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Comunicación

‘Adolescencia’: el fracaso de la mirada adulta

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Una serie movilizadora en la que capítulo a capítulo se asiste al naufragio de las instituciones adultas para escuchar, para comprender, para cuidar. “Sólo pretenden controlar lo que se ha vuelto incomprensible para ellas”.

La pregunta, a partir de esa miniserie británica creada por Jack Thorne y Stephen Graham y dirigida por Philip Barantini: ¿Por qué los adultos son incapaces de entender? Y otro enigma crucial de la época: ¿De qué debemos desertar?

Sobre esa historia escribe nuestro amigo Amador Fernández-Savater, escritor, investigador, activista y editor español. Ha colaborado e intervenido en lavaca y en la revista MU en numerosas ocasiones y nos autoriza la reproducción de este artículo publicado originalmente en el sitio ctxt.es (Contexto y Acción), como una posibilidad de repensar, encarar y debatir lo que la sociedad adulta hace y deshace en estos tiempos.  

Por Amador Fernández-Savater

¿Por qué se llama ‘Adolescencia’ cuando retrata fundamentalmente a los adultos? Son ellos los que actúan, los que preguntan, los que hablan. La serie es un espejo del espejo. Los adultos miran a los jóvenes y nosotros les miramos a ellos. ¿Qué podemos ver? Fundamentalmente, la incapacidad para entender. El fracaso de la mirada adulta.

¿Por qué los adultos son incapaces de entender? Porque son incapaces de escuchar. ¿Por qué son incapaces de escuchar? Porque son incapaces de amar. ¿Por qué son incapaces de amar? Porque no tienen tiempo. ¿Y por qué no tienen tiempo? Porque se pasan el día trabajando.

Sin escuchar y entender no es posible cuidar. La serie nos deja desazón y desasosiego al acabar porque nos pone frente a nuestra radical impotencia ante el mal.

Las instituciones adultas

En el primer capítulo vemos desplegarse la maquinaria penal. ¿Qué se nos muestra? La brutalidad policial en la detención de Jamie, el adolescente acusado de homicidio, la humillación a que es sometido en comisaría (la escena del cacheo), la frialdad y la distancia en el trato, la protocolización burocrática obligatoria de todos los comportamientos.

La maquinaria penal no busca entender, sino apresar, acusar, hacer confesar. La verdad que importa aquí no es la verdad humana o subjetiva (“todo lo que diga podrá ser usado en su contra”), sino la verdad penal, la verdad de los hechos, la verdad objetiva. Esa verdad fría exige la frialdad en los procedimientos, el lenguaje del desprecio y la deshumanización.

La maquinaria penal no está diseñada para comprender, se nos dirá, sino para averiguar y juzgar la verdad de los hechos. Asumamos que sea así, aunque eso vacíe la palabra “reinserción”, pero ¿dónde se comprende entonces? ¿Qué institución trata de entender algo para transformar y conjurar el mal? ¿Será tal vez la Escuela?

En el segundo capítulo la policía se acerca al instituto de Jamie buscando pruebas. La serie nos muestra la Escuela como un espacio completamente desbordado: los profesores corren de un sitio para otro apagando fuegos, apercibiendo a los chicos, tratando de articular algo.  Demasiadas urgencias que resolver, demasiadas demandas que atender, demasiada velocidad, demasiada complejidad.

“Sin capacidad para ralentizar el tiempo y pensar, la Escuela se limita a gestionar y contener el caos”

Saturación, piloto automático, huida hacia adelante. Sin capacidad para ralentizar el tiempo y pensar, sin espacios comunes donde conversar y elaborar, la Escuela se limita a gestionar y contener el caos. Pero tampoco entiende nada. La adolescencia se ha vuelto completamente ilegible para ella. La directora jamás escuchó la palabra ‘incel’.

¿Y la familia? El último capítulo de la serie se adentra en el ámbito familiar de Jamie. El chico se volvió un extraño para sus padres y su hermana, encerrado en los círculos concéntricos del cuarto y la pantalla. Antes, los padres podían tal vez sentarse a ver la tele con sus hijos y conversar sobre lo que veían. Ahora es imposible. No sólo porque los chicos reciban a solas las imágenes, sino porque desconocen sus códigos de significado. Ni saben lo que ven, ni son capaces de entenderlo.

El desencuentro es radical. Capítulo a capítulo, asistimos al fracaso de las instituciones adultas para escuchar, para comprender, para cuidar. Ni saben, ni pueden, ni quieren. Sólo pretenden controlar lo que se ha vuelto incomprensible para ellas. Como no lo entienden, lo temen. Como lo temen, lo reprimen. Pero al hacerlo sólo agravan el caos.

El comentado plano-secuencia en el que se desenvuelve la serie, ¿no es el procedimiento idóneo para hacernos sentir el bucle ensimismado de la vida adulta? Sin cortes o interrupciones, sin aperturas o pasarelas hacia afuera, las estructuras adultas se han convertido en verdaderos callejones sin salida

‘Adolescencia’: el fracaso de la mirada adulta

Explicar sin escuchar

¿Qué es lo que las instituciones adultas rechazan escuchar? A las personas singulares y concretas, a cada uno y a cada cual. Son espacios sin sujeto. Los sujetos, en ellas, se vuelven objetos: de vigilancia y castigo, de cálculo y control, de extracción de datos y saber.

El tercer capítulo nos muestra un largo interrogatorio psicológico a Jamie. La psicóloga parece humana, en contraste con el frío burocrático y distante que reina en el centro carcelario de menores. Tal vez tiene buenas intenciones, ganas de empatizar y escuchar, pero identificada con su función y su trabajo, elaborar un informe psicológico exprés para la maquinaria penal, su conversación se convierte en interrogatorio inquisitorial.

Freud inventó la relación analítica como un espacio donde el sujeto podía escucharse a sí mismo, entender algo por sí mismo y cambiarse a sí mismo. La relación analítica, mediada por un afecto de confianza, es una forma de encuentro y conversación. La psicóloga traiciona todo eso. La psicología en general traiciona todo eso cuando se pone el servicio del poder (sanitario, social, educativo) y no del sujeto.

La psicóloga necesita construir un relato. Pregunta desde ahí, escucha desde ahí, conversa desde ahí. No acompaña a Jamie a entenderse a sí mismo, desde sus propias palabras, con el tiempo que necesite, sino que pretende encajarle en un molde. Jamie se resiste con evasivas y gestos airados a las preguntas trucadas, al paripé de la empatía, a la traducción forzada de todo lo que dice. Se resiste a ser explicado.

Los adultos se quedan perplejos en la serie cuando las adolescencias no colaboran con ellos, cuando se encolerizan, cuando se rebelan. Están tan seguros de sí mismos, tan seguros de lo que hacen, tan seguros de que representan el bien… Se dirigen a los chicos como si fuesen inferiores, como si fuesen ganado, como si fuesen monstruos, y se sorprenden cuando los monstruos les muerden.

Explicar sin escuchar es el modo adulto de pensar, repleto de estereotipos. Los estereotipos pre-suponen y pre-juzgan: no hay nada singular que percibir o atender, lo podemos saber todo de antemano, a priori. Así se cancela lo más humano: lo contradictorio, lo complejo, lo impuro, lo imprevisto”.

“Explicar sin escuchar es el modo adulto de pensar, repleto de estereotipos”

La serie intenta desafiar algunos de nuestros clichés. Jamie, el supuesto incel, no lleva gafotas ni tiene la cara llena de granos, sino que es un chico muy guapo. El padre no es el abusador de menores ni el maltratador de mujeres que estamos esperando. La familia no fracasa por exceso de crueldad, sino por razones bien distintas. La causalidad es siempre múltiple y, en el límite, un misterio singular a sondear cada vez.

No sólo somos el reflejo pasivo de varios condicionamientos (de raza, género o clase), sino también un sujeto singular, un modo particular de habitar las determinaciones, nuestras marcas de origen. Las categorías sociológicas o identitarias se convierten en pesados estereotipos cuando dejan de ser puntos de partida, términos de referencia, para convertirse en puntos de llegada, explicaciones masivas. Entender no es presuponer, estandarizar, sino escuchar el detalle, algo específico.

Escucha, amor y deserción

Escuchar es una palabra hermosa, pero un camino largo y difícil. Escuchamos, para empezar, sólo si no creemos saberlo ya todo. Si confiamos en que el otro tiene algo para decirnos, algo que no sabemos, algo que queremos o necesitamos saber. Pero los adultos saben, creen que lo saben todo, eso precisamente les constituye como adultos en esta sociedad.

Adam, el hijo del policía que lleva el caso de Jamie, se acerca a su padre. Quiere explicarle algunos códigos del lenguaje de internet que a todas luces el padre desconoce. “No soporto verte patinar así”. El padre se come el orgullo y le escucha.

Es tal vez la escena más importante de la serie, quizá la única donde se rompe el bucle ensimismado en que viven los adultos. Es el chico quien sabe, es el hijo quien tiene algo que enseñarle al padre, son los adolescentes quienes conocen el presente y pueden explicárselo a los adultos.

El policía tiene súbitamente una revelación: no tiene ni idea de quién es su hijo. Le podría pasar exactamente lo mismo que a Jamie, ¿por qué no? También a él le humillan en el colegio, lo ha visto con sus propios ojos. El policía se larga del trabajo y se va con el chico a tomar algo, a conversar, a estar. El amor entre padres e hijos no consiste más que en eso: estar, sin más, regalarse tiempo, acompañarse. Así se escucha, con afecto, en lo informal, sin protocolo.

¿De qué se da cuenta repentinamente el policía? Ni más ni menos que de esto: la inutilidad de la policía para frenar el mal. La maquinaria penal ha sido capaz a lo largo de su historia de castigar algunos malos comportamientos, pero nunca podrá detener el mal. El miedo, el único recurso que tiene a mano, no cambia nada de fondo, no previene, no transforma.

Si queremos escuchar, debemos desertar. Eso nos dice la serie. Desertar de todo lo que nos roba el tiempo del afecto, el tiempo de los vínculos, del compartir sin más objetivos. Desde luego la loca exigencia de productividad 24/7 que se nos ha metido dentro, pero también la posición de superioridad que define la condición adulta. Desertar significa sustraer y preservar toda la humanidad posible.

“Incluso a un paralítico hay que preguntarle: ¿cuál es tu tormento?”, dice Simone Weil. Esa pregunta define para ella un verdadero vínculo de atención. Cuidar, atender al otro, es preguntar, no presuponer. Abrirse a un diálogo y a una respuesta inesperada, no prejuzgar. Arriesgarse al encuentro, no ponerse todo el rato por encima del otro. Salir del bucle. 

La transmisión inter-generacional no es una carrera de relevos entre padres e hijos, sino un encuentro. En toda la serie nadie habla realmente con Jamie. Nadie se dirige a él como sujeto. Nadie le pregunta cuál es tu tormento. Nadie le presta verdadera atención. 

El gobierno de Reino Unido ha anunciado que difundirá la serie gratuitamente en los institutos de todo el país. Me parece una gran iniciativa. Hay que mostrar urgentemente la serie, pero no a los adolescentes, sino a los profesores, los padres, los directores. Ponerla en todos los claustros, en todos los consejos escolares. Conversar sobre el fracaso de la mirada adulta, empezar la deserción.

La verdadera catástrofe es que todo siga igual.  

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* Este texto fue escrito tras largas conversaciones sobre la serie con Lula Amir. Lo leyeron, comentaron y discutieron también Álvaro García-Ormaechea, Raquel Mezquita, Lucía Currás, Vanesa Jiménez y Patricia Ruiz. Estar, conversar, pensar. 

‘Adolescencia’: el fracaso de la mirada adulta

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Izquierda, derecha y comunicación: la mirada en el oído

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¿Cómo enfocar la “batalla cultural”? ¿Por qué la energía y la iniciativa han cambiado de bando? ¿Es un tema de dinero, poder y talento comunicativo de la derecha? ¿Cómo explicar la influencia de los discursos de odio, sobre todo entre los más jóvenes, la propagación de las fake news, el debilitamiento de los mensajes progresistas y los horizontes de esperanza? ¿Y si no se están pensando bien cuáles son las fuerzas en juego, asumiendo que todo es una cuestión de poder, de técnicas e ingeniería social? ¿Todo se juega en ver quién coloca mejor el mensaje? ¿Podría pensarse de otra manera la comunicación? 

El español Amador Fernández-Savater, autodefinido como “filósofo pirata”, se hace estas preguntas y explora otros modos y claves de pensar, actuar y vivir el presente. El idealismo frente a lo material. El mercado y los influencers frente a prácticas progresistas y populistas: “La debilidad de la batalla cultural hoy en día, tanto de la izquierda clásica (que quiere convencer) como de la izquierda populista (que quiere seducir), es hacer de la comunicación una práctica de mercado, que presupone un conjunto de consumidores aislados, sin percepción activa, sin conversación o lazos entre sí. Estaciones repetidoras de estereotipos, de memes, de contenidos virales” escribe Amador, y brinda sus ideas sobre cómo salir de lo que llama “pulsión suicida” y “pulsión idiota” del presente. La conversación, no encerrarnos en nosotros mismos, la diversidad de tejidos sociales, la batalla cultural en clave materialista y de experiencias capaces de crear otras formas de estar en el mundo y de crear relaciones. “La conversación como ida y vuelta de la palabra en igualdad, como ejercicio de atención y de escucha, no mediado por ningún algoritmo, guion o protocolo rígidos, sino sostenida por los propios participantes”.   

Amador es escritor, investigador, activista y editor. Ha colaborado e intervenido en lavaca y revista MU en numerosas ocasiones. Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net. Sus últimos libros son Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política (Ned ediciones), La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política y Capitalismo libidinal; antropología neoliberal, políticas del deseo, derechización del malestar.

En este caso reproducimos su artículo “¿Hacia una batalla cultural en clave materialista?”publicado en el sitio ctxt.es (Contexto y Acción), una posibilidad de repensar, encarar y debatir la construcción del presente.

Por Amador Fernández-Savater

El mensaje de la derecha prende porque resuena y sintoniza con los miedos y las esperanzas de una vida inmersa en el líquido amniótico del mercado

“Somos una derrota que gobierna”. Leo esta dura caracterización del presente en el último libro del filósofo Juan Manuel Aragües, Gramática de los dioses. A pesar de que hoy gobierna una coalición de izquierdas, donde se pueden encontrar las posiciones antagonistas en que se reconoce el autor, hoy es la derecha (más o menos extrema) quien lleva la iniciativa en el plano social, callejero y anímico, poniendo a la izquierda a la defensiva. El impulso de cambio radical en la sociedad que expresó el 15M (nota: el movimiento de protestas y asambleas en España surgido a partir del 15 de Mayo de 2011) se ha congelado y las políticas de izquierdas se limitan (en el mejor de los casos) a medidas de contención, incapaces de revertir las desigualdades estructurales

¿Por qué la energía y la iniciativa han cambiado de bando? Una respuesta que aparece entre los actores de izquierda implicados en lo que se conoce como batalla cultural es la siguiente: “La derecha tiene más dinero, más medios y más talento comunicativo”. Ese “más” explicaría la influencia de los discursos de odio, sobre todo entre los más jóvenes, la propagación de las fake news, el debilitamiento de los mensajes progresistas y los horizontes de esperanza.

Pero, ¿acaso hubo más dinero, más medios y mejores estrategias mediáticas durante la década anterior, cuando el deseo de cambio tuvo claramente la hegemonía social y cultural? ¿Y si no se están pensando bien cuáles son las fuerzas en juego, asumiendo que todo es una cuestión cuantitativa, de poder, de técnicas e ingeniería social? 

El desafío político, dice Juan Manuel Aragües, es también filosófico, tiene que ver con maneras de pensar. Hay modos de pensar que llevan en sí mismos la derrota. ¿Es la batalla cultural una disputa de mensajes contra mensajes, con los medios y las redes sociales como terreno único o privilegiado? ¿Todo se juega en ver quién coloca mejor el mensaje? ¿Podría pensarse de otra manera la comunicación? 

Idealismo y materialismo 

El libro de Juan Manuel Aragües reivindica la tradición materialista de pensamiento para las prácticas de emancipación. Una constelación de la que forman parte desde Epicuro hasta Gilles Deleuze, pasando por Spinoza y Marx, opuesta resueltamente al idealismo. ¿Qué dice el idealismo? Aragües lo resume así: es la creencia de que un “etéreo mundo de nombres” define la realidad, tiene la verdad de lo real. El fundador de la corriente idealista sería Platón, con su famosa teoría de un mundo de ideas que rige por encima de la imperfecta materia. 

¿Cuál es el problema del idealismo? Ese “etéreo mundo de nombres” simplifica (hasta el borrado) la complejidad y riqueza de lo real, que consiste en la emergencia continua de diferencias imposibles de captar (sin mutilación) en las ideas, los conceptos o esquemas a priori. El idealismo es una “lógica representativa” que pretende dar cuenta de la realidad, como si de un espejo se tratara, pero no consigue captar su dinamismo de cambio y movimiento. 

De la filosofía a la política. La batalla cultural, tal y como hoy se plantea, ¿no sería profundamente idealista? La verdad se sitúa en la teoría o los relatos, se trata de transmitir esa verdad a las masas/ audiencias a través de la persuasión (en el caso de la izquierda clásica) o de la seducción (en el caso del populismo). En los dos casos, se concede a lo ideal –la teoría o los relatos– el privilegio de definir el sentido de lo material. Los constructores de explicaciones y narrativas, los intelectuales o storytellers, tienen el poder y la agencia en esta concepción de la política. 

¿Cómo pensar en clave materialista? La verdad no se sitúa por encima de la materia, en un cielo abstracto de ideas o relatos, sino en la materia misma, en su perpetuo movimiento, en su producción continua de singularidades, en la trama de relaciones entre ellas en que consiste la vida. La materia se define de este modo como un “tejido de diferencias”. También la materia de la sociedad, la materia social. 

 Hay singularidad y hay diferencia, cada uno de nosotros es una perspectiva del mundo, un lector único e irrepetible de la realidad. La percepción es activa, los sentidos no sólo reproducen o reflejan lo que hay, sino que lo recrean. Pero, al mismo tiempo, esa diferencia y esa singularidad, la de cada uno de nosotros, es relacional, es decir, entra en contacto y diálogo con los otros, dejándose afectar y afectando, cambiando a través de los encuentros. 

Pero, ¿qué importa todo esto? ¿De qué sirven estas filosofadas? ¿No se trata finalmente de tener más dinero, más medios y más eficacia en términos de mensaje? La diferencia es decisiva. Si pensamos en clave idealista, el emisor (que tiene la verdad de la teoría o el relato) se dirige a un receptor aislado y pasivo. La comunicación se convierte en un bombardeo de informaciones hacia un conjunto de individuos atomizados, cada cual encerrado en sí mismo y sin relación con los otros. 

Es exactamente así cómo el mercado practica la comunicación. La debilidad de la batalla cultural hoy en día, tanto de la izquierda clásica (que quiere convencer) como de la izquierda populista (que quiere seducir), es hacer de la comunicación una práctica de mercado, que presupone un conjunto de consumidores aislados, sin percepción activa, sin conversación o lazos entre sí. Estaciones repetidoras de estereotipos, de memes, de contenidos virales. 

Cuando se plantea la batalla cultural, la disputa en el terreno de las ideas, sobre la base del mercado, pensando exactamente igual que el mercado, es el mercado quien gana. La principal debilidad no es que el adversario tenga más dinero, más medios y más expertos influencers, sino que se está copiando su modelo, imitando su eficacia, pensando en espejoen simetría con él. 

La cuestión de la práctica 

El idealismo, tal y como lo explica Juan Manuel Aragües, es la creencia de que primero va la conciencia, las ideas, el lenguaje y sólo después la vida. El “etéreo mundo de nombres” da sentido, orientación y dirección a la vida. El materialismo afirma algo muy distinto: la práctica, la experiencia, tiene un efecto determinante sobre la conciencia. Las prácticas y las experiencias de vida pueden generar nuevas miradas, nuevas ideas, nuevas maneras de pensar. 

¿Por qué la derecha lleva la iniciativa en la disputa de las ideas? Podríamos pensar: no sólo porque tenga más dinero, más medios y más talento comunicativo, sino porque las prácticas y las experiencias de vida están de su lado. ¿A cuáles me refiero? A las más diarias y cotidianas: desde el supermercado a la tarjeta de crédito, pasando por el entretenimiento y el turismo, la vida hoy está enteramente organizada por el mercado

Es decir, el mensaje de la derecha prende porque resuena y sintoniza con los miedos y las esperanzas de una vida inmersa en el líquido amniótico del mercado. La izquierda se ríe altanera de los disparates de Trump o de Ayuso, pero ellos conectan con deseos, formas de vida y lenguajes comunes. La derecha hoy es materialista, tiene las prácticas de vida mayoritarias de su lado. Es un materialismo cínico, un materialismo de lo dado, de lo que hay, de lo establecido, pero arraigado en lo real.

La batalla cultural no es sólo cuestión de ideas, de teorías, de relatos seductores, de significantes, de mensajes a colocar, sino que tiene que ver con prácticas, con experiencias, con sacudidas de la vida capaces, según explica la tradición materialista, de generar nuevas visiones del mundo. ¿No fue esa por ejemplo la fuerza del 15M? Sin dinero, sin medios, sin argumentario ninguno, pero apoyado en una práctica de vida diferente, que contagiaba afectos y valores diferentes, fue capaz de cambiar la mirada de un país. 

Razones y pasiones 

Por último, el idealismo, según lo caracteriza Juan Manuel Aragües, desconoce el carácter pasional y deseante de la materia humana. Un miedo al cuerpo, un desconocimiento de los saberes del cuerpo, lo acompañan desde siempre, al menos desde el momento en que Platón decidió expulsar a los poetas de su ciudad ideal. 

La batalla cultural idealista piensa la eficacia de una verdad discursiva depurada de pasiones. En el caso de la izquierda clásica, es la confianza en la pedagogía, la ideología, los argumentarios. La izquierda clásica piensa la batalla cultural como una gran pizarra donde los expertos (que saben) enseñan a las audiencias (que no saben) aquello que debieran saber. En el caso de la izquierda populista, las emociones se tienen en cuenta, es un cierto avance con respecto a la izquierda clásica, pero se piensan como meras identificaciones. La emoción es aquello que hay que captar o suscitar para “colocar” mejor el mensaje. 

En ambos casos se desconoce la capacidad motora de los afectos, su gran fuerza de desplazamiento, la potencia que tienen para movernos y conmovernos. Los afectos no son ni una interferencia en el pensamiento correcto, ni tampoco la emoción pasiva que se adhiere o no a los significantes propuestos, sino una intensidad vital que puede producir nuevas miradas, nuevas visiones y nuevos sentidos para la vida. 

La acción política pensada en clave materialista no sólo es asunto de ideas puras, ni de ideas envueltas en ropajes sexys y atractivos, sino de ideas afectantes. Ideas capaces de afectar los cuerpos –tocarlos, moverlos, conmoverlos– porque ellas mismas nacen desde los cuerpos, en ciertas temperaturas vitales muy distintas al frío glacial del cálculo (político, estadístico, de marketing). La tradición materialista ha llamado a estas ideas “nociones comunes”, imágenes compartidas de mundo que brotan del encuentro de los cuerpos, de las prácticas de vida comunes. 

La batalla del pensamiento

Singularidad y relacionalidad, percepción activa y creadora, tejido de diferencias, prácticas de vida, carácter pasional y deseante de lo humano… Desde estas claves, ¿podría pensarse una batalla cultural diferente? ¿Cómo sería?     

La imagino en primer lugar como la apertura de espacios de conversación. Sin división tajante entre emisores y receptores, creadores de contenidos y consumidores pasivos o repetitivos. La conversación como ida y vuelta de la palabra en igualdad, como ejercicio de atención y de escucha, no mediado por ningún algoritmo, guion o protocolo rígidos, sino sostenida por los propios participantes. 

Espacios de conversación, de palabra recíproca, ni monólogo ni guerra entre posiciones cerradas, sino una trama a la vez común y diversa, singular y colectiva. Una conversación que se alimente de las prácticas de vida (o sea incluso capaz de suscitarlas), que resuene con nuestras experiencias más cotidianas y pueda afectar por ello a nuestra mirada sobre el mundo. Espacios de encuentro, de pensamiento, de deliberación, de participación auténtica.

Allí donde somos convocados a pensar desde lo que nos importa y nos toca, desde lo que vivimos y nos implica vitalmente, se despliega siempre una inteligencia. Somos materia que piensa. La confianza en la igualdad de las inteligencias, en la inteligencia de cualquiera, es un presupuesto materialista. ¿Es posible dirigirse al otro, hablar con el otro, no para convencerle o seducirle, sino para pensar juntos? 

La batalla cultural en clave materialista es una batalla del pensamiento. Juan Manuel Aragües la piensa como construcción de un conatus. El conatus es un concepto del filósofo Spinoza que designa el esfuerzo que hace cada cosa y cada criatura por perseverar en su ser. Pero ese conatus, que Spinoza considera como una fuerza primordial, un punto de partida, Aragües lo piensa más bien como un desafío, una construcción, un punto de llegada. 

Lo dado no es el conatus, como muestra el mundo actual, sino la pulsión suicida. La pulsión suicida del capitalismo en forma de guerra, de agresión a la naturaleza, de ceguera voluntaria con respecto a todas las señales de alarma. La pulsión suicida de cada uno de nosotros como individuos aislados, sin relación, atomizados. Idiotas, en el sentido griego de la palabra, autorreferentes, encerrados en nosotros mismos, incapaces de encuentro con los otros. La pulsión de muerte freudiana viene redefinida en clave materialista como pulsión idiota. 

Construir un conatus para sobrevivir, para plantearnos un horizonte de supervivencia humana en un planeta vivo. Hay que escapar para ello de la idiotez, de la superioridad moral, del identitarismo, de todo lo que nos haga incapaces de encuentro y composición con los otros. Construir el conatus es construir lo común, una salida y un éxodo de la pulsión suicida del capitalismo neoliberal, hoy ya brutalismo

Contra la pulsión suicida, contra la pulsión idiota, contra la vida-mercado y su falsa comunidad de individuos atomizados, la batalla cultural en clave materialista, la construcción de un cuerpo colectivo, un espacio de conversación, un tejido de diferencias. 

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Quién es Alejandro Chafuen: la araña

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Líder de un think thank internacional que se encarga de recaudar dinero y hacer lobby para llevar adelante las recetas liberales: quitar impuestos a los ricos, achicar el Estado, privatizar empresas públicas, liberalizar el comercio y limitar el poder de los sindicatos. Argentino, se formó en Estados Unidos, es admirador de Hayek (al igual que Milei), ultra católico y revindica la dictadura. Cómo operan los grupos que pretenden incidir en las políticas públicas para hacer negocios. 

Texto: Claudia Acuña.

Quién es Alejandro Chafuen: la araña

Alto, flaco, la frente infinita por la profunda pelada, habla con dejo anglosajón, aunque nunca abandonó las elles pronunciadas como porteño. Su tono es de profesor y lo que enseña es el dogma que ha concebido y que predica desde hace años: el cruce entre el catolicismo extremista y el liberalismo terrorista. Alejandro Antonio Chafuen es, fundamentalmente, un apóstol de la ultraderecha. Una misión que –cuenta en sus charlas académicas– descubrió cuando conoció al austríaco Friedrich August von Hayek, ganador del Nobel en Economía en 1974. Los unía, además, la defensa de las dictaduras. Chafuen de Videla; Hayek, de cualquiera, tal como explicitó en una entrevista al diario El Mercurio y en el Chile de Pinochet: “Personalmente prefiero una dictadura liberal a un gobierno democrático carente de liberalismo”.

Chafuen, hay que decirlo, es argentino.

En sus charlas magistrales, ofrecidas en ámbitos académicos privados a donde asiste la elite latinoamericana, Chafuen ilustra sus charlas con fotos sociales de Hayek, a quien elogia por su elegancia, y lo introduce como el padre del que es hija su vocación:

“Una vez Antonny Fisher –el empresario inglés creador de la Red Atlas– le comentó a Hayek que no tenía más remedio que ir a la política porque si no iba a triunfar siempre su enemigo, el socialismo. Hayek le respondió: “Mirá: con el clima intelectual que existe hoy en día, primero tenés que cambiar las opiniones de las gentes, sino nunca vas a ganar. ¿Por qué no creás un instituto que forme opinión?”. 

Eso hace Chafuen.

Criado en el norte rico bonaerense –San isidro– en una familia que define con una sola palabra: antiperonista; pero que se caracterizó también por monopolizar los premios en los clubes de regatas y los asientos privilegiados en el poder, de joven soñó ser tenista, vocación que lamentablemente abandonó para anidar en el Grove City College, una universidad de Humanidades conservadora y cristiana, en Pensilvania. Allí llegó a ser el presidente del club estudiantil libertario. Cuando regresó a Buenos Aires reinaba el terror de la dictadura; de esa época data su amistad con Patricia Bullrich

Chafuen dirá al periodista Lee Fang –que lo entrevistó en Buenos Aires en 2016– que recuerda aquellos años “bajo una luz bastante positiva”. Así lo hizo explícito también cuando escribió, en 1979, un artículo para la agencia Efe titulado “Guerra sin Fin”. Allí comparaba a las fuerzas de la guerrilla con el clan Manson y justificaba: “Se precisaba que las fuerzas de la libertad individual y la propiedad privada” respondieran sus ataques.

Eso hace también Chafuen: escribe columnas de opinión en los medios.

El ascenso social

Lo que sigue en su carrera hacia el ojo del huracán neofascista lo resume el periodista Lee Fang: “En 1980, cuando tenía 26 años, Chafuen fue invitado a convertirse en el miembro más joven de la Sociedad Mont Pelerin. Viajó a Stanford, lo que le brindó la oportunidad de contactar directamente a Hayek, entre otros profetas neoliberales. En cinco años, Chafuen se casó con una estadounidense y pasó a residir en Oakland”. Allí comenzó a vincularse con miembros de la elite conservadora estadounidense para encontrar lo que necesitaba: dinero y contactos. 

Eso es la Red Atlas.

Su primera misión fue organizar una cumbre en Jamaica destinada a la formación de cuadros, o en lenguaje libertario, desarrollar think tanks de Atlas en América Latina.

Definición de la Inteligencia Artificial de “think tanks”: “El objetivo de un Think Tank es producir y transmitir información y conocimiento con el fin de incidir en el proceso de las políticas públicas”.

Según la tesis “El caso Fundación Libertad en Argentina”, realizada por Antonella Marty –rosarina, politóloga, autora de best sellers libertarios tales como Capitalismo: un antídoto contra la pobreza y ahora directora de la Red Atlas– en Argentina en 2013 se habían logrado instalar 137 think tanks.

En 1991, tres años después de la muerte de Fisher, Chafuen tomó el timón de Atlas. “Rápidamente comenzó a sumar patrocinadores empresariales para impulsar objetivos orientados a las grandes compañías a través de la red. Philip Morris contribuyó regularmente con Atlas, incluyendo una donación en 1994, que salió a la luz años más tarde durante un juicio. Los registros muestran que el gigante del tabaco vio a Atlas como un aliado para trabajar en pleitos internacionales. En Chile, sin embargo, un grupo de periodistas descubrió que los think tanks respaldados por Atlas discretamente habían hecho lobby contra la regulación del tabaco sin revelar su financiamiento por parte de compañías tabacaleras”, detalla Fang. 

Chafuen explicó en una conferencia que sus patrocinadores “no pueden aparecer como quienes pagan por las encuestas de opinión pública, porque les quitarían credibilidad. Pfizer Inc. no patrocinaría encuestas sobre temas de salud ni Exxon pagaría por encuestas sobre temas ambientales”. En cambio, think tanks libertarios, como los de la Red Atlas, no sólo podían presentar las mismas encuestas con mayor credibilidad sino hacerlo de manera que obtuvieran cobertura en los medios locales. “A los periodistas los atrae lo novedoso y fácil de transmitir. A la prensa no le interesa mucho citar a los filósofos libertarios, pero si un grupo de expertos elabora una encuesta, prestan atención. Y los donantes también lo ven”.

Eso hace también Chafuen: disfrazar intereses corporativos de información.

Dios en efectivo 

Su único libro se titula Raíces Cristianas de la Economía de Libre Mercado, una polémica y pomposa lectura de textos canónicos y teorías económicas –de Marx a Santo Tomé de Aquino– que merece sintetizarse por sus seis últimas líneas: 

“La propiedad privada es un prerrequisito esencial para el respeto de las libertades económicas. La misma seguirá siendo amenazada desde varios frentes y su defensa dependerá de una nueva generación de escolásticos, hombres de buena formación en el campo de la filosofía moral y de las ciencias sociales”. 

Definición de la Inteligencia Artificial de escolástica: “Corriente filosófica y teológica medieval que se centró en integrar la razón con la fe religiosa, pero colocando una mayor preponderancia en esta última”.

Chafuen –podría inferirse– practica su fe con mayor preponderancia en algo concreto: el dinero. “Las proezas recaudatorias de Chafuen se extendieron al creciente número de fundaciones conservadoras adineradas que comenzaban a florecer en Estados Unidos”. Fue miembro fundador de Donors Trust, un fondo hermético y orientado por donantes que ha repartido más de 400 millones de dólares entre organizaciones libertarias. También es administrador de la Fundación Chase, de Virginia, que fue fundada por un miembro de la Sociedad Mont Pelerin y que envía dinero en efectivo a los think tanks de Atlas.

Sus proezas, por supuesto, regaron también la red libertaria argentina. “Durante una conferencia conjunta con Chafuen, Gerardo Bongiovanni, presidente de la Fundación Libertad, un think tank de Atlas en Rosario, señaló que entre 1985 y 1987 el Centro para la Empresa Privada Internacional (asociado a la NED) distribuyó un millón de dólares como capital inicial para crear varios think tanks. Sin embargo, quienes recibieron estas subvenciones fracasaron rápidamente por falta de formación de gestión, alertó Bongiovanni”.

El liderazgo de Chafuen en Atlas terminó en 2019, cuando fue reemplazado por la rosarina Antonella Marty, actual directora de relaciones públicas, quien para explicar la desvinculación declaró: “Chafuen salió de la organización. Tenía ideas bastante relacionadas con la extrema derecha. No es conservadurismo, sino nacionalismo católico”. 

Para Chafuen, en cambio, su salida la produjo el ingreso a Atlas de un grupo “que cambia la línea. Antes era más leer la Biblia y la ciencia cristiana, ahora se hace más secular haciendo campo común con los valores más de izquierda”.

Fundó entonces su propio púlpito, Acton Institute, y desde allí recauda y predica como siempre.

Chafuen estuvo, por supuesto, en el acto de asunción del presidente Javier Milei, fotografiándose en los palcos del Congreso, sin sonreír, como siempre, pero ufanándose del éxito de su método. Al igual que Donald Trump, de quien fue ferviente impulsor, considera que este tipo de personajes tienen sus aristas polémicas. Sobre Milei fueron explícitas. 

“¿Cómo se construye un equipo de gobierno cuando se presenta como un outsider? Sin suficiente apoyo en el Congreso, Milei eligió un equipo económico que se ajustaba a su propia definición de casta”, escribió en una reciente columna. 

Su fe en el actual gobierno está depositada, en cambio, en la ministra de Relaciones Exteriores, Diana Mondino, y en la fallida ministra de Educación, Eleonora Urrutia, a quien presenta de una manera interesante: “está ayudando a elegir a los secretarios del Ministerio de Capital Humano”.

Argentino, al fin, Chafuen explica su método con una alegoría futbolera: “Es como un cuadro de fútbol. La defensa son los académicos. Los delanteros son los políticos. Ya hicimos varios goles (se refiere al derrocamiento de Dilma Roussef del que participó activamente; el triunfo de Guillermo Lasso en Ecuador, entre otros). El mediocampo son los muchachos de la cultura, que forman la opinión pública”. 

Así describen cómo actúan en el campo de juego: “En el Foro de la Libertad en Latinoamericana de Buenos Aires, (realizado en la  primavera de 2017 en The Brick Hotel) los jóvenes líderes zumbaban por todas partes mientras compartían ideas sobre cómo derrotar al socialismo en cada frente, desde debates en los campus universitarios hasta movilizar un país entero en favor del impeachment (juicio político y destitución presidencial). Emprendedores de think tanks peruanos, dominicanos y hondureños competían en un formato basado en el reality show Shark Tank, en el que los encargados de start-ups deben convencer a un panel de inversores despiadados. En lugar de buscar inversiones, estos líderes presentaban ideas de marketing político, en un concurso que premiaba al ganador con 5.000 dólares. En otra sesión, se debatían estrategias para conseguir que la industria apoye reformas económicas. En una tercera habitación, operadores políticos debatían sobre qué argumentos podrían emplear los ‘amantes de la libertad’ para responder al crecimiento mundial del populismo, y para ‘redirigir el sentimiento de injusticia de muchos’ hacia los fines de libre mercado”.

Para quienes investigan este fenómeno desde hace años, la síntesis del proceso invisible que emergió en estas elecciones se explica en el trabajo sostenido, financiado y diseñado para lograr un objetivo concreto: “Las propuestas –quitar impuestos a los ricos, achicar el Estado, privatizar empresas públicas, liberalizar el comercio y limitar el poder de los sindicatos–  siempre se enfrentaron con un problema de percepción. Sus defensores se dieron cuenta de que los votantes tienden a verlas como un vehículo para favorecer a la clase alta. Por eso, reetiquetar el liberalismo económico como una ideología del bien común requirió complejas estrategias de persuasión pública”.

Eso también es Chafuen: la Inteligencia Artificial lo definiría “influencer”, pero quizá sea más preciso visualizarlo como una paciente araña que teje las redes sociales de las corporaciones con la política: las fuerzas del cielo.

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Quién es Alejandro Chafuen: la araña

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