La actual casa de la Cooperativa Lavaca fue sede del mítico mago que vivió en Argentina, pionero en fusionar la magia y el arte. Semblanza de su increíble historia y actual legado, para que en estos tiempos no se corte el arte de la sorpresa.
Texto: Lucas Pedulla
Son las diez de la mañana de un sábado de abril en Buenos Aires y en un teatro llamado MU Trinchera Boutique, casa de la cooperativa que edita esta revista, en Riobamba 143, hay treinta personas reunidas para pasar nueve horas hablando y pensando y compartiendo magia.
No es metáfora ni abstracción, es literal. De pronto, ¡pluf! Aparece un pizarrón: Magia, dícese del griego mageia, que alude a lo sobrenatural, y de magiké, que remite a otra palabra, tekhné, que significa artes. Ese arte de saberhacer (todo junto) lo sobrenatural se extiende hasta el antiguo Imperio Persa, y su ubicación en el sánscrito (que lo emparenta con la ilusión, lo irreal, el engaño, el fraude, la hechicería, el truco) también se encuentra en el Rig-veda, el texto más antiguo de la India, a mediados del segundo milenio antes de Cristo.
¡Pluf! Chau pizarrón.
Estamos en la sexta edición del Aparishentazo, un festival de magia y teatro, un mega encuentro en el que se comparte ese saberhacer, organizado por la compañía de teatro La Zancada y producido por los magos y artistas Nico Gentile y Luciano De Nicotti, que está sucediendo en Riobamba 143, nuestra casa. Abracadabra, el dato de la dirección no es casual: aquí mismo hace 50 años funcionó el Centro Mágico de Fu-Manchú, considerado el padre de la magia en Argentina, donde compartió su historia y sus saberes en los últimos años de su vida.
¡Pluf! De un sombrero surge un conejo con una pregunta:
¿Quién fue Fu-Manchú?
Alquimistas, cojos y realezas
“Lo más grande que le pasó a este país en la magia fue Fu-Manchú”, sintetiza Martín Pacheco, un amante de la magia que se convirtió en uno de los mayores coleccionistas e historiadores de la vida del mago. Un ejemplo: “A mi gata le puse Fu-Manchú”.
Pacheco está a cargo del Bazar de Magia, un lugar que es tienda y escuela y que emula de alguna forma al que tuvo su ídolo en Riobamba; el bazar se encuentra ubicado en pleno centro porteño (Hipólito Yrigoyen al 900), y es un pequeño y bello museo que exhibe trucos, kimonos, trajes, afiches, publicidades y líneas de tiempo, todo referido a Fu-Manchú. Lo sorprendente: la línea de tiempo abarca una dinastía de siete generaciones de magos. A su lado hay un auricular y al apretar un botón se puede oír su propia voz: “David (por Fu-Manchú) es el último eslabón de esa larga cadena que ha durado casi 300 años”, se escucha en un divertido spanglish.
Como Maradona o Riquelme, habla en tercera persona: David es él mismo. Fu nació en 1904 en la ciudad británica de Derby y se llamó David Bamberg, bajo un apellido que tiene peso en sí mismo: siete generaciones atrás, la línea de tiempo se remonta a Jasper Bamberg, nacido en 1698. “Jasper era alquimista y prestímano”, se le oye explicar a Fu en un segundo auricular, y ¡pluf!, aparece un diccionario: prestímano es la persona que realiza juegos y trucos de manos.
Su hijo, Eliaser Bamberg, es el segundo en la dinastía: nació en 1760 en Holanda y le decían “El diablo cojo” porque había perdido una pierna en una explosión. Desde el arte de lo sobrenatural encontró una fórmula: su pierna de madera, ahuecada, le servía para hacer aparecer y desaparecer objetos. Luego sigue David Leendert Bamberg, hijo único de Eliaser, mago oficial de la corte inglesa en 1834. Su hijo Tobías continuó con el legado de entretener con sus trucos a la realeza.
Tobías también tuvo un único hijo, David Tobías Bamberg, conocido como “Papá Bamberg”; se trata del abuelo de Fu-Manchú, mago real de la corte holandesa. “La magia anterior a Papá Bamberg es una magia de ferias –explica Pacheco–. Había artistas que daban vueltas, hacían trucos y después vendían jarabe para el dolor de panza, pero recién en 1840 es cuando la magia toma el carácter artístico teatral. A partir de ahí el camino es otro: se convirtieron en artistas”.
Uno de los hijos de Tobías fue Theo Bamberg, artísticamente conocido como “Okito”, el padre de Fu Man Chú. “Famoso por nigromante chino, inventor de más de 200 juegos”, lo describe su hijo en el audio. Okito fue el sucesor de Papá Bamberg actuó por primera vez a los 11 años frente a la princesa Guillermina de los Países Bajos, y sus espectáculos tuvieron una trascendencia que lo llevaron a realizar giras por diversos países.
Por eso David nace en Derby, cuando Okito estaba trabajando en un teatro en Inglaterra.
La dinastía llegaría a un lugar crucial: “Fu-Manchú fue la máxima expresión de la dinastía”, dice Pacheco, y lamenta: “Y se cortó con él”.
Magical Mystery Tour
El pequeño David se crio en la época de oro de la magia.
Okito se reunía en su casa con el propio Houdini, Thurston o el ilusionista Kellar, mientras su hijo se escondía debajo de la mesa y los escuchaba y admiraba. El mismo Houdini fue su ayudante en sus primeros trucos de magia en público: David tenía 5 años. Por el trabajo de Okito, la familia se asentó en Nueva York, pero a los 11 años David volvió a Inglaterra a la casa de un tío porque Okito se fue de gira. Su mamá, Lidia, hija de un empresario del espectáculo, también viajó. David se quedó solo. “Y no es que se iban un mes –dice Pacheco–, se iban tres años. Incluso, cuando David ya era Fu-Manchú, volvió a verlos apenas una o dos veces más en toda su vida”.
En Inglaterra se la pasaba mirando magia en el Egyptian Hall, un famoso teatro de Londres. Empezó a hacer sus propios trabajos y volvió a Estados Unidos donde estableció vínculo con algunos profesionales. Su carrera artística comenzó bajo el nombre de “Syko”, sugerido por Houdini. Uno de sus espectáculos principales eran las sombras chinescas, una tradición familiar. También un número llamado “Isis, el escarabajo adivino”, en el que adivinaba números o palabras. Le sugirieron cambiarse el nombre, porque Syko no decía mucho. David elige entonces el nombre de Fu-Manchú, el supervillano chino de las novelas de Sax Rohmer que le fascinaban. Por un tema de derechos, en una presentación en Estados Unidos tuvo que usar Fu-Chan. Sin embargo, el nombre original quedaría por siempre asociado a su obra.
David conoció al estadounidense El Gran Raymond, que lo llevó como compañero a una gira por Sudamérica. Así llegaron en 1928 a la Argentina de Hipólito Yrigoyen. Por diferencias y peleas (David no cobraba un peso), se independizó de Raymond.
Ahí, cuenta Pacheco, David se enamora de Buenos Aires. Trabajó en cabarets y pequeños clubes hasta que consiguió alguien que financiara su show: el viernes 1° de marzo de 1929 debutó como Fu-Manchú en el viejo Teatro San Martín. El evento estaba programado para las 21:15, y el largo afiche prometía “misterio”, “alegría”, “esplendor”, “emoción” e “intriga”. Se promocionaba como “Okito presenta a Fu-Manchú”, y hacía gala de que se mostraría “con finos bordados y accesorios genuinos chinos pertenecientes a la casta más elevada y cuyo valor se calcula en más de 50.000 dólares”. El show constó de dos secciones con 43 actos en total.
Se convirtió en un éxito. “Era un tipo con un enorme talento –describe Pacheco–. Era un show moderno, con mucha comicidad. No era común. El padre, por ejemplo, estaba acostumbrado a una magia muda. El mago no hablaba. Imaginate alguien que salga y hable: rompió una pared. Y marcó época”.
Para Pacheco, Fu-Manchú “fue el rey durante muchos años” y lo argumenta con números: “Hizo temporadas de más de 600 shows”. Detrás de los números, Fu tenía un criterio: quería un espectáculo con la majestuosidad de Thurston, la calidad de técnica de su padre y la conexión con el público que vio en Chan, un mago panameño que conoció en Buenos Aires. Decía Fu: “Los ojos son más veloces que las manos y, a su vez, el cerebro es aun más veloz que los ojos. Por eso hay que atacar al cerebro. La magia es, entonces, sorpresa. Sobre todo, sorpresa”.
Su compañía llegó a estar compuesta por 40 personas, entre utileros, técnicos, bailarinas y músicos. Un alemán le fabricaba sus famosas ilusiones. Viajaban en barcos o vehículos con más de 60 baúles. El despliegue también tenía que ver con que el evento era exclusivamente Fu-Manchú, ya no eran pequeñas piezas en el marco de un show con otros artistas: había guiones y partituras propias, y las presentaciones duraban más de una hora y media. “Sus elaborados y pesados telones de fondo debían ser reemplazados entre cuadro y cuadro por seis utileros trabajando detrás de escena”, escribe Pacheco en Exposición de la magia. 400 años de ilusión. Así recorrieron grandes teatros, pueblos pequeños, y viajaron a Europa (en España fue donde más se lo aclamó) y África. De regreso al continente, en México se convirtió también en un actor de películas: su popularidad lo llevó a actuar en seis films. Los primeras fueron un éxito por su figura, pero la crítica no trató muy bien los últimos.
Dai Vernon, un famoso ilusionista canadiense, vio a Fu en Estados Unidos y sentenció: “Fue el mejor espectáculo que vi en mi vida”. Más acá, el mago y actor Nico Gentile y el mago Merpin realizaron una serie de podcasts que llamaron “Vieron eso!?”, y en varios se preguntan por qué Fu-Manchú es el mejor mago de la historia. Gentile destaca la idea de pensar la magia como una puesta escénica: “Fue la combinación perfecta del estudio de la magia, profundo y consciente, vinculado a la puesta teatral, con bailarinas, cómicos, en un espectáculo que fusionaba la magia con el teatro, y mucha comedia”. Una de las famosas frases de Fu: “Hay un veinte por ciento de magia y un ochenta por ciento de actuación”.
Se retiró a mediados de los sesenta, y en 1968 se instaló en Riobamba 143, donde abrió el Centro Mágico Fu-Manchú y su Escuela de Magia. El local fue tienda de venta de trucos, juegos, chascos y cotillón, pero también un importante punto de encuentro de enseñanza y difusión de la magia. Tras su muerte, en 1974, el cuidado quedó a cargo de su compañera, Lola Fu-Manchú (Dolores Cámara). Pacheco afirma: “Se convirtió en el epicentro de la magia en Argentina”.
Ilusionismo y terapia
Fu-Manchú tuvo un hijo, Robert Bamberg, nacido en 1928. Se separó de él y de su esposa en la década del 30: ella era integrante de la compañía y descubrió a Fu con una bailarina. Lo abandonó y se fue con el pequeño Robert a Estados Unidos. “A su hijo lo vio una sola vez más en Brasil –dice Pacheco–. La nieta me contó que un día fue a buscar plata para llevarle a su madre. Fu le dice: ‘Mañana vamos a ir a pasear en barco, ¿venís?’. Pero le hizo pagar el pasaje: tuvo que sacarlo de la plata que le iba a llevar a la mamá”.
La nieta llamó un día a Pacheco para contarle esta otra parte de la historia: “Mi viejo pasó años de terapia resolviendo los problemas de abandono”, le dijo. Robert hizo carrera como profesor universitario en Estados Unidos. Pacheco: “A él un poco le pesa ser quien rompió la cadena de siete generaciones de magos. Lo invité a venir, le pagaba el pasaje. Pero no quiso”.
El Centro Mágico se convirtió así en su lugar de legado. También escribió una autobiografía, Illusion Show, en la que cuenta su historia y los secretos de la familia Bamberg. Pacheco: “Él le vende todos los derechos a un norteamericano. El libro era su hijo. Pero cuando llega, le habían cortado todo, publicaron otra cosa. Murió triste. Posmortem se publicó entero, sin la parte donde cuenta los trucos. Para muchos es la mejor autobiografía de un mago. Es la vida de un artista”.
Pacheco dice que consiguió los derechos para poder publicarlo en español: “Es injusto que seamos diez los que podamos acceder a la información. Es un libro que excede la magia. Recuperé el prólogo que le habían cercenado, y le agregué otras notas”.
Cuenta que lo quiere publicar el año que viene, a 50 años de la muerte de Fu-Manchú.
La rueda mágica
Son las once de la mañana de un domingo de abril en Buenos Aires y en un teatro llamado MU Trinchera Boutique, casa de la cooperativa que edita esta revista, en Riobamba 143, hay treinta personas reunidas para pasar diez horas hablando y pensando y compartiendo magia.
Sí, otra vez, pero domingo.
El festival del Aparishentazo duró dos días, con talleres, conferencias, galas y obras de teatro. Y fue un acontecimiento que este encuentro lo hayan realizado artistas y magos jóvenes en un lugar que guarda esta historia. “Para nosotros Fu-Manchú nos llega en detalle gracias a los maestros que estudiaron acá o de los más grandes que lo vieron y lo relataron”, dice Nico Gentile, mago y actor, uno de los productores del festival, integrante de La Zancada. “Él habla de magia y presentación, y eso nos incentiva a pensar la magia como una puesta escénica, no como algo aislado de otras artes. Ese linaje de Fu-Manchú se fue transmitiendo y nos influencia”. En su podcast, Gentile y Merpin estudian las herramientas escénicas de Fu-Manchú en sus espectáculos, y cómo el mago teorizó y hasta categorizó el valor que tenían sus trucos en la estructura de su espectáculo. Al verlos en acción no quedan dudas: se ve el espíritu de Fu-Manchú.
De pronto, ¡pluf! Gentile y Pacheco descubrieron en el cierre del festival una placa recordatoria del gran mago que fue colocada sobre la fachada de MU Trinchera Boutique, nuestra casa.
Fue para rendir homenaje a la figura artística de Fu-Manchú y poner en valor su legado asociado a este espacio de encuentro y enseñanza de saberes.
Todo eso que hoy sigue sucediendo, como por arte de magia, 50 años después.