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La naranja mecánica: CEPA. Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios

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Son las personas de chaleco naranja que todos los miércoles asisten a jubilados, jubiladas, reporteros y manifestantes heridos por las fuerzas federales. El 2001 como fecha de nacimiento. De Ucrania y Sudán del Sur al Congreso como zona de guerra. Las armas traumáticas y el spray pimienta. La doctrina Manaos. En tiempos de la tiranía del individualismo, cómo mover la solidaridad para ayudar a curar esta época. Por Lucas Pedulla.

La naranja mecánica: CEPA. Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios
CEPA. Foto: Sebastián Smok

El día que Esteban Chalá no se bancó ver la represión por televisión y salió a la calle con su morral de primeros auxilios no se encuentra en este 2025 de miércoles de jubilados ni en aquel 2024 de nenas de 9 años gaseadas frente a las cámaras de televisión, sino en otra odisea, también argentina, ubicada en un espacio tan público como el de estas mismas calles.

2001.

Su primer curso había sido de chico, con los scouts, después llegó la Cruz Roja, pero ese 19 y 20 de diciembre fue la calle misma: un estado de sitio que no contuvo el estallido sino que sirvió de combustión, y una masacre que mató a 39 personas e hirió a más de 500 en todo el país ordenada por un presidente –Fernando de la Rúa– que renunció y huyó en helicóptero desde la propia Casa Rosada. Las imágenes televisivas impactaron en Esteban, que no entendía cómo no había nadie atendiendo a esa gente. Entonces salió él. 

“Era muy difícil ver lo que estaba pasando por la tele y no hacer nada –dice a sus 48 años, recordando esos días en que promediaba sus veintis–. Sonaba descabellado no hacer nada”. 

Ese sonido fue el motor. Esteban se mudó a Puerto Madryn (Chubut) y en 2002 fundó el Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA). Hoy, tras 14 filiales nacionales y 2 internacionales, CEPA suena por su nombre, pero más por la referencia visual: las personas de chaleco naranja que cruzan de punta a punta la Plaza de los Dos Congresos todos los miércoles para atender jubilados y manifestantes golpeados, gaseados y baleados. Llevan más de mil curaciones sólo en esta primera mitad del año, con 600 personas atendidas únicamente el 12 de marzo, el día que un disparo de un gendarme casi mata a Pablo Grillo.

Con un 2001 lejos –¿sí?–, la odisea en el espacio público argentino sigue en un escenario donde también suena descabellado mirarlo por tele y no hacer nada. “Eso es el CEPA: no mirar al costado. Nos involucramos y ayudamos –afirma Esteban–. Somos los vecinos. No creemos que estemos por fuera de lo que pasa en la sociedad: somos la sociedad”.

Haití, pollos y peñas

En los comienzos en Puerto Madryn, mucho tiempo antes de estos miércoles de violencia federal exacerbada, Esteban quería una asociación centrada en la asistencia humanitaria integral: emergencias, búsquedas y rescates, pero también trabajando con personas en situación de calle. Con otros dos amigos armaron CEPA con la intención de equiparar estándares a nivel Naciones Unidas. “Cuando lo decíamos se nos morían de risa –recuerda su fundador–. Pensaban que nos habíamos drogado con algo”. 

Pero en el Hospital Subzonal “Andrés Isola” los escucharon y celebraron que al fin alguien quisiera levantar la vara. Comenzaron siendo auxiliares de la institución para reforzar el sistema de emergencia. A las primeras intervenciones  (accidentes de tránsito, cobertura de evventos) iban en colectivo con sus morrales para ayudar y atender a los vecinos. Abrieron una filial en Trelew. Después llegó Puerto Pirámides, al norte de la provincia, asistiendo en los accidentes viales de los turistas. Hasta que empezaron a trabajar con la Comisión Cascos Blancos –la herramienta institucional de acción comunitaria del país–, y Esteban tuvo su primera misión internacional en la frontera de Haití y República Dominicana, capacitando durante ocho meses a los integrantes del sistema de emergencias y de respuestas. “La experiencia reafirmó mucho más la idea que teníamos –dice Esteban–. El concepto estaba bien, era correcto, y en otros lados veían apropiado y avanzado lo que hacíamos. Con estándar”. Con ese envión abrieron la primera filial internacional en República Dominicana, promovían intercambios de voluntarios. Luego llegaría la segunda experiencia en Costa Rica. Y en Argentina el trabajo crecería aún más: La Plata, Mercedes, La Matanza, Morón, Ituzaingó, San Fernando, Tigre, Punta Alta. En CABA, por cobertura, hay tres filiales en Núñez, zona centro y Pompeya. “Hemos logrado ser un sello de calidad y de confianza”, celebra Esteban.

Hoy cuentan aproximadamente con 80 personas por filial. Y en tiempos de dólares debajo del colchón, todo el trabajo es voluntario: es decir, no perciben ingresos. Pero a CEPA se lo ve trabajando en los incendios en la Patagonia o en las inundaciones bonaerenses. “Todos los trajes que ves los compramos nosotros”, explica Esteban el sostén de lo estructural. Los trajes tienen como símbolo la estrella de la vida: el bastón de Esculapio (dios de la medicina y la curación) con una víbora enrollada (representación de la sanación). “Compramos los rollos de tela y hay talleres que nos hacen la ropa. Pagamos nuestros seguros. Cuando viajamos a una misión, CEPA cubre para que los voluntarios no tengan gastos. Tenemos empresas que ayudan y donan, hicimos campañas de socios, pero también peñas, choriceadas, pollos al spiedo, sorrentinos, empanadas”.

Los Cursos Básicos de Primeros Auxilios son otra fuente de ingresos. Marcelo Colucci tiene 27 años y entró a CEPA a través de uno de sus talleres después de ver un accidente en una clase de taekwondo: “Me enamoré de la dinámica, además de los conocimientos: había un sentimiento de familia y pertenencia en cada uno de los que participaba del curso –dice sobre esas jornadas intensivas de capacitación que CEPA promociona en sus redes sociales–. Son todas personas con un compromiso inigualable”.

 En su caso, también sirvió para incorporarse plenamente a la estructura: hoy es el presidente de la filial La Plata, con 77 voluntarios activos. Además, es el celebrado guitarrista de las peñas. “Cuando alguien aprende primeros auxilios, aprende una herramienta que le va a servir a otra persona, sea un familiar, un ser querido, o alguien que no conocés y está en una manifestación –explica Marcelo con orgullo–. Apelar a ese sentido de responsabilidad, donde la persona está aprendiendo algo que no le va a servir a uno mismo, pero sí para ayudar a un otro de forma desinteresada, es una semillita importante para un momento de individualismo muy fuerte como el que estamos teniendo”.

Spray pimienta con leche

Primeros auxilios y atención prehospitalaria. Búsqueda y rescate en áreas urbanas y agrestes. Trabajos en altura. Intervenciones en inundaciones. Asistencia humanitaria integral. A la descripción de actividades, CEPA ya tiene que agregar la protesta social. Yuliana Figueredo, 33 años, es del barrio San Jorge de San Fernando, conurbano norte, donde las ambulancias demoran mucho en llegar. “Sentí la necesidad de ayudar a mi comunidad”, dice esta joven que sigue administrando la panadería familiar. De ese barrio, donde es referencia para sus vecinos, pasó a los miércoles de jubilados: “Mis padres son jubilados y luchan día a día para llegar a fin de mes. Con el recorte en medicamentos, toda la jubilación se les va en remedios. Por eso entiendo la situación de cada abuelo. Me siento orgullosa de pertenecer a CEPA para poder estar allí y brindarles asistencia”.

La presencia del CEPA en los miércoles de jubilados y jubiladas llega a través de convenios de trabajo con la Defensoría del Pueblo y la Comisión Provincial por la Memoria (CPM). De hecho, su participación en las movilizaciones de CABA ya venía de 2016, durante el gobierno de Mauricio Macri. Pero lo que están viendo desde hace más de un año escapa a toda lógica. “Es arrancar cada semana sabiendo que los miércoles algo puede pasar”, dice Marcelo. Esteban suma: “Se está generando una fractura social que va a ser muy costosa de volver a unir con los años. Es poner a los argentinos contra los argentinos. Trabajamos mucho en situaciones de emergencia con las fuerzas en general, y muchos no están de acuerdo con las órdenes que les bajan. Sé de un caso concreto que tuvo que ir un miércoles y, del otro lado, había familiares suyos. Nos están rompiendo como sociedad”.

Para los miércoles tuvieron que invertir en “cosas no esperadas”, como las máscaras de gas: compraron más de 50 y la mayoría ya necesita cambios de filtros, otras se rompieron. En la calle también portan casco, linterna, lentes para paliar los chorros químicos, torniquetes, mochila con desfibrilador, cremas para quemaduras, cánulas nasales: todo un kit para utilizar no en Ucrania ni Sudán del Sur –zonas de guerra donde Esteban trabajó–, sino en el Congreso argentino. “Tuvimos que incorporar equipamiento que usamos solo para esto –explica–. Agudizamos los entrenamientos para que los nuevos voluntarios no se espanten en las primeras movilizaciones: el asistente humanitario se entrena, pero no para esto, que se terminó convirtiendo en una especialidad dentro de lo que hacemos”. 

La desproporción les sorprende: cuatro fuerzas federales (Policía Federal, Gendarmería, Prefectura Naval Argentina y Policía de Seguridad Aeroportuaria) para apenas cientos de personas, salvo en aquellas movilizaciones multisectoriales enormes, que no abundan. También la incorporación de las llamadas “armas traumáticas”, un nombre poco metafórico para la byrna, un arma con colores naranjas, que parece de juguete, pero que tira bolitas de goma que, tras el impacto, liberan gas: “Y además te salpica parte del tóxico que llevan dentro”.

Luego están los famosos sprays con que las fuerzas federales rocían todo lo que encuentran a su paso: jubilados, periodistas, fotógrafos, niñas. “Muchos decían que lo habían cambiado, pero averiguamos con amigos y nos aseguran que el producto es el mismo de siempre –dice Esteban–. El rociador que larga un chorro naranja, viscoso, no es un gas, es un spray pimienta. Afecta la vía cutánea, la mucosa. Químicamente, el componente mayoritario es la capsaicina: es lo que genera el ardor”. Al kit mencionado, el equipo de CEPA le suma leche entera en rociadores, milanta o solución fisiológica para los ojos: “Tiramos leche entera por su tenor graso, para que encapsule al químico y lo barra. Luego, con una gasa o apósito hay que ir limpiando para tratar de sacar lo más posible el componente”. 

No hay que usar agua, porque esparce la sustancia por el cuerpo, contaminando otras zonas y propagando el ardor. El producto cumple con su definición traumática: la sensación es de fuego en la piel. Esteban indica: “Todo esto es paliativo, porque una vez que ya te entró en los poros, va a arder. Solo va a pasar con el tiempo”.

Blindaje emocional

Carolina Busquier se sumó a CEPA en 2022 y desde su profesión aporta una contención valiosa en las protestas de los miércoles: es psicóloga, formada en la “psicología de la emergencia”, una especialización para situaciones emocionales vinculadas a catástrofes o eventos masivos de gran magnitud. El primer miércoles que fue atendió a una nena de 13 años que volvía de la escuela y se confundió la parada del colectivo: se pasó solo una cuadra, pero bajó a una calle rodeada por la infantería. “Quedó desbordada –describe–. Fue atender el daño colateral, porque si había alguien que no tenía nada que ver era esa nena. Situarte en su lugar es fuerte, el impacto de esa experiencia”.

Al miércoles siguiente se encontró con una señora con problemas respiratorios: “El golpe o el gas que reciben se suma sobre otras situaciones ya preexistentes de la persona. Esa mujer tenía una enfermedad, y necesitaba asistencia médica. Pedimos una ambulancia pero su preocupación era que sus hijas no se enteraran, porque les había prometido que no iba a ir más. Le pregunté entonces qué la había hecho volver, y me respondió: ‘¿Pero cómo no voy a volver?’”.

Otra situación la vivió con los curas: “Este era franciscano, fue con su atuendo. Era imposible que no te dieras cuenta de que era un cura. Pero estaba hecho pelota, no podía abrir los ojos por los efectos del gas. Alguien le decía que los policías eran unos hijos de puta, pero él, sin poder abrir los ojos, decía: ‘Hay que entender, están trabajando, muchos de ellos quizá no quisieran estar acá’. Inevitablemente me tuve que preguntar algo de la fe y del amor. Esa cosa de poner la otra mejilla. Me asistió más él a mí, sin saberlo, que yo a él. Cuando se recuperó, fue a encararlos de nuevo y se puso a rezar un padrenuestro. Y les dice: ‘Yo les vengo a traer un poco de paz, no sé si estarán en condiciones de recibirla’”.

Tres escenas donde se juega algo que, para Carolina, el gobierno busca desatar con este despliegue: el miedo. “No hay que minimizar lo que les está pasando a esas personas. Yo no consuelo gente: es una intervención que lleva una escucha, a veces con palabras, otras con silencio, buscando un lugar de mayor tranquilidad. A veces es, simplemente, sentarse con alguien en el cordón de la vereda y que sepa que no lo van a bardear”.

Los miércoles se convirtieron en un día de lucha, que mucha gente se agenda en la semana, pero con un 99% de posibilidades de pasarla muy mal. ¿Qué estrategias hay para mitigar ese sufrimiento o dolor, tanto físico como mental? 

Cuenta Carolina: “Un día atendí a una periodista que lloraba. Tenía que salir en vivo. Gasearon a su compañero, tuvo que recomponerse, hacer la cobertura. Tramitó la situación y salió al aire, como diciendo: ‘Acá no pasó nada’. Pero pasa, y muy fuerte. Lo primero es no naturalizar todo esto. Asumir que te da miedo, te duele y al día siguiente te duele todo el cuerpo. Hay que hacer algo con eso porque, si no, se queda adentro de una forma que no está buena, y sabés que al miércoles siguiente tenes que volver, y entonces te ponés en piloto automático. A veces, es llorar. No negarlo. Si da para hablarlo con alguien, hablarlo. El blindaje emocional tiene que venir por el lado de la elaboración, no de la negación. Porque si todo lo que pasa ahí no te conmueve, sos un robot. Y si te conmueve, algo tenés que hacer con esa conmoción. Algo que no te impida seguir con tu vida. Si no le doy entidad queda como residuo, se acumula, y eso hace que uno estalle o que uno naturalice y se convierta en piloto automático. Todos los que vamos es porque nos mueve a ir. Que no se pierda esa parte de humanidad.

Doctrina Manaos

Para Esteban, parecía que lo último de humanidad se perdía cuando un policía golpeó a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de espaldas con todo el peso de su cuerpo golpeándose la nuca. “Se rompen barreras que son graves”, dice. O cuando un policía federal –hoy procesado por el juez Sebastián Ramos– gaseó a una niña de 9 años y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, quiso operar en medios diciendo que había sido una persona “vestida de naranja”. 

La parte buena: el efecto boomerang de la campaña les dio mucha visibilidad. “Nos permitió mostrar todo este laburo que hacemos”, dice Marcelo. A un video fake que circuló por redes y medios que trabajan para el gobierno, se le contrapuso una campaña que sacó a escena todo el prestigio de CEPA, incluso con comunicados de organizaciones y federaciones de toda la región.

A Esteban se le infla el pecho de ver todo ese camino en retrospectiva. “Hoy somos muchos en la calle trabajando. De alguna forma, lo que hizo CEPA, y eso me enorgullece, fue haber contagiado para que haya otras organizaciones, o chicos que se van haciendo socorristas, porque nos encanta laburar juntos. No queremos que CEPA sea como la Cruz Roja, que son Coca Cola: nosotros sabemos que somos Manaos, lo decimos siempre, pero somos los que estamos al lado del pueblo. Y no queremos que sea un monopolio de Coca Cola o de Manaos, sino que seamos un montón para ayudar al mundo y cambiar todas esas barreras que se están rompiendo. Para que se reconstruya el tejido social, que exista gente con buenas intenciones. Y con ganas. Que ayude al otro sin ningún subterfugio atrás”.

Esteban se ríe: “Quizá somos medio románticos– dice, y usa otra palabra que termina con oludos–. Pero esa es la forma de construir el país de verdad que nosotros soñamos”.

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