feminismo bastardo
El nuevo libro de la activista y teórica feminista María Galindo, integrante del colectivo Mujeres Creando de Bolivia.


CON PRÓLOGO DE PAUL PRECIADO
Compartimos un fragmento de esta primera intervención donde Preciado repasa la increíble biografía de Galindo, las condiciones, formas y sitios en los cuales parió su nueva tesis: la violación a la india como génesis de la poscolonización, y no el mestizaje, para hablar del bastardismo como herencia, saber y desobediencia.
Oigan mi canción, mírenme perreando, así les vengo a cantar. Dicen que María Galindo nació en una familia boliviana, de esas que se creen políticas, en la ciudad de La Paz, en 1964, cuando el sol empezaba a tocar casi verticalmente el suelo. Cuentan que la niña Galindo dimitió de su familia como un joven llamado a ser soldado que alega objeción de conciencia y rechaza integrar la vida militar. Esta negación de la genealogía familiar – de la guerra que lleva los nombres de familia, de Estado y de Nación-, esta renuncia, al mismo tiempo al padre y a la patria, a la clase y a la pureza racial, será para ella constitutiva y anticipará todas sus otras formas de disidencia. Su anarquismo será un anti-patriarcalismo y su feminismo una crítica de la estructura colonial del Estado-nación. Al negar la genealogía familiar y nacional, Galindo renunció a su papel de Antígona – un papel en el que ella estaba abocada a ser la buena hija, rebelde y heroica, pero acababa muriendo- y se dio a la fuga llevando como única brújula el ojo de vidrio que su madre tuerta le había dejado de herencia al morir y con el que ella se hizo un anillo que ahora la acompaña siempre. De ahí surge su primera definición de feminismo: la práctica de mirar la historia de la violencia de la emancipación con el ojo prostético de la madre muerta. Fucking anti-Antígona chola y lesbiana.
Exiliada del neoliberalismo, que no migrante, la niña de los tres ojos huyó a Europa a mediados de los años 80 y encontró refugio, ni más ni menos, en el Estado Vaticano. Seguro que creen que exagero en beneficio de darle glamour a este pregón de telonero, pero les juro, por la barba de Juana de Arco, que todo lo dicho aquí está certificado por el servicio de aduanas. Galindo estudió teología y psicología en Roma para entender el libro de los inquisidores que la declararían al mismo tiempo blasfema y psicótica. Por eso María Galindo conoce de primera mano la ciencia de los que la juzgan, encierran y clasifican. Es así como aprendió a elaborar pócimas discursivas y ritos electrónicos contra las pócimas y ritos del capitalismo patriarco-colonial. María Galindo fue traductora en Italia, cuidadora de enfermos en Alemania, trabajadora sexual en Bélgica, hechicera en Madrid… por eso habla todas las lenguas (el aymara, el quechua, el español, el italiano, el alemán, el inglés, el francés…) con acento bastardo. De esos y otros miles de aprendizajes, María Galindo salió convertida, según sus propias palabras, en “cocinera, agitadora callejera, grafitera, radialista (no se sabe si por la radio o por la radioestesia), escritora, lesbiana pública, loca, agitadora, cineasta, chismosa, bocona, malcriada, bastarda, insolente, agresiva, anarca-feminista”. Fucking anti Antígona, puta, blasfema y encima sabionda.

Capítulos
Prólogo de Paul Preciado
De carne sin verbo a carne hecha verbo
LGTBI: lesbiana, gorda terca, intransigente y boliviana
Recibir una epifanía para enfrentar una agonía: respuesta a los textos pandémicos de Paul Preciado
El feminismo no es un proyecto de derechos para las mujeres, es un proyecto de transformación social
Diccionarios que engañan definen mujer pública como puta y hombre público como político
La nueva normalidad es la vieja sumisión
Capítulo 1
La práctica social muchas veces humillante, otras veces jocosa, de realizar una detallada clasificación étnico cultural de hombres y mujeres, especialmente de las mujeres, no es una particularidad de la sociedad boliviana, sino que se extiende como común denominador quizás a lo largo de todo este continente que carga con un nombre colonial.
¿Qué revela esa práctica entre insultante, declarativa, picante, semi etnográfica, que rompe todo maniqueísmo entre blanco y negro, entre india y no india, entre india y señorita?
No les relato los múltiples nombres que, bajo examen étnico, recibimos las mujeres en Bolivia porque no tendría sentido escribirles palabras incomprensibles para todo diccionario, nacidas de entre nuestras enaguas y nuestros dolores históricos. Pido que quien me esté leyendo piense en las que conoce en su contexto.
Se clasifica el modo de vestir, el comportamiento, el color de piel, el modo de reír, el modo de hablar, el modo de comer y cada detalle de cuerpo y la vida. La lógica de esta clasificación es evidentemente racista y misógina, pero no revela únicamente parámetros racistas de color de piel; revela también los profundos resentimientos en torno de la circulación del deseo erótico; delata y burla las tiranías estéticas; esconde o revela las servidumbres sexuales más antiguas. Quiere decir que estas clasificaciones, como popularmente se dice: te llegan al alma.
En estas clasificaciones están maceradas las pócimas que componen los complejos sociales racistas y coloniales que caracterizan nuestras sociedades y que aparecen en la figura de resentimientos contra el padre o la madre, pero que se descargan siempre contra la madre, salvando si o si al padre de toda “culposa” existencia.
En un extremo de esta clasificación está la “india” como la mujer no deseada, como mula de carga, como depositaria sumisa de la tradición cultural, como sexualmente violable, como la mujer que será clasificada de “virtuosa” en función de la cantidad de sacrificio que realice; y, en el otro extremo, está la mujer blanca como la bella, no apta para el trabajo, no apta para el pensamiento, deseada eróticamente y declarada ornamento o trofeo a conquistar.
No estoy hablando de cubículos separados nítidamente, sino de tensiones sociales que atraviesan todos los aspectos de la vida y todos los cuerpos sin excepción. Mientras los hombres transitan las clasificaciones étnico culturales montados sobre privilegios masculinos de ida y vuelta sin “sufrir” consecuencias y pueden, por ejemplo, ponerse un pantalón corto para jugar futbol, usar lentes de sol o no hacerlo, y luego ungirse con los trajes típicos, confeccionados por las mujeres, para presentarse como mandos de una comunidad “indígena”; las mujeres, en cambio, serán criticadas severamente y vigiladas por asumir cualquiera de esos comportamientos que les supondrán derecho a la pertenencia o expulsión. Estas vigilancias implican el impedimento del tránsito de un lugar a otro, de ida y vuelta: “Si te quedas, es bajo mis condiciones, sino las aceptas y te vas, nunca podrás regresar”.
No estamos hablando única y simplemente de una supremacía blanca que construye clasificaciones del “otro” bajo un código racista de jerarquías de belleza y valor; estamos hablando de una construcción más compleja donde se hace difícil sino imposible separar racismo de circulación y vigilancia del deseo erótico, donde se hace imposible separar racismo de colonialismo y donde se hace imposible comprender esas estructuras sin dilucidar la clasificación de los cuerpos y las sexualidades.
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Sobre maría galindo
María Galindo es activista y teórica feminista. Feminismo bastardo es el tercer título de su autoría que publica Lavaca Editora, luego de Ninguna mujer nace para puta y
A despatriarcar! Feminismo urgente.


