómo aparecen pero estoy segura de que tiene que ver con la contaminación de la comida, del agua y del aire. Vivo en Valentín Alsina, trabajo en la esquina como administrativa en una oficina, y compro todo acá. Ahora trajeron pollo de campo, riquísimo y no está pichicateado como todo lo que comemos de animales”. No es ecologista ni ambientalista, sino atenta: “Los diarios no hablan de estas cosas. Busco por Internet, y ya entendí: todo es plata. Una doctora me decía que primero te venden las galletitas que son pura grasa y levantan el colesterol, y después te venden la pastillita para bajar el colesterol. Te enferman y después te enganchan con los remedios”, dice mirando limas entrerrianas y bananas formoseñas. Adela, jubilada: “Lo que me interesa es recuperar el sabor de la comida de cuando yo era chica. El precio es bueno. Llevo espinaca, lechuga, y me duran mucho más. En la parte de almacén, los quesos son una cosa de locos”.
Sebastián trabaja para el mantenimiento de redes de Internet. Su pareja es Jessica, auditora de una obra social sindical. Viajan desde Villa Soldati: “No somos veganos ni vegetarianos, pero sabemos lo que son los químicos. Giovanna tiene irritación intestinal”, dice Jessica mirando a su beba de dos años de edad. “Yo le daba cereales del súper, cosas de soja, hasta que mi doctora me lo prohibió. Me dijo que no son alimentos. Así que estamos cambiando las compras pensando en ella y también en nosotros”.
Ezequiel es programador y carnívoro. Luz estudia Ciencias de la Atmósfera y es vegana: “Nos enteramos por Instagram de la UTT y vinimos desde Villa Crespo. No sé bien qué es la agroecología, pero sé que es sin veneno”. Luz dice que no consigue en ningún lado, salvo aquí, el kale (hay sujetos que le dicen ‘kéil’) especie de lechuga encrespada con más calcio que la leche y más proteínas que la carne. “Pero encima es barato, porque una vez compré verdura con el sello de orgánica y me arrancaron la cabeza. Acá es igual o mejor que la orgánica, pero el precio es perfecto”.
Guillermina es nutricionista: “Antes se pensaba que lavando la fruta y la verdura les sacabas los químicos, pero el Senasa demostró que eso no alcanza”. Tal cual: en 2017 se conoció el informe interno de la entidad que revelaba que entre el 50 y el 98% de frutas y verduras analizadas en el Mercado Central de Buenos Aires tenían decenas de agroquímicos. Leandro, contador: “Noto el cambio en la alimentación al correr. Daba tres vueltas alrededor de Parque Centenario y no llegaba. Ahora no siento más ese cansancio”.
Entre quienes atienden están Juan Pablo, Facundo, Lara. Tomo nota: bananas de Formosa a 30, kale a 30 el paquete, radicheta a 15, acelga y lechuga a 30, verdeo a 15, espinaca a 25, cítricos agroecológicos de Entre Ríos a 35 pesos. Empiezan a llegar manzanas y uvas de Mendoza. La zanahoria a 35 el paquete, zapallitos a 35 con polinización natural por abejas. Dos kilos de frutillas increíbles a 100 pesos. Las verduras y frutas no tienen el aspecto ni el gusto plastificado de los supermercados. Hay altos quesos de productores de Cañuelas, fideos caseros y yerbas de cooperativas, vinos de la Unión de Trabajadores Sin Tierra (UST de Mendoza), mermeladas y dulces, embutidos de la Red Puna de Jujuy, miel orgánica, plantines de aromáticas, quinoa, granola y un letrero: “Somos los que producimos alimento para el pueblo”.
Explican en la UTT cosas que no son normales: “Tenemos producción agroecológica o convencional. Avisamos cuál es cuál. Pero siempre el precio es justo para el productor y para el consumidor. También trabajamos con cooperativas, pymes, empresas recuperadas”. El espacio le da trabajo a siete personas y funciona de lunes a sábado. “Definimos nuestro ingreso de forma cooperativa”.
Lara aporta: “La asamblea de productores de la UTT fija el valor de su trabajo y acuerda con nosotros cuánto quiere cobrar de aquí a 6 meses. Por eso mantenemos los precios y el que compra no tiene sorpresas. Pero a la vez, el productor está cobrando el triple de lo que le paga el Mercado Central. Eso nos permitió también abrir en la zona de La Plata un jardín de infantes para los hijos de los compañeros. Es el primero donde los chicos van a poder consumir comida agroecológica”. La expectativa es que este conjunto de anormalidades siga multiplicándose.

Qué es la UTT, qué propone y cómo se pueden comprar alimentos a precio justo y sin venenos
Foto: Nacho Yuchark

Verdades del bolsillo

a UTT agremia a unas 10.000 familias de campesinos y productores de 15 provincias. Su razón de ser es defender a esas familias, luchar por su acceso a la tierra y por las condiciones de producción y de vida. El panorama general:
•200.000 pequeños productores, con apenas el 13% de la tierra, cultivan el 60% de los alimentos que se consumen en el país.
•Más del 70% de ellos no tiene tierra propia sino que alquila.
•Se calcula que el Estado transfirió 145 millones de dólares este año al campo concentrado, y exactamente $0 a los pequeños productores acosados a su vez por inflación, tarifazos, alquileres, costos en dólares y ganancias nulas o pérdidas.
En el Gran La Plata hay 5.300 familias de la UTT. Es el área de mayor producción hortícola del país, en gran parte convencional. “Como cuentapropistas, son los más esclavos que hay”, describe el ingeniero agrónomo Javier Scheibengraf (más conocido como Chueca), coordinador técnico de la UTT: “Pagan primero toda la producción (alquiler, electricidad, trabajo extra, etc.), cargan la producción en un camión y tienen que esperar 15 ó 20 días a que el camión vuelva y pague según lo que el propio distribuidor diga. Los productores son tomadores pasivos y desfasados de los precios que impone el mercado”.
¿Qué hacer frente a esa realidad? La rebelión en la verdulería tiene su antecedente en una rebelión de la imaginación y del sentido común: la UTT se planteó que, además de lo reivindicativo, había que crear otros mecanismos de comercialización y un sistema de producción distinto.
Lo reivindicativo: la UTT trabaja para evitar la Ley Monsanto-Bayer, que pretende monopolizar las semillas de un modo que escandalizaría a Adam Smith (quien señalaba el “miserable espíritu del monopolio”). La organización además ha propuesto un Procrear Rural que con 100 millones de pesos en créditos (cálculo de abril 2018) permitiría el acceso de 500 familias a 500 hectáreas capaces de producir verduras –cálculo modesto- para 62.500 familias, con niveles de productividad crecientes año a año en el caso de lo agroecológico. Se trata de créditos que cada familia agricultora podrá devolver al no tener que pagar ya un alquiler.
La comercialización: apuntan a la creación de verdulerías propias y agroecológicas, la venta de bolsones, la presencia en ferias, la venta callejera y la realización de “feriazos”. Chueca es un ingeniero de manos curtidas y datos precisos: “Una jaula de acelgas hoy cuesta $40 pesos para el Mercado Central, con 12 plantas. Cada acelga a $3,30. En los Feriazos se vende todo por 10 pesos, que es el triple de lo que nos paga el Central”. La UTT ha salido estos días a vender tomates agroecológicos a $30 los dos kilos: la mitad que la verdulería más barata, con calidad muy superior, y triple o cuádruple de ganancia para el productor. Los almacenes también pagan el triple a cada agricultor ($120 por jaula de acelga contra 40 del Central, por ejemplo). Lo que no se logra colocar por ninguna de estas vías (que la UTT calcula en el 70% de la producción), va al Mercado Central. Este es uno de los cuellos de botella a superar.

El verdurazo: la colonia agroecológica de la UTT en Jáuregui


La producción: el otro cambio de rumbo en defensa de los agricultores es la agroecología. Trabajan así en Jáuregui (Mu 124: El verdurazo) donde ocuparon y obtuvieron en comodato el control de 54 hectáreas (54 familias). En el Gran La Plata había sólo 6 hectáreas agroecológicas en 2016, pero hoy llegan a las 120, y creciendo. Según Chueca, abastecen el consumo de alrededor de 25.000 familias y permitirían desarrollar unas 120 verdulerías agroecológicas.
Nahuel Levaggi, uno de los fundadores de la UTT: “Le ponemos todas las fichas porque es una práctica que no para de crecer, y es exitosa. Lo agroecológico trae además una mirada política y crítica del modelo dependiente de las multinacionales. No podemos hablar de soberanía alimentaria con insumos de Monsanto. La cantidad de plata que pierden los productores en agrotóxicos es atroz y ahí está uno de los caballitos de batalla para que cada vez más compañeros se pasen a lo agroecológico”. Por ahora los agroecológicos son sólo (o nada menos que) el 2% de los productores de la UTT, en muy poco tiempo: acaso la semilla de un cambio de paradigma productivo y cultural.

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Foto: Nacho Yuchark

Espinaca & Whatsapp

Para estimular esa transición agroecológica se creó el Consultorio Técnico Popular (CoTePo) que formó ya a 22 productores como técnicas y técnicos. Chueca: “El método de trabajo es de quintero a quintero. La imagen de que tiene que enseñarte un ingeniero no es real, y hasta es nociva. La persona callada de golpe ve al ingeniero y piensa: ‘este tiene la mano como culo de bebé’. En cambio nuestros técnicos hablan con sus pares, muestran lo que hacen, los resultados. El productor les ve las manos y dice: ‘éste trabaja como yo’”. Efecto práctico: los 22 técnicos pronto serán el doble, porque ya no dan abasto de tantos talleres.
Otra clave es usar la tecnología no sólo para matar el tiempo, y valorar que las comparaciones no son odiosas. “Armamos un gran grupo de WhatsApp para mandarnos fotos y comparar resultados. Ves el tamaño de una chaucha, o qué pasó con un cultivo que tiene nuestros biofertilizantes y con uno que no, hacés clic, y se lo mandás a cientos de compañeros en el grupo. Todos tienen una cámara de fotos en el bolsillo y eso acelera los aprendizajes”, dice Chueca mientras recorremos en El Pato el invernadero de Javier Paniagua, paraguayo de Encarnación, con plantines de decenas de verduras.
Luego, nylon afuera, me muestran cultivos de tomates y Javier me hace una pregunta extraña: “¿Qué dirías: son plantas tristes o alegres?”. Observo esa vitalidad no artificial y rodeada de pájaros que no aparecen por las zonas fumigadas, y entiendo que es la pregunta técnica más pertinente.
Para entender esa alegría: “Las plantas convencionales están despotenciadas de nutrientes. La espinaca se estudió y tiene 6 partes por millón de hierro. Estas tienen 2500 partes por millón de hierro”, explica Chueca confirmando que a veces comer verdura puede a ser un simulacro cuando crece a base de fertilizantes en un suelo muerto. El viejo marinero Popeye está avisado.

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Foto: Nacho Yuchark

¿Cómo hacen?

Entonces: ¿cómo revivir un suelo muerto? Primero, a través de un enfoque agroecológico que en lugar de monocultivo propone el policultivo de plantas que no compiten sino se asocian enriqueciendo y cubriendo el suelo, y conservando humedad para poder recuperarlo. “No hay malezas sino bienezas o plantas espontáneas”, muestra Chueca.
Manuel Trujillo, boliviano criado en Buenos Aires: “Tenés que dejar la maleza porque te nutre el suelo, no deja que se solidifique, y al cubrirlo del sol deja que la vida de los microorganismos esté al alcance de la planta”. Paniagua: “No tocamos el sistema natural. Los yuyos como trébol, alfalfa, achicoria, fijan nitrógeno y fertilizan. Yo a lo sumo trabajo para que el yuyo no le quite luz a la planta”.
Chueca: “Tenemos una visión bélica de que hay que matar, de que lo diverso no va, como si tuvieras a Trump en tu cabeza. Y ojo que también pensamos así los que nos hacemos los copados. Aquí se entiende que hay interdependencia y cooperación entre las plantas”. La biología parece tener algo que enseñarle a las ciencias sociales.
Se agregan al esquema los corredores biológicos con plantas aromáticas de olores y variedades infinitas (mentas, romeros, tomillos, melisas, oréganos). La planta fuerte, nacida de un suelo nutrido, no es atacada por las plagas. “Los insectos no tienen estómago, necesitan aminoácidos libres. Cuando la planta está deteriorada o le echaron mucho fertilizante, está débil, se llena de aminoácidos y los bichos van a comer eso. Entonces les echás insecticida, y el círculo de contaminación no se acaba más. Con este sistema la planta está sana y además los corredores biológicos alejan a los bichos de los cultivos. Lo mismo nos pasa a nosotros: si estamos bien alimentados no nos enfermamos”.
Otra estrategia, en un montículo que parece tierra pero en realidad es uno de los secretos de esta producción. Paniagua: “Es bocashi, que en japonés quiere decir materia orgánica fermentada. Es tierra común con microorganismos, estiércol, rastrojos”. Rubén Gutiérrez, 25 años, de Potosí: “Es una especie de compostaje pero no es compostaje, y tiene las tres emes de los nutrientes: microorganismos, materia orgánica y minerales”. Chueca: “Agregamos restos de cultivos, un poco de levadura, los microorganismos se reproducen. Empieza a leudar, como si uno hiciera masa para una pizza. Fermenta, levanta mucho calor y sanitiza todo el material. Lo vuelve seguro, mata las bacterias que podrían ser nocivas para el organismo. Es un concentrado biológico”. Una gotita de agua oxigenada sobre un puñado de bocashi genera espuma como el mejor mate, y un sonido efervescente. El síntoma de un suelo vivo.
Rubén: “El bocashi empieza a mejorar a toda la parcela, que es como si volviera a tener suelo virgen. En 15 días ya se nota el cambio, y al hacer una producción agroecológica esa mejora crece exponencialmente”. Productividad: “A un productor de lechuga convencional con un cantero de 45 metros le salen 60 ó 70 cajones. Pero con lo agroecológico ya estamos en 100 cajones. Y es una lechuga que a los 31 días pesa casi un kilo, cuando las convencionales pesan 500 ó 600 gramos a lo sumo”.
“Y a todo esto hay que agregarle nuestras biofábricas”, cuenta con una serenidad contagiosa Delina Puma, técnica popular nacida en Chuquisaca, ante los grandes toneles plásticos en los que maduran los bioinsumos. “Son preparados que hacemos nosotros mismos a partir de hierbas, desechos, microorganismos, ceniza, cosas que están a nuestro alcance. Por ejemplo, hacemos purín de ortiga que es muy fácil de preparar y espanta plagas. Después de tres o cuatro días empieza a concentrar nitrógeno y sirve como fertilizante”. Incorporan caldos minerales y crean sustancias no muy perfumadas según cada cultivo, y reemplazan a toda la batería de venenos industriales.
Delina: “El que hace lechuga, morrón o zapallito agroecológicamente se ahorra 25.000 pesos por mes en agrotóxicos por hectárea. Si tiene dos hectáreas, 50.000, y de ahí para arriba. El costo de los bioinsumos es menos del 10% de ese dinero si lo compras en el kiosquito del CoTePo, y menos todavía si lo prepara uno mismo”, como el caso de Trifona Trujillo que elabora 120 litros semanales de purín de ortiga y sus compañeras la llaman “la reina de la espinaca”.
Para el tomate el costo de agrotóxicos es mayor todavía: “Hasta 200.000 pesos”, estima Paniagua, con lo que empieza a verse qué pasa con los márgenes de ganancia. Chueca: “La mayoría de las veces el productor convencional queda endeudado y con el margen bruto en rojo. El agroecológico siempre tiene un margen bruto positivo. No hay salario complementario ni plan trabajar ni nada que nos gane en lo que significa el ahorro en agrotóxicos”.
¿Por qué ante esa evidencia muchos productores siguen en el sistema convencional? Rubén sabe combinar entusiasmo y reflexión: “Hay un mito que dice que sin agroquímicos no se puede producir. Yo mismo creía eso. Me hizo ver el error Maritsa, mi compañera. Muchos campesinos están tan arraigados a esa idea que no pueden salir. O tienen miedo de hacer algo distinto a lo que les dijeron que estaba bien. Nosotros no decimos cómo trabajar, es algo que tiene que nacer de vos porque es un cambio de pensamiento personal. Explicamos nuestra experiencia, y el que quiere se suma”.
Paniagua: “Aprendimos a trabajar mal educados, caímos en ese sistema, y no salimos a veces por la ambición de cada uno. Pero en este caso al ambicioso le va mal, y a nosotros nos está yendo bastante bien”.

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Foto: Nacho Yuchark

Los increíbles

El ingeniero Scheibengraf, Chueca, sospecha: “Tenemos la panza, la boca y la vida aburridas con la comida. Ni sabemos la variedad de cosas que tenemos en acelgas, tomates, brócolis, hay 200 variedades de maíces, y 2000 de papas. Pero no elegimos ni la papa que comemos”. Rubén me cuenta tomates índigo, perita, perita Julia, cherry, amarillo pai, y está trabajando en 28 variedades del multicolor y 14 de choclo.
Cree Chueca que este tipo de producción expresa un cambio de paradigma civilizatorio: “La posibilidad de que todos ganen, que todo sea abundante y positivo. Le va bien al que hace plantines, al que hace bioinsumos, al que cultiva la verdura, al que la vende y a los que las comen. Eso significa el desarrollo de una economía real y saludable. Es un cambio tecnológico y en la matriz de producción, en sintonía con los pueblos originarios, que a la vez funciona en el marco de un mercado que consume. Pero no es acomodarse al agronegocio: es comida de alta calidad para todos. Sin agrotóxicos, pero también sin sangre, sin explotación”. En el planteo del ingeniero, sólo pierden las corporaciones.
Otra anormalidad: “Tenemos almacenes en el conurbano, trabajamos con el pobrerío que también necesita comida sana. La clase media y la alta, si tienen, pagarán un poquito más, pero no pensamos en un nicho de mercado. Todas las clases sociales quieren esto”.
Carlos Arenas, salteño hijo de bolivianos, me muestra choclos dulces, nabos, brócolis: “El kale se usa mucho para la gente en quimioterapia, es una bomba nutritiva con proteínas, antioxidantes, calcio y es muy buen rejuvenecedor”. Estuvo aquí en octubre la Relatora Especial de la ONU sobre Derecho a la Alimentación, la turca Hilal Elver, y pidió que le tradujeran a Carlos: “Esta es una agricultura milagrosa”.
Carlos aclara en voz baja: “Los milagros a veces no vienen así nomás. Nosotros trabajamos para que esto crezca. Usábamos mucho veneno, me hacía mal, me dolía la cabeza y el cuerpo. No tenés ganas de dormir, pero estás cansado. Como intoxicaba a mis plantas, me estaba contaminando también yo al comerlas. Las plantas estaban enfermas, como drogadas, amarilleadas. En cambio mirá esta frutilla que le puse bocashi: el color, la fuerza. Las plantas están felices. Yo también”.
Rubén y Chueca plantean un código: “Hay que denunciar injuusticias, pero si no avanzamos no vamos a frenar a nadie. Más que denunciando, vamos a ganar con propuestas. Ganemos en salud, calidad de vida, trabajo. Por eso no discutimos más si los químicos hacen mal o no. Si hay o no ‘buenas prácticas’. Ya tenemos todos los muertos y enfermos que nos hacían falta. No podemos perder más tiempo. Vamos a algo más propositivo”.

Qué es la UTT, qué propone y cómo se pueden comprar alimentos a precio justo y sin venenos
Foto: Nacho Yuchark

Maritsa Puma, la hermana de Delina, tiene 20 años, es pareja de Rubén, mamá de Gaia, productora, técnica y representante de la UTT ante la Cámara de Diputados en la Comisión de Agricultura. Una mujer menuda, educada, de la gente que con pocas palabras dice mucho: “Mil semillas están a 16.000 pesos, pero quieren hacer la Ley como si fuera un crimen que las plantas tengan flores y nos den semillas. Dejan al agricultor dependiente”. Cree Maritsa que las mujeres son las que mejor entienden el pasaje a lo agroecológico: “Se interesan un montón. Porque es más barato, y por los chicos. Porque las mujeres vamos a la quinta con nuestros hijos. Si estás envenenando, están al lado tuyo”.
Se abre la reunión y se suman Jony Albino, Rubén Cardozo, Sandra y Nicolás, del CoTePo. Trajeron kéfir, bebida capaz de recomponer la flora intestinal, mejorar la inmunidad y el funcionamiento del cuerpo, y quién sabe qué otras cosas. Maritsa cuenta: “Cuando hacemos los talleres sabemos que la agroecología entra por los sentidos. No es lo mismo una teoría, que ver o probar cómo está un apio con bioinsumos: la planta agroecológica es más grande, más nutritiva, más brillosa”.
¿En qué les cambió la vida? Jony: “En todo. Lo agroecológico te permite trabajar menos y ganar más. Duermo tranquilo. No pienso en comprar venenos. Pero mis chicos ya no se enferman ni se resfrían. No fui más al hospital y casi nunca a la farmacia. Y cambió lo social, porque me hablan muchas personas preguntando por lo que hacemos”.
Delina quiere contar: “Somos mi mamá y seis hermanos. Era un desastre cuando llegamos a Argentina. Mi mamá en tres quintas, con deudas, le pagaban miseria. Ahora nos va mucho mejor. Hoy tranquilamente llegamos a fin de mes. Pero lo que más valoro que ganamos es el tiempo para estar juntos. Imaginate: desde los 8 años que estoy acá, tengo 22, y nunca habíamos salido a pasear. El otro día pudimos ir a La Plata. Fuimos al cine. Y a comer. Y estábamos todos…”.
A Delina le florecen las lágrimas. No es tristeza sino la descarga de años de angustia. En aquel paseo fueron a ver Los Increíbles 2 (sobre un intento de hipnotizar a la humanidad a través de las pantallas, como si tal cosa fuese ficción). Luego comieron en un tenedor libre. “Y fuimos a tomar helado”, dice secándose los ojos.
Maritsa también se emociona: “Lo que me cambió fue mi hija, porque quiero ser responsable del mundo que voy a dejarle. Antes éramos como esclavos de nosotros mismos: ni tiempo para el estudio teníamos. Trabajo con mi mamá desde los 11 años, pero para mí no existe la explotación infantil ni nada de eso. Ves a tu mamá sola jalando un carro, pero no es lo mismo que vayan dos pares de manitos empujando por atrás. Después me di cuenta de que mi madre se estaba explotando a ella misma. Y nadie hacía nada. Por eso la agroecología es lo contrario: es como vivir una vida digna, una vida que te mereces por el trabajo que hacés”.
Los chicos juegan entre las plantas. Las mujeres y hombres se quedan tomando kéfir al atardecer. En tiempos oscuros, aprendieron a cultivar la resistencia junto a la propuesta. Y logran lo increíble: crear una realidad de dignidad y de producción que se parece a la verdura que mostraba Maritsa: más grande, más nutritiva, y más brillosa.

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La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Séptima entrega del registro colaborativo de la ronda de las Madres de Plaza de Mayo, realizada por la fotógrafa de lavaca Lina Etchesuri.

Toda la producción será entregada a ambas organizaciones de Madres y al Archivo Histórico Nacional. Invitamos a quienes tengan registros de las rondas realizadas estos 40 años a que los envíen por mail a [email protected] para sumarlos a estos archivos. Esta iniciativa es totalmente autogestiva.

Ese jueves hacía 38 grados de calor pero parecían 43. El calor quemaba y picaba.

Faltaba el aire, el que había estaba caliente y la humedad pegoteaba.

El día que acompañé a la Ronda haciendo fotos para este proyecto, fui descubriendo imágenes a medida que los pasos y las sillas de ruedas daban vuelta como siempre, hace 2392 jueves.
La ronda siempre me emociona. Mucho. Las miro a las madres y veo proyectada las fotos de sus hijxs en su mirada, hacia delante, repitiendo Presente como un mantra de presencia y resistencia. Lxs veo a ellxs en imagen, mirando de frente en su juventud detenida. Veía a Elia, que ronda en silla de ruedas, con la foto de su hijo Hugo Meidan, desaparecido el 18 de febrero de 1977, hace 47 años, y pensaba si ese día hizo tanto calor, si la luz tenía esta misma inclemencia.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

En las rondas transcurre un tiempo extraño, persistente y atemporal. Las hermanas abrazan las fotos de sus desaparecidxs, gritan sus nombres con contundencia, caminan junto a las madres, junto a nosotrxs.

Transforman el tiempo y la imagen en un futuro posible.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Sobre Lina

Soy Lina Etchesuri. Fotógrafa, editora y docente

Soy parte de la cooperativa Lavaca desde hace más de 12 años donde hago todo lo que me describe y más. Me hace sentir muy orgullosa y feliz.

Estudié con Filiberto Muganini en el Rojas durante los 90s. Hice la carrera de fotógrafa en la Escuela de foto y artes visuales de Avellaneda, durante el 2001 y los años siguientes. 

Me seguí formando en talleres visuales con mi querida Julieta Escardó y muchxs más.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

Viajé haciendo fotos durante algunos años: conocí al subcomandante Marcos y le saqué una foto en la que se está riendo. Estuve en Cisjordania, Palestina, durante 3 meses, viviendo retratando la vida bajo la ocupación. 

Junto con algunas personas y amigxs fundamos MAFIA en 2012, un colectivo de fotógrafxs que sigue hasta hoy.

Coordino talleres de foto e imagen.

Soy mamá de Fermin.

Y me encanta hacer todo lo que hago.

La imagen proyectada: La Ronda en la mirada de Lina Etchesuri

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Un abrazo contra la motosierra

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Sin presupuesto actualizado (“cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2” informa el rector de la UBA) las universidades y los hospitales en “modo ahorro” deben cortar la luz, los ascensores, reducen cirugías, no tienen insumos. La imagen del Clínicas, uno de los más importantes del país: “Los pacientes se están quedando sin comida”. Hoy una gran concentración frente a ese hospital escuela simbolizó un abrazo en defensa de la salud y la educación pública, mientras el gobierno nacional juega a pelearse con las prepagas, y el de la Ciudad a subvencionar a quienes mandan a sus hijxs a colegios privados. ¿Qué pasa con lo público? ¿Cuándo comenzó el desastre? Distintas voces (directores de hospitales, rectores de universidades, trabajadorxs) relatan la realidad y los datos motosierra; la organización como única salida; y el canto “la UBA no se vende”, mientras la realidad, o los números, parecen indicar otra cosa.

Por Francisco Pandolfi

Un abrazo contra la motosierra

“Se defiende, la UBA se defiende”, fue uno de los hits / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Clarisa y Caetana acaban de salir de cursar dermatología. Clarisa tiene 24 años y lleva puesto un ambo azul marino. Caetana, de 23, uno verde oscuro. Son alumnas desde hace seis años de la Facultad de Medicina y hace tres caminan por los pasillos del Hospital de Clínicas, ya en la etapa de las prácticas. “Hace un rato terminamos una clase en la que no teníamos vendas”, dice Clarisa. Su compañera agrega: “El otro día, en un práctico, nos faltaba vaselina para curar las úlceras; sí, vaselina, probablemente el producto más básico y barato que se necesita”.

Alrededor de ellas hay una multitud, con ansias de visibilizar la gravedad de la situación.

Clarisa, Caetana y la marea contra el ajuste / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“Estamos funcionando al 30%”, comparte Marta, médica desde hace 38 años en el Clínicas.

“Los pacientes se están quedando sin comida”, cuenta Susana, auditora. 

“Soy empleado de limpieza del hospital, monotributista, trabajo cinco días por semana, siete horas por día y mi sueldo no supera los 150 mil pesos”, confiesa Diego Ruiz.

“Ya debimos reducir las cirugías y no atender a algunos pacientes”, expresa Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas.

“Estamos económicamente por debajo de un 80% sobre el presupuesto que deberíamos tener. Cada 10 pesos del año pasado, hoy tenemos 2”, precisa Ricardo Gelpi, rector de la Universidad de Buenos Aires.

Un abrazo contra la motosierra

Susana Dionisio, y la esperanza que genera el juntarse / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tiempos de abrazos

“La biblioteca destinada a la educación universal es más poderosa que nuestro ejército”.

José de San Martín.

Al libertador de la patria se lo homenajea con su nombre en calles y avenidas; clubes deportivos, teatros y centros culturales; plazas y parques; hospitales y universidades.

Y también en un hospital-escuela: el Hospital de Clínicas José de San Martín, dependiente de la Universidad de Buenos Aires y dedicado a tres ejes clave para el desarrollo de cualquier sociedad: la asistencia, la docencia y la investigación.

Son tiempos de clases abiertas; de paros y movilizaciones; de una marcha nacional universitaria a realizarse el próximo martes 23 de abril. Son tiempos de contar en cuántos meses y en cuántos días las universidades se quedarían sin presupuesto hasta cerrar sus puertas.

Son tiempos de abrazos.

Uno de ellos se forma con un montón de brazos, este jueves por la mañana, en la puerta del Hospital de Clínicas. Médicos, docentes y no docentes, estudiantes, le brindan un espaldarazo simbólico al Hospital de Clínicas, ubicado en el límite de los barrios porteños de Recoleta y Balvanera. Sobre la Avenida Córdoba, miles de personas se reúnen en la puerta principal para reclamar por el recorte presupuestario en todas las universidades del país, y en particular de las universidades escuelas.

Hay equipo en el Hospital de Clínicas /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Los cuerpos aplauden. Están vestidos con guardapolvo blanco; con ambos celestes y azules; con chaquetas bordós y verdes. De fondo, un telón negro enorme sirve de súplica para estos momentos. Es un ruego a la sociedad toda; y una exigencia, también, puertas adentro: “Defendamos la UBA”. Delante de la banderota se sostienen grandes letras blancas, hechas con cartulina, a mano, a pulmón, a necesidad de que el reclamo se vea un poco más. “La salud se defiende”, se lee, mientras se canta al unísono: “No se vende, la patria no se vende”. Minutos después, se cambia sólo una palabra: “No se vende, la UBA no se vende”.

Pero la realidad no parece indicar lo mismo. 

Problemas de fondos

Luego del abrazo, se rodea al hospital y en otra de las puertas de la institución, sobre la calle Paraguay, se lleva a cabo una conferencia de prensa. Marcelo Melo, el director del Hospital de Clínicas, va al hueso: “Ya tuvimos que optimizar los recursos, que son insuficientes; no podemos comprar insumos, ni hacer transferencias porque no hay licitaciones de presupuesto que avalen las compras. Mientras, tenemos un montón de pacientes internados”. Sigue: “Es muy difícil no usar la luz en un hospital; no usar los ascensores cuando los pacientes necesitan usarlo… Lo mismo pasa con la calefacción. El año pasado estábamos orgullosos de haber comprado y cambiado la caldera, y este año no sabemos si va a funcionar, porque el modo de ahorro va a estar en el gas, en la luz, en todo”.

Le cambia la cara. Se tensa, aún más. “Poner a un hospital en modo ahorro es una agresión al médico. Es muy difícil mi lugar, el tener que decirle a mis colegas si pueden atender o no a alguien. No estamos haciendo una buena medicina con estas cosas”.

Un abrazo contra la motosierra

Marcelo Melo y Ricardo Gelpi en conferencia de prensa /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

A su lado está el rector de la UBA, Ricardo Gelpi, acompañado por el Secretario de Hacienda Matías Ruiz. Juntos, definen lo terrible: “La UBA tiene dos partes principales en las que se divide el presupuesto. Una es la salarial, que consume entre el 85% y el 90%; y después está el gasto de funcionamiento, que consume entre el 10 y el 15%”. Desmenuzan: “En lo salarial hubo un recorte en términos reales ajustado por inflación del 35%, lo que significa que si en noviembre un docente o un trabajador cobraba 100 pesos, hoy cobra 65”. 

Sobre los gastos para el funcionamiento: “Lo dividimos en salud y en educación. En educación este año las partidas arrancaron congeladas al presupuesto del año 2023; hubo una actualización parcial del 70% desde marzo; pero en términos interanuales eso significa un 58% de actualización, comparado con una inflación de casi un 300% interanual. Por el lado de la salud, empezamos el año sin presupuesto, ya que la partida devengada del año 2023 no había sido asignada hasta esta semana”.

Tomar la calle en defensa propia / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Peligro de cierre

¿La partida ya firmada –pero aún no depositada–, es un remedio? “No, para los hospitales universitarios será de la misma magnitud nominal del año pasado. O sea, no es una actualización, ni un incremento”. Subraya el rector: “Estas partidas no están ajustadas por inflación, lo que significa que sólo podrán estirar un tiempo esta situación, pero estamos lejos de estar conformes. Si se mantiene esa partida, podremos funcionar como venimos dos o tres meses más. Y después, así las cosas, la UBA cierra, porque si no hay plata, no hay plata”.

El Secretario de Hacienda suma un dato, que agudiza el cuadro: “El pago de la energía eléctrica en el último año se multiplicó por siete. Y si comparamos con febrero de este año, sólo los últimos dos meses, se multiplicó por cuatro”. Y ejemplifica con una cuenta que no cierra: “El crecimiento del gasto, sumado a las partidas congeladas, hace que crezca más rápido el gasto que tenemos la universidades y empeorando cada vez más el funcionamiento”. 

Un abrazo contra la motosierra

La educación, la salud y la ciencia, en juego; en venta / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

“El mal funcionamiento es de hace años”

La falta de recursos no empezó en la era Milei. Marta, médica desde hace 38 abriles, describe: “El mal funcionamiento viene de años, como consecuencia de malas administraciones anteriores. Y ahora, este recorte presupuestario es el tiro de gracia”. ¿En qué se venía mal? “De 12 quirófanos funcionan 5 y hay numerosas salas cerradas; cada vez se va achicando más la estructura, deteriorando y no hay presupuesto para mantenerlo”. 

Clarisa, alumna, añade: “El edificio tiene un montón de falencias, es muchísima la cantidad de arreglos que harían falta y esto viene desde hace años. Con este recorte, el único futuro que veo es que se caigan las paredes… Me da mucho miedo e impotencia”.

Florencia trabaja hace 10 años y el amor que siente por la entidad viene de familia: “Mi mamá trabajó ahí; mis dos hijos fueron a ese jardín; le salvaron la vida dos veces a mi mejor amiga; curaron a mi papá, a mi abuela”.

Admite que el hospital “siempre tuvo pocos recursos; siempre hubo carencia de insumos”. Profundiza: “La situación no viene bien hace mucho; las personas que deben hacer el presupuesto no valoran la calidad humana ni la cantidad de atenciones que se realizan por día. El hospital siempre tuvo lo básico, y en muchas oportunidades debimos conseguir insumos por fuera, siempre tardó en llegar el material que se necesitaba”.

Carteles, ruido, sonrisas: estrategias contra el recorte / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Orgullo nacional 

El Hospital de Clínicas es considerado uno de los hospitales más importantes de la Argentina y de América Latina. Se fundó en 1881 y allí se realizaron varios procedimientos por primera vez. Algunos hitos que nacieron entre sus paredes que hoy yacen descascaradas: la aplicación de la insulina, el cateterismo cardíaco, las residencias médicas, las punciones de riñón, las operaciones filmadas. Dice la médica y hoy auditora Susana Dionisio: “En este hospital se formaron la mayor parte de los médicos de renombre que hay en toda la medicina prepaga”. Suma otro caso testigo: “Hay que acordarse de acontecimientos como el de la AMIA, cuando sucedió el atentado este hospital recibió a la mayoría de los heridos, y fue gracias a este hospital que se salvó a muchísima gente. Entonces, podés hacer un comité de crisis, pero si al mismo tiempo desfinanciás a la educación, está muy mal. El presidente se merece un juicio político y la oposición tiene que pararse y ser una oposición real, sino perdemos la democracia”.

Marta Cora Eliseht es médica de obstetricia del hospital de Clínicas y docente de la Facultad de Medicina. “El Clínicas es fundamental, un orgullo nacional; no sólo cumple funciones asistenciales, sino también de docencia en áreas de pregrado y postgrado; esta es la sede de infinidad de carreras. Somos especialistas en obstetricia y atendemos muchos embarazos de alto riesgo, casos que no se atienden en otros lados”. 

Un abrazo contra la motosierra

Marta es médica en el Clínicas desde hace 38 años /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

En el hospital trabajan más de 3.200 empleados y se atienden alrededor de 365 mil personas al año. En lo educacional, cursan por año cerca de 1500 alumnos. “Hay cinco cátedras y estudiamos 300 personas promedio en cada una. Este es el hospital escuela más grande del país”, explican Clarisa y Caetana, estudiantes de medicina. 

Las palabras de Sofía, que integra la comisión interna, laten: “El hospital-escuela literalmente es el corazón de la UBA, donde se retroalimenta la ciencia, la investigación, la educación, pero sobre todas las cosas la salud pública, con todo lo que conlleva ese concepto de gratuidad e inclusión. Queremos seguir brindando la atención de calidad a los y las pacientes, pero sobre todas las cosas contar con un financiamiento que nos permita que nuestra casa, como así consideramos al hospital, siga funcionando. No queremos tener el privilegio de pisar la UBA, sino el derecho de seguir en ella”.

Un abrazo contra la motosierra

Una que pedimos (casi) todxs /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Un dolor inenarrable

El hit se vuelve a cambiar: “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta se jode se jode”, se vocifera con angustia y con firmeza, en un clamor popular que hiela la sangre. Las y los laburantes le dan magnitud al problema. La obstetra Marta Cora Eliseht dice: “En el sector no tenemos espéculos, vidrios para hacer papanicolaou, guantes, gasas, algodón, lo básico. Los profesionales de la salud estamos intentando conseguir donaciones de entidades privadas para suplir las faltas”. Sintetiza: “Estamos sufriendo un ataque artero a la universidad pública”.

Susana Dionisio es médica desde hace 49 años. Quince los trabajó en el Clínicas, donde ahora es auditora. “Sentimos un dolor que no se puede narrar. Los pacientes se están quedando sin comida y solidariamente se intenta ayudar entre sindicatos, médicos y administrativos, pero los insumos médicos no los podemos comprar. Ya se está cortando la luz a cierta hora, no se puede creer”. 

Un abrazo contra la motosierra

La potencia de Elsa Carrizo, la potencia de lo colectivo /Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Elsa Carrizo es delegada general de la comisión interna del Hospital de Clínicas. Tiene puesto un guardapolvo blanco, que lleva el logo de la institución. Se lee: “Fundado en 1881”. Dice: “Trabajamos con obras sociales, pero es impresionante la cantidad de gente sin obra social que viene, alcanza con ver las colas que se forman a la mañana. Ya no tenemos insumos ni para el mantenimiento, ¿con qué vamos a limpiar? Hay un combo de muchísimas necesidades en el hospital”.

“Últimamente no nos estuvieron entregando secadores”, detalla Diego Ruiz, empleado de maestranza. Cobra menos de 150 mil pesos por mes y sólo el monotributo para facturar (no está en planta permanente) le cuesta alrededor de 18 mil. “Estamos en una situación de mierda, personalmente para mí es imposible llegar a fin de mes”.

Un abrazo contra la motosierra

Diego cobra menos de $150 mil por mes. Y no es una joda / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

Tomás trabaja en el área de personal hace 5 años y es delegado de la comisión interna. “No hay paritarias y los sueldos quedan muy bajos. Tenemos poco más de 300 contratos que salen del bolsillo del hospital y son los que más corren peligro. Estamos hace un par de meses sin aumento y no hay respuesta del gobierno ni comunicación. Estamos estancados, no da para más”.

Carolina Nadal es empleada desde hace 30 años. Hoy es la jefa del departamento de Trabajo Social. “El presupuesto que se está ejecutando es el del año pasado y esto es inviable en términos de sostenimiento, de todo lo que se necesita para que funcione el hospital de manera integral. El gobierno va a tener que responder de una manera diferente a la que está respondiendo ahora. Siento mucha bronca e indignación, pero al mismo tiempo tengo la esperanza de que en las calles, con la resistencia, haya otro desenlace que no sea cerrar las puertas”.

“Cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.

José de San Martín.

Clases abiertas, presupuestos cerrados / Fotos: Lina Etchesuri para Lavaca

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Nota

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo: -No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

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Una muela, zapatos blancos y un charco. Un edificio llamado Máquina de escribir. Flores amarillas frente al mar, un dibujo de puño y letra. Lo narco las drogas. Su paso por Buenos Aires y la señora que venía de la verdulería. La memoria, lo real, las mujeres, el ambiente, el fin de la humanidad. El Nobel, los diluvios, las pestes, las guerras eternas. Las respuestas de la vida frente a los sordos poderes de la muerte. La cordialidad, la generosidad, el humor. Hace diez años murió Gabriel García Márquez, dicen. Lavaca publicó esta nota -estos recuerdos- aquel día, cuando se conoció la última noticia sobre ese escritor que nunca dejó de sentirse cronista, y decía que el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Texto: Sergio Ciancaglini, lavaca.org
El señor Gabriel García Márquez había abierto mis ojos, neuronas y corazón sin proponérselo con sus libros y sus artículos, pero cuando por una carambola yo estaba por cumplir una especie de sueño despabilado, el de poder entrevistarlo ahí, en Cartagena de Indias, hace exactamente 30 años, me dijo:
-No estoy aceptando entrevistas, porque debo escribir. Pero además, me duele una muela.

Yo sabía que García Márquez había rechazado contactos con un enviado de Times, con periodistas de la televisión japonesa, y con suecos indescifrables. Un humilde cronista argentino quedaba naturalmente fuera de juego. Le respondí que lo compadecía, y que frente a un dolor de muelas no había argumento, clemencia, ni ruego que esgrimir de mi parte. Cuando me estaba despidiendo desolado, me detuvo:
-Pero a las 3 de la tarde puede ser. Voy antes al dentista, a ver si lo soluciona.
Esa historia revolotea en mi cabeza desde hoy, cuando estaba con Osvaldo Bayer grabando el programa de radio Decí Mu, y nos interrumpió el teléfono. Osvaldo atendió, dio media vuelta, anunció: “Murió García Márquez”, y me dejó alborotados los ojos, las neuronas y el corazón.
Revolotea la historia porque aquella tarde me encontré con un escritor que cambió la historia de la literatura, que había ganado el Nobel, pero que fue capaz de decirme: “Todo eso está muy bien, pero yo me siento periodista”. Quisiera contar lo que aún no he olvidado de aquel encuentro para mí inolvidable.
García Márquez volvió efectivamente a las 3 de la tarde, bajó de su Mercedes, y miró preocupado el charco oceánico que un aguacero de Cartagena de Indias, Colombia, le había instalado en la playa de estacionamiento. Llevaba zapatos blancos, pantalones blancos y guayabera blanca, como cantante de sábado televisivo. Cruzó el charco apoyándose en los tacos. Al llegar a la otra orilla nos dijo “pasen por favor” a mí y al fotógrafo, enviados por una de las autodenominadas “revistas de actualidad” a cubrir las noticias sobre un asunto entonces llamativo, letal para los colombianos e incomprensible para nosotros: el narcotráfico.
No existían los celulares ni Internet, o sea que todo esto se ubica en la prehistoria de 1984, con la carambola de estar en el charco correcto, y de que un dentista providencial había rescatado del dolor a su paciente. García Márquez nos hizo subir. El edificio tenía balcones escalonados hacia la playa: lo llamaban Máquina de escribir. El departamento tenía dos ambientes, con vista al mar, una verdadera máquina de escribir (¿Olivetti, Remington, dónde estará la revista donde publiqué la nota?). El escritorio miraba al mar. Y había flores amarillas que siempre conviene tener a mano, explicó, para ahuyentar a la mala suerte.
Me planteó que no aceptaba hablar si lo grababa o si tomaba notas. Me dijo algo más o menos así: “No me gustan los grabadores, prefiero que conversemos con libertad, y que todo dependa de tu atención. Luego tú escribirás lo que te parezca, y eso es un beneficio para mí: los periodistas me mejoran. La memoria mejora a la realidad”.

Gabo en Argentina
La publicación original de Cien años de soledad ocurrió en Argentina gracias a una editorial llamada Sudamericana, que ya no existe. Fue en mayo de 1967, plena dictadura de Juan Carlos Onganía, y el lanzamiento fue acompañado por una entrevista realizada por Ernesto Schóo, editada por Tomás Eloy Martínez y publicada en tapa por la revista Primera Plana que dirigía Jacobo Timerman.
García Márquez me contó que el éxito del libro fue inmediato. “Ahí, en Buenos Aires, empezó todo”, me dijo. Sudamericana había dispuesto editar 5.000 ejemplares, lo que para Gabo era un despropósito y el augurio de un fracaso para el libro de un desconocido escritor colombiano. Pero esa primera edición se vendió en 15 días, y la segunda fue de 10.000 ejemplares. En junio Gabo llegó a Buenos Aires. Me contó que viajó con Mercedes Barcha, su esposa: “Estábamos en un café y vimos pasar a una mujer que llevaba la bolsa de sus compras, con lechugas y tomates y Cien años de soledad”. La pareja fue al Instituto Di Tella a ver una obra de Griselda Gambaro, y el público los ovacionó de pie. Mientras él me lo contaba, todavía asombrado, yo recordaba que eran tiempos de The Beatles, revolución cubana, hippies, peronismo clandestino, rebeliones nacientes y todos los embriones de cambio, desventuras y utopías que se desplegarían en los años siguientes.
Cien años de soledad fue el libro de la época, y de varias generaciones. Tengo las dos ediciones que mis padres compraron para poder leerlo en simultáneo. Macondo era una patria. Entre la feria y la intelectualidad, miles de libros seguían vendiéndose y además se exportaban. El éxito se contagió en Europa, esto avivó el interés por otros autores (Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa) y estalló el llamado boom de la literatura latinoamericana. “Buenos Aires fue generosa conmigo. Nunca volví. No sé por qué. Tal vez por una superstición: a un lugar donde todo fue tan perfecto, quizás convenga no volver” me dijo, o creo que me dijo, mirando el Caribe.

Periodismo, droga y entusiasmo
Aquel día de 1984 García Márquez me contó una novela que estaba intentando escribir. No tenía título. Al año siguiente la reconocí ya publicada: me había anticipado El amor en los tiempos del cólera. Pero me dijo que pese a todo se seguía sintiendo fundamentalmente un periodista. “Escribo literatura como periodismo, con método. Todos los días intento tener dos páginas listas” me dijo sobre algo que hoy habría que traducir a unos 5.000 caracteres. “Tienen que estar impecables, sin tachaduras. Y tengo un truco: siempre dejo escrito el comienzo de lo que pienso escribir al día siguiente, para que me resulte más fácil comenzar”. Pero varias veces explicó esa idea de no diferenciar ambos oficios. “La crónica es como un cuento o una novela sobre algo real”. Algo más: “Tanto en la literatura como en el periodismo hay que ganarse al lector, capturarle el interés para que se quede leyendo”.
Planteó una teoría sobre las redacciones de periódicos y revistas: para él están puestas de cabeza, invertidas. El staff de las publicaciones ubica en el rol principal a directores y jefes que engordan junto a un escritorio y editorialistas que monologan desde su propia jaula.
“Pero ese esquema debería ser exactamente a la inversa. Los cronistas son quienes cumplen la labor principal porque son los que están afuera, donde las cosas ocurren”. En vista del contexto colombiano le pregunté si alguna vez se había drogado para escribir y me contestó: “No me hace falta. Yo nací drogado”.
Un detalle: fue la única vez en mi vida que pedí un autógrafo. En Cartagena sólo conseguí un ejemplar de El coronel no tiene quien le escriba. Le expliqué que no era para mí sino para mi novia. “¿Se llama la señorita?” Se lo dije. Dibujó un tallo, cinco pétalos, y escribió: “Para Claudia, con una flor. Gabo 84”.

Gabriel García Márquez: periodismo, ambiente, el nudo de la soledad, y las victorias sobre la muerte

Aquel día, además, me regaló los seis tomos de su obra periodística, publicados por la editorial Oveja Negra. Y organizó todo para que, una vez en Bogotá, un auto con su chofer fuera a buscarnos al hotel para llevarnos al aeropuerto. “Así van más tranquilos” dijo, y nunca supe si se le había cruzado alguna sombra para disponer ese viaje. Nunca pude evitar recordarlo como una persona amable, entusiasta, alegre, generosa.
Con el tiempo entendí que esa cordialidad, ese entusiasmo, ese interés por el otro, era un modo ético y hasta político de pararse frente a la vida.

Ideas
En sus obras periodísticas pude leer las primeras crónicas que publicó en El Universal, de mayo de 1948, cuando era un chiquilín de 21 años. La primera celebra que se suspendió el toque de queda militar, al que define como símbolo de una decadencia. “Con este mundo materializado donde los peces de colores tienen que abrirle agua a los submarinos, con esta civilización de pólvora y clarines, ¿cómo se nos puede pedir que seamos hombres de buena voluntad?” y plantea que quizás ahora la gente pueda ir a dormir mansamente “antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche”. Luego escribe sobre indios, negras, retratos de la ciudad y de la época. Escribió sobre cine, sobre deportes, sobre todo. La pasión por conocer y por contar lo que el mundo estaba desplegando ante sus ojos.
A fines de los 50 García Márquez participó en Cuba con los argentinos Jorge Massetti, Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo en los primeros pasos de Prensa Latina, idea que puso en marcha Ernesto Guevara, hasta que el lado soviético de la vida isleña desplazó a este elenco por otro más dócil.
García Márquez nunca perdió la afinidad con el propio Fidel Castro. El director argentino Eduardo Mignogna contaba que cierta vez, invitado a La Habana, estaba comiendo con García Márquez cuando el propio Fidel cayó de improviso y comenzó a hablar con sabiduría de crítico sobre la historia del cine argentino, mientras Gabo se quedaba irremediablemente dormido en un rincón. Pero más allá del sueño o de los discursos de Fidel, García Márquez se plantó en defensa de Cuba como una cuestión cultural y estratégica frente a los Estados Unidos y la densa idea de controlar vida y obra del resto del continente.

Las ventajas de la vida
Cuando me contó la noticia, le pregunté al propio Osvaldo Bayer sobre Gabo: “Tenía mi edad, pero yo aprendí de él. Es el mejor escritor que ha tenido Latinoamérica. Aprendí con él a amar la literatura, ver las cosas que se pueden hacer y crear. Para mí fue un hombre que luchó por la libertad, o sea un libertario, y cumplió la misión que tiene un intelectual: escribir para todos, para mejorar la sociedad, y para seguir soñando”.
De todas las ideas y escritos de Gabo, frecuentemente abominados por las academias, no resulta demasiado conocida su exposición al recibir el Nobel de Literatura en 1982, llamado La soledad de América Latina, que resulta un manifiesto por la descolonialidad, para usar términos actuales. “La independencia del dominio español no nos puso a salvo de la demencia” dijo ante la academia sueca. Repasa los golpes de Estado, crímenes y matanzas ocurridos en el continente. “Me atrevo a pensar que es esta realidad descomunal, y no sólo su expresión literaria, la que este año ha merecido la atención de la Academia Sueca de la Letras. Una realidad que no es la del papel, sino que vive con nosotros y determina cada instante de nuestras incontables muertes cotidianas, y que sustenta un manantial de creación insaciable, pleno de desdicha y de belleza, del cual éste colombiano errante y nostálgico no es más que una cifra más señalada por la suerte. Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
Al recibir el Nobel de Literatura, García Márquez hacía periodismo sobre la realidad del continente, incluyendo la situación argentina: “Ha habido 5 guerras y 17 golpes de estado, y surgió un dictador luciferino que en el nombre de Dios lleva a cabo el primer etnocidio de América Latina en nuestro tiempo. Mientras tanto, 20 millones de niños latinoamericanos morían antes de cumplir dos años, que son más de cuantos han nacido en Europa desde 1970. Los desaparecidos por motivos de la represión son casi 120 mil, que es como si hoy no se supiera donde están todos los habitantes de la cuidad de Upsala. Numerosas mujeres encintas fueron arrestadas dieron a luz en cárceles argentinas, pero aun se ignora el paradero y la identidad de sus hijos, que fueron dados en adopción clandestina o internados en orfanatos por las autoridades militares. Por no querer que las cosas siguieran así han muerto cerca de 200 mil mujeres y hombres en todo el continente, y más de 100 mil perecieron en tres pequeños y voluntariosos países de la América Central, Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Si esto fuera en los Estados Unidos, la cifra proporcional sería de un millón 600 muertes violentas en cuatro años”.
Otro concepto: “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”.
Y otro: “Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Se preguntó por qué le habrían dado a él semejante distinción, y postuló que se trató de un homenaje a la poesía: “En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte”.

Mujeres, aborto y ambiente
Cuando le preguntaron sobre las prioridades de la humanidad para las próximas décadas, propuso que las mujeres asuman el manejo del mundo. “Alguien dijo: ‘si los hombres pudieran embarazarse, el aborto sería casi un sacramento’. Ese aforismo genial revela toda una moral, y es esa moral lo que tenemos que invertir. Sería, por primera vez en la historia, una mutación esencial del género humano, que haga prevalecer el sentido común –que los hombres hemos menospreciado y ridiculizado con el nombre de intuición femenina- sobre la razón –que es el comodín con que los hombres hemos legitimado nuestras ideologías, casi todas absurdas o abominables”.
Y luego plantea: “La humanidad está condenada a desaparecer en el siglo XXI por la degradación del medio ambiente. El poder masculino ha demostrado que no podrá impedirlo por su incapacidad de sobreponerse a sus intereses. Para la mujer, en cambio, la preservación del medio ambiente es una vocación genética. Es apenas un ejemplo. Pero aunque sólo fuera por eso la inversión de poderes es de vida o muerte”.
Son solo ideas sueltas para pensar, discutir, y leer, ahora que el reloj dobló no sé qué esquina, tras la malparida noticia sobre la muerte de Gabriel José de la Concordia García Márquez, hace unas cuantas horas de soledad.  

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