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De los prejuicios por fumar a los narcofemicidios: miradas y debates desde El cuarto de Lucía

Despenalización del consumo, legalización, redes territoriales, impunidad judicial y más: a partir de uno de los talleres organizados por la Asociación Civil Acción Canábica, la familia de Lucía Pérez va más allá y reflexiona sobre los «narcofemicidios». Por qué el caso de Lucía es ideal para dar el debate.
Guillermo Pérez, el papá de Lucía, recorre con la mirada el círculo de personas y les dice:
-Si comprar un porro fuera legal mi hija estaría viva.
Con esta frase se inició el taller organizado por la Asociación Civil Acción Cannábica en el marco de la exposición El Cuarto de Lucía, arte contra la violencia femicida. Ninguno de los presentes llegó hasta allí esta lluviosa tarde de sábado pensando que iba a escuchar esa frase, así, sin vueltas, y la reacción es un silencio de misa que concentra la atención en cada palabra:
-Mi manera de ver las cosas es que, si hubiera tenido una planta en casa, hoy Lucía estaría acá con nosotros. Porque a mi hija no sólo la violaron y mataron cuando fue a pagar los 100 pesos que le debía a esos narcos, sino que después, en el juicio, los jueces usaron el argumento del porro para justificar su femicidio y dejarlo impune.
Esa manera de ver las cosas es la que sigue hilvanando Marta, la mamá de Lucía:
-Estamos hablando, entonces, de que se criminaliza un porro para dejar libres a los asesinos. Estamos hablando de que la muerte de Lucía fue un narcofemicidio. Por eso estamos acá: para pensar qué significa eso, para pensarlo juntos y para hacer algo, porque no podemos esperar que venga un ser mágico a arreglar estas cosas, que son tremendas y son intencionales. Porque la criminalización de un porro es intencional. Pensemos por ejemplo: ¿Cuál es el negocio? ¿Quiénes van presos? ¿Quiénes quedan libres? A las que matan es a nuestras hijas y mientras tanto, ¿qué pasa con la red narco? La plata para ellos no es un problema: tienen de sobra. La justicia para ellos no es un problema: tienen impunidad. Las chicas para ellos son un objeto. Y la desigualdad social es su socia. ¿Entonces? Es lo que pensamos después de analizar todo lo que nos pasó: si fumar un porro hubiese sido legal Lucía no estaría muerta porque no hubiese tenido que ir hacia esa oscuridad contra la que ahora nuestra familia está luchando. No podemos condenar a las personas a esa oscuridad. La clandestinidad tiene como consecuencia la muerte y la destrucción de nuestras hijas. ¿Y a quién le importa? A nosotros nos importa. No podemos condenar a las Lucías a esta justicia cómplice de los narcos. Necesitamos una reforma judicial, pero que no sea un discurso sino una realidad. ¿Y quién va hacerla realidad? Nosotros. Tenemos que llevar a estos jueces cómplices a un jury porque eso significa reformar a la justicia: que enfrenten sus culpas públicamente. ¿Y quién va a llevarlos? Nosotros. La desigualdad es una brecha inmunda. ¿Y a quién le importa? A nosotros. Si queremos cambiar todo esto, si queremos que no maten a las Lucías, a las Melinas, a las Lunas y a tantas más que ya no están, nos tenemos que poner a trabajar. No podemos seguir así. Porque si no hacemos nada y nos victimizamos no vamos a cambiar nada. Hagámonos cargo de la tarea que nos toca. Así como están las cosas ahora lo que Lucía representa es la legalización del femicidio y la criminalización de la marihuana. Porque cuando Lucía se enfrenta con el prohibicionismo se enfrenta con la violencia. Y es una violencia brutal que comenzó cuando dio ese paso y no termina hasta el día de hoy, cuando ya pasaron cinco años, hay un fallo asqueroso anulado y no tenemos ni fecha de un nuevo juicio. Con nuestras criaturas no pueden hacer eso. Pero ojo: no nos sirve de nada romantizar a las 198 mujeres que asesinaron este año. No nos sirve de nada lamentarnos, quejarnos. Tenemos que hacer algo. Todos podemos hacer algo. De eso tenemos que hablar hoy.

Lo que sigue, entonces, es una reflexión colectiva acerca de lo que cada una de estas palabras significa.
Algunas frases:
- “La prohibición y la ilegalidad nos expone a peligros de los que nadie se hace cargo. Porque fumamos somos violables. Porque fumamos nos puede pedir favores sexuales. Porque fumamos para la justicia merecemos morir. Eso es lo cotidiano y de eso no habla nadie”.
- “El prohibicionismo es violencia e impunidad y cuando las Lucías se enfrentan a ese prohibicionismo se enfrentan con esa violencia y esa impunidad”
- “Escuchamos muchas veces hablar a los especialistas de ´consumo problemático´, pero lo realmente problemático es el consumo, que es la relación más alentada por el sistema. . Problematicemos el consumo, entonces. Empecemos por el consumo de alcohol, que es el verdadero gran problema”.
- “Lo verdaderamente problemático es la ilegalidad. Si estamos de acuerdo que lo problemático es el consumo en exceso analicemos por qué la realidad es que las sustancias en el mercado ilegal son cada vez más accesibles, más baratas y más estimuladas”.
- “Escuchamos hablar a los especialistas de ´reducción de daños¨, pero el primero y el único que interviene es el sistema penal. Y ahí se terminan las palabras maquilladas y lo que se ve es la realidad: no hay políticas para reducir daños. Hay más daño”.
- “Tenemos que dejar los discursos de lado e ir a los hechos concretos y eso es algo que depende mucho de lo nosotros. Hay que ponerle el cuerpo a estos temas”.
- “No tenemos todas las respuestas a todas las preguntas que ustedes han generado hoy, pero hay que arrancar. Lo que les pasó a ustedes es durísimo, pero arrancaron. Escucharon un fallo tremendo que dejaba impune el femicidio de su hija, pero no se fueron a su casa: siguieron. Ese es el gran legado que nos llevamos hoy. Tenemos que arrancar: es la única que nos queda: fortalecernos, formarnos, juntarnos, pensarnos. Es un proceso que tenemos que atravesar sí o sí. Y es ahora”.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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