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Arte de cristal: Cristina Banegas y Jorge Thefs
Se llevan 50 años. Comparten dos proyectos actualmente en cartelera y la pasión por el significado grupal de hacer teatro. De Proyecto Quevedo a Molly Bloom, y lo que se trama al caminar sobre la mesa de cristal de Nelly Prince. ¿El teatro como refugio ante la violencia? Por María del carmen varela.

Colegas, amigos y muy cómplices desde que se conocieron, Cristina Banegas y Jorge Thefs comparten el tiempo dedicado al trabajo y a la imaginación en dos obras en cartelera: Molly Bloom y Proyecto Quevedo.
La primera nació poco después de las Pascuas del año pasado, un día de juntada en la casa de Cristina. Ella buscaba un productor para reponer Molly Bloom –obra estrenada en 2012– cuando le llegó sugerido el nombre de Jorge Thefs. Fue match.
Molly Bloom es un personaje que pertenece a la obra cumbre del escritor irlandés James Joyce, Ulises, publicada en 1922 y antes rechazada por algunas editoriales por considerarla obscena. Mujer audaz, desfachatada, Molly está casada con Leopold Bloom y en las últimas páginas del libro desata una catarata de palabras sin puntuación, donde expone sus puntos de vista desde una óptica plagada de sensualidad. Cristina Banegas le pone el cuerpo a esta mujer deseada y deseante y el resultado es un monólogo catártico, contundente y rebosante de rebeldía.
En abril de este año, Cristina y Jorge estrenaron además Proyecto Quevedo y esta vez Jorge fue el director. “El director es el ojo del trabajo y después el ojo también es del público”, define ella.
Además de Proyecto Quevedo y de Molly Bloom, Cristina está actuando en La bala de plata y da un seminario en su espacio teatral El Excéntrico de la 18 que sostiene desde hace casi cuatro décadas.
Jorge, por su parte, llegó a Buenos Aires desde General Roca, Río Negro, en febrero de 2015. En marzo ya estaba trabajando, y no paró más. A los 9 años había visto Cabaret, con la artista Karina K en el teatro Liceo, en CABA, y salió maravillado, “en estado de apnea por dos horas”. Estudió actuación, danza jazz, comedia musical, tap, danza irlandesa, flamenco: “Hice todo lo que podía hacer en General Roca”. A los 17, migró.
Llegó a la Capital y siguió formándose: es intérprete, bailarín, performer, director, diseñador de iluminación, director de actores y puestista egresado de la Escuela Metropolitana de Arte Dramático (EMAD), maestrando en teatro y artes performáticas por la Universidad Nacional de las Artes (UNA). Estrenó su primera obra documental, Carne de consumo personal, en 2021, y está a punto de presentar junto a su colega y amigo Ariel Osiris Cantata para una rumia mental enEl Excéntrico de la 18, una obra intimista de amor, sexo, dictadura, los 80 y el VIH, basada en la vida del propio Ariel. Los trabajos donde aborda la vida de otros son los que más disfruta. “Es cero terapéutico, para mí es procedimental: me maravilla poder juntarme con gente y defender las ganas de hacer esto”.
Cristina lo mira orgullosa y le dice: “Por suerte el teatro siempre es grupal”.
Cristina y Jorge comparten la pasión por el teatro y ese fervor queda evidenciado en escena. Ella destaca el factor transgeneracional: “Estar trabajando a los 77 con un director de 27 es fantástico. Jorge es talentoso, transgresor, como tiene que ser”. Él sonríe y replica: “Trabajar con alguien que tiene tanta experiencia sobre la palabra es una locura. Además yo tengo cierta obsesión con los cuerpos más grandes, con las cicatrices, el vínculo con la memoria. No está tan habilitado en estos días que esos cuerpos estén en escena y es urgente que lo estén. Cris tiene otros tiempos, está en otro momento de su vida y es maravilloso encontrarnos y compartir estos estadíos. Yo estudié lo que Cris vivió. Es hermoso escucharla relatando anécdotas de cuando estaba en un avión con Paco Ibáñez, volviendo de España, de cuando estuvo con Juan Gelman. Se me vuela la cabeza”. Cristina: “Tener 77 años implica haber pasado gran parte de la historia del siglo XX”.
Qué Quevedo
Cristina deja el mate con un toque de miel y yuyos traídos por una amiga de Traslasierra y se levanta de la silla. Regresa con dos grandes tomos de Poesía Completa de Francisco de Quevedo, escritor y poeta del Siglo de Oro Español, nacido a fines del siglo XVI, y los coloca sobre la mesa. Luego cuenta la forma en que esos ejemplares que lucen como recién salidos de la imprenta llegaron a sus manos: Agustín, un amigo argentino exiliado en España desde la dictadura, ofreció traerle un libro de poemas y Cristina pidió que fueran de Quevedo. “Esto es un tesoro. Tengo que hacer algo”, pensó al recibir el regalo. Nacía así Proyecto Quevedo, una performance magistral en la que Cristina, con un camisón blanco y la compañía musical de un violonchelo tocado en vivo por Lucía Gómez, recita sonetos seleccionados junto a su amigo, el escritor, crítico y traductor Carlos Gamerro.
En la obra, una mesa de cristal de 2.60 m de largo es un territorio a explorar, por momentos es sostén, luego refugio. Se para sobre el cristal, camina, se sienta, se arrodilla, gatea entre las patas de bronce, las abraza, se recuesta. “Tal vez en estos tiempos oscuros, la poesía sobre un cristal sea un acto de resistencia inquebrantable, una epifanía sobre el fondo del horror”, define Banegas en el programa de mano. Esa mesa no es cualquier mesa: no entra en la categoría de pieza escenográfica, sino que guarda una historia.
La mesa perteneció a su madre, Nelly Prince –fallecida en 2021–, la actriz que inició su extensa carrera artística en un programa radial a los 6 años, luego trabajó en cine, teatro, y fue figura pionera de la televisión y cantante de tangos. Cristina tardó dos años en vender el departamento materno, al que llama Palacio Prince, ubicado en Cerviño y Coronel Díaz, en el barrio porteño de Palermo. Decidió no desmantelarlo sino presentarlo tal como estaba, con empapelados dorados, digno de una estrella de la televisión, tal como fue Nelly a partir de los años 50.
(Dato: en ¡Caigan las rosas blancas!, la nueva película de la directora Albertina Carri, hay escenas filmadas en el dormitorio, con el respaldo redondo de la cama de cuero blanco capitoné.)
Para Proyecto Quevedo el gran desafío fue sacar la mesa de cristal y llevarla hasta la sala teatral de Arthaus: tuvieron que bajarla nueve pisos por escalera. Admite Cristina lo que parece evidente en la metáfora de la mesa y creación de esta performance: “Tal vez es más un homenaje a mi madre que a Quevedo”.
La obra de este artista crítico e influyente en la política de su época, resuena en estos tiempos con una sorprendente frescura. Todo cambia, nada cambia. Poderoso caballero es don Dinero, dice uno de sus poemas más famosos. Cristina lo lleva a escena. Le imprime su sello y potencia el efecto. “En los poemas satíricos dice de culo, teta, pedo, puta. También están los poemas conmovedores, que hablan del amor y del arte”, aclara.
¿Qué nos trae Quevedo a este presente? Jorge: “Algo de lo universal desde un lugar que no tiene violencia, desde una ironía más limpia. Hay una propuesta para el momento actual, en el que hay tanta violencia afuera que responder con violencia ya no sirve”. Cristina: “Hay que responder con poesía. La violencia está todos los miércoles en la calle, con los jubilados, frente al Congreso”.
Por eso cada función de Proyecto Quevedo es una invitación a la poesía y a la irreverencia. Dieciocho poemas por los cuales la palabra entra en juego y adquiere vida y alma en escena. Cristina: “Cada vez es cada vez. Depende también del público. En lo personal no tiene que ver con estar bien o estar mal. A veces una está angustiada y es una función de mierda. Hice funciones muy buenas estando contenta, de pronto era una tragedia griega y pensaba: ¿Cómo hago para saltar a ese otro mundo? Medea, Antígona, por ejemplo. La ficción es otro espacio, como un salto mortal hacia un abismo”. O tal vez el salto sea vital. En todo caso, la invitación a saltar queda hecha.
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