Descripción
Interrogantes y desafíos del nuevo escenario latinoamericano.
Raúl Zibechi.
Segunda edición lavaca editora, 2013.
Introducción del libro
La relación centro-periferia es una cárcel que se construyó con los barrotes del colonialismo y fue blindada por la férrea división del trabajo establecida por el sistema-mundo capitalista. Los carceleros son los países del Norte y las empresas multinacionales que durante cinco siglos se han enriquecido con la expropiación del trabajo y los bienes comunes del Sur. No se conoce otro camino para desarmar un sistema opresivo y explotador que a través de una serie ininterrumpida de conflictos que hagan saltar por los aires los cerrojos y cadenas que mantienen sujetadas a las personas y a los pueblos. Brasil es uno de los pocos países del mundo que está escapando de la periferia. Tiene muchas cosas a su favor para hacerlo: tamaño, riquezas, población y, sobre todo, la voluntad política que es imprescindible para convertir las capacidades en hechos. No alcanza con ser la sexta economía del planeta, seguramente la quinta en 2012, ni con figurar entre los primeros del mundo en recursos como hidroelectricidad, hidrocarburos, agua dulce, biodiversidad, agrocombustibles, uranio, mineral de hierro y otros bienes comunes. La abundancia, por sí sola, no garantiza la independencia ni la soberanía de ninguna nación. Los grandes procesos históricos, y el desmontaje de la relación centro-periferia es uno de ellos, están llamados a modificar el modo como funciona el sistema. Es muy probable que el capitalismo no pueda sobrevivir a la ruptura del vínculo estructural centro-periferia, ya que en estos 500 años ha sido el núcleo de la acumulación de capital y de poder por las clases dominantes del Norte, ese 1% de la humanidad que controla el planeta. Sin embargo, procesos profundos como la reconfiguración de las relaciones Norte-Sur involucran actores muy diversos con intereses contradictorios. Es muy probable que el ascenso de un puñado de naciones emergentes de su condición de periferias al de potencias globales, se realice sobre las espaldas de los sectores populares de esos países y de sus vecinos, que tienden a convertirse en periferias de las nuevas potencias. Si la relación centro-periferia se forjó con el hierro candente del colonialismo, no será posible que ninguno de los países emergentes pueda escapar de su condición periférica sin mediar conflictos interestatales más o menos violentos, aún cuando la superpotencia estadounidense no tenga condiciones para librar el tipo de guerras que la llevaron a ocupar un lugar hegemónico. Aún viviendo un período de aguda decadencia económica, Estados Unidos mantiene una importante supremacía militar que le garantiza como mínimo la capacidad de chantajear a sus competidores, como está haciendo de modo indirecto con China y más abiertamente con Rusia. Pienso que el ascenso de Brasil al rango de potencia es un proceso irreversible y conflictivo. Lo primero, porque las condiciones internas han venido madurando lentamente desde la década de 1930, cuando el régimen de Getúlio Vargas comenzó el proceso de industrialización, promovió la formación de una burguesía industrial y debilitó a la oligarquía agroexportadora. Siete décadas después, bajo el gobierno de Lula, ese proceso puede haber alcanzado una situación sin retorno. La ampliación y el reforzamiento de las elites dominantes, la adopción de una estrategia para convertir al país en potencia global, la sólida alianza entre la burguesía brasileña internacionalizada con el aparato estatal (que incluye a las fuerzas armadas y a los gestores estatales) y la madurez alcanzada por la acumulación de capital en Brasil, hacen que sus elites dirigentes estén en condiciones de aprovechar la decadencia relativa de Estados Unidos para ocupar espacios que profundicen su hegemonía en el país y en la región. Se trata, por tanto, de avanzar sobre espacios “vacíos” como la Amazonia, sobre los demás países sudamericanos y sobre África occidental, convertidas en regiones disponibles para el capital “brasileño”, su sistema bancario privado y estatal, sus fuerzas armadas y su burocracia civil. Será un proceso conflictivo porque América Latina siempre fue la región clave para la hegemonía mundial de los Estados Unidos. Dicho de otro modo: la superpotencia no podrá mantener su lugar en el mundo sin reforzar su dominio en la región, donde destacan por su importancia el Caribe, México y Centroamérica, pero también América del Sur. Es en esta región donde Washington sufre sus mayores desafíos en el continente, focalizados en la región andina que está llamada a convertirse en el nudo de la conflictividad social e interestatal. No podemos saber cómo se desarrollará este conflicto, pero la reactivación de la IV Flota por parte del Pentágono y el despliegue de nuevas bases militares en Colombia y Panamá, anticipan la agravación de las tensiones. Para las elites de los Estados Unidos es evidente que el único país capaz de hacer frente a sus pretensiones hegemónicas es Brasil. Para las elites brasileñas es cada vez más claro que su principal adversario es la potencia del Norte. Aunque este trabajo comparte la perspectiva analítica del sistema-mundo, intenta abordar la realidad latinoamericana desde los intereses de los movimientos sociales y antisistémicos. Está dedicado a comprender el ascenso de Brasil al rango de potencia global como un proceso plagado de riesgos y de oportunidades para los sectores populares que deben enfrentar una realidad cambiante en la que el cuadro de alianzas se está modificando rápidamente, así como la composición de las clases dominantes. Comprender este proceso implica conocer las nuevas relaciones de fuerzas, las alianzas que se están tejiendo por arriba, los sectores que se incorporan al bloque en el poder y aquellos que son marginalizados en el nuevo escenario político y social. La región está viviendo su tercera transición hegemónica que va a reconfigurar completamente los escenarios locales y sus relaciones con el mundo. La primera comenzó hacia la primera década del siglo XIX y se extendió hasta mediados de ese siglo, digamos entre la revolución haitiana de 1804 y 1850 aproximadamente. O quizá pueda fecharse el inicio antes, en 1780, con las revoluciones encabezadas por Túpac Amaru y Túpac Katari. A las hegemonías española y portuguesa le sucedió la británica. En esas abigarradas décadas nacieron los estados-nación, las repúblicas de colonos que llevaron a las elites locales al poder y hundieron a los sectores populares, en particular indios y negros, en una situación mucho más penosa aún de la que sufrieron bajo la Colonia. En esos años nacieron también los partidos conservadores y liberales que se turnaron en la administración de las nuevas repúblicas, se formaron nuevas burocracias estatales, civiles y militares, que se encargaron de mantener a raya a los de abajo, en particular a quienes vivían en las zonas rurales donde el poder de las haciendas se manifestaba de forma brutal. Las oligarquías terratenientes agroexportadoras gobernaron a sangre y fuego durante un largo siglo. Con la segunda transición hegemónica, que comenzó a comienzos del siglo XX y se extendió hasta el fin de la segunda guerra mundial, el nuevo poder estadounidense destronó al imperio británico. Las burguesías industriales desplazaron a las oligarquías a través de procesos drásticos, como el argentino o el boliviano, o bien dirigidos por los estados como en Brasil, o estableciendo acuerdos para salvaguardar los intereses del conjunto de las clases dominantes. Si durante la primera transición hegemónica los sectores populares participaron en la revuelta en montoneras y otras formas de acción colectiva irregular, en general al servicio de caudillos locales -criollos, mestizos, indígenas o negros-, en la segunda transición la irrupción de los obreros organizados en sindicatos le permitió a la clase trabajadora marcar su impronta en la configuración del nuevo poder. En el mismo período nacieron los partidos de izquierda y los diversos nacionalismos populares y revolucionarios. El desarrollo industrial por sustitución de importaciones, desigual según países y regiones, fue lubricado por pactos entre empresarios y sindicatos, a menudo bendecidos por gobiernos que edificaron las versiones locales, y menguadas, del Estado del Bienestar. El sufragio universal y los derechos de expresión, reunión, manifestación y elección, sustituyeron el autoritarismo dictatorial que caracterizó al período oligárquico. En ambas transiciones hegemónicas, las únicas referencias que conocemos en América Latina capaces de ofrecernos pistas sobre los caminos que habrá de tomar la tercera transición en curso, se registraron profundos cambios en las clases en el poder, en el sistema de alianzas y de gobierno, en el régimen político y en el sistema económico. El lugar que ocuparon los de abajo hasta la instalación del modelo neoliberal, allanado por las dictaduras militares de los 60 y 70, fue incomparablemente más consistente que en el período anterior. Observada en perspectiva histórica, vemos que la irrupción de los sectores populares fue particularmente intensa en el período de las independencias y en las décadas de 1920 y 1940, o sea durante las transiciones hegemónicas. A partir de estas consideraciones quisiera destacar cinco aspectos vinculados al período actual en el que la hegemonía de Estados Unidos tiende a ser desplazada por la de Brasil en América del Sur. 1) La actual transición hegemónica es una enorme oportunidad para modificar la relación de fuerzas a favor de los sectores populares. Las transiciones son períodos breves en los que el movimiento es la pauta dominante, donde la ebullición, las transformaciones y los reacomodos reconfiguran la realidad, de tal modo, que pasado cierto tiempo nada queda en su lugar1. En las dos transiciones anteriores se registraron dos tipos de movimientos durante el período de las independencias: los criollos, por un lado, y los indios y negros, por otro, con los mestizos oscilando entre ambos polos aunque inclinados en definitiva hacia las clases dominantes; y el de las burguesías industriales junto a las clases medias y las clases obreras en la primera mitad del siglo XX. En el primero, los de abajo fueron aplastados salvo en Haití, cuya revolución triunfante fue ninguneada y aislada. En el segundo, los trabajadores industriales aliados en ocasiones con los campesinos, consiguieron notables triunfos en varios países, aunque las victorias hayan sido luego apropiadas por otros sectores que desfiguraron los objetivos de las revueltas y revoluciones. En todas partes los de abajo lograron convertirse en clase con conciencia de sus objetivos y se organizaron para lograrlos. Pese a la feroz represión sufrida por las dictaduras, los explotados y oprimidos de América Latina han sido capaces de deslegitimar el modelo neoliberal y abrir grietas lo suficientemente profundas como para llevar a fuerzas que se proclaman opuestas al Consenso de Washington a ocupar la mayor parte de los gobiernos sudamericanos. Pese a los intentos de cooptar y desconcertar a los movimientos antisistémicos por parte de los gobiernos progresistas, el ciclo de luchas contra el modelo se mantiene abierto. Todo indica que en los próximos años, hasta que finalice el período de transición hegemónica, los movimientos de los de abajo seguirán siendo protagonistas destacados en la configuración de los nuevos poderes emergentes. Dos riesgos mayores amenazan a las clases populares. En el largo plazo, el desdibujamiento de un proyecto propio por apostar al desarrollismo que propugnan las burguesías y las elites gobernantes, que les conceden a los de abajo un lugar subordinado a cambio de menor represión y beneficios materiales exiguos y condicionados. En el corto, la tendencia al aislamiento social y político por la potencia de la expansión capitalista y la falta de claridad sobre cómo relacionarse con los elencos gubernamentales, en particular con los que se proclaman progresistas y revolucionarios. 2) El nacimiento de una potencia hegemónica intra-regional, por primera vez en la historia de América Latina, es un desafío inédito por el tipo de relaciones que las clases dominantes tienden a establecer con las elites de los demás países y con los pueblos de toda la región. Todas las potencias hegemónicas en estos cinco siglos han sido extra-continentales y no podían ocultar que tenían intereses diferentes a los de la región. Cuando se trata de la propia región, las cosas son más complejas. Encuentro tres razones para tal complejidad. Las similitudes culturales tienden a diluir la conciencia de la opresión. El colonialismo es, por definición, algo ajeno, extraño a la sociedad colonizada. La diferencia y la ajenidad facilitan una percepción rápida de la opresión. Por el contrario, la relativa cercanía cultural entre los equipos dirigentes, pero también entre los sectores populares de los países de la región, y la existencia de proyectos de integración (Mercosur, Unasur y Cealc), tienden a acotar la conflictividad y la conciencia del nacimiento de nuevos poderes y alianzas. Muchos movimientos sociales de la región y la casi totalidad de sus bases, aún tienen dificultades para visualizar a los dirigentes históricos del PT, como Lula, y a la cúpula de la CUT, como parte de los nuevos poderes opresivos y explotadores. En segundo lugar, para los pequeños países de Sudamérica se abre un panorama particularmente difícil, en el cual la propia sobrevivencia de esas naciones como estados relativamente autónomos estará en cuestión en las próximas décadas. Amplios territorios fronterizos de Paraguay, Bolivia y Uruguay están siendo colonizados desde hace varias décadas por empresarios y migrantes brasileños. Es cierto que los estrategas brasileños han diseñado un proyecto de integración que apuesta por no establecer vínculos de dominación con sus vecinos. Sin embargo, la lógica del capital no es la misma que la de los gobiernos, como espero mostrar en este trabajo y como surge de forma transparente del conflicto entre Ecuador y la empresa Odebrecht. En tercer lugar, todo indica que los sectores populares de la región contarán con menos aliados que en el período en el cual los enemigos eran imperios distantes. La nueva potencia establece una amplia red de alianzas con gobiernos y empresarios que atraviesa todo el espectro político de la región, desde la izquierda de Evo Morales hasta la derecha de Juan Manuel Santos. Es hora de comprender la nueva geopolítica global y regional en un período en el que las viejas relaciones de fuerza se resquebrajan. En algunos pequeños países, Brasil controla la economía, la banca, las empresas, parte del Estado a través de los impuestos que pagan sus empresas, y hasta algunos movimientos sociales a través de la financiación de foros sociales que nunca hablan del expansionismo brasileño. 3) Aún no sabemos si el Brasil Potencia se convertirá en un nuevo imperialismo. No existe un determinismo que lleve a los países emergentes a repetir la historia de las potencias coloniales europeas. Es posible, como señala Giovanni Arrighi para el caso de China, que se produzca un ascenso pacífico que abra espacios a los demás países para la construcción de una comunidad de civilizaciones respetuosa de las diferencias culturales2. Pero el caso de China es completamente diferente al de Brasil. En China hubo una revolución que realizó una amplia reforma agraria que consolidó la no separación entre los productores agrícolas y los medios de producción, que permite la existencia de lo que denomina como “acumulación sin desposesión”3. Nada similar sucede en otras partes del mundo, menos aún en América Latina, la región más desigual del planeta, ni en Brasil, el campeón mundial de la desigualdad. Encuentro tres tendencias que pueden impedir que Brasil se convierta en un nuevo centro rodeado de periferias. La más importante es que un mundo multipolar, que al parecer está naciendo, impone límites a cualquier hegemonía al existir una multiplicidad de centros de poder relativamente parejos. Esto supone un equilibrio muy inestable que las puede inducir a los grandes países a hacer concesiones, incluso a los pequeños países. La búsqueda de aliados y la necesidad de sustraerlos al rival, forman parte del juego de los equilibrios múltiples. Por otro lado, Estados Unidos seguirá siendo una gran potencia en cualquier escenario de futuro, lo que supone que Brasil deberá hacerle concesiones importantes. China será un contrapeso y una competencia con la que deberán lidiar. La segunda consiste en que los países de la región pueden acotar las ambiciones de la nueva potencia, como ya sucede en Ecuador, país que rompió su alianza con Brasil para volcarse hacia China. Varios otros países, como Venezuela, Argentina, Chile y Colombia, por razones diferentes, tienen la capacidad de ofrecer resistencias y forzar negociaciones. Por ahora domina una tendencia al consenso en las relaciones intra regionales, que la cancillería brasileña se ha empeñado en lubricar con modos que oscilan entre la firmeza y la moderación. Sin embargo, cuando se tocan intereses vitales de Brasil, como los energéticos, se ha llegado a amenazar con el uso de la fuerza como lo muestran las maniobras militares en la frontera con Paraguay. En tercer lugar, los movimientos tienen también capacidad de disuadir a la nueva potencia. El caso más claro sucedió en Bolivia en 2011, cuando una parte significativa de la población se movilizó contra la carretera que atraviesa el TIPNIS4, que encarna los intereses comerciales y geopolíticos de Brasil y perjudica a los pueblos indígenas, y forzó su suspensión temporal. Algo similar sucede en Perú, donde el acuerdo energético firmado por Alan García con Lula para construir varias hidroeléctricas ha sido seriamente cuestionado. 4) Se abre la necesidad de establecer alianzas entre los pueblos latinoamericanos organizados en movimientos y los sectores populares de Brasil que están siendo desplazados y perjudicados por la expansión brasileña. El rechazo a la represa de Belo Monte (Brasil) se asienta en las mismas razones por las que la población se opone a Inambari (Perú). Además de las represas que se construirán en los ríos amazónicos brasileños, la estatal Eletrobras tiene previstas la construcción de once represas en Argentina, Perú, Bolivia, Colombia y Uruguay que tendrán una potencia instalada de 26.000 MW, casi el doble que Itaipú que abastece el 17% del consumo energético de Brasil5. En 2011 las multinacionales brasileñas repatriaron a Brasil 21.200 millones de dólares6, cifra que equivale al PIB anual de Paraguay. Una parte sustancial fue retornada desde los países latinoamericanos, donde las multinacionales brasileñas tienen sus mayores inversiones. Ambos ejemplos muestran que tanto los pueblos brasileños como los latinoamericanos están siendo explotados por los mismos capitales, no sólo brasileños por cierto. Tienen, por tanto, intereses comunes que los pueden llevar a coordinar sus luchas. En este punto existen también dificultades nuevas. Las grandes centrales sindicales como CUT y Força Sindical son aliadas objetivas del capital brasileño y no jugarán a favor de los oprimidos de la región, como se desprende de la actitud que ya tienen ante las rebeliones de los obreros que construyen represas y de los indios que son afectados por ellas. En todo caso, el rumbo que tomen las luchas sociales y políticas en Brasil será decisivo para la región, aunque justamente se trata del país donde registran un declive más prolongado y pronunciado. 5) Los movimientos de la región estarán sometidos a múltiples presiones y deberán moverse en escenarios más complejos y contradictorios. Sus luchas están siendo acusadas de favorecer a los Estados Unidos y a las derechas porque debilitarían a los gobiernos. A su vez, los gobiernos se encargan de cooptar y debilitar a los movimientos a través de la criminalización de sus dirigentes y de políticas sociales extensas para amortiguar las consecuencias del actual modelo extractivo. Existe una clara contradicción entre el corto y el largo plazo, entre los gobiernos y los movimientos, sean del color que sean unos y otros, y entre el crecimiento económico ilimitado y el Buen Vivir. Los movimientos están siendo atravesados por cada una de estas contradicciones que a menudo los superan y ante las que no siempre tienen respuestas adecuadas. Es posible que un conjunto de acciones como la marcha en defensa del TIPNIS en 2011 en Bolivia, las marchas por el agua y contra la minería en Perú y Ecuador en 2012, la resistencia a la represa de Belo Monte, las asambleas ciudadanas en Argentina y el levantamiento del sur de Chile contra Hidroaysén, estén señalando el nacimiento de un nuevo ciclo de luchas que dará vida, también, a nuevos movimientos antisistémicos, quizá más radicalmente anticapitalistas en la medida que cuestionan el desarrollismo y se apoyan en el Buen Vivir como su principal referente ético y político. En los dos últimos siglos, el capitalismo se ha apropiado de las demandas y deseos de los de abajo para devolverles nuevas y más afinadas formas de opresión y, más recientemente, sofisticadas mercancías capaces de capturar las aspiraciones, e inspiraciones de la gente común. Con esa enorme dificultad deben lidiar los movimientos. La inercia propia sumada a la sabiduría de las clases dominantes, suelen convertir a esos movimientos en organizaciones que, por el solo hecho de serlo, liman sus aristas antisistémicas y comienzan a acomodarse en la nueva realidad más allá de la voluntad de sus cuadros más consecuentes. Por eso cada ciclo de protestas y movilizaciones nace contra las herencias dejadas por el ciclo anterior, convertidas en lastres ya que suelen trasmutarse en parte del sistema opresor. No hay nada de diabólico en ello aunque sí bastante de subversivo. Es la lógica de la vida. Lo que un día fueron nuevos brotes que germinan en frutos, con el tiempo deben ser podados para que la vida siga creciendo. El tiempo es cíclico, también para la emancipación y la lucha antisistémica. El mundo de las rebeldías y revoluciones fue infiltrado hasta tal punto por la cultura del progreso, que hemos llegado a creer que los partidos y organizaciones se guían por la imagen de un tiempo lineal imposible y depredador de la vida. Este libro está dedicado a lo nuevo que está naciendo en América Latina, a todos esos movimientos y acciones de rebeldía contra las nuevas formas de opresión como la minería, los monocultivos, las grandes represas … y los nuevos imperialismos. Comencé a recoger la información necesaria para este trabajo hace doce años, cuando la asamblea de los compañeros de Brecha renovó autoridades que me propusieron hacerme cargo de la sección internacional del semanario. Los siete años que dediqué a esa tarea fueron claves para percibir todo lo que ignoraba sobre Brasil y la necesidad de profundizar en su conocimiento. En ese tiempo me convencí de la importancia que tiene para los movimientos y los militantes comprender el ascenso de Brasil al rango de potencia como parte del conjunto de cambios que se están registrando en el sistema mundo. Con esa convicción escribí este libro. Agradezco al sociólogo uruguayo Gustavo Cabrera, de la Universidad de Londrina, por su apoyo bibliográfico durante varios años. Muchas personas han contribuido de diversas maneras y aún sin saberlo a hacer posible este trabajo a lo largo de más de una década. Les estoy profundamente agradecido. Agustín nació el mismo año que comencé a pergeñar este trabajo y ha sido un acompañante atento; Pola ha jugado un papel tan apacible como decisivo. Raúl Zibechi Montevideo, marzo de 2012