Por Ariel Scher

DOS HORAS, cuarenta y nueve minutos, tres extravíos, seiscientas dudas, siete “vamos Argentina” que pronuncian argentinos, sesenta zizagueantes kilómetros que demandan combinar subtes, ómnibus y caminatas y una expectativa grande de conocer el lugar en el que vive la Selección en Rusia le lleva a Pablo ir desde Moscún a Bronnitsy. Cuando desembarca, rosarino, rockero y futbolero como es, encuentra a Alexandra, en apariencia ninguna de las tres cosas.Feliz después de tanto recorrido, Pablo enfoca a Alexandra y le entrega un CD de la Renga. “Escuchá El Revelde -le pide-. Ahí dice ´Caminito al costado del mundo´”. Es lo que acabo de recorrer. Alexandra le devuelve el gesto con una mirada que es rusa y es universal, atrapa el CD y se va.
Bronnitsy relumbra en estas horas a causa de que posee a la mayor fábrica de joyas de Rusia y a la mayor joya del fútbol, que es Messi. Pablo vino por Messi y no por las otras joyas y, sobre todo, porque pretende proclamarle a las brisas del lunes cálido de Bronnitsy que está con Argentina, que se banca al equipo y que, juegue quien juegue y pase lo que pase, nada lo hará cambiar.
Los severos controles rusos le limitan el tránsito a muchos metros de donde el grupo que orienta Jorge Sampaoli procura poner su rendimiento por encima del empate del estreno con Islandia. El jueves, en Nishni Novgorod, la ciudad de un escritor culminante como Máximo Gorki, ese grupo se topará con Croacia con ganas de escribir una obra mejor. “Mañana es mejor”, justo, opina Pablo, en una esperanza poética que no le pertenece a La Renga y sí al Flaco Spinetta y que, frente a los desafíos de estos tiempos, representa una dulce inyección de nobleza.
“Seguro que Pavón va a entrar por Di María y que moverán el esquema táctico”, comenta Pablo como si más que rosarino, rockero y futbolero fuera habitante de algún rincón de Bronnitsy en el que se meditan rediseños para la formación nacional. En efecto, de acuerdo con lo que da vueltas luego de una práctica de la que los periodistas ven apenas un retazo y tras acumular paciencia en una fila larga, Enzo Pérez, Marcos Acuña, Gabriel Mercado y Cristian Pavón -claro, si lo intuyó Pablo- se harían espacio sobre el paso en la cita que llega. Y un planteo bien arquetípico del entrenador -tres defensores centrales, alta presión, un escenario de menos soledades para Messi- asoma como posible. De cualquier modo, las búsquedas son eso: búsquedas. La ansiedad por concluir el resultado de esas búsquedas amaga, por ahora, con más como una necesidad de otras búsquedas, las de los medios, que del mundo (“¿Así que cambiaron dos ministros del gabinete nacional?, indaga, tardío pero preocupado, un cronista agotado de dedicar sus minutos a pronosticar cambios de jugadores que vaya a saber si se darán).
Sin ansiedades, con la fidelidad que sólo les es posible a los que no ejercen oportunismos, Pablo persevera en “la fe que lo empecina”, que es un verso tanguero sin rock de Enrique Santos Discépolo, pero igual de perfecto. Satisfecho con lo que hizo, repite el aviso a las brisas de Bronnitsy de que se banca al equipo y critica a los que critican más por vocación de daño que por contribución al pensamiento. Después se prepara para emprender las dos horas, cuarenta y nueve minutos y otros avatares que le demandará desandar el “caminito al costado del mundo” sobre el que retornará a Moscú. Aunque ya obsequió el CD de La Renga, canta no especialmente bajito, en Bronnitsy, sí en Bronnitsy, dispuesto a no darse por vencido, eso que advierte la letra de El Revelde en el final: “Que prefiera la rebelión a vivir padeciendo”.
Entonces levanta la vista y, generoso fútbol, generoso rock, detecta que ahí cerquita le sonríe Alexandra.

¡Ponelo a Zlatan!