Derechos Humanos
La justicia en el cuerpo
El Equipo Argentino de Antropología Forense es una referencia internacional en la búsqueda y reconocimiento de personas desaparecidas. En este 2025 se están cumpliendo 40 años del Juicio a las Juntas que tuvo entre sus testimonios cruciales al del científico norteamericano Clyde Snow. El trabajo forense fue el que permitió identificar restos de víctimas de la dictadura, que así pudieron ser juzgados como homicidios cuando el delito de desaparición no existía. Aquella declaración de Snow fue uno de los espaldarazos para este grupo. Cómo nació, qué descubre, cómo es su trabajo cotidiano, y por qué se convirtió en un símbolo en el mundo. En tiempos complejos en los que parecería que faltan ejemplos e inspiraciones, aquí hay uno de tantos: un equipo en movimiento, que reúne la ciencia y lo social -pese a los frenos libertarios- para sostener un modelo que rompe al negacionismo y revela la verdad.
Por Lucas Pedulla.
(Publicada originalmente en la revista MU)

«Los huesos son un rompecabezas, pero nunca mienten”.
Para llegar a la frase de Clyde Snow, casi una bienvenida al edificio del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), hay que atravesar las calles del ex centro clandestino ESMA, uno de los mayores infiernos operativos durante la dictadura, entre carteles que ubican el horror y recuerdan a personas que hoy siguen desaparecidas.
El lugar se encuentra detrás de la Casa por la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo, ambos espacios conectados por un pequeño patio interno. Hay una conexión también histórica: en 1984 la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) y las Abuelas solicitaron la asistencia de Eric Stover, el director del Programa de Ciencia y Derechos Humanos de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia (AAAS, por sus siglas en inglés, ubicado en Washington DC, Estados Unidos). El porqué era una preocupación: las familias no confiaban en las exhumaciones de cuerpos en tumbas NN o en fosas comunes que diversos jueces, ya en democracia, estaban ordenando y llevando a cabo de forma no científica ni profesional.
La delegación de AAAS que llegó al país trajo al doctor Clyde Snow, un antropólogo forense de trayectoria ya destacada a nivel mundial. Snow convocó arqueólogos, antropólogos y médicos para comenzar las exhumaciones y el análisis de los restos que encontraban con una metodología científica. Los hallazgos fueron tan escalofriantes como cruciales.
Snow declaró en los primeros días del Juicio a las Juntas, en abril de 1985, hace 40 años. Fue la única vez que la sala de audiencias se oscureció para mostrar diapositivas de lesiones en huesos y cráneos de esos cuerpos exhumados, que permitieron comprobar científicamente los asesinatos cometidos por el terrorismo de Estado.
El experto capacitó un equipo que, desde entonces, nunca paró de trabajar: en febrero pasado, el EAAF identificó los restos de Raúl Salustiano Ruiz, secuestrado por el Ejército el 2 de junio de 1976 en Caspichango, al sur de Tucumán. Fue la víctima número 120 encontrada en la fosa común conocida como Pozo de Vargas.
La noticia, entre tsunamis negacionistas, impactó doble porque el rompecabezas de la memoria, la verdad y la justicia es algo que no para de reconstruirse.
Y, como dice Snow en esta bienvenida al equipo que formó, no miente.

De loquitos y esqueletos
«Clyde encontró un hilo y empezó a tirar. A partir de ahí fue más sencillo, porque tenés el hilo”. Carlos Maco Somigliana (65) es antropólogo, formó parte del equipo de jóvenes que trabajó en la fiscalía durante el Juicio a las Juntas, luego pasó a integrar la experiencia EAAF que todavía era flamante, y hoy habla en su oficina como uno de los “veteranos” que permite ubicar la perspectiva histórica de un trabajo que continúa con otras generaciones. A 40 años la explicación parece sencilla, sobre todo viniendo de una cabeza con rigurosidad científica donde la clave es hallar el método, pero en los comienzos hubo algo más que la “suerte” de la que habla Maco: “Se dieron una serie de circunstancias que permitieron crear el espacio. En el juicio, por ejemplo, parecía que no había nada en ningún lugar, pero había una posibilidad enorme de hacer cosas siempre a partir de lo que se hizo antes”.
Snow es importante porque permitió verlo: “De repente viene un tipo con mucho rodaje, con herramientas ya creadas, que le permiten ver un tsunami y no pensar que no se puede hacer nada, sino clasificarlo: es un tsunami clase X, por ejemplo. Lo que hizo Clyde es pensar: hay un Estado, una de las funciones del Estado es el registro, y el Estado sigue registrando como si fuera una cámara. Para quienes quieren hacer algo y preferirían que esa cámara no existiera, es complicado explicarle a la cámara que se tiene que apagar ante ciertas cosas. Entonces dijo que busquemos en esa superficie, a ver si hay algo que se relacione, y empezó a ver partidas de defunción de personas no identificadas. Fue el piolincito. Solo había que mirarlas. Después, con los años, aprendés a tirar mejor del hilo, ves que hay otros que se relacionan, pero permitió pensar: ¿cómo puedo buscarle la puerta a esta pared? Muchos chocan, pero Clyde dio un paso atrás y dijo: ahí hay un lugar”. En tiempos de aquel juicio (1985) no existía el delito de desaparición. Sin los cuerpos identificados, no había homicidios (que era lo que buscaban los militares). Por lo tanto los descubrimientos de Snow fueron cruciales para que pudiese existir la acusación por crímenes probados, que derivaron en condenas a prisión perpetua.
La historia es fascinante, y en este presente que muchas veces se revela desolador, permite dimensionar un trabajo que partió con el horror todavía muy presente –los años 80–, recorrió un desierto de impunidad –los 90–, y sigue funcionando desde un quehacer específico, encontrando respuestas que llegan en esta Argentina con características atmosféricas particulares: “Hablás del desierto de los 90, pero a nosotros nos permitió encontrar un oasis, porque lo que pasaba es que a nadie le interesaba la cuestión. Era tomen y vean: éramos unos loquitos estudiando esqueletos que no se iban a poder identificar porque no era posible la identificación de ADN. Por eso hablo de suerte, con un poco de cabeza dura, y también de apuesta. Podría no haber salido bien. Muchas veces no sale. Invertís tu tiempo. Pero fue la etapa de consolidación, porque cuando la cosa sí empezó a tener sentido, entonces ya éramos una referencia: habíamos estado 10 años mirando eso”.
Cómo eso continúa vivo es parte de una especificidad: “Con Abuelas tenemos una gran fortuna y es que tenemos tareas concretas. Problemas concretos, complejos, pero siempre tenés trabajo, y eso es una diferencia que nos permitió tener miradas más específicas que el resto de los organismos”. Maco ejemplifica en las búsquedas actuales sobre desapariciones en democracia: “Es una manera de demostrar que el movimiento tiene cosas para aportar no solo respecto del pasado lejano sino del presente. Es fundamental porque, si no, nos vamos quedando en las tradiciones, que son buenas, pero sobreviven lo que dura una generación, o tres como mucho, si no lo atás con algo que se esté moviendo”.
A su vez, ese pasado lejano se sigue moviendo en un presente político que busca anclarlo en el olvido, como la identificación en el Pozo de Vargas. ¿Qué significa?
Que la gente escuche que eso se sigue haciendo a pesar del contexto. Es importante enfatizar el hecho de que la rueda se sigue moviendo.

800
Mariella Fumagalli (43) es la directora programática de Argentina, y con Analía González Simonetto (45), coordinadora del Laboratorio Antropológico, entraron como pasantes en 2002, cuando eran estudiantes de Antropología en la UBA. “Fue un espacio de trabajo y de formación al mismo tiempo –dice Mariella–. El EAAF es una experiencia tan sui generis que la transmisión de conocimiento se dio de Clyde Snow al grupo de antropólogos en los 80, que después formaron a una nueva generación”. En aquel momento, desde otro desierto poscrisis 2001, el EAAF requirió a la justicia los restos de aquellas exhumaciones que habían hecho los jueces al comienzo de la democracia. Analía: “Eran muchas bolsas con muchos restos, en muchos casos mezclados por la misma exhumación, y el Equipo necesitaba gente que los procese, los lave, los incluya en un inventario”.
Hoy son responsables en sus áreas, como también lo es Virginia Urquizu (50), coordinadora de la Unidad de Casos, en permanente contacto con las familias. También de la UBA, entró en 2007 para atender un teléfono 0–800 en el marco de la Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas (ILID): “Fue un salto cualitativo para obtener muestras de sangre y enviar al Laboratorio para hacer comparaciones masivas. Muchos no habían dado muestras ni tampoco sabían que se podía hacer”. Ese año fue bisagra porque permitió comparar masivamente las muestras de sangre con todas las muestras óseas, ya que antes se hacían una por una: “Primero tenías que establecer un perfil de identidad de la persona para poder hacer un cotejo genético. Aceleró muchísimo”.
Un dato de esta rueda que sigue: en el edificio del EAAF aún quedan más de 800 cuerpos sin identificar por falta de muestras. Mariella: “El paso del tiempo también nos afecta por el límite biológico. Hay un ciclo que, de alguna forma, se está cerrando porque cada vez hay menos madres y menos abuelas. Fundamentalmente necesitamos las muestras de sangre de los familiares para identificar personas. Los familiares directos son cada vez menos, entonces hay que recurrir a otros mecanismos”. Analía suma las transformaciones a nivel genética: “Hace 10 o 15 años una muestra de un primo hubiera sido mucho más compleja de agregarla a una comparación. Hoy los cambios son abismales: por eso convocamos a sobrinos, primos, nietos, que son líneas más alejadas, porque hay una posibilidad de acompañar esa curva decreciente”.
En los casos donde no hay familiares vivos, el EAAF tiene entonces que exhumar un familiar fallecido para poder sacar una muestra y acceder a un perfil genético para comparar. Son parte de los desafíos actuales en un presente complejo, y donde el acercamiento de los familiares sigue siendo fundamental para seguir investigando. Virginia menciona el Proyecto Humanitario Malvinas: “Seguimos trabajando para identificar a cinco combatientes que faltan que fueron inhumados en el Cementerio de Darwin, y eso tiene que ver con la falta de muestras de familias que está costando mucho encontrarlas”.
Mariella aporta otro ejemplo relacionado a la última identificación en el Pozo de Vargas: “Hay 149 personas exhumadas, y quedan 30 por identificar. No se está pudiendo lograrlo todavía porque no tenemos muestras. Pero, paralelamente, la investigación de esos restos debe continuar porque lleva un trabajo antropológico de armado de rompecabezas de 149 personas en el que hay que conformar un esqueleto entre 40.000 elementos óseos mezclados”.

Partes del problema
La experiencia que el EAAF acumuló durante años lo constituyó en una referencia también a nivel internacional, con misiones a la República Democrática del Congo, Costa de Marfil, Togo y Sierra Leona; con solicitudes del Tribunal Penal Internacional para la ex–Yugoslavia de Naciones Unidas; del Comité Internacional de la Cruz Roja (en Colombia, Líbano, Ucrania, Irán e Irak, entre otros); o convocados por los familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, en México. La lista sigue y cruza continentes.
Como explicaba Maco, en Argentina están trabajando, entre otras líneas, las desapariciones en democracia. “Es un universo complejo porque tenemos una metodología aceitada para determinadas formas de desaparición dentro del terrorismo de Estado, pero en democracia hay un millón de factores que pueden incidir en la desaparición de una persona –dice Mariella–. Lo que podemos aportar es un mecanismo de búsqueda”.
Entonces aparecen los inconvenientes: “Hay un problema de incidencia de la política pública. El EAAF surgió como una respuesta a una búsqueda de personas desaparecidas frente a un Estado que no las daba. En democracia se supone que el Estado se tiene que ocupar de forma sistemática, con base de datos, un listado único de personas desaparecidas. No pasa, y por otro lado hay cuerpos sin identificar en diferentes morgues del país. En el terrorismo de Estado tenías diferentes colectivos que reclamaban frente a una problemática común. Acá hay femicidios, violencia institucional, conflictos domésticos. Es tan diverso que es muy difícil conducir un criterio único. Sí hay una forma que puede ser protocolizada, con alertas de búsqueda, pero el problema es el cumplimiento deficiente o aletargado en función de la inmediatez que se necesita para resolver la desaparición de una persona, donde las primeras 48 o 72 horas son cruciales. Necesitás capacitación judicial y en las fuerzas de seguridad. A veces son parte del problema, pero en otros casos es falta de capacidades”.
Esa falta, que sorprende desde un país que avanzó como ninguno en la investigación y reparación por los crímenes del genocidio, es lo que también hace que el EAAF sea requerido. “Pero es como el huevo y la gallina –observa Mariella–. El EAAF fue el EAAF porque hubo una sociedad civil que impulsó. Si no hubieran habido Madres y Abuelas, ni colectivos de ex presos políticos que reclamaran sistemáticamente la investigación de los crímenes, quizás el EAAF no se habría armado. O no habría tenido la proyección que tuvo ni la materia prima para trabajar con la información de familias y militantes. O de acceder a sus cuerpos y cruzar investigaciones. En Chile, donde trabajamos, la sociedad está muy dividida. Políticamente es difícil avanzar porque no hubo proceso de justicia y reparación. Si el Estado no toma esa bandera en algún momento, mal o bien, es muy complejo”.
¿Qué pasa entonces en el marco del actual Estado?: “La situación es que somos peritos de la justicia, y hay diferencia con la praxis del resto de los organismos. Nuestro trabajo está enmarcado en causas tanto provinciales como federales. No hay mucha forma de que se detenga nuestra maquinita, chiquita, que sigue andando porque los jueces siguen ordenando medidas de prueba en investigaciones que siguen abiertas. Obviamente los vaivenes influyen, como pasó en todas las épocas históricas”.
¿Para qué sirve esa memoria en contextos así? Piensa Mariella: “Para seguir haciendo tu trabajo con la mayor de las responsabilidades, sabiendo que al frente tenés familias que siguen esperando los restos de sus seres queridos hace 49 años. Y que más allá de la apatía o del desgano que a veces uno siente pensando a dónde vamos a parar, nos ubicamos en que todo lo que se hizo en los peores momentos nos trajo hasta acá”.

Encíclica Ivonne
Así como Clyde Snow supo encontrar e identificar el tsunami de esa Argentina posdictadura, ¿es posible ubicar en qué tsunami estamos hoy? “Es una cuestión de método –piensa Maco Somigliana–. Si pasó, se puede saber. Si lo vamos a hacer, o no, no sé. Estamos aceptando cosas que nos va a avergonzar mucho haber aceptado, pero ojo que haber llegado hasta acá es en parte por otras cosas que aceptamos y dijimos que no era para tanto. Por algo fue. Depende de nuestra lucidez como sociedad, en la medida en que definamos los problemas, materializar si esto sirve de algo. Si tenés una década perdida o ganada, que sirva para algo que genere cosas distintas. Pensar que esta coyuntura es peor que otras… depende, porque lo que hemos aceptado antes era mucho peor”.
Sobre su computadora, Maco tiene una foto con una mujer. Es la única en la oficina. Cuenta que es Ivonne Pierron, monja francesa amiga de Alice Domon y Leonie Duquet, las religiosas desaparecidas junto a las tres Madres de Plaza de Mayo y otras siete personas del grupo de los 12 de la Iglesia de la Santa Cruz, en diciembre de 1977, donde se infiltró el genocida Alfredo Astiz, hoy condenado y preso. Ivonne era una de las sobrevivientes.
Maco ubica el recuerdo en su memoria y explica la imagen mientras la mira: “Es una ceremonia que hicieron en la embajada de Francia hace 20 años. Le daban la Legión de Honor. Acabábamos de identificar a Leonie Duquet. Me acuerdo mucho de ella. La vi solo esa vez en la vida y nunca más. Una persona muy creyente, en el buen sentido”.
¿En qué?
En creer que lo que hacés en algún momento te va a traer cosas buenas.
Por Claudia Acuña
La CIDH en su informe anual de 1987 lo sintetiza así:
“ La Corte Suprema de Justicia de Argentina falló el primer caso llevado a la más alta instancia judicial en ese país y otorgó la tenencia de Laura Ernestina Scaccheri a la familia natural, con quienes vive desde marzo de 1986. Los padres de Laura desaparecieron después de su detención y su paradero aún hoy se desconoce. En 1985, las Abuelas de Plaza de Mayo ubicaron a Laura viviendo con una familia que la había recibido en julio de 1977. En marzo de 1986, un juez federal ordenó la restitución a los parientes consanguíneos. La familia apropiadora apeló y la Cámara Federal de la Plata revocó ese fallo; sin embargo los parientes de sangre presentaron recurso extraordinario ante la Corte Suprema la que falló a su favor en forma definitiva el 29 de octubre de 1987”.

Foto Julieta Escardo para el libro Mujeres y violencias/ libros Noveduc
La noticia de la muerte de Eva Giberti me llevó directo a aquel día y me obligó a buscar los datos más precisos en mi archivo, aunque los otros, los importantes, son imborrables. En aquellos años el periodismo me había permitido investigar algunas de las desapariciones de esas infancias secuestradas y por ese motivo había establecido una relación profesional con Leopoldo Schiffrin, por entonces secretario penal de la Corte Suprema.
Uno de esos días de la recién recuperada democracia me citó en su despacho y me pidió algo concreto: había llegado el primer caso de restitución y tenía un pequeño margen para completar la investigación que heredaba de las instancias judiciales anteriores. Lo que necesitaba, concretamente, era la opinión de una persona experta que pudiera analizar si la restitución beneficiaba o perjudicaba a la criatura. Lo dijo así y no fue necesario que pusiera esa afirmación en el contexto de la época: la mayor autoridad internacional en psicología infantil, la francesa Francoise Dolto, había manifestado públicamente su oposición y aunque años después pidió disculpas por su ignorancia –también lo dijo así– en aquel momento se transformó en un argumento de prestigio citado por quienes defendían a los apropiadores.
No tuve dudas en quien era la persona adecuada para la tarea. Había leído el libro de Eva sobre adopción, donde analizaba de manera profunda y sin maquillaje las preguntas y respuestas sobre la identidad que sembraba ese vínculo entre hijos, hijas y padres y daba un paso más allá: ponía bajo la lupa del psicoanálisis, la antropología y la filosofía el tema de la crianza en tiempos en los que nadie creía que los bebés tenían ni memoria ni sentimientos.
Con la facilidad que otorga el periodismo a las citas entre personalidades y desconocidos, la llamé. Fue la primera vez que iba a su coqueto piso de la calle Uruguay. No se sorprendió cuando le revelé la verdadera causa del encuentro, tampoco se maravilló. Simplemente me dijo: “Hay que trabajar mucho y en serio”. Así lo hizo.
No volví a ver ni a Schiffrin ni a Eva así que ignoro cómo fue el proceso que implicó su participación, pero cuando finalmente accedí al resultado lloré. Eva describía escena por escena el saqueo genocida que produjo las desapariciones. Luego se detenía en la situación descripta por lo apropiadores al encontrarse con la beba, que por entonces tenía dos meses. Estaba sola en una sillita arriba de la mesa de la cocina y debajo de una lámpara desnuda: del cable solo colgaba una bombita de luz. Los apropiadores eran vecinos que fueron convocados por la patota para que les den información sobre la pareja que vivía en esa casa. A cambio le ofrecieron “llévense lo que quieran”.
Se llevaron a la bebé y una garrafa.
En su declaración judicial la apropiadora narró que durante días y días la beba no paró de llorar. Agotada, tuvo una idea: ponerla en la misma situación que la encontró. La colocó entonces en su sillita arriba de la mesa de la cocina, justo debajo de la lámpara, pero recién cuando quitó el artefacto que la decoraba y dejó la bombita desnuda la beba paró de llorar. Eva dictaminó que esa lámpara era su mamá. Probó así que los bebés de dos meses tenían memoria y sentimientos. Dimensionó la herida que le produjo la desaparición de sus padres: era enorme, como ese llanto continuo e inconsolable.
Obviamente no fue lo único que evaluó la Corte para otorgar la restitución, pero sí lo que mejor describe el método Giberti: ser sensible es ser inteligente. Ser trabajadora “mucho y en serio” es ser profesional.
Podría recordar también a la Eva periodista, porque ese fue su origen –comenzó en el diario La Razón en los 60; en los 90 fue una de las diez aportantes que permitió fundar la revista El Porteño, donde también escribió- o resaltar la importancia que tuvo para la generación de padres y madres que se crio escuchándola en las tardes de Sábados Circulares, el legendario y ultra popular programa de televisión conducido por Pipo Mancera. La mía anotaba todo lo que decía Eva.
Pero para despedirla prefiero recordarla como mi psicoanalista. Recurrí a ella tiempo después de aquel primer encuentro, cuando ya tenía un trabajo de cierta jerarquía en Página 12, un diario que me hacía llorar la maternidad. La sesión era en su departamento a donde me esperaba con pañuelos descartables, un delicioso té servido en tazas de porcelana y masitas de diseño: la terapia perfecta para una madre agotada y una trabajadora maltratada. Un día, en un alto de mis lamentos, me señaló el retoño de un gingko biloba que crecía en su balcón. Me contó que es una especie milenaria que nació antes que los dinosaurios, que fue capaz de acumular experiencias para transformarlas en delicados mecanismos de defensa hasta convertirse en la única que sobrevivió a la bomba de Hiroshima: no solo volvió a brotar, sino que fue capaz de dar semillas para expandirse como símbolo de resistencia y esperanza. Además es hermosa.
Me quedo con eso.
Derechos Humanos
A 40 años de la sentencia: ¿Qué significa hoy el Juicio a las Juntas?
Este martes 9 de diciembre se cumplen 40 años de la lectura de la sentencia del Juicio a las Juntas Militares. Habrá un acto en la Corte Suprema de homenaje a los jueces Carlos Arslanián, Ricardo Gil Lavedra, Guillermo Ledesma y Jorge Valerga Aráoz (fallecieron los otros dos integrantes de aquella Cámara Federal: Andrés D’Alessio y Jorge Torlasco).
Testigo privilegiado de muchas de las audiencias por su cobertura para el diario La Razón, Sergio Ciancaglini, actual periodista de MU y coautor del libro Nada más que la verdad (junto a Martín Granovsky) repasa escenas, revelaciones y el contexto de una experiencia inédita en el mundo en la que por primera vez se juzgó un crimen masivo cometido desde el Estado por una dictadura.
Los testigos, los alegatos, las sorpresas, la ubicación de la locura y de la cordura. Los gestos de Videla, Massera y Viola. Los testimonios de las mujeres sobre los ataques y violaciones que sufrieron. El antisemitismo militar. El peso desde el cual los médicos calculaban que era factible torturar. El sitio de lo impensable, y la proyección de aquella historia pensando en los derechos humanos del presente.
Por Sergio Ciancaglini

Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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