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Adhemar Bianchi: telón de fondo
Emblema del teatro comunitario, este uruguayo radicado en La Boca analiza el presente artístico y social, desde una mirada personal y a la vez colectiva, y plantea una receta. Las obras del Grupo de Teatro Catalinas Sur que dirige son un éxito de taquilla desde hace décadas, con el barrio actuando: lo que funciona, lo que hay que repensar, y dónde está la potencia. Por Luis Zarranz.

“La pelea es volver al concepto de nosotros”, dice como al pasar Adhemar Bianchi, actor, director y creador del Grupo de Teatro Catalinas Sur, el primer grupo de teatro comunitario del país, surgido más de cuatro décadas atrás.
Lo dice rápido, como quien no puede contener la urgencia en la boca, y luego agrega: “Es decir, ser felices, porque como se viene sosteniendo ‘nadie se salva solo’”.
La vida de Adhemar es como la personificación de ese concepto: no solo impulsó el primer grupo de teatro comunitario del país, sino que fomentó el surgimiento de otros tantos, recorriendo distintas localidades para propiciar el arte por y para vecinxs. Además, impulsó la Red Nacional de Teatro Comunitario y, como si nada fuera imposible, cruzó las fronteras para parir un tejido de cultura comunitaria en Latinoamérica.
Señoras y señores, de pie.
Se abre el telón.
Sale a escena Adhemar Bianchi, prócer de la cultura comunitaria.
Contra todo prejuicio ramplón que reduce el arte comunitario como algo menor, desde hace décadas sus obras son también un éxito de taquilla que se mantienen vigentes. Con ellas crió generaciones de actores y espectadores que encontraron una forma distinta de hacer teatro, en la que los protagonistas son lxs vecinxs de un barrio.
Conversar con él es pensar la época, como si alguien encendiera la luz en una sala oscura.
“Son momentos muy difíciles donde muchas cosas están en peligro: la cultura, la paz, ciertos consensos democráticos”, dice Bianchi. Ni hace falta explicitar que se refiere al clima del presente que pretende cristalizar el gobierno de Javier Milei con su crueldad de Estado.
Dice Adhemar: “Hay una cuestión de fondo que es cómo esta sociedad está aceptando esto. Para una generación como la nuestra es bastante difícil de comprender. En ese punto yo estoy un poco desconcertado, que no es lo mismo que decir desesperanzado. La conclusión es que hay que seguir. El arte es el desafío de cambiar las cosas”. Sigue: “Creo que es un momento para que repensemos todo. ¿Cómo? De a poquito, con la gente, desde abajo”.
Adhemar suele andar de los dos lados del charco. Nació y vivió en Uruguay hasta que la dictadura de ese país lo puso en la mira. Se abrían otros telones para él, incluyendo en un lugar principal el de Argentina.
Parir un mundo
En Uruguay Bianchi transitó por el teatro independiente de la década del 60. Luego, en 1973, en plena dictadura uruguaya, emigró a Argentina, al barrio de La Boca, más precisamente a Catalinas Sur, unos monoblocks que había edificado la extinta Comisión de Vivienda. Acá se encontró –en tiempo, espacio, sueños, proyectos– con Ricardo Talento –actor, director, dramaturgo y docente, que junto a Adhemar integró la dupla que impulsó el teatro comunitario, y fundador del Circuito Cultural Barracas, grupo vecino y hermano de Catalinas–. Ambos se potenciaron para que todos esos sueños, en clave teatral, pudieran empezar a ser realidad.
En Catalinas, la Comisión de Padres de la escuela Della Penna, a la que iban sus hijas, le propuso dar clases de teatro. Pero él redobló la apuesta: “Clases, no. Hagamos teatro”, dijo. “Pero en la plaza”, agregó. Era 1983 y aquí todavía estaba en el poder la dictadura genocida.
La propuesta era disparatada, pero sus interlocutores lo eran aun más: aceptaron sin dudar. Se apropiaron del espacio público. Gobernaba la dictadura (sí, es necesario repetirlo), y aun así comenzaron a jugar, a ensayar, a entrenar. Eligieron un texto del Siglo de Oro español que hablaba de la censura impuesta por el rey: se prohibía trabajar con mujeres, hablar de religión y hasta bailar.
Los ensayos se transformaron en un fenómeno barrial. Los vecinos, mate en mano, se acercaban curiosos.
Ese fue el origen de lo que hoy conocemos como el Grupo Catalinas Sur. El estreno se realizó en la misma plaza del barrio, con vecinos haciendo de censores que irrumpían entre el público lanzando frases. La respuesta fue inmediata: el público identificaba a esos personajes con los censores de la dictadura. Les arrojaban papeles, les gritaban. Era un juego, sí, pero cargado de sentido.
La función se volvió una verdadera fiesta popular. Asistieron 800 personas. No pasó mucho tiempo hasta que un helicóptero sobrevoló la plaza y llegaron cuatro patrulleros. Entonces ocurrió un diálogo que bien podría haber formado parte del guion:
—Policía: ¿Esto qué es?
—Vecinos: Es una fiesta del barrio, un espectáculo.
—Policía: ¿Tienen permiso?
—Vecinos (actuando, es decir, mintiendo): Sí, sí.
Aquella noche, 800 vecinos les ganaron a los malos. No solo resultó un éxito. Fue una victoria colectiva. Y al mirar el contexto, se vuelve evidente: fue un acto de coraje, de resistencia, casi heroico.
Había parido el teatro comunitario.
1° persona del plural
Adhemar es de esas personas que, pensando, hace pensar a lxs demás. No como quien suelta fórmulas o recetas, sino como apuntes de lo que promueve en la práctica: “Creo que ante esta situación no se trata solo de resistir: es juntarnos. Y cada vez que el ser humano se junta, comparte y crea, surgen cosas nuevas, potentes”, dice. “Por eso es importante sostener y fomentar espacios de encuentro”, completa.
Eso es lo que promueve el teatro comunitario. Habitar de otra forma distintos territorios: pensar el barrio dentro de la ciudad, dentro de un país, dentro de un continente, dentro de una época. Y habitarlo para transformarlo junto a otrxs.
En Adhemar la primera persona del plural emerge siempre, no como una pose o una frase hecha, sino como una forma de vida. Un nosotros que es mucho más que la suma de las partes. “Cuando hablamos de nosotros, ese nosotros incluye a gente que piensa distinto, gente con un discurso individualista. Si no, armamos guetos y no tiene sentido. Aun con las diferencias, es muy importante sostener esos espacios de articulación, que son a la vez un verdadero desafío para la transformación social”.
Por esta manera de concebir el mundo desde ese lugar de diálogo, Adhemar postula que “el teatro es comunicación y no otra cosa. La verdadera comunicación implica otro, un diálogo, un intercambio”.
Por eso, plantea cierta distancia conceptual cuando aborda los medios hegemónicos. Lo dice así: “Los medios –que está mal llamar de comunicación– propician un clima de época donde se desdeña lo colectivo. Y eso perfila un mundo infeliz”. Agrega: “Por eso allí persiste con fuerza la hegemonía del yo. Pero no es que se esté imponiendo inequívocamente. Sino que lo otro tiene menos prensa. Por eso hay que insistir con una búsqueda de nuevas formas. Y pelearla, pelearla siempre porque este momento va a pasar”.
Más: “La gente que viene a los grupos de teatro a participar o como espectador, viene a estar un rato juntos. Viene a buscar huellas en la memoria colectiva para, a partir de ella, construir un futuro”.
No hay manera de no detenerse un instante en esa caracterización: la memoria como una huella, como un rastro que ofrece pistas, al estilo Hansel y Gretel, para arribar a un lugar seguro.
Sobre las cuestiones que más lo inquietan, Adhemar dice: “No me preocupa tanto la crueldad como la indiferencia, que por ejemplo se viene manifestando en la poca participación en las elecciones. Es un tema, porque expresa un síntoma del yo, del individuo aislado. Creo que manifiesta también la crisis de la representatividad. Yo la otra vez decía, un poco en broma, que hay que darle todo el poder a los soviets, como se decía en la Revolución Rusa para significar que el poder debía estar en el pueblo, porque la Duma (el Parlamento ruso) se había ido a la mierda”.
Con esa metáfora plantea la relevancia de lo que los medios denominan despectivamente “la gente común”, un concepto que habitualmente se configura de arriba hacia abajo. Esa distancia impide apreciar los tonos y matices de la sociedad, pero también las potencialidades que implica aquello de lo que hace rato viene hablando Adhemar: “La importancia del encuentro como posibilidad de intercambio, de construcción de lazos, de revalorizaciones, es decir de transformación”. “Las estructuras políticas, en general no están pensando la complejidad de la época”, agrega para sumar elementos sobre esa crisis de representatividad.
El paradigma comunitario
¿Qué paradigma promueve el teatro comunitario?
Básicamente tres aspectos: memoria, identidad y celebración. El teatro siempre es celebración. Hace cuarenta años, al salir de la dictadura, nuestro objetivo era reconstruir la red social y recuperar el espacio público. Con el tiempo, ese enfoque fue tomando forma, evolucionando. Y algo fundamental se afianzó: la idea de pensar el lugar en el que vivimos no solo como un sitio para dormir, sino como un espacio creativo, de encuentro y de expresión.
Añade: “Esa mirada es profundamente transformadora. Porque el mercado nos empuja en la dirección opuesta: centraliza todo, aleja la vida cultural de los barrios. Allí aparece una tensión: la comunidad resiste. Resiste los mandatos del mercado, que avanza con la intención de arrasar con todo –las costumbres, la identidad, la cultura–, fragmentándonos, separándonos”.
Luego agrega: “El barrio empieza a crear formas de encuentro, de construir colectivamente y eso, como es la propia comunidad, también genera formas de expresión”.
En ese aspecto hay un punto muchas veces menospreciado del teatro comunitario: el éxito de taquilla. Hace años, por ejemplo, que las obras del Grupo Catalinas se realizan a sala llena. Todas las semanas cientos de personas –grandes, chicos, más grandes– asisten a sus funciones en el barrio de La Boca. Varias de las obras que dirigió o impulsó Adhemar, siempre de manera colectiva, se mantienen en cartel porque del otro lado hay una demanda que las sostiene: eso es la comunicación a la que se refiere cuando habla del teatro.
“En Catalinas seguimos con reposiciones, con la orquesta, con el festival de títeres en vacaciones de invierno, con la murga”, dice. Un amplio repertorio en el que las y los vecinos son protagonistas. Así, obras emblemáticas como El Fulgor Argentino, Venimos de muy lejos o Carpa Quemada se sostienen en el tiempo como una forma de evocar una memoria compartida.
“El gobierno pretende quebrar la cultura, desfinancia proyectos, destruye el Instituto Nacional del Teatro. En su proyecto político es clave romper los lazos sociales”, sostiene Adhemar. “Por eso adquiere más importancia continuar con espacios de encuentro”, añade. “Hay que volver a las plazas, volver a poner en escena nuestra identidad”, completa. Luego: “La Red de Teatro Comunitario es un espacio que está fuerte y que también se vincula y se afianza en la red de cultura viva comunitaria, en la que participan diversos proyectos de la región. Toda esa diversidad nos enriquece. El nuestro es un teatro brechtiano, es decir épico”.
Un legado de Talento
En septiembre de 2024 Ricardo Talento partió de este mundo. La muerte siempre es un misterio, pero cuando se propiciaron e impulsaron proyectos colectivos se convierte también en legado. El legado de Talento, entonces, es infinito.
Sobre Talento: “Ricardo tuvo un apellido que le calzaba justo. Su virtud no estaba solo en su capacidad actoral o dramaturga sino en algo más trascendental y difícil de hallar: la potencia para generar proyectos artísticos comunitarios a lo largo y ancho del país”.
“Sinceramente, lo extraño todos los días, Nos hace falta, pero, aunque parezca cursi, dejó un legado de amor, de amor por el otro”. Eso que suena a frase hecha tiene una dimensión de lo humano, no menor en esta época en la que la crueldad pareciese estar de moda: el amor como categoría, como elemento de construcción social.
Dice Adhemar: “Ricardo fue como un jardinero: sembró toda su vida. El día de su velorio hubo cientos de personas que se convocaron por el boca en boca”. Así, la comunicación de unos con otros, muchas veces soslayada como un verdadero medio de comunicación, generó un acto social conmovedor.
“Nos hemos completado muy bien: él siempre muy contenedor y yo algo más pragmático, pero siempre con un mismo objetivo: seguir haciendo cosas”.
Es decir, actuar, no solo en términos teatrales sino en clave de acción.
Por eso sus nombres nunca fueron nombres propios sino sustantivos colectivos. Ese es el verdadero arte: dialogar con la época para transformarla en comunidad.
La voz que vuelve
Todo lo que plantea implica que siguen emergiendo pistas para transitar la época; pero Adhemar hace una pausa. Un silencio notorio de esos que uno siente que están elaborando algo en la cabeza y en el corazón: “Perdón –dice– estaba pensando algo: ¿Sabés qué? Hemos pasado la dictadura, hemos pasado tantas cosas, pero nunca hemos perdido la esperanza”.
Ahora soy yo el que se queda en silencio, conmovido, pero también atento a sus palabras.
Entonces plantea otra cuestión que también es una posible guía para atravesar estos tiempos: “Hay que comprender que, colectivamente, tenemos una potencia indestructible. Entonces es por ahí: juntarnos, juntarnos y juntarnos”.
Esa es nuestra libertad.
Y avanza.
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