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Ruteando

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Crónicas del más acá. Por Carlos Melone.

Ruteando

En un arranque mañanero de sábado decidí pasear un poco, más específicamente rutear, que es una de mis actividades predilectas. Rutear significa eso: andar por la ruta sin trasladarse a un lugar específico, simplemente andar.

No quiero repetirme pero esta actividad se ha visto restringida por la oleada de prosperidad y abundancia que nos acompaña en este rincón del mundo, incluido el precio irrisorio de la nafta, como todos sabemos.

Encaré para la Ruta 3, a la que quiero particularmente (¿se puede querer a una ruta? Se puede querer a una ruta) por algunas reminiscencias de viajes en mi infancia que, supongo, no le interesan a nadie, incluso a mí tampoco.

Tomé la ruta a la altura de Cañuelas en dirección sur. 

Hasta San Miguel del Monte es autopista, amable, en un estado respetable, con un entorno semi urbano.

Atravesé el nudo citadino de la vieja ciudad con paciencia (la autopista se vuelve ruta, hay camionada abundante y una generosa inversión en semáforos) y continué rumbo a Las Flores.

La ruta es bastante angosta y en algunos tramos la huella en el pavimento es profunda, irregular y constituye un desafío a la estabilidad de cualquier vehículo. Distraídos, abstenerse si no quieren darse un palo, que estamos sosteniendo el superávit fiscal.

Delante de mí, un viejo camión cargado como si no hubiese un mañana se bamboleaba con frenesí de cumbia.

Al margen derecho de la ruta, una enorme obra de ensanche que se extiende por unos cuantos kilómetros, detenida.

La manutención de la ruta es dependiente del gobierno nacional.

Pero salimos del cepo, dicen los que saben.

Solo sé que no sé nada.

Siguiendo mi costumbre (cada vez que puedo) me metí a chusmear en un pueblito que se llama Gorchs.

Muy pequeño, tiene una biblioteca que se llama “Aurora del Saber”, a ver si nos entendemos, manga de anochecidos por la ignorancia.

Por ahí cerca, el cacique Arbolito hizo un poco de justicia cortando la carrera y el cuello del coronel Rauch, un alemán mal llevado y cruel.

Pero eso es otra historia.

Allí en Gorchs hay, como corresponde, un pequeño cementerio al que se accede por un camino de tierra precario. Difícil acceso, por ejemplo en un día de lluvia, aunque supongo que si uno ya se fue para el otro lado, mucho no le importa. Los que quedan, que se jodan que ya bastante tiene uno con morirse.

El cementerio tiene el clásico paredón en el frente y un maltrecho portón de hierro de entrada, cerrado con candado.

A los costados del cementerio no hay paredes. Ni nada.

¿Entonces?

Hay cosas de la arquitectura de tránsito al otro mundo que no están a mi alcance.

Solo sé que no sé nada.

Retomé la ruta y entré a otro pueblito llamado Rosas.

No encontré demasiados matices en su pequeña urbanización, salvo un cartel que me avisaba que allí se celebraba La fiesta del cordero deshuesado.

Parece que fue una idea de un grupo de estudiantes para revitalizar un pueblo que es muy chiquito.

Ajá… 

Nada de kermesse ni feria de artesanos ni algo de ese tono. La ligaron (otra vez) los corderos a los que tienen de punto desde Moisés para acá, Biblia dixit.

Volví a la ruta, un mosaico multifacético y creativo a la fuerza: tramos anchos y en muy buen estado y a los otros ya los describí.

En la Argentina se aburre el que quiere.

Pasando Las Flores llegué a un pueblo que se llama Pardo o Villa Pardo, también muy pequeño.

Está denominado como “pueblo turístico” y si bien no descubrí nada especial, está muy cuidado, muy coqueto, parquizado, limpio, con una pequeña reserva de árboles cerca de la estación de trenes.

Cuenta la leyenda que allí vivió un tiempo Adolfo Bioy Casares, cosa que no me impresionó en absoluto, pero me debo a mi público.

Me paré en una placita y saqué mi equipo de mate antes de emprender el regreso. La tarde languidecía.

Cerca de allí, había una iglesia muy modesta y algunas personas se acercaban porque había un oficio religioso.

Pasaban a mi lado dos señoras, una joven y otra mayor (tomada del brazo de la primera) que iban rumbo a la iglesia cuando se detuvieron.

La Sra. Mayor vestía un sobrio vestido oscuro con un collar de perlas o símil. 

La Sra. Mayor me saluda y me pregunta si soy de allí porque no me conoce. Lo hace en un tono amable y sabiendo la respuesta. Le explico que estoy de paseo y me invita, con un tono dulce, a la misa que se está por celebrar.

Me dice algo del orden de “joven, venga a acompañarnos un ratito que vamos a rezar por el alma del Santo Padre”.

Mas o menos eso.

Francisco había partido hacía poco y la argentinidad estaba al palo esos días. Le agradecí (especialmente porque me dijo “joven”) pero declaré mi agnosticismo bañado de escepticismo.

Lo del baño de escepticismo no lo dije, a fin de no tener que aclarar metáforas berretas. 

Se quedó mirándome como quien ve un marciano desayunando en un bar del Once.

Se produjo un lapso de silencio que me pareció eterno: la Sra. Mayor mirándome y la más joven fijando su vista en el punto X, no sé si embolada, desinteresada o incómoda. Nunca supe si era la hija, la nieta, la cuidadora o la encarnación de Lilith en este mundo.

La Sra. Mayor tomó aire algo aparatosamente y me dijo con voz tensa: “Entonces Ud. es ateo”.

Atisbé que se venía una situación.

Eso, una situación. Pensé en el cordero deshuesado.

Le dije que no y allí me detuve. Supe que toda ampliación informativa era inútil.

“Voy a rezar por Ud. Para que su alma no se pierda” afirmó ya sin dulzura, casi como una amenaza.

¿Casi?

Agradecí como corresponde a quien se preocupa por mi alma, la cual efectivamente anda perdida y no tengo ni pálida idea de dónde está.

La mujer más joven tironeó del brazo como para encarar hacia la iglesia, pero la Sra. Mayor se resistió un poco y me seguía mirando fijamente.

No era una mirada plácida, lo juro por mi alma perdida.

Me dio un poco de miedito, a qué andar haciéndome el valiente y esbocé una media sonrisa que no sé qué significado tenía.

No hubo reciprocidad. La Sra. Mayor estaba deviniendo bruja.

Finalmente se alejaron a paso lento hacia la capilla, finalizado el brevísimo intercambio místico comunicacional.

Me puse a guardar las cosas del mate mientras me preguntaba acerca de porqué me había metido en ese pueblo y puteando la memoria de Francisco que no tenía ninguna culpa de nada, pero con alguien hay que agarrársela.

Miré hacia la capilla y vi en la puerta a la Sra. Mayor mirando en mi dirección.

Salí del pueblo más bien apurado.

Sí, soy agnóstico.

Y justamente por eso, nunca se sabe.

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