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Alé Alé: la cena del día después

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Esta crónica se escribe con la panza llena. Y con la alegría de ver la alegría de 30 trabajadores trabajando a restorán también lleno. La Cena Del Día Después fue un éxito. Hasta la gente que le tocaba hacer la cola de espera estaba contenta.
Ya a las 21, el horario pactado de la “cena solidaria”, el restorán explotaba. Los más osados arrancaban con las ensaladas; los otros guardaban sillas para más gente y comentaban con los mozos de turno: “¡No, si no dormí!”
Los Alé Alé atendieron sin parar, sin dejar de sonreír y sin dormir.. Apenas se fueron a pegar un baño y saludar a sus familias a sus casas, muchas de ellas en la provincia. Pero el cansancio no se notó: al contrario.
Alé Alé: la cena del día después

La previa

lavaca llegó a las 19 para conversar con cocineros, parrilleros, mozos y encargados antes de la oleada de gente. La convocatoria del día anterior aseguraba el apoyo de hoy: si la gente se había bancado una noche en la calle con perspectiva de represión, ¿cómo no iba a acercarse a comer y brindar?
La lluvia pasajera y el ventarrón que sacudió la tarde parecieron una metáfora de lo que se insinuó ayer, y del sol que asoma ahora: “La calma que viene después de la tormenta”, dice un mozo mientras acomoda los cubiertos. Así se vive el ambiente en el restorán previo a la cena.
Las mesas vacías todavía, menos dos del medio: hay una transmisión en vivo del programa deportivo de Radio Esplendid. La situación es casi absurda: están hablando de los goles que se perdió San Lorenzo mientras el parillero acomoda los choris y el resto de los trabajadores se apronta. Está también, sentado ahí, el Pampa Biaggio, mítico delantero azulgrana. Está claro: cualquier excusa es válida para acompañar.
Lecciones de ayer: hay lugar para todos.

La trasnoche

Gabriel, cocinero de ensaladas, se hace a un costado para hablar. Sus compañeros lo miran asomándose desde la cocina, sonriendo. Gabriel – rozando los 30 años, 4 en Alé Alé- asegura que esperan mucha gente. “Ayer éramos como 400”, dice orgulloso. “Pero pensamos que no zafábamos”.
Sobre la 1 de la madrugada, Federico Tornarelli, presidente de la Federación de Cooperativas de Trabajadores Autogestionados, decía lo mismo: “A esta altura necesitamos un milagro”. Gabriel, pasada la tormenta, da vuelta el sentido místico: “Gracias a dios la Metropolitana no vino”.
Desde la esquina de Estado de Israel y Rocamora, Gabriel señala: “Nosotros estábamos trabajando y de pronto, tipo 12 de la noche, vino acá en frente un camión a dejar vallados. Nos pareció sospechoso. Entonces llamamos a la comisaría y un policía amigo nos dijo que sí, que era para nosotros. Que ellos iban a hacer el vallado y la Metropolitana iba a desalojar”.
El domingo es un día de trabajo fuerte para el restorán. “Había gente, pero cerramos más temprano y esperamos que se vayan. Ahí empezamos a acomodar las mesas contra la ventana – relata Gabriel- y llamamos periodistas, canales, compañeros de otras cooperativas, vecinos. Gracias a dios vinieron todos”.
A la 1 de la mañana el vallado cortaba Estado de Israel, Rocamora y Guardia Vieja, con custodia federal. “La policía decía que no estaba informada, que tipo 7 u 8 de la mañana podían venir a desalojar. Nosotros pensamos que la Metropolitana podía caer en cualquier momento”.
Desde las 12 empezaron a asomarse vecinos a los balcones, luego bajaban, más tarde se fue acoplando mucha más gente. Para las 2, calcula Gabriel, ya había 400 personas, número que se mantuvo hasta las 8 de la mañana.
En los vallados, en determinado momento se impedía que pasara más gente: la viveza criolla pudo más. (Las malas lenguas dicen que también ayudó la tensa relación Federal – Metropolitana). Los que la tuvieron complicada fueron los canales de tevé: algunos pasaron temprano, pero la mayoría se tuvo que pelear con la policía para tirar los cables del otro lado. La gente ayudó a que pasen las cámaras y los periodistas retenidos, para garantizar la difusión. En cierto momento de la noche, rondando las 3, la sentencia federal fue: “Pasen, pero el que sale no puede volver a entrar”. El manejo patovica del espacio público parece una gentileza en estos casos.
Los trabajadores convidaban con gaseosas a los que se iban juntando, y para los que se quedaron hasta la madrugada organizaron un desayuno dentro del restorán. En el medio, improvisaron una conferencia de prensa, cubierta por todos los canales, en la que reclamaron un tiempo prudente para dejar ese local y buscar otro apropiado, para no discontinuar los puestos de trabajo; mientras tanto, y repitiendo una propuesta desoída por los dueños del inmueble, propusieron pagar el alquiler del local.
“Gracias a dios la Metropolitana no vino”, dice Gabriel, pero entiende que los verdaderos dioses son todas las personas que acompañaron ayer y hoy, y los artilugios que permitieron darle resonancia al reclamo y la propuesta de los trabajadores. “A las 8 de la mañana, cuando sacaron el vallado, dijimos ´ya está´”.
Gabriel aclara, sin intención de que a nadie le caiga mal el asado de hoy: “Por ahora”.

El vaciamiento

Fabiana y Micaela trabajan en la sala de juegos de Alé Alé, ahí donde los padres depositan a sus hijos para permitirse una comida más relajada.
Fabiana y Micaela son paladines de la paciencia, pero hoy tienen cara de asustadas: “Me asusté mucho – dice Fabiana mientras limpia el salón-. Había un hombre que contó que una vez en una fábrica eran 5 mil personas y la policía desalojó igual. Me asusté más”. Fabiana reclama formas más optimistas de transmitir las experiencias.
Fabiana es parte de los 28 asociados a la cooperativa, la única mujer. “Me llevo mucho mejor que antes”, dice por sus compañeros, pero igual es difícil, son muy machistas los chicos… – ríe- Yo los entiendo… Igual ayer me dijeron “che, flaca (a mí me dicen ´flaca´) andá a descansar a tu casa. También me cuidan”.
En 2 años en Alé Alé, Fabiana tuvo más de una compañera, y vivió el proceso de gerenciamiento anterior y la posterior toma del restorán y su autogestión. Dice, con el termómetro de su lugar de trabajo, que los pibes también se avivaron del cambio: “Sí, nos preguntan”, dice, e imita la voz de uno de sus niños: “´Mi papá me dijo que acá el dueño les robó a los empleados…´ o ´no veníamos porque mi mamá decía que los iban a desalojar´”. Había un nene que se sabía toda la historia y me explicaba que el dueño de acá era el mismo que el de Los Chanchitos. Eso yo no lo sabía”.
El niño se refería a otros tres restoranes recuperados (Don Battaglia, Los Chanchitos y Mangiatta) gerenciados por el mismo empresario – de apellido Lipovich- y que fueron siendo llevados lentamente a la quiebra. Estos otros tres lugares, sin embargo, lograron acordar un contrato de alquiler y hoy trabajan en forma de cooperativa sin la amenaza de desalojo que acecha a Alé Alé: ellos no pudieron negociar un contrato. El inmueble, aparentemente, estaría ya vendido, o por lo menos el empresario Lipovich se desliga de su propiedad, alegando que él lo alquilaba durante su gerencia, y que el alquiler sigue corriendo. Los trabajadores que investigaron esta versión aseguran que la firma propietaria del local es satélite de Lipovich, así como hacía con la distribuidora de alimentos que creó para proveer a sus cuatro restoranes: pagaba con sobreprecios (1 litro de leche a 15 pesos, ejemplo) para ventajearse a sí mismo. Una bicicleta financiera de vaciamiento.
Si todo esto te parece un capítulo de Los Simuladores, es porque no leíste la historia completa en https://www.lavaca.org/mu/mu-65-operacion-blue/  o no escuchaste Decí MU: https://www.lavaca.org/deci-mu/gourmet-gastronomia-sin-patron/

La propuesta

Después de charlar con los trabajadores, el cronista comió y bebió.
El menú era el clásico de Alé Alé: más de 30 ensaladas libres y asado con fritas o puré. Una bebida y postre.
El restorán estuvo lleno desde las 9 de la noche y hubo gente esperando más de 30 minutos para entrar. Tan lleno que faltaron sillas y algunos tempraneros con mesa recibieron a comensales desconocidos para compartir lugar.
Andrés Toledo, presidente de la Cooperativa Alé Alé, cenó a las 19 antes de ponerse a trabajar. Venía del Congreso Nacional, donde se encontró con el representante legal de la firma propietaria del local, junto a diputados y senadores. Cuenta entonces cómo sigue esta historia: “Les entregamos nuestra propuesta, que es un plan de pago de alquiler durante nueve meses hasta encontrar un nuevo sitio. El representante legal se la llevó a los otros socios para que la evaluarán, y mañana a las 4 nos darán la respuesta: sí o no”.
 

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Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

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Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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