Nota
Un médico de película
Este domingo 13 de diciembre, en Malabrigo, Santa Fe, falleció el doctor Rodolfo Páramo, uno de los primeros médicos que salió a alertar, desde la soledad, sobre las consecuencias de las fumigaciones en la salud de embarazadas, bebés y adultos. Aquí, la nota que publicamos este año en la Mu.
Este domingo 13 de diciembre, en Malabrigo, Santa Fe, falleció el doctor Rodolfo Páramo, uno de los primeros médicos que salió a alertar, desde la soledad, sobre las consecuencias de las fumigaciones en la salud de embarazadas, bebés y adultos. Aquí, la nota que publicamos este año en la Mu, El silencio enferma.
Primero, el doctor
Fue el primero en difundir los efectos del modelo transgénico al denunciar cómo los casos de su consultorio quebraban las estadísticas y la salud pública. Así se ganó el calificativo de loco, que considera un título nobiliario.
Un día Lolo decidió mudarse para no morir.
No quería terminar sus días ulcerado ni despedirse de este mundo con un infarto, cosa que se veía venir como consecuencia de las situaciones que se le colaban por los ojos, las manos y el alma, de tanto ver y tratar bebés enfermos.
Lolo, el doctor Rodolfo Páramo, era neonatólogo y neuropediatra en el Hospital Cullen de Santa Fe. “Mi maestra Lydia Curiat me había dicho: cuando no aguantes más, dedícate a clínica pediátrica. Imaginate lo que es el estrés de neonatología”.
No lo imagino.
Dice Lolo, mirando fijo: “Es el estrés de ser vos el verdugo de una pareja que espera un bebé normal, pero aparece uno con problemas neurológicos. Que a veces son inviables y mueren al poco tiempo, o a veces quedan mal de por vida. Eso en neonatología. Pero como además era el único que hacía neurología infantil, me derivaban todos los casos del hospital”.
Lolo jamás fue un páramo en lo que se refiere a la seriedad científica ni a la sensibilidad humana con la que se toma las cosas. “Un día, no pude más”.
Decidió mudarse entonces a un lugar ubicado 289 kilómetros al norte de la ciudad de Santa Fe, de nombre inquietante: Malabrigo. Allí había sido feliz en los veranos de su infancia, cuando descubría el mundo en casa de su abuela, aprendía a jugar el juego de la vida por las calles y los campos, y leía El Tigre de la Malasia. En 1988, a los 45 años, se instaló como pediatra en ese oasis de su infancia, para vivir más tranquilo. No contó con la Ley de Murphy, en versión criolla: los propios consultorios revelaron que algo extraño estaba pasando.
Empezó a observar en Malabrigo:
- anencefalias (nacimientos de bebés sin cerebro),
- hidrocefalias (agrandamiento o dilatación cerebral por exceso de líquido céfalo raquídeo),
- malformaciones del pabellón auricular, brazos y piernas,
- agenesia de la pared abdominal (“nacen bebés con las tripas afuera”, explica el doctor),
- agenesia de diafragma (“todos los órganos concentrados en el pecho”),
- mielomeningoceles: la falta de cerramiento de la columna a nivel lumbar o cervical (columna bífida, ) que hace que la médula queda expuesta al exterior.
Lolo agrega: “Y lo que quieras imaginarte”. Quienes hemos visto fotos de bebés con estas malformaciones acaso tengamos apenas una ínfima noción de lo que significa esa pesadilla.
El otro problema era el tamaño del problema: “En Santa Fe yo veía un caso así entre 8.500 a 10.000, que es lo estadístico”. Es el 0,01% de los casos. “Pero aquí, para una población que tenía de 120 a 150 nacimientos vivos por año, había 12 casos anuales, ahí por 1994. ¿Cuánto es eso porcentualmente?”. Nunca sé si los números dicen algo sobre las pesadillas de la vida real, pero en este se trata de una proporción 1.000 veces mayor de malformaciones que lo que dictaba la estadística de universo llamado normal.
Desde que el doctor Arthur Conan Doyle creó a un investigador llamado Holmes, se sabe que entre la clínica médica y la labor detectivesca puede haber espejos.
Con mucho de cada cosa Lolo, el doctor Rodolfo Páramo, se hizo una de las preguntas más tremendas de su vida: “¿Por qué pasa esto?”
Realismo mágico
Rodolfo Páramo hoy está jubilado pero no es un pasivo sino un activo, que cumplirá 72 años el 18 de julio. Sigue despertándose entre 5 y media y 6 de la mañana. “Me levanto para no molestar a Elba”, la esposa de toda la vida con quien han tenido dos hijas. Se conecta a Internet, y comienza a interactuar con colegas, organizaciones sociales, redes virtuales, para recibir y difundir información sobre qué está ocurriendo con la salud de las personas y del país en estos extraños tiempos. También le gusta ver documentales que hay que saber buscar en televisión. “No me digan que es la caja boba. El bobo es el que se dedica a mirar estupideces”.
Es un hombre amable, cálido, se emociona y me emociona al recordar pacientes a los que no pudo salvar, le gusta hacer preguntas para dejar pensando a sus interlocutores. Se le nota a la vez un carácter volcánico ante determinadas cuestiones, como cuando en 2010 calificó públicamente a los ingenieros agrónomos que apoyan el modelo transgénico de un modo que no se presta a la confusión: “Genocidas hijos de puta”.
Páramo ceba mate y hace algunas precisiones: “Dije eso en agosto de 2010 en un acto de la Facultad de Medicina, en el salón de Actos del Pabellón Argentina de la Universidad Nacional de Córdoba. Expliqué que quienes promovían y sostenían este modelo agroindustrial son tan genocidas e hijos de puta como lo fueron en su momento los militares. Seis colegios de ingenieros agrónomos me mandaron cartas documento diciéndome que me retractara o me llevarían a juicio. Estoy esperando que me llame un juez, porque no me retracté”.
Entre sus argumentos, escribió a quienes amenazaban demandarlo: “El Código de Ética del Ingeniero Agrónomo en su Artículo 16 expresa claramente su obligación de advertir al cliente errores en que éste pudiere incurrir, relacionados con los trabajos que el profesional proyecte o conduzca, y no ‘lavarse las manos’ después de extender la receta agronómica, y no controlar ‘in situ’ las aplicaciones de lo que receta, pretendiendo eludir así la responsabilidad que les cabe y obtener impunidad, lo que hace deleznable su proceder, y cobarde pretender que quienes incurren en tal omisión, negligencia e ilícito son otros actores”.
Según el diccionario, páramo es un “terreno yermo, raso y desabrigado; lugar sumamente frío y desamparado”. Es, paradójicamente, lo que Lolo teme que termine ocurriendo con la tierra de continuar el actual modelo de monocultivo y agrotóxicos. Lolo contradice su propio apellido con entusiasmo fértil.
Malabrigo es una localidad de 10.000 habitantes cuyo nombre viene de un arroyo que desembocaba en un puerto al que llamaron así porque no era muy reparado para las crecidas del Paraná, cuenta Páramo. Como su nombre no lo indica, llaman Ciudad Jardín a Malabrigo, que es muy bella.
Lolo conoce pero no leyó a fondo el libro considerado disparador del realismo mágico latinoamericano, Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo. El realismo mágico en los pagos argentinos no viene de la literatura.
Transgentina
Páramo, recordemos la secuencia, estaba preguntándose en 1994 qué era lo que generaba tan terribles y asombrosas malformaciones de bebés. “Primero me habían llamado la atención, en el consultorio del hospital de Malabrigo, los problemas alérgicos por el contacto con los sembradíos. Yo empezaba a atender a las 6 de la mañana, para que pudieran venir las madres de los barrios, que a las 7 de la mañana entraban a trabajar como domésticas o como empleadas. En el centro de la ciudad estaban funcionando los silos de la cooperativa agropecuaria local. Aprendí que los silos ventean los granos, se les manda aire caliente para quitarles la humedad, pero ese aire caliente arrastra a la atmósfera el polvillo que hay en la cáscara de la soja, el girasol, el maíz”.
Por ese venteo los vecinos habían denunciado a la Cooperativa, porque no se podía tender la ropa. “El polvillo ennegrecía todo con una materia grasa que costaba lavar. Eso era lo que estábamos respirando”.
Otro hallazgo: “Yo había aprendido en neurología infantil que para evitar las malformaciones es fundamental el ácido fólico, que se usaba en Malabrigo para tratar a las embarazadas que iban al hospital. Pero sospeché que, si había tantas malformaciones, algo estaba inhibiendo esa acción del ácido fólico. Entré a investigar, a leer y supe que en ese 1994 se estaba usando el glifosato de Monsanto. ¿Suena raro?”
Suena raro, porque la aprobación de los transgénicos y sus herbicidas fue en 1996: Menem presidente, Felipe Solá secretario de Agricultura. Páramo: “Aquí ya les permitían cultivar soja transgénica y aplicar el glifosato antes de la aprobación oficial. No se usaban aviones, sino mosquitos (vehículos fumigadores terrestres). Los mosquitos derramaban el veneno en los campos, y después circulaban acá por las calles, chorreando glifosato. Ahí aparecieron las malformaciones de todo tipo”.
Páramo volvía a sentirse verdugo de parejas a las que debía informarles, por ejemplo, que su bebé había nacido sin cerebro. “Empecé a atropellar, fui al Concejo Deliberante, hablé con el entonces intendente Carlos Spontón, le dije que si no hacían algo los iba a denunciar a todos. El intendente dijo: ‘¿Me estás amenazando?’. Le contesté: ‘No, te estoy avisando lo que voy a hacer’. Lo cierto es que se logró prohibir la venta de estos productos dentro del perímetro urbano, y se prohibió el ingreso de los vehículos con glifosato. Y las malformaciones desaparecieron como por arte de magia”.
Mirar desde la bicicleta
La vida siguió como siempre en Malabrigo. “Me gusta visitar Buenos Aires de vez en cuando, pero vivir ahí ni loco, se las regalo. Aquí salís, saludás, conversás, es otra cosa. Sos alguien. Allá sos un número”. Lolo andaba además en bicicleta entre los campos unos 60 kilómetros por día. El consultorio, sus conversaciones y sus paseos, dispararon nuevas alarmas. “Empecé a enterarme desde 2004 de muchos cáncer en personas jóvenes, menores de 50 años, y linfomas en chicos. Después me enteré por Internet de las demandas de Ecuador contra Colombia por las fumigaciones con glifosato que eran parte del Plan Colombia impulsado por Estados Unidos, para atacar las plantaciones de coca y amapolas”.
Páramo supo que el glifosato cruzaba la frontera de Ecuador hasta 80 kilómetros y que una universidad de ese país investigó las consecuencias en los humanos: riesgo de contraer cáncer, infertilidad, nacimiento de bebés con malformaciones. Todo esto no era un relato para él, era parte de lo que había visto demasiadas veces. “Y a los cánceres raros, inusuales, se agregaron 5 o 6 mujeres jóvenes, embarazadas, sanas ginecológicamente, que venían bien en su gestación, pero abortaban. Es un número enorme para un lugar como éste, y eso sigue ocurriendo”.
Lolo trataba de distraerse de estos temas haciendo largos paseos en su bicicleta. “Un día veo un mosquito fumigando un campo. Paso a los 3 o 4 días, y esa zona estaba amarilla. Llovíó, no pude andar por unos días, y al volver veo que la vegetación del otro lado del alambrado y en la cuneta estaba seca. ¿Cómo? ¿No me habían dicho que el glifosato se degradaba en contacto con la tierra? No se degradaba nada, se escurría, mataba todo lo que encontraba y se infiltraba naturalmente a las napas de agua”.
En el hospital la alarma era cada vez mayor. “Hablábamos todos, médicos, enfermeras, todos coincidíamos: alguien tiene que hacer algo. Y pensé: bueno, lo hago yo. Llamé a Luis Nardín, periodista de radio, me invitó a su programa. Fue el 3 de marzo de 2007: le conté todo, desde las malformaciones hasta el cáncer, todo el resto de enfermedades y los abortos y lo que se notaba de estos venenos en los campos. Dije que Monsanto miente. Eso lo pasaron también por Reconquista y se desparramó”.
Fuera de moda
Páramo pronuncia palabras fuera de moda para explicar su decisión. “Creo que era un deber moral y ético decir lo que pasa. Me eduqué en una universidad pública. Mis viejos me pagaron la comida y la pensión. Los profesores los pagó la gente con sus impuestos. La sociedad. Yo hice un juramento de trabajar por la salud. Entonces si te callás, sos cómplice. Y no sos coherente con la vida”.
Empezaron los viajes, congresos, conferencias: “Nunca cobré nada, en 2008 estuve en Mu. Punto de Encuentro hablando del tema, en la Universidad de Córdoba, en Santa Fe. Decidí jubilarme ese año para poder dedicarme full time a este tema. Conocí a Andrés Carrasco que hizo su investigación en el Laboratorio de Embriología Molecular demostrando los efectos del glifosato. Un día teníamos que hablar en la cámara de Diputados de Santa Fe y yo le dije a Andrés que no quería, que estaba harto de hablar con gente que no quería entender. Me contestó: ‘Ojito, vas a hablar, que también por culpa tuya hice la investigación’”. Carrasco había percibido que en las denuncias de madres, vecinos y médicos rurales había una realidad que la investigación científica debía convalidar.
Recuerda Lolo Páramo, con una combinación de orgullo y modestia, cuando Gustavo Irico, el entonces decano de la Facultad en la que se recibió, Ciencias Médicas de Córdoba, lo presentó como el primer médico que denunció el impacto de productos como el glifosato en la salud. Y una charla que compartió en 2010 con Carrasco, el biólogo Raúl Lucero, y el médico misionero Hugo De Maio entre tantos y tantas que desde entonces se atrevieron a romper el silencio, bastante antes de que la Organización Mundial de la Salud, en abril 2015, empezara a reconocer tímidamente los efectos del glifosato.
“Pero el problema no es sólo el veneno –dice Lolo en el atardecer de Malabrigo-, sino también los transgénicos, lo que comemos, y todo un modelo de producción que no va, que no tiene futuro porque es insustentable, y va a provocar una debacle económica cuando haga implosión. Hay que pensar otros estilos de producción, agroecológicos, formas comunitarias de producir y de consumir, otros estilos de vida, porque con este no tenemos garantizado el futuro”.
Páramo se apoya en su bastón y en varias convicciones. “A todos los que hemos dicho las cosas como son, nos han catalogado como locos. Si eso es por mostrar la realidad, no hay que hacerse problema. Que me digan loco: para mí es un título nobiliario”.
Fotos: Lina Etchesuri
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
Nota
Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


Revista MuHace 2 semanasMu 208: Lara Brenda Morena

#NiUnaMásHace 3 semanasUn mes sin Brenda, Lara y Morena: lo que se sabe de la trama narcofemicida

Soberanía AlimentariaHace 2 semanasMiryam Gorban: hasta siempre, maestra

Derechos HumanosHace 2 semanasEstela, 95 años y 140 nietos recuperados: ¡que los cumplas feliz!

#NiUnaMásHace 3 semanasTransfemicidio en Neuquén: reclaman justicia por Azul, la trabajadora estatal por la que se declararon dos días de duelo
















