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Amor y secretos: Sergio Olguín y su nueva novela Media Verónica
Publicó un 5º policial la saga de su personaje Verónica Rosenthal, periodista, investigadora y mujer desafiante de muchos lugares comunes. Olguín, la trama y su vida: la “beca” que se ganó, su cercanía con la gastronomía y deportes impensados, y lo que pasa cuando alguien se enamora de un personaje de ficción. Por Carlos Ulanovsky.

Sergio Olguín (periodista cultural en origen, escritor, guionista de cine y televisión) es alguien de convicciones sólidas y a largo plazo. Cuando en 2012 inició, con La fragilidad de los cuerpos, la saga de Verónica Rosenthal, expresó su deseo de llegar a las diez novelas basadas en el mundo de esta periodista-investigadora-minón, sobresaliente y audaz en cada uno de esos rubros. Con Media Verónica, que acaba de lanzar Alfaguara, ya llegó a la mitad de aquel sueño iniciático e inspirador.
Críticos y lectores califican a Olguín, por su estilo de escritura, como un autor de estirpe cinematográfica. La comparación tiene asidero y no solo porque La fragilidad de los cuerpos ya fue una exitosa miniserie en una plataforma internacional. Olguín resiste el calificativo y alega que también se asoció su estilo al periodismo. “Nada es producto de la generación espontánea. Es una forma de trabajo”, apunta para explicar que tuvo y tiene una formación cinéfila.
Recuerda con cariño las largas excursiones con su mamá desde Lanús hasta el centro cuando Lavalle era la calle de los cines. Creció, empezó a ir a los cines de Avellaneda y en su casa no se perdía programas como los Sábados de Super Acción, por Canal 11 o El mundo del espectáculo en el 13. Agrega otra fuente, porque su madre y tres hermanas eran consumidoras de telenovelas. “Agradezco esa cultura”, dice.
No solo es deudor de su familia primaria por ese capítulo de su educación sentimental. Su mamá, argentina crecida en España, le entonó canciones religiosas y políticas que quedaron en sus oídos y también le enseñó a rezar. “Tomé la comunión, pero nunca me confesé ni voy a misa. Es cierto que a veces rezo: no como imposición divina sino más bien como un mantra tranquilizador”.
En aquella infancia su hermana Alicia, haciendo que jugaba a la maestra, le enseñó a leer, un poco con la legendaria Anteojito y ya más en serio con Julio Verne. Desde entonces nada fue igual para él en la casa humilde de Catamarca y Curupaytí.
Más adelante se hizo lector habitual de la revista Humor y fanático de otra llamada Humor y Juegos. Allí ganó un concurso que desafiaba a dibujar algo que significara una palabra u objeto. Garabateó un perro con forma de dado al que llamó can-dado. A los 17 este ateo confeso pero no confuso entró a trabajar en la revista Familia Cristiana. Más temprano que tarde se hizo diestro y conocido escribiendo y publicando cuentos y completando su formación en actos políticos, como uno que recuerda especialmente: un homenaje en la Sociedad Argentina de Escritores (la SADE) a Haroldo Conti, uno de los escritores desaparecidos durante la dictadura.
Reconoce: “Gané la beca Sergio Olguín: fui un mantenido por mis viejos hasta grande. Les agradezco tanto porque nunca pusieron en duda mis inclinaciones intelectuales y mi ambición de desarrollarme en la literatura. Me pasaba horas en la cama leyendo y jamás los escuché preguntarse, ‘¿Qué hace este vago que no va a trabajar?’”.
Luego de ver editados más de veinte libros –novelas, cuentos, antologías, relatos juveniles y adolescentes y otros proyectos audiovisuales– Olguín hoy no necesita becas y puede vivir de su profesión.
Como “trabajador de la palabra”, según se define, lucha por mejorar los derechos laborales de los escritores y para que las situaciones contractuales se vuelvan más equitativas respecto a aportes jubilatorios, obra social, limitación de los años de contrato, mejoras en los adelantos por derechos de autor, entre tantas. “Con un grupo trabajamos no solo para salir de la precariedad sino para que se nos reconozca como una parte importante de la estructura de una editorial”.
Hace pocas semanas publicó un texto muy titulado “Pensar a Milei”. Y explica: “Hasta los países con más problemas económicos sostienen una política cultural. Apoyar a la cultura no significa satisfacer el capricho de los artistas. La industria cultural genera mucho trabajo y vuelve más sólida la marca país”.
Esa mujer
Cuando llegue a las librerías (algún día o año será) la décima aventura de la niña de los ojos de su padre Aarón Rosenthal, la hermana de Daniela y Leticia, la ex pareja de Federico, la intrépida reportera de la revista digital Malas Noticias ya no será media como en este volumen sino una Verónica completa. Olguín afirma que le entusiasma mucho acompañar hacia la madurez de quien en sus novelas empezó con 30 años. “¿Cómo será a los 50?; ya sé que ahora sigue firme en la decisión de no tener hijos. Como hombre de este tiempo la respeto, pero como escritor digo ‘qué pena’ porque el de la maternidad es un tema muy literario. De cualquier modo, el interrogante es apasionante. ¿Quién terminará triunfando? ¿El personaje o el escritor?”. La palabra la tendrá el tiempo. La decisión del creador queda en suspenso.
En la novela, la periodista Verónica Rosenthal anda en tiempos inciertos: su padre, Aarón Rosenthal, es un abogado prestigioso a quien se le declara una enfermedad terminal. Federico, expareja de la investigadora, está a punto de se padre del bebé que espera su nueva pareja, una joven colega. Verónica siente el mundo destrozado alrededor y decide dedicarse a cuidar a su padre y aprovechar el tiempo que le queda con él. Entonces, empiezan a saltar los secretos: por ejemplo, la historia de amor de Aarón con una militante de los 70, hija de una familia militar. Y emergen también las sorpresas y pasiones, como la que estalla al conocer Verónica al médico que atiende a su padre.
En Media Verónica (que también remite a las maniobras de los toreros), la menor de las chicas Rosenthal cede parcial protagonismo a la figura y trayectoria de su padre que no tan voluntariamente queda vinculado a ciertos poderes. Empezamos a conocer su desarrollo profesional en 1975, tiempos difíciles –¿cuándo no?– para la Argentina y también para los abogados y que llega hasta estos días.
Todo lo que Olguín nos permite conocer de él es interesante, sorpresivo, hasta tierno por lo imperfecto y finalmente triste. Y, especialmente, marcado por ese amor que de tan imposible se vuelve cercano y cotidiano y por los groseros claroscuros de la realidad política. Aún así, Verónica se las ingenia para tener muchos momentos de acción, de sobresaltos, de riesgos y de seducción, terreno en el que parece imbatible. Ella compite con ventajas por quedarse con el trofeo de la hija preferida de su papá.
¿Y si no fuera Verónica la protagonista de la siguiene novela? “Federico (abogado, formado por Aarón, fue pareja de Verónica y todavía, como padre primerizo, encendido con su ex) es un personaje que me cae diez puntos. Es certero, ingenioso en sus apreciaciones”. Es cierto: a veces, algunos diálogos con Verónica hacen recordar a personajes de las películas iniciales de Woody Allen. Otros temas fuertes transitan la autopista de lectura. Uno tiene que ver con los secretos de nuestros padres que en ocasiones llegan al conocimiento filial cuando poco y nada queda por hacer con ellos. El que, hilando fino, descubre de su papá, lleva a Verónica a preguntarse: “¿Por qué mierda mi papá se habrá metido en algo tan retorcido?”. El otro misterio es la aparición del muerto vivo, un ardid central en muchos buenos policiales.
Polo, golf y psicoanálisis
Parte importante de la trama se desarrolla en los años 70 en un lugar que existe y que, ya leeremos más adelante, Olguín conoció al dedillo. El Hurlingham Club es, a esa altura del siglo pasado, un refugio de bacanes y ricachones, ingleses y argentinos, en el que no faltan militares en el poder o dispuestos a tomarlo. Olguín relativiza: “En aquel tiempo los militares estaban más preocupados por sus campos que por la doctrina de seguridad nacional. Eso vendría un poco después”. Impresiona la fidelidad casi periodística que el autor insufla a situaciones, lugares y personas.
La trama va desde este reducto de polo, golf y negocios no siempre santos hasta el restaurante Los Bohemios (en el club Atlanta, el equipo del que Verónica es hincha) pasando por el dichoso moscato de una conocida pizzería o un telo en la calle Tres Sargentos. También existen empresas como Pedro y Antonio Lanusse o la identidad de los abogados Gustavo Roca y Lucio Garzón Maceda. “¿Por qué voy a inventar una pizzería si existe Guerrín? ¿Por qué tendría que buscar nombres de fantasía a los abogados si puedo rendir homenaje a estos que fueron brillantes defensores de presos políticos? Recuerdo que en su novela Respiración Artificial Ricardo Piglia estableció, casi como canon, que cuando falla la imaginación hay que aferrarse a la realidad”.
Lo del Hurlingham Club tiene otra explicación sorprendente o inesperada que, fuera de la novela, Olguín revela durante la charla. Entre 1974 y 1978, su papá, trabajador gastronómico de toda la vida, fue el concesionario de los bares y restaurantes de ese lugar. Y ese ámbito fue para el niño Sergio lugar de juego infantil. “Tenía siete años cuando empecé a ir. Andaba por todos lados, pero también hacía pequeños mandados e incluso me puse práctico en algunos secretos culinarios que todavía hoy me sirven porque me gusta cocinar”. Mucho de lo que vió del club está en la novela: el polo, el campo de golf de 18 hoyos con un bar completo en el hoyo nueve, el bar El Pabellón de exclusivo uso masculino o el bar que atendía Jean Pierre, un tipo que hablaba cinco idiomas. Redondea Olguín y se ríe: “O sea que, de pura casualidad soy escritor. Si no, hoy, sería un empresario gastronómico”.
Quién esto firma le plantea un dilema, con mucho de enigma. ¿Puede un lector enamorarse de un personaje? ¿Se encuadra en los protocolos del sano juicio? Ante la sorpresiva declaración de estar prendado por Verónica Olguín comprende y tranquiliza. “No hay nada patológico en eso. Los que somos lectores establecemos vínculos con los personajes que nos gustan y nos atraen. A mí me pasa con los personajes femeninos de Stendhal, con la Mathilde de Rojo y Negro y con la duquesa sanseverina de La cartuja de Parma: me da ilusión que la simple lectura de un libro provoque ese efecto de que un personaje pueda ser pensado como alguien vivo. Pero por las dudas te recomiendo que lo consultes al licenciado Cohen” (alusión a un psicoanalista muy perspicaz y gracioso que en el libro atiende a Federico, el no tan ex de Verónica).
A quien esto firma le gustaría mucho también conocer al Licenciado. Pero un poco más a Verónica.
Currículum entre Perón, Verne y El Ángel
Sergio Santiago Olguín nació en Buenos Aires en el verano de 1967. Se crió en Lanús. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es casado y tiene dos hijos: Santiago (26 años), realizador de cine de animación, y Juana, (24), diseñadora gráfica. Hincha de Boca, como periodista trabajó en publicaciones como Familia Cristiana, V de Vian, El Amante, La mujer de mi vida, El Guardián y Crítica de la Argentina. Editó antologías como Los mejores cuentos argentinos, La selección argentina y Perón vuelve. Es autor de cuentos como Las griegas y Los hombres son todos iguales); de novelas juveniles y adolescentes (El equipo de los sueños, Springfield, Cómo cocinar un plato volador, Boris y las mascotas mutantes) y de obras como Lanús, Filo, Oscura monótona sangre,1982, Los últimos días de Julio Verne, La fragilidad de los cuerpos, Las extranjeras, No hay amores felices, La mejor enemiga y Media Verónica). En cine y televisión fue co-guionista de La fragilidad de los cuerpos y de la película El Ángel.
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