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Shock de arte

Presenta dos novelas, sigue de gira con su disco, es parte de Radio Fufú y más: Susy no para y desde ese movimiento ilumina con arte un presente oscuro. La vuelta de La Loreta, la llegada de Pibe Roto, el ataque a la comunidad marica. Revelaciones sobre la relación con el Estado, las grietas travas y el fin de este mundo como una oportunidad para hacer y ser sin pedir permiso. Por Franco Ciancaglini.

En La Doctrina del Shock:El auge del capitalismo del desastre (2007), la periodista Naomi Klein analiza cómo las crisis –naturales, políticas o económicas– son aprovechadas para imponer políticas neoliberales que benefician a las élites, comparando estas tácticas con el uso del “shock” para aturdir a la sociedad y facilitar cambios drásticos.
¿Nos suena?
Klein también explora cómo algunas comunidades resisten, destacando, por ejemplo, las empresas y fábricas recuperadas en Argentina.
Nos suena.
Ahora, en La Loreta / Pibe Roto (2025), Susy Shock irrumpe en medio de un presente de crisis múltiples y políticas de shock para sacudirnos el aturdimiento con dos novelas que recorren desde el mundo previo a la Ley de Identidad de Género hasta el ayer más inmediato.
Cada libro lleva el nombre de su protagonista, y a través de elles se despliegan dos mundos –o, en realidad, El Mundo–: dos ventanas que nos muestran la realidad trava y rota, pero que también sirven como espejo para interrogarnos:
Cómo somos,
Cómo estamos,
Cómo salimos de esta.
Aventura de país
«Acá andamos”, responde Susy a la pregunta de cortesía. Primera doctrina: evitar lo obvio.
“Acá andamos –repite– en este país, en este siglo, en esta aventura de país”.
Su voz resuena profunda. Lleva un maquillaje impecable. Tiene un aura que contagia. Segunda doctrina: brillar, aunque nada reluzca.
Hoy –día de la entrevista- se presenta con su conjunto La Bandada de Colibríes en Casa Brandon, en una fecha a beneficio (para una amiga trava en medio de un juicio de desalojo), una más en una larga lista de funciones solidarias.
“Todo el mundo empieza a tener más necesidades de lo habitual, y ya no alcanza con armar grupitos de WhatsApp y decir ‘chiques, pasémosle el alias a la amiga que necesita’. La mitad de mis amigues está sin laburo comparado con diciembre. Entonces digo: bueno, empecemos a hacer funciones. Ya hicimos una para El Bolsón, donde hay amigas con problemas en las casas después de los incendios”.
Tercera doctrina: levantar la cabeza. Poner el cuerpo y el arte al servicio.
Cuarto: moverse y multiplicar. La agenda de Susy explota: presenta su disco Revuelo Sur, construye una comunidad en el pueblito Ranchos, relanza la programación de Radio Fufú junto a jóvenes trans y acaba de publicar dos novelas: La Loreta y Pibe Roto, editadas juntas por la cooperativa Muchas Nueces.
“Se unieron inesperadamente, como es la vida misma”, dice sobre estas historias que se bifurcan y convergen.
La Loreta es un personaje que la acompaña hace años. Sus primeros destellos aparecieron en Relatos en Canecalón (2011) y encarnan esa vida trava anterior a las conquistas legales, mucho antes de los ministerios.
“Es como un personaje que me sigue al lado, como un espejo. Es alguien que existió y no, que tiene un pedazo de todas, que es… parte de mi propia construcción trava, de mis miedos, mis límites: hasta dónde no dejarme arrastrar por este mundo de mierda. Pero también lo que amaba de las travas, lo que admiraba: esas callejeras que veías una sola vez en la vida. En mi adolescencia, en los cines porno, ahí las conocí. Ahí vi a Nati Menstrual antes de que fuera Nati, y yo antes de ser Susy”.
La Loreta nació en formato de entrega por folletines en la revista literaria Maten al mensajero, cuando el editor Santiago Khan la invitó a seguir esa historia en formato de folletines. La revista dejó de salir, El proyecto quedó en suspenso, pero salió del cajón durante la pandemia cuando Susy la retomó para terminarla.
Así se armó una saga en capítulos que hoy se funden en esta nueva versión novelada donde se lee de corrido la historia de una comunidad que le pelea a la soledad y al mundo hetero violento, pero que también enfrenta sus propias fisuras: la desconfianza, la dificultad de armar lo grupal, lo conjunto.
Aparece la huida trava hacia la Capital, la violencia proxeneta, pero también la complicidad y la chispa trava que siempre sueña en grande. “Cuando nuestras niñas canten y actúen, esa será la venganza “, escribe Susy.
En un país donde ser trava significa conocer el dolor más agudo, finalmente La Loreta elige entrar al mundo hetero –la tele– como campo de batalla. Porque al final la resistencia termina en eso: arrebatando el poder.
Mientras Loreta encarna, en esa súper heroína, las formas y gérmenes de la imagenería trava que sigue existiendo (“para que nadie olvide de dónde venimos”), Pibe Roto cuestiona: “¿En qué nos estamos transformando?”.
La complicidad
Si La Loreta es un espejo de la resistencia trava, Pibe Roto es un homenaje íntimo y una grieta en el relato heteronormado. En este caso Susy Shock no solo cuenta una historia de amor sino que teje un manifiesto sobre las formas de querer –y ser– que el mundo no suele registrar.
El protagonista es un joven efectivamente roto: amante, cómplice y espectador privilegiado del universo de Susy. Su relación –travesti y chongazo, pero también intelectual y afectiva– desafía las monotonías del amor “común”. “Susy, hacéme el amor con la cabeza”, le pide él, resumiendo una conexión que va más allá de lo erótico: un pacto de complicidad contra un mundo careta.
La novela los sigue en encuentros furtivos: hoteles baratos, la “cruel y bella” Mar del Plata, Ranchos, incluso Uruguay con su “monumento al entrevero” (frase que bien podría definir ese vínculo). Loreta aparece cruzando sus caminos tras un desenlace trágico, recordándole a Susy: “Vos tenés que contar la memoria”.
–Hay algo autobiográfico en Pibe Roto –dice Susy–. Me expongo, pero también alumbro el fracaso del sistema hetero y cómo las travas armamos comunidad.
La historia nació como un ejercicio a cuatro manos: el Pibe relataba su vida al lado de Susy, quien escribía mientras él leía y lloraba. Tras su muerte, quedaron audios, diálogos y textos “repoéticos” que ella integró a la novela. “Me costó arrancar después –confiesa–. Al principio lo escribí como metáfora, con una trava ficticia llamada Lucy. Pero solo pude terminarlo cuando me puse yo: Susy hablando como Susy”.
El resultado es un relato que vibra entre lo personal y lo político: “Él me buscó a mí, a mis ideas, a mi arte. Algo en él abrazaba lo trava, y fue desde ahí que nos construimos”.
Pibe Roto es eso: la crónica de un hombre que eligió amar fuera del guion, en una época donde “lo trava” era aún más marginal. “Las que se murieron –dice Susy, pensando en Juana y otras– podrían mirarnos hoy y decir: ‘Nuestra vida tuvo sentido. Se puede alumbrar otra cosa’”.
Pibe Roto es una invitación a abrazar lo que nos salva, incluso cuando viene en pedazos. A celebrar lo complejo, difícil y necesario de estar con otres. Porque roto, después de todo, es el anagrama de otro.
Nuestra victoria
Leídos juntos, La Loreta y Pibe Roto trazan un mapa de afectos y luchas. Uno celebra la supervivencia trava; el otro, los amores que nos eligen para “hacer memoria”. Susy Shock los escribió como quien lanza un hechizo: literatura para que nada de esto vuelva a ser invisible.
En La Loreta decís una frase tremenda: “No hay nada más marica que la literatura y nada más literatura que un marica”. ¿Por qué? ¿Cómo llegaste a esa definición?
–La palabra “marica” tiene una raíz que nos constituye. Si pensamos en un árbol genealógico travesti, venimos de ahí: de esas maricas viejas que ni siquiera se pensaban travas pero que llevaban el germen de lo que somos. El puto viejo, la marica argentina. Eran personas que, en la pobreza más absoluta, tenían casas que nunca eran pobres: llenas de creatividad, de cine, de literatura. Vivían adentro de una película. Hoy hay mil categorías –algunas peligrosas porque nos universalizan–, pero hay algo nuestro, de acá, que quieren desvalorizar. Por eso hay que volver a poner ese sillón marica en la mesa, para que las mariquitas nuevas sepan que es un lugar hermoso donde sentarse.
Hablás de lo que quieren desvalorizar. ¿Sentís que actualmente hay un ataque específico contra lo travesti-marica?
–Absolutamente. Somos el blanco de campañas elaboradas por una derecha que nos ve peligrosas. ¿Por qué? Porque discutimos, porque nos armamos de la nada. Somos autogestivas del deseo, hasta para vincularnos con el Estado: lo hacemos en nuestros términos, no para caber en sus casilleros. Sabemos vivir sin nada y construir reinos… mejor dicho, comunidades. Yo pienso que estamos en el fin del capitalismo. No lo digo sola: hay información que lo confirma. Este sistema ya no da más, y por eso necesitan a los Milei, a los Trump, a esta ultraderecha que grita “vamos por todo”. A la vez, ahí está nuestro poder: las travas podemos enseñar al mundo cómo vivir sin nada y construir desde otros lugares.
¿Cómo imaginás ese “después” del capitalismo?
–La humanidad tiene siglos buscando sistemas. Esto no es el apocalipsis de lava y terremotos: es el fin de este mundo. Y nos han dejado en una pobreza que parece un océano: nadie puede soñar otra cosa porque todos creen que vamos a ahogarnos. Pero nosotras sabemos que el tiempo no es del patrón. Pertenece a la tierra, a lo colectivo, al deseo. Si algo nos enseñaron las maricas viejas es que, incluso sin nada, se puede hacer literatura. Y la literatura –como nosotras– siempre encuentra grietas para florecer.
En Pibe Roto describís una pobreza material, pero en otro piso de derechos en comparación con La Loreta. ¿Cómo ves esa evolución?
–La Loreta era el mundo pre-Ley de Identidad de Género, donde ni siquiera soñábamos con ministerios y todo lo que vino después. Pibe Roto ya habla de vínculos en otra época, con otras éticas, otros géneros en juego. Cada cual viene con su mochila, pero ahora podemos plantearnos un mundo donde existimos sin pedir permiso.
A partir de allí, ¿cómo se lleva eso a la política concreta?
–Mirá, cuando sucedió lo de Lizy Tagliani (la conductora trava fue acusada por una conductora y operadora prime time televisiva de ladrona y de estar vinculada a una red de pedofilia), le escribí: “Amiga, la fama y la guita son mentiras. Nos van a seguir odiando aunque cumplamos todos sus requisitos”. Como dice Fito: “Aunque te inviten a su mesa, no estarán de tu lado”. El poder está en entender que somos grietas en su sistema perfecto. ¿Sabés lo que significa que la hija trans de Elon Musk –el tipo más poderoso del mundo– le diga: “No soy vos, voy a ser yo”? Esa es nuestra victoria.
Un ejemplo práctico: ¿cómo lograste en pandemia que el CCK abriera sus puertas para talleres trans?
–¡Porque los escrachamos! Estábamos con MU denunciando que el Cervantes, el Colón y el Alvear tenían recursos pero estaban cerrados. Vero Fiorito (entonces directora del CCK) me escribió: “Qué lindo lo que hacen”. Y yo: “Vero, si no te movés, el próximo escrache es acá”. Al otro día me recibió en el CCK vacío. “¿Qué necesitás?”, me preguntó. “Ensayo, pianos, sonido –le dije–. Para ser artistas increíbles, necesitamos recursos”. Así nació el taller. Al Estado no se le ocurrió: tuvimos que golpear.
Decís que “la belleza nos salvará”. ¿Qué significa eso en un país en crisis?
–No es una belleza solo estética: es cómo contamos el dolor. En Pibe Roto, la muerte del protagonista duele, pero hay una línea final que es pura claridad: “Me voy en una buena”. Eso es belleza: transformar lo terrible en algo que te reubica. Marlene Wayar siempre dice que nos niegan la paz para crear. Hay que luchar por tener esos momentos.
¿Y todo lo que estás haciendo ahora?
–Es un movimiento. La excusa es el arte, pero en cada provincia hay travas leyendo mis libros o sumándose a la banda. Trabajo con la misma gente hace años: no restamos, sumamos. El mainstream se acerca a mí, pero yo miro al costado: al Bolsón, a Córdoba, a Ranchos. Ahí está el país que construimos sin pedir permiso. Por eso nos odian: porque sin recursos, sin miradas, logramos hacer todo lo que ellos no pueden ni soñar.
¿Qué le dirías a una piba trans que hoy tiene menos derechos que ayer?
–Que mire a las maricas viejas. Ellas, en la pobreza, hicieron casas bellas con nada. Nos enseñaron que el tiempo no es de los que mandan y los que odian: es del deseo.
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