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Fake food: Campaña por el etiquetado de alimentos
Una iniciativa busca que los alimentos lleven advertencias si son altos en sal, azúcar o grasas. El modelo ideal es el chileno, pero el gobierno –presionado por sectores empresarios- busca avanzar en otro que ya fracasó. Saber para comer. Por Franco Ciancaglini
El Tigre Tony mira sonriente a cámara, muestra un plato rebosante de leche y cereal, y levanta el pulgar derecho en señal de “okey”. La imagen es encantadora. A veces, según la temporada, va acompañada de pelotas de básquet, de fútbol, carteles que dicen “energía” o que, imitando el sonido del tigre, rugen: “GRRRiquísimos”.
¿Quién es este tigre sonriente? ¿Por qué está ahí, pintado en una caja de cartón?
Las Zucaritas son apenas un ejemplo de los alimentos que contienen en su envase estrategias de marketing que funcionan como efectivos anzuelos para niñxs, y también como calmantes para los padres. Nadie podría decir que consumir cereales con leche pueda resultar nocivo, salvo porque lo que contiene el paquete del tigre no parece ser precisamente cereal ni la leche de la góndola, leche de vaca.
En Argentina hay que achinar los ojos sobre letras ínfimas y ensayar una especie de traducción para entender qué compuestos alimenticios tienen los productos que están en el súper. En Chile, uno de los países pioneros en etiquetado frontal de alimentos, tres octógonos negros alertan en el envase sobre los productos altos en grasas, sales y/o azúcar.
Y sí, triste noticia: allí, el Tigre Tony no existe.
Modelos y lobbys
“El etiquetado frontal de alimentos no es otra cosa que una advertencia sobre el contenido excesivo de nutrientes que se consideran críticos”, dice Andrea Graciano, licenciada en Nutrición y docente e investigadora de la UBA. “Decimos que son críticos porque han venido transformando nuestros patrones de alimentación. Lo que se ve en Chile es que lo que se modifica con el etiquetado es la intención de compra: cambia el consumo. Y a eso en definitiva apunta el etiquetado de advertencia: que la población tome una decisión informada”.
Andrea Graciano es también presidenta de la Federación Argentina de Graduados en Nutrición (Fagran, organización que nuclea a Colegios y Asociaciones de Graduados en Nutrición de todo el país) pero su trabajo está en el territorio: precisamente en el Centro de Salud Comunitaria situado en La Boca. Desde ese termómetro social Andrea pasa sin escalas a conferencias en la Universidad de Lanús, Pamplona, Asunción, Entre Ríos y otros lugares donde la invitan a exponer sobre lo que es especialista: el etiquetado. “Quien viene liderando este proceso es América Latina: México, Ecuador, Perú y Chile ya tienen distintos sistemas de advertencia, y en Uruguay ya es ley y se está por implementar. Brasil y Argentina lo están estudiando”.
En Argentina, el etiquetado frontal no es algo que se esté tejiendo en los territorios, sino una discusión que preocupa a las altas esferas del poder. Si bien escasos medios de comunicación dan cuenta de este debate, la actual Secretaría de Salud viene trabajando en el asunto. El secretario Adolfo Rubinstein, consultado por Clarín, admitió que no planean adoptar el modelo chileno sino “un modelo híbrido”, pero evitó dar precisiones. “Vimos con preocupación esas declaraciones: el modelo híbrido es algo que no está probado”, dice Graciano. “Hay mucha evidencia de lo que pasó en Chile y también hay evidencia de lo que pasó en otros sistemas intermedios, como el que plantea el ministro, que ya fracasaron”.
Hasta ahora, la discusión parece estar trabada en los ministerios de Agroindustria y Producción, donde los poderes de lobby parecen priorizar la salud corporativa.
La cajita triste
Según explica Graciano, el etiquetado frontal es efectivo sobre todo en los productos que son falsamente percibidos como saludables. Ejemplo: “Los yogures que hoy existen en el mercado argentino tienen altos contenidos de azúcar agregada: muchos llevarían el sello negro. Lo mismo ocurre con productos que tienen en el envase una fruta: las personas los compran pensando que están comprando jugo de frutas, pero en la letra chiquitita dice que contiene un 10% de de frutas y el resto son endulzantes, colorantes, un montón de ‘antes’. En realidad, lo que están consumiendo es azúcar saborizada”.
La normativa chilena es considerada de las más exigentes porque no regula solamente el etiquetado: la ley controla también la publicidad y la comercialización de los alimentos nocivos. “El etiquetado frontal debería ser el primer paso para avanzar respecto a la regulación de otras cuestiones”, plantea Graciano. “En Chile los productos que tienen un sello no se pueden publicitar, no pueden distribuirse en las escuelas, no pueden llevar ninguna estrategia de marketing”. El caso de las Zucaritas es emblemático: el Estado chileno y Kellogs se trenzaron en un juicio en el que la justicia terminó fallando contra la empresa. Resultado: una etiqueta plana, sin dibujo animado.
Más casos concretos: “Otra medida es que no pueden contener regalos, por eso fue emblemático el caso de que no se iban a poder vender los huevos Kinder, o la Cajita feliz de Mc Donald’s: lo atractivo que tienen esos productos es el regalo”.
¿Cómo impactó esto en la práctica, tanto en el consumo como en la salud? Según Graciano, la transformación de los indicadores de salud llevan tiempo: aún no hay estadísticas del impacto concreto. “Lo primero que se puede medir es el cambio en el consumo y en los hábitos alimentarios: sobre todo cómo se modifica la compra. Pero el impacto que va a haber en problemáticas de salud va a llevar tiempo para poder contabilizarlo. Por eso es importante tener implementado un sistema de vigilancia epidemiológica para ver cómo va variando en el tiempo”.
En Argentina esa vigilancia arroja números alarmantes: “Lo que hoy vemos es que los indicadores están en aumento: según los datos de la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, entre 2005 y 2018 la obesidad aumentó un 74% en mayores de 18 años”.
Efecto fastidio
Muchos de los productos que presentan altos índices de azúcar, grasas y sal están dirigidos a los paladares de los más chicos. Las publicidades, también.
Para distintos nutricionistas esto tiene, al menos, dos sentidos: uno, domesticar el paladar ya desde temprano; dos, utilizar a los niños como el caballo de Troya para ingresar al hogar. “Muchas veces los adultos van a comprar acompañados de sus hijos. Y hay un efecto que está descripto, que está estudiado que es el ‘efecto fastidio’: la presión de los chicos para comprar algo. Los adultos muchas veces terminan cediendo. Frente a una gran diversidad, se elige una marca que no era la que se pensaba, porque tiene los dibujitos de la película animada del momento”.
¿Cuál es el efecto concreto del Tigre Tony sobre la salud de los niños? Distintos estudios dan cuenta de que los patrones de alimentación han ido cambiando con prevalencia a la obesidad y a enfermedades no transmisibles, en paralelo con el aumento de venta de alimentos industrializados: según una encuesta regional, Argentina ocupa el podio de consumo de ultraprocesados. Aporta Graciano: “Los estudios muestran que al menos un 30% de los niños argentinos tienen sobrepreso u obesidad. Datos de la Encuesta Mundial de Salud Escolar muestran que entre 2007 y 2012 el sobrepeso y obesidad aumentaron en adolescentes, y que los chicos de niveles socioeconómicos bajos tienen un 30% más probabilidad de obesidad que los otros”.
Bingo: Andrea relata que en el Centro de Salud Comunitaria de La Boca el sobrepeso figura como una de las principales consultas. Y que el efecto supermercado, en muchos casos, no aplica: “Hoy muchas familias lo que nos relatan es que para poder comer están nuevamente recurriendo a los comedores del barrio. En los menúes de los comedores muchas veces el propio Estado refuerza los patrones de consumo nocivos, y no se brinda lo que él mismo recomienda que hay que consumir: 5 porciones de vegetales y frutas por día. En los comedores eso no existe”.
¿Qué hacer frente a este panorama? Desde Fagran, así como desde la Coalición Nacional para prevenir la obesidad en niños, niñas y adolescentes, impulsan esta campaña concreta: el etiquetado frontal de alimentos, como un primer paso. “Comemos nutrientes y comemos sentidos”, plantea Graciano. “Lo que nos hace elegir unos alimentos es el sentido que le damos. (Claude) Fischler habla de OCNIS – Objetos Comestibles No Identificados- al referirse a la comida industrializada también en este sentido: estamos comiendo muchos sentidos y poco alimento”.
En un país en el que se etiqueta a lo orgánico pero no a lo transgénico, la pregunta es obligada: ¿qué hacemos con los alimentos genéticamente modificados? Graciano advierte: “Los nutricionistas también debemos pensar qué alimento estamos produciendo. La de los trangénicos es la batalla que hay que dar después de ésta”.
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