Mu197
Saldo negativo
Crónicas del más acá. Por Carlos Melone.
Don Gregorio de Laferrère fue uno de los tantos personajes pintorescos de la vida política argentina, con vaivenes y devenires que lo tuvieron aquí y allá. Portador de una alcurnia cercana a la nobleza francesa, combinó sus dotes de dramaturgo y constructor de tramas de alguna universalidad con caricaturas criollas de época y alguna que otra frivolidad que a veces parecen imperdonables y a veces parecen travesuras inocentes de un niño cheto y picarón.
Pero que no cunda el pánico, que esta crónica no se va a volver biográfica sobre el autor de ¡Jettatore! o Las del Barranco.
¿Entonces?
Como otros tantos miembros de la oligarquía de la Argentina Moderna, fundó su propia ciudad con una ayuda de sus amigos.
Recordemos a Mechita en la provincia de Buenos Aires, que lleva ese nombre por el diminutivo de Mercedes, la hija de Don Manuel Quintana, entonces presidente de la Nación (que donó los terrenos para el emplazamiento de la ciudad y los talleres ferroviarios).
Don Gregorio, más directo, le puso su nombre a la ciudad y a otra cosa, no andemos con vueltas.
Laferrere. Sin el acento.
Laferrere queda lejos de todas partes.
Incluso se calcula que Laferrere queda lejos de sí misma.
Para todo el mundo (o casi) es Lafe. O sea que el bueno de Gregorio queda perdido en la abreviatura conurbánica.
Nada de afrancesamientos: Lafe…
Ir desde el Emirato de Lomas de Zamora hacia Lafe implica experiencias varias.
Por ejemplo, realizar un trayecto por el Camino de Cintura o Ruta Provincial 4 que he mencionado en otras Crónicas y que merecería un espacio propio.
El Camino de Cintura es una novela de Isaac Asimov.
No diré más.
Un poco antes de la rotonda de La Tablada se gira junto al hospital Balestrini (cuenta la leyenda que lo inauguraron como tres veces, pero esas cosas en la Argentina no ocurren) y allí comienza la confusión de nombres de las voces de las chicas de los diferentes GPS: para unas es el camino presidente Néstor Kirchner y para otras (como indica el cartel) es El Hornero.
No importa mucho, aunque una de las chicas manifiesta severas dificultades para pronunciar “Kirchner”.
Un trayecto breve y se encara por la Ruta 21 rumbo a Lafe. Autovía doble mano con algunos baches temibles, pero en general aún en buen estado.
En varios tramos, yendo hacia Lafe, especialmente hacia la izquierda, campo.
Campo en el Conurbano.
Me hablaron de malones, pero creo que eran comentarios mal intencionados de habitantes urbanos: seguramente la Zanja de Alsina protege la zona.
Gente maledicente hay en todas partes.
Todo el trayecto de la ruta, como queda antedicho, tiene una fama tenebrosa. Pues bien, nunca me pasó nada.
Nada.
Fui y regresé al Emirato en horarios inoportunos, sea lo que signifique eso.
Conurbano y estigma son primos hermanos.
Laferrere tiene un centro comercial, cercano a la estación del ferrocarril ligeramente caótico. O tal vez no sea ligeramente. Tal vez sea literalmente.
Mucha gente. Mucha. Calles medio en diagonal, medio en semi recta, medio en la curva de Gauss.
Mucho comercio variopinto (qué palabra, ¿no?). Mucho.
Mucha gente. Mucha. Humilde en su inmensa mayoría.
No se han anoticiado aún de la enorme prosperidad en la que nos sumerge el actual gobierno.
Gente desinformada.
No la ven.
Del despelote de tránsito ni vale la pena detallar.
A pocas cuadras del centro vive Gabriel.
Casi un metro noventa de humanidad velezana. Si, el tipo es hincha de Vélez a nivel Dios.
No diré más.
Su terruño original es Liniers, pero Laferrere está en su corazón porque allí vivieron sus abuelos a los que amaba.
A los que sigue amando, aunque hayan cruzado la frontera hace tiempo. Vive provisoriamente en una enorme casona armada a lo tano, tipo rasti, que ahora sobra por todas partes.
Era la casa de sus abuelos.
Gabriel está apenas arriba de los 50 pirulos, pintón, sensible, escuchador inteligente y agudo.
Te muestra las fotos de familia y te enumera primos y primas y tías y tíos y madrinas y padrinos desde el 1810 hasta la actualidad.
Y se emociona.
Fuma unos cigarrillos que probablemente estén hechos con deshechos de caña contaminada con petróleo. No toma alcohol: todos sus amigos chupan como beduinos y el tipo siempre con la famosa bebida norteamericana, ese maravilloso invento del capitalismo salvaje, insuperable para desajustar tornillos.
La historia de vida de Gabriel no es peor ni mejor que la de nadie: hay dolores, hay cicatrices, hay sangrados permanentes, hay logros enormes, fracasos, cosas a las que ni siquiera se les puede poner nombre.
Hablar de Vélez, de sus hijos y de su compañera (ella y uno de los hijos viven en Córdoba) lo encienden, lo prenden, lo iluminan. Un matrimonio flojo de papeles que pervive a pesar de los kilómetros
Como en Viaje a las Estrellas, te dice que a dos cuadras de donde vive está la Frontera Final y se ríe.
No parece: el barrio es clase obrera en sus mejores tiempos. Pero se nota que esos tiempos ya pasaron.
Gabriel trabaja en servicios de obra, especialmente pintura, solo. Tuvo un pasado próspero de bancario que se derrumbó.
No diré más.
No tiene vehículo por lo que viaja miles de horas para llegar a los lugares de trabajo porque ya se dijo: Lafe queda lejos de todo.
Una noche de regreso a la casa, lo encararon para asaltarlo.
No pudo menos que largar una carcajada en ese momento: lo más valioso que tenía era la SUBE con saldo negativo.
Me contó con un gesto amargo que “eran nenes”. Que posiblemente las armas eran de juguete. Que no sabía si abrazarlos o arrancarles la cabeza de una trompada.
Nada malo pasó.
Los pibes se fueron y Gabriel, al que conozco hace años, llegó a la vieja casona vacía y se sentó en la blanca inmensidad del comedor que supo estar lleno de familia y ahora solo lo cobija a él. Encendió uno de esos cigarrillos increíblemente malos y –me dijo– se quedó mirando nada durante mucho tiempo.
Me dijo que esa noche no pudo dormir: no sabía si pensar en los nenes o en que lo más valioso que tenía era la SUBE con saldo negativo.
Que pensó en las dos cosas.
Que este país te hace pensar en muchas cosas, que su vida lo hace pensar en muchas cosas.
Eso me dijo la última vez que lo vi, en Laferrere, ese lugar que queda lejos de todas partes.
Como la Argentina.
No diré más.
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