Nota
Rita Segato: la raíz de la nueva política
La antropóloga pasó por el foro de CLACSO y dejó preguntas desde la economía feminista emancipatoria. Su aporte fue parte de las mesas de trabajo donde se pensaron nuevas formas de política y de organización de la vida. Por Lucía Aíta y Anabella Arrascaeta.
Es casi mediodía en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y el aula 207 está llena. En el último día del 1° Foro Mundial de Pensamiento Crítico, organizado por CLACSO, el grupo de trabajo de Economía Feminista Emancipatoria convocó a una mesa de trabajo para pensar los aportes que le hace a su campo la antropología feminista.
En eso, o por eso, llega Rita Segato, antropóloga, profesora de bioética y una de las referentes de la perspectiva feminista decolonial. ¿Qué quieren decir todos esos títulos? Que sus ejes para pensar el mundo son los cuerpos y las relaciones humanas. Que hurga en las tramas profundas que hacen que las violencias machistas sean posibles. Y que según sus investigaciones esas tramas provienen desde los tiempos de Colón.
Rita es nacida en Argentina pero se exilió, viajó y vivió en varios lugares de Sudamérica. En esos viajes y movimientos Segato realizó también estudios exhaustivos en México, centro latino del grito “vivas nos queremos”.Sin ir más lejos, fue Rita una de las primeras en señalar los asesinatos sistemáticos de Ciudad Juárez como parte de las nuevas guerras contra las mujeres. Fue además una de las primeras en decir que había vínculos entre el narcotráfico -uno de los negociados en los que se apoya la financierización actual de la vida- y los asesinatos de mujeres. Se sumó a denunciar los femicidios y las crueldades al mismo tiempo que desnudaba cómo esa tragedia es un efecto constitutivo de la modernidad.
Segato piensa y escribe desde los pilares decoloniales: raza, sexo y clase. Desde ese lugar es sumamente crítica con el avance del capitalismo exacerbado pero no discursivamente sino desde lugares sensibles, con ejemplos etnográficos concretos y echando luz a las contradicciones. Por eso, como ella misma advierte, conviene escucharla en vivo e interpelarla para que su pensamiento fluya. “Yo estoy un poco de adorno: mi campo no es el de la economía feminista, pero encontré un cauce: a mí me interesan mucho las preguntas y el pensar en conversación”, dijo al comenzar la charla. “En ese hábito de estar preguntando y respondiendo, por ahí podemos pensar mejor, y no monologar”.
La propuesta de Segato parecía un resumen de las dos corrientes que quedaron en evidencia en el foro de CLACSO: la oficial (y monologuera), y la de los grupos de trabajo. Una ocurrió en estadios y fue televisada, mientras la otra se tejió por abajo, se desplegó por toda la ciudad y tuvo como espíritu la necesidad de crear teoría a partir de los problemas y desafíos que surgen de los movimientos sociales.
Con la esperanza de iluminar ese otro CLACSO compartimos tramos de lo que Rita convirtió en conversación y creación.
Vínculos vs. cosas
Estoy pensando en voz alta. Para mí es muy problemático pensar en el asalariamiento del trabajo hacia las personas que amamos. Esa tarea, a la que no me gusta llamarle trabajo porque es una tarea, una faena, no puedo transformarla en trabajo asalariado. Porque podemos llegar a transformar en trabajo alienado lo que es una tarea, que yo personalmente no dejaría de hacer. Sería reducir lo vincular a donde la meta es la obtención de las cosas; al final nos transformamos en cosas nosotros también. Es ese el camino del salario, del trabajo alienado. La definición de la pedagogía de la crueldad es: todas aquellas prácticas que nos enseñan a transformar la vida en cosa”.
“Por el otro lado está lo que llamo el proyecto histórico de los vínculos. Para obtener objetos de consumo sacrificamos vínculos. Invierto vínculos en el proyecto de las cosas, pero también invierto cosas en el proyecto de los vínculos. Hay una contradicción irreductible donde poner la inversión”.
“El proyecto histórico vincular en realidad entra en contradicción con el asalariamiento, con la transformación en trabajo de las tareas que no son trabajo. No todas las tareas son trabajo. Trabajo en el sentido clásico machista de trabajo alienado, de trabajo comprado por el salario, trabajo que entregamos, que vendemos por un salario. Hay tareas que no se pueden comprar o vender. A mí me encantaría adherir a la tesis que hoy viene con tanta fuerza y que retoma a Marx de que el trabajo femenino es una pieza fundamental en el beneficio del capital. Pero ahí implicaría decir que lo vincular puede ser cosa, puede ser comprado y vendido. No puedo llegar, tengo un impedimento en mi propia filosofía, en mi propia sensibilidad, en mi propia afectividad. Ahí me quedé sola. No puedo pensar en la faena, no trabajo, del afecto, del cuidado, de la dedicación, de la compasión, por mis hijos, por grandes amigos, por mis gatos. ¿O sea que lo que hago por mis gatos es trabajo? ¿Entienden que hay un problema ahí? Quizás pensándolo un poco más podemos llegar a un acuerdo”.
Purismos vs. incoherencias
«Nuestra vida es totalmente anfibia. Vivimos todo el tiempo con un pie en cada proyecto: es imposible ser radical, purista. El purismo es egocéntrico, es monoteísta. La primera lección de purismo es la idea de un solo dios, una sola justicia, una sola verdad, un único futuro, una utopía única. Todas las formas extremas radicales, puristas, son egocéntricas, monoteístas. Estoy en este momento en un desmonte del monoteísmo que nos está conduciendo al fundamentalismo, que es el problema que tenemos hoy.
Vamos maniobrando de manera ambivalente, anfibia, las inversiones en un camino y en el otro, de una forma no radical que es lo que nos enseñan los pueblos indígenas. Los pueblos indígenas pudieron sobrevivir porque para ellos A y no A pueden ser verdades al mismo tiempo: viven un espíritu práctico que occidente canceló. El occidente, para poder reinstalar el espíritu práctico de dos verdades antagónicas, tiene que hacer un esfuerzo filosófico extraordinario y de gestión de la incoherencia.
n el mundo indígena la diferencia no es incoherencia: es posible ser incoherente tranquilamente. Por eso es posible ser cristiano y pachamámico al mismo tiempo. Hay que aprender de quien sobrevivió a estos 500 años de masacre: si hay alguna inteligencia estratégica superior en este mundo es la inteligencia de sobrevivir a 500 años de genocidio. Una lógica que no es la europea, no es la monoteísta, no es la eurocéntrica, no es la lógica purista”.
Principios vs. reciprocidad
«En mis textos hablo de la diferencia entre binarismo y dualismo. Y patriarcado de bajo impacto y patriarcado de alto impacto. El primero es el de las sociedades poco atravesadas por el pacto colonial, un orden conflictual permanente en el que se toman tierras y cuerpos. Eran sociedades que tenían un orden dual y jerárquico bajo nombres del orden moderno que son la igualdad y la libertad, abstracciones que sobrevuelan pero no están enraizadas en ningún lugar. Nosotros repetimos los principios, por ejemplo, de la Revolución Francesa, como si fueran la gran cosa hasta hoy. Y las comunidades tienen otra palabra que es la reciprocidad, que es enraizada y es verdadera; está en la vida real, no es un principio abstracto. Entonces el discurso en el mundo tribal es un discurso jerárquico, una jerarquía de valor y de prestigio de las tareas masculinas, pero es una jerarquía explícita. En cambio, la nuestra es una jerarquía encubierta. Lo que hicieron esos principios de la Revolución Francesa es tapar, esconder el status que nunca pudo ser abolido”.
Lo íntimo
«En ese mundo jerárquico y dual hay dos espacios plenos de vida y politicidad. Uno es el espacio de los hombres con sus tareas a distancia, entre casas, entre aldeas y entre pueblos. Con el frente colonial y después con el frente estatal que continúa así. El Estado nunca perdió su relación colonial con lo administrado, su relación de exterioridad a lo administrado, siempre externo en relación a los pueblos y la sociedad misma. El otro mundo en ese mundo dual es el mundo de las mujeres, con sus tareas. Ese mundo que es político pero que fue limitado a lo privado en la transición a la colonial modernidad. El espacio de los hombres engloba y secuestra todo lo que pretende ser dotado de politicidad. Y cualquier enunciado que se pretenda político va a tener que ser enunciado en esa esfera englobante cuyo rey es este último momento de la historia de la masculinidad que es el Estado. Se roba toda la política, todo lo que tenga que ver con el mundo, lo colectivo, y las decisiones que afectan la vida del colectivo. En lo doméstico es el lugar de los horrores que son papá y mamá y nene adentro, donde las mujeres morimos: morimos porque se despolitiza completamente. Eso no era así, era un lugar atravesado con muchísimas presencias, muchísimos ojos”.
“Las sociedades transicionales, o sea la tecnologización, son lo más violentogénico que puede existir. Porque en esa transición lo que sucede es la precarización y la absoluta destrucción de la politicidad de las mujeres. Aunque uno vea a una mujer en el espacio público siempre será al final, a lo último, siempre empujaremos eso al campo de la intimidad. La violación, en vez de ser considerada tortura, se piensa, por ejemplo, como consecuencia de un deseo sexual, y es absurdo. Eso tiene que ver con la privatización y la intimidación del espacio de las mujeres. La estructura binaria no es una relación entre hombres y mujeres, es una estructura donde hay un espacio que es universal, donde se anuncian las cuestiones de interés general. Y ahí tienen que hablar las mujeres forzando su ingreso. Al espacio que era plenamente político y de toma de decisiones de las mujeres le llamamos doméstico, y pensamos que es íntimo y privado pero es político también. Es otro lugar donde se piensa y se atraviesa el destino colectivo”.
La economía del buen vivir
«Esa domesticidad plenamente política, esa economía continúa existiendo. La economía del poder vivir aquí y ahora, de garantizar la continuidad de la vida. Esa domesticidad es sobrevivencia garantizada de esa comunalidad dual. Es la pregunta de las mujeres: cómo vamos a vivir, de cómo vamos a comer hoy. Ahí permanece ese jirón de politicidad doméstica que es hoy economía. Es una economía que no se enraiza, nunca es una economía para siempre soberana: es lo que sucede al mundo, a nuestro mundo. Es tocarle la puerta a la vecina y decirle ‘¿tenés una cebolla?’ Eso es político: es de ahí que debemos partir para retejer la política. La raíz de la nueva política, que de las manos de los hombres que han fracasado en todas partes -fracaso también de los progresismos y de las así llamadas revoluciones- está pasando para ese otro lado. Es lo que nosotras ya sabemos hacer pero no le hemos llamado política porque se clausura como política en el momento de transición a la colonial modernidad. Ese enraizamiento garantiza la vida: esa vecina que me da el huevo cuando no fui al supermercado.
Hay que hacer la política del día a día, retejer el tejido comunitario, derrumbar los muros que encapsulan los espacios domésticos y restaurar la politicidad de lo doméstico propio de la vida comunal. En esta politicidad de esas tecnologías vinculares surgirá el formato de la acción política capaz de reorientar la historia en la dirección de una felicidad mayor pautada por el fin de la prehistoria patriarcal de la humanidad. Es la política de las mujeres la que ahora tiene su vez. No queremos un matriarcado que sea igual que el patriarcado pero con otros genitales. Es en los dobleces de la vida que está la politicidad femenina. Quizás el gran desafío es cómo crear una retórica a esa politicidad sin subjetivarla, sin transformarla en un matriarcado. Quiero un mundo sin hegemonías, un mundo en plural. El patriarcado es hegemónico, por eso aun siendo mujeres, nuestra mirada sobre el mundo es la mirada del patriarcado, el ojo de todas, todes, todos. Entonces: ¿cómo hacer para romper la hegemonía y no colocar en su lugar ninguna otra hegemonía?”.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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