Mu206
Efecto sorpresa
Crónicas del más acá. Por Carlos Melone.

La tarde se recostaba sobre la ciudad cuando cerré el libro.
“Qué hijo de puta”, fue lo primero que se me ocurrió mirando la fea tapa violeta del libro.
Se me acusará de un insulto impregnado de contaminación patriarcal.
Tendrán toda la razón mis acusadores.
Pero qué hijo de puta.
¿Cómo se puede escribir así?
Crónica de una muerte anunciada había llegado a mi afán lector en la veteranía personal y nuevamente Gabriel García Márquez me abrumaba.
No he leído demasiado al colombiano, pero lo poco leído (El general en su laberinto, Noticia de un secuestro) me había parecido de excelencia.
Hasta que me crucé con esta crónica.
No reiteraré la imprecación.
“¿Y ahora cómo escribo?” pensaba transitando un híbrido entre una admiración incondicional y una envidia insana, corrosiva.
Mientras encaraba rumbo a la Ruta 4 en busca de esta crónica me preguntaba si después de leer cosas así, uno se motiva para escribir o evalúa seriamente dedicarse a tocar el saxo o plantar zanahorias.
Me invadió la sensación de que solo podía escribir la lista de compras para el almacén.
En fin.
La Ruta Provincial 4 también es popularmente conocida como Camino de Cintura y a lo largo de su traza recibe más o menos tres mil nombres diferentes, según el distrito, barrio o gestión municipal que atraviese.
La Ruta 4 es García Márquez, es Manuel Scorza, es Vargas Llosa…
Realismo mágico a la carta.
Solo me voy a referir al tramo que va desde el Cruce Lomas (donde está la Universidad Nacional de Lomas de Zamora) hasta Puente 12 (el cruce con la autopista Riccheri).
En ese tramo todo es posible.
Todo.
La calzada se angosta y ensancha como una ruleta rusa; hay tramos donde el huellón en un pavimento moldeado como plastilina es un abismo insondable, otros donde los oscuros pozos acunan a Caronte, listo para llevarte a cruzar la laguna Estigia.
También tiene tramos en los que parece una autopista alemana, exagerando un poco la nota.
La divisoria de manos presenta, por tramos, el siempre inquietante muro de cemento y en otros una dársena (boulevard sería excesivo) desolada.
Una ruta sometida a obras inestables, dubitativas, y siempre inconclusas.
A sus márgenes hay banquinas anchas o no hay, sin términos medios; conviven campos de deportes y recreos sindicales muy coquetos (la oligarquía gremial tiene muñeca astuta) con casas modestas. También fábricas de todo tipo (y comercios ídem) con más casas modestas. Por supuesto galpones de destino y propósito indefinidos, con más casas modestas.
Numerosos semáforos de coordinación sospechada alojan a vendedores eventuales que ofrecen desde el soporte para el celular hasta el riñón izquierdo.
Muchos vehículos.
Muchos.
Cuando en el Conurbano decimos mucho, es mucho. Tropel de camiones, de micros y de vehículos cuya filiación automotriz es indescifrable.
Vehículos de misteriosos mecanismos que los hacen funcionar, una cosa físicamente imposible viendo su estado.
Salvo en el multiverso de Ruta 4, claro.
La travesía requiere astucia, serenidad y algo de suerte, a qué negarlo. Manejar ahí es cosa de guapos y mujeres maravilla. Así que los que son como yo, flojitos y tibios, vamos despacio, atentos y galantes, que pasen todos.
Andá nomás, máquina, que nadie te detiene.
La interminable y un poco intermitente lucha por la supervivencia.
Finalmente, tras atravesar un breve puente (¿puede ser breve un puente? puede ser breve un puente) sobre un canal aliviador del río (¿río?) Matanza llego a Expomáquina, un negocio poblado por todo tipo de maquinarias (compra-venta) para la industria en general.
Por encima de todos los fierros, a unos 6 o 7 metros de altura, el imponente fuselaje de un avión Electra que participó en la Guerra de Malvinas.
Es un L-188 Lockheed para los interesados, porque hay gente para todo.
Imposible no verlo para cualquiera que transite ese tramo del Camino de Cintura.
Una de las imágenes más potentes del Conurbano Africano. A mucha honra, mal que les pese a unos cuantos.
Un afectuoso y breve cartel en la entrada informa algunos detalles del pájaro silencioso.
Al entrar me recibe Álvaro para conversar un poco de la historia del que se dio en llamar Tango 3.
Era mi oportunidad de opacar la literatura del colombiano envidiado.
Escribir una crónica extravagante y tropical, poblada de personajes borrosos y coloridos simultáneamente.
Construir una épica de la desmesura con (imaginé) la llegada misteriosa del avión, y la perplejidad y asombro tapizarían los corazones de un público incauto y crédulo.
Bueno, no.
No.
Álvaro, mucho más joven que su edad, amable, ilustrado, entusiasta, me cuenta que el avión ya tuvo apariciones en la serie Un gallo para Esculapio y en El Eternauta.
Pero la puta madre…
Álvaro, empleado de la empresa, me facilita videos donde el propietario, Jorge Ramírez, es entrevistado por diferentes medios y cuenta la historia del avión, su pasión por el tema Malvinas y la intención de transformar el viejo pájaro en un cine y sala de conferencias y encuentros para los veteranos de Malvinas.
Relata que le ganó la pulseada a un gitano (la referencia explícita me hizo un poco de ruido) en el remate del avión y que tuvo un desafío logístico para traerlo a su actual predio (estaba en Ezeiza) que resolvió con sentido común y medios de transporte adecuados.
Imagino que también unos pesos.
Cuenta Ramírez (siempre en los videos) que no puede aún convertir su sueño en realidad porque el avión está sometido a pesquisas para verificar si tuvo o no participación en los vuelos de la muerte, lo que parece poco probable porque, agrego yo, se supone que utilizaron otro tipo de aviones.
Todo el mundo está informado y enterado. Álvaro me da datos e informes abundantes. Hay visitas, hay medios que cada tanto van y el enorme pajarraco (a esa altura de mis sentimientos ya no era un pájaro triste) es más célebre que Santiago Nasar, el sinuoso muerto de la Crónica de García Márquez.
Efecto sorpresa diluido.
Efecto novedad aniquilado.
Efecto originalidad pulverizado.
Efecto tropical inundado.
“Tenía una manera de hablar que más bien le servía para ocultar lo que quería decir”, dice el Gabo en algún segmento de su libro.
Tengo ese talento. Ese sí.
Porque si digo lo que pienso…
Algo es algo.
Maldición.

Mu206
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