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Redes sociales. Paraíso Club de artes escénicas y Sala Orsai
Una sala con programación propia y un sistema de membresías. Experiencias con un objetivo: que el público banque la producción. Dos formas de sostener las artes escénicas en tiempos hostiles donde escasean las políticas de fomento a la cultura. Dos modos de trabajo horizontal y colectivo que apuestan a nutrir la escena contemporánea. Por María del Carmen Varela.

Corría el año 1889 cuando un grupo de socialistas alemanes creó en Berlín la Freie Bühne (Escena Libre), una oferta de programación teatral con la intención de difundir la estética naturalista que buscaba llevar a escena aspectos de la vida real. Cada mes se estrenaba así una obra distinta; la propuesta era nómade y los asociados aportaban dinero a la producción de diferentes creaciones artísticas. De esta forma escapaban a la censura y afianzaban un espacio común a través del arte. “Esto hay que hacerlo en Buenos Aires”, pensó la dramaturga, directora y escritora Cynthia Edul mientras estudiaba este proyecto cultural del siglo XIX para dar una clase. También fue una inspiración la historia del Teatro del Pueblo, el primer teatro proletario sostenido por obreros alemanes. Ese fue el germen de Paraíso Club de artes escénicas, un sistema de membresías, similar a un club de barrio pero de teatro, cuyo objeto son las producciones artísticas como teatro, danza y performance.
Cocinar teatro
Cynthia tuvo el impulso de ponerlo en marcha y convocó a artistas que conocía y con lxs que ya había trabajado. “El proyecto es de todxs. Diseñamos la programación, el sistema de membresías, la convocatoria y cómo explicarle a la gente qué es esto: así empezó la cadena”. Paraíso Club está a cargo de un grupo de artistas que tiene una trayectoria de años en el campo cultural. Bárbara Hang, bailarina y coreógrafa y Cynthia son socias fundadoras junto a otrxs artistas –doce en total– como Lorena Vega, Pilar Gamboa, Agustina Muñoz, Romina Paula e Ignacio Sánchez Mestre. Bárbara enumera algunas de las preguntas que se hicieron –y se siguen haciendo– a la hora de definir la programación que cambia mes a mes: “¿Cómo hacemos para que toda esa escena confluya en un lugar? ¿Cómo hacemos para que esa escena se multiplique, también pensando en qué lenguajes tienen capacidad de convocatoria y qué lenguajes no y cómo hacer para que determinadas pruebas, que son más experimentales, se acerquen a la audiencia? Es una tarea que hacemos desde Paraíso: brindar herramientas de acceso a esos trabajos”.
Con un aporte mensual similar al de una entrada promedio del teatro independiente podés ir a ver teatro, danza o performance todos los meses y en diferentes espacios artísticos. ¿Cómo funciona? “Se genera un fondo de financiamiento y el artista sabe que cuenta con una cantidad de dinero, que además le vamos a hacer la producción, la comunicación y que en el estreno no tiene que pensar en nada más que en hacer su obra porque tiene la sala llena con todos los miembros del club”, explica Cynthia. El dinero de la pre-venta va a la producción, las salas, los salarios de lxs performers, músicxs, técnicxs, escenógrafxs, iluminadorxs, vestuaristas y asistentes. La mayoría de las obras son producidas desde cero y otras son reposiciones de obras que consideran que, por su valor y resonancia en este presente, amerita su regreso.
Paraíso se pensó durante la pandemia, con los teatro cerrados, como una respuesta a esa imposibiidad de encontrarse. Cynthia: “La pregunta que moviliza al teatro desde sus inicios como disciplina es la comunidad. Como comunidad no podíamos estar juntxs y eso nos llevó a repensar nuestra escena”. Además de la obra, lxs asociadxs pueden concurrir a los desmontajes, es decir, conocer a lxs actores, actrices, dialogar con ellxs, hacerles preguntas, participar de bingos, karaoke, tutti frutti, fiestas y hasta guisos”.

Sala Orsai
Desde enero de este año la Sala Casals del Paseo La Plaza es un laboratorio de experimentación donde la gente de la revista Orsai programa obras de teatro, acústicos, bingos musicales, shows de magia y recitales de cuentos de y por Hernán Casciari, entre otras diversiones.
Gabo Grosvald, productor y curador de la sala trabaja con Hernán hace diez años, organiza las fechas y coordina todo lo que sucede en este lugar que además es una editorial, una tienda, una cocina de podcasts, películas, series y documentales, un streaming de viernes llamado Mesa de Redacción y una escuela donde se hacen talleres presenciales y virtuales de narrativa, crónica, periodismo, producción teatral, dictados por profesionales como Dolores Reyes, María O’Donnell, Josefina Licitra, Tamara Tenembaum, Marcelo Birmajer, Pedro Mairal, Horacio Altuna y el mismo Casciari, entre otrxs.
Durante 2024 Hernán Casciari hizo Puro cuento y La señora que me parió en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza. Casi llegando a fin de año, les propusieron hacerse cargo de la Sala Casals. “Vinimos a verlo con Hernán –cuenta Gabo– y él me dijo: podemos armar la escuela de narrativa durante el día y a la noche shows ¿cómo lo ves?”. Juntos aceptaron el desafío y pusieron manos a la obra. Las escritoras Carolina Martínez y Natalia Rozenblum junto a Hernán diagramaron la escuela de narrativa y a modo experimental armaron “campamentos”, cursos que arrancaban el lunes, finalizaban el viernes y combinaban talleres durante el día y shows por la noche. “La experiencia fue buena y dijimos, sí, lo podemos armar”.
Para darle un sello distintivo a la sala teatral –que funciona al estilo café concert y tiene capacidad para 60 personas– las consumiciones están incluidas en el valor de la entrada. Gabo: “Para poder vender entradas un poco más caras y que el artista se pueda llevar un poco más de dinero. Nuestra fuerza está puesta en lo artístico”. Ya que en el Paseo La Plaza y alrededores (Avenida Corrientes) la oferta teatral es prolífica, la Sala Orsai busca construir un estilo propio. “Este espacio tiene que ver con la esencia de Orsai, que es contar historias. Es un grupo de gente que quiere contar historias y lo hacen a través de novelas, cuentos, podcasts, obras de teatro, películas. No estábamos buscando un espacio, surgió esta posibilidad y la tomamos. Estamos aprendiendo, encontrándole el pulso”. Por la sala teatral ya pasaron Manu Fanego con el show Mika Solo Set, Zambayonny, los magos Jansenson y Hernic, y los shows de Improcrash e Infelices para siempre.
Gabo destaca la importancia de la comunidad de la revista, compuesta por 70.000 miembros. Casciari supo construirla con trabajo, paciencia y tiempo. “Le costó casi diez años armar su comunidad. Empezó con un blog, en 2003, brindó contenidos, habló una a una con las personas hasta que la comunidad se armó. Cuando necesitó pedirles plata para publicar la revista, la gente puso la plata y ahí está la revista Orsai y cuando quiso hacer la primera película, la gente puso la plata y ahí está la película La Uruguaya”. La confianza fue vital para todo lo que vino después. Si bien esa comunidad se desarrolló a través de la web y está distribuida en varios países, contar con un lugar físico también es estimulante para quienes están más cerca. “Es gente a la que le gusta leer, le gusta Internet, venir acá, compartir una cerveza y ver un show. Este espacio es esa pata física de una comunidad online”.
La filmación de La Uruguaya fue una experiencia inédita de participación comunitaria. Se precisaban us$ 600 mil, cifra que podría asustar pero que para el cine representa poder lograr una “película chiquita”. Casciari anunció la venta de 6.000 bonos a us$ 100 cada uno y quien los comprara se convertiría en productor asociado. Dos mil personas se sumaron a esta aventura, participaron de la elección de actores y actrices, tomaron decisiones en las reuniones por zoom y hasta podían participar como extras. Una vez que la película ya terminada fue vendida a Disney, los productores asociados recuperaron el dinero. Fue la primera de las que ya fueron estrenadas; algunas están en venta y otras, en plena producción.
Volver a las raíces
Estos dos proyectos independientes y autogestivos elaboran su forma de darse a conocer. ¿Cómo lo hicieron? Paraíso Club lo hizo desde la performance. Cynthia: “El espíritu está muy claro: lo nuestro es la performance, el aquí y ahora. No queríamos hacer nada que no pasara por ahí. No íbamos a hacer solamente un posteo de Instagram”. Fue en el espacio público y al finalizar le contaban a lxs presentes que se estaba gestando Paraíso Club y podían suscribirse. Hicieron una conferencia de prensa y en diciembre de 2022, una fiesta. Así arrancaron con un círculo de cien personas y a partir de ahí empezaron a crecer. Actualmente cuentan con 550 socixs y necesitan 700 para que el proyecto sea 100% sustentable.
La difusión en los portales de algunos diarios también fue un buen empujón. En este momento están invitando a comunidades que gustan de ir al teatro. Lxs invitan a la función y les cuentan la propuesta de membresías. También invitan a algunas personas a ser “embajadoras” de Paraíso, a vivir la experiencia y después contarla en otros ámbitos. Cynthia: “Las redes te ocultan, no son confiables y generan un tipo de consumo exclusivo de las redes. La gente que pone like no necesariamente se convierte en espectadora”. Suma Bárbara: “En las funciones, recibimos a la gente, explicamos el proyecto, recordamos: lo que está por suceder es gracias a su membresía”.
¿Qué cambió? En 1997 fue sancionada la Ley Nacional del Teatro gracias a la militancia de un sector que batalló para lograrla. En ese momento, cuenta Cynthia : “Si no me gustaba lo que pasaba ahí enfrente, abría un espacio y contestaba desde acá con mi propia estética. Desde 2008 Buenos Aires se vuelve una ciudad cada vez más gentrificada, cada vez más cara, los costos se vuelven muy altos y lxs artistas terminan financiando la escena y siendo los últimos en la cadena”. ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo funciona esa cadena que produce obra? “El artista tiene que poner la obra que es una estructura enorme. Cobran lxs técnicos, los sindicatos, Argentores, Actores, Sadaic, Alternativa Teatral, la sala. Al final, si queda algo, cobra el artista, que es quien pone el contenido, el corazón y la energía para que toda esa estructura funcione. Ese modelo ya está agotado. Estamos sometidos a sostener esa cadena”. Por eso también, se creó Paraíso Club.
¿Por qué hay tanto público interesado en ver teatro en las salas porteñas? Cynthia sugiere que tiene que ver con la historia argentina. “Si hacemos un corte en 1910, vemos que los teatros fueron espacios de sociabilidad de la inmigración. Después del yrigoyenismo y el radicalismo surge el Teatro del Pueblo, en 1930, luego Teatro Abierto en 1981. El teatro tuvo una importancia cabal con respecto a la recuperación de la democracia y está vinculado a la historia de la clase media, son dos claves para poder pensar cómo se construyeron las audiencias. En los 60 estaba el Di Tella, mucha gente circulaba por ahí. Buenos Aires es una ciudad con muchísimos teatros”. Vuelve Cynthia a la Ley Nacional de Teatro y a su relevancia en la escena cultural local. “Los dueños de las salas comerciales se beneficiaron mucho con esta Ley porque no pagan ganancias ni ingresos brutos. Se hicieron millonarios por esta ley milagrosa que no la tiene el cine ni la televisión. Nace de la militancia de los artistas. Entonces hay que poner un poco de luz en la historia de esa ley para entender que la tenemos que defender todxs, no solamente los teatros independientes. Hay que volver al corazón de la escena independiente. Cuando se recuperó la democracia, Batato Barea estaba en un subsuelo y se caían las paredes. Hoy podemos pararnos en una esquina y hacer algo. La Organización Negra empezó en la calle Florida. Esa es la historia de la cultura argentina. Si querés hacer algo, lo hacés”.
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