Originario & Original: MU en Salta, viaje al país olvidado

✍️Francisco Pandolfi

📷 Nacho Yuchark

La comunidad chorote –etnia nómade y preexistente a los Estado Nación– habita en Paraguay, Bolivia y Argentina. La Pomis Jiwet es una de ellas. Emplazada al norte de Salta, se organiza en medio de un territorio asolado por el hambre y el extractivismo. Crearon un proyecto autónomo de piscicultura, su propio pozo de agua, pelearon por educar en su idioma originario, y llevan la música como bandera

Ser chorote

Cuando se habla de las comunidades originarias del chaco salteño suele recurrirse a la simplificación y a la unificación de lo wichi como patrón, invisibilizando a las etnias minoritarias.  En Santa Victoria Este, por ejemplo, conviven otros cuatro pueblos: tobas, tapietes, chulupíes y chorotes.  A este último pertenece la comunidad Pomis Jiwet, que nos abrió las puertas de sus cosmovisiones para intentar poner en palabras todo “lo otro” que muchas veces no sabemos, no podemos o no queremos ver

“Cuando se habla de los indígenas en el norte de Salta pareciera que solo existen los wichi únicamente, con lo que se falta el respeto al resto. Hay mucha ignorancia que desenmascara la no aceptación de la plurinacionalidad, de lo multiétnico, y sale a la superficie lo peor del ser argentino: querer cooptar la identidad nacional sin reconocer las diversidades existentes”, plantea Fidelina Díaz, 44 años, vocera de su territorio

La etnia Chorote, nómade y preexistente al Estado-Nación de Argentina, fronteras adentro solo habita actualmente en Salta; también subsiste en Paraguay y en Bolivia. Pomis Jiwet es una de las 16 comunidades chorotes del municipio de Santa Victoria Este. Además, hay otras diez en Tartagal, en el Departamento de San Martín. Pomis Jiwet está emplazada en zona rural sobre la ruta provincial 54, a tres kilómetros de la ciudad cabecera de Santa Victoria. Es de los territorios más organizados y politizados de la región: “Siempre estuvimos ahí, pero recién en 2007 obtuvimos el reconocimiento legal”, recuerda Fidelina, que por aquellos días viajó a las oficinas del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) en Buenos Aires, donde pasó dos noches con huelga de hambre incluida hasta que destrabaron el trámite.  Vocifera: “Luchar por la igualdad de oportunidades y exigir lo que nos corresponde está mal visto. Tenemos principios basados en lo que pensamos, no en lo que quieren los de afuera que hagamos”

Autogestión

Pomis Jiwet parece una isla en cuanto a su lógica interna; el trabajo colectivo; la planificación a corto, mediano y largo plazo en base a proyectos ejecutados autónomamente y otros presentados a organismos estatales y oenegés en pos del desarrollo comunitario; y también en relación a su mirada ideológica: “Es fundamental que no solo se muestre la pobreza, así como la desidia del Estado y de las mismas comunidades, que hay que decirlo, también existe; necesitamos que se visibilicen nuestras ideas, nuestros movimientos para mejorar la realidad”, expresa Fidelina y señala hacia un costado: “Ahí tengo una caja llena de papeles, yo me rompo la cabeza haciendo notas, casi sin ninguna respuesta del Estado. Entonces, avanzamos por nuestra cuenta o a través de fundaciones”

"Cada uno de los proyectos se basa en sostener la cultura, como la pesca, la siembra, la apicultura, la piscicultura, que nos permite permanecer y sobrevivir en el tiempo dentro de la naturaleza, protegiendo el ambiente y a nuestras fuerzas espirituales”

El lugar de los tambores

En el centro de la comunidad hay una casita donde no habita solo una familia, sino todas juntas. Es una sala de música, financiada mediante un subsidio de 100 mil pesos del Fondo Nacional de las Artes con los que se compraron los materiales de construcción. De la primera recorrida por el territorio ancestral y tras una extensa charla, nació la invitación para el día siguiente a una ceremonia musical brindada por varios integrantes de Pomis Jiwet, que en la variedad lingüística Wikina Wos que habla la comunidad, significa “El lugar de los tambores”

¿Por qué ese nombre? “Se trató de recuperar una esencia que quisieron borrar. El lugar de los tambores existía donde hoy está ubicada otra comunidad (Misión La Gracia), pero cuando llegaron los misioneros le cambiaron de nombre queriendo enterrar el pasado, porque tocar el tambor estaba considerado un pecado. Por eso buscamos reconstruir ese pasado que intentaron eliminar”, detalla Fidelina.

En la sala musical cuelgan dos banderas, imbricadas, como si estuviesen abrazadas. Una es celeste y blanca, con un sol amarillo radiante en el medio. La otra es la chorote: blanca, negra y marrón. “Blanca por la esperanza; negra por lo oscuro de algunas situaciones; marrón por la tierra. El diseño refleja los pasos del camino de nuestros ancestros”, describen colectivamente

Delante de los símbolos de ambas naciones, tocan y cantan los hermanos Díaz, que conforman el grupo “Ampey” (Tanto tiempo sin vernos). Nos regalan un momento mágico, único, repleto de emociones y vibraciones.

El silencio no aturde. El silencio es canción en Pomis Jiwet, donde doce “casitas”, como las llaman, cobijan a las 60 personas que hoy viven del trabajo con la tierra, la pesca, las artesanías. Como antes, como ahora. La paz atraviesa todo el territorio, mientras las infancias (27 en total) juegan a las bolitas, a la mancha o a la bruja de los colores

Un territorio que decidió no esperar más las migajas de nadie. Que pide por la presencia del Estado “mediante la consulta previa hacia los habitantes de cada lugar”; pero ante su ausencia, avanza. Progresa.  Un territorio que no está en contra de los planes sociales “porque no hay otro apoyo real hacia las comunidades”, pero exige que “no sea el único acompañamiento”.

Un territorio que marca un camino. Que vive mejor. Que tiene ideas. Que crea. Que cree en sí mismo. Que va hacia adelante con la potencia de sus antepasados, sin freno, pero con pausas. A un ritmo que no es el de la vorágine de las grandes ciudades. A un ritmo propio. A su cantar. A su sentir. A su pescar.

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