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La vuelta al mundo: Fernando Duclos es “Periodistán”

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Se hizo conocido por un mote que mezcla su viajes con su profesión y pasión: contar historias. De los tropezones en el periodismo a la viralización de un tuit y surfear la ola de las redes. Tres libros, cientos de países, charlas, tours, ataques libertarios y una mirada sensible y original para salir de la burbuja: el mundo según Fernando. Por Sergio Ciancaglini

La vuelta al mundo: Fernando Duclos es “Periodistán”
Foto: Juan Valeiro

En el principio fue el tuit: 

“Maradona erra el penal, todo parece derrumbarse, pero entonces Goyco ataja dos seguidos y logramos el pase a la semifinal. Todos en Argentina recuerdan aquel partido de Italia 90. Lo que pocos saben es lo que significó para Yugoslavia”. 

Fernando Duclos andaba a los tropezones con el periodismo y se había lanzado a un viaje más bien insólito (y no era el primero) gracias a una indemnización. En plena travesía por las tierras de la ex Yugoslavia escribió esas líneas en la ex Twitter (la palabra “ex” goza de una salud vertiginosa en esta época). Corría 2019 y se refería a dos acontecimientos de casi tres décadas atrás: el partido de la Selección (Maradona con la magia mojada y Sergio Goycochea en modo héroe) como excusa para hablar de aquel país que terminó subdividido en siete, guerra civil incluida, tras la caída del bloque soviético y el Muro de Berlín. 

Así empezó Fernando un hilo de once tuits en el que hablaba sobre la guerra que sobrevino, la enemistad/odio entre bosnios, croatas, serbios y demás. Sobre un bosnio que aquel día fue expulsado por escupir a Maradona y una frase del escritor Goran Vojnovic: “Así somos nosotros: escupimos al mismo Dios y luego nos extrañamos si Dios se venga”. 

El joven Duclos, 33 años en ese momento, lanzó los mensajes cual botella al mar y siguió su viaje balcánico sin señal como para volver a ver su celular. Mientras tanto el hilo de tuits hacía su propio viaje enlazando a la gente que lo leía. Cuando Fernando pudo ver su celular un par de días después, la cantidad de seguidores que se habían enganchado con su cuenta había pasado de 200 a 3.000, y era apenas el comienzo. Pensó: “Increíble. Por acá está lo que tengo que hacer”. 

Su objetivo secreto era “reingresar triunfante al escenario periodístico argentino”, relatando sus andanzas por Turkmenistán, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Afganistán, Uzbekistán. Así nació Periodistán, marca o símbolo que en realidad llegó a muchas más geografías para contar historias, paisajes, amores, muertes y vidas en tierras que resultan tan misteriosas para los ombliguistas que habitamos este país, que a su vez puede resultarle tan misterioso a quienes no lo conocen (y a muchos de quienes sí creemos conocerlo). 

Cuenta Fernando sobre aquel principio: “El rebote del hilo de tuits me cambió todo. Yo casi no tenía más plata, hacía tres meses que estaba viajando y ya iba a volverme, pero empecé a estirar lo poco que tenía”. Se confirmaba así que Duclos es argentino, con expertís genético en estirar lo poco que hay. “Y apareció algo muy fuerte: la increíble actitud de la habitantes de países tan extraños para nosotros, que me ayudaban, me alojaban, me acompañaban, me daban comida”. 

Por eso Fernando abandonó la idea de abandonar. 

Hoy tiene tres libros publicados: Crónicas Africanas, Un argentino en la Ruta de la Seda y Un viaje a la India de carne y hueso. Se presenta con un espectáculo en teatros (El mundo sin filtro). Ha disertado sobre “Ampliación de las audiencias en redes sociales”. Organizó cursos en MU sobre China e India (con Francisco Taiana y Manuel Gonzalo). Encabeza también viajes como el que acaba de hacer a Rusia, Siberia, Mongolia y Beijing, tren transmongoliano incluido, guiando a 20 personas anotadas para acompañarlo en el periplo. Mientras la argentinidad del carry trade llena aviones a Miami, Periodistán tiene agendada la gira por India, Bhután y Sri Lanka en septiembre con quienes se sumen a la aventura. 

Tiene 290.000 seguidores en X, 65.000 en Instagram y entre sus títulos nobiliarios podría exhibir el haber sido tildado por alguno de los subalternos de la derecha oficialista adicta como “espía iraní”, “mogólico” e “hijo de puta”.  

Biopicstán

Nació en 1986 en el barrio de Palermo cuando la democracia recuperada daba sus primeros pasos. Padres médicos, la familia se mudó a Ciudad Evita y luego a la zona de San Cristóbal y Parque Patricios. Fernando era hincha de River, aunque rompió un lugar común: “Me gusta mucho el fútbol pero soy de las personas que cambiaron de equipo. Claro, el barrio te va llevando, todos tus amigos van a ver a Huracán, la chica que te gusta también y de repente sin darte cuenta y estás a los saltos aguantando los trapos, más en un barrio con tanta identidad”.  

Hizo la primaria en el Bernasconi y la secundaria en el ILSE (colegio universitario como el Nacional Buenos Aires pero con menos megalomanía). Además del fútbol le gustaban los mapas: “A los 4 o 5 años ya me sabía todas las capitales del mundo y tenía un cuaderno donde dibujaba las camisetas de las selecciones de todos los países. Pero me acuerdo también a los 8 o 9 años ver algo sobre el genocidio de Ruanda, buscarlo en el mapa, tratar de entender, aunque no entendía nada”, como le pasa con frecuencia también a los mayores de 8 o 9 años. 

Fernando jugaba en San Telmo, su segundo amor futbolero. Era 10, armador y zurdo (lo cual confirmaría que es un agente del caos y/o espía extranjero). “Tenía 18 años y ya entrenaba con la Primera. Estaba por debutar. Pero un día bajaba por Garay a toda velocidad en la bicicleta, me caí y me rompí todo, en el brazo todavía tengo prótesis y me dieron 47 puntos” dice mostrándome esa cicatriz que aún hoy duele de verla. “Fue en abril, se infectó la lesión, y recién me dieron el alta en noviembre. Se acabó el fútbol, al menos el profesional. Mis amigos se iban de viaje al norte, a Tilcara y Bolivia, y les pedí a mis papás si me podían pagar ese viaje. Pude ir, terminamos llegando hasta Perú, muy cerquita de Ecuador, que para mí era inalcanzable, y me quedó la espina de no seguir. Volví pensando: esto de viajar me encanta, es espectacular, boludo”. 

Estudiaba periodismo deportivo. “Me salió una pasantía en Clarín y apenas terminó, con esa plata, dije: me las tomo. Me recorrí de mochilero Latinoamérica, llegué hasta Nicaragua. Era 2008, época del conflicto del gobierno con el campo. Yo viajaba y cada tanto me conectaba a un ciber para avisarle a mi mamá que estaba todo bien, y aprovechaba para mandar un mail a unos cien amigos contando cosas sobre Perú, Machu Picchu, el Cusco. Era el germen de todo lo que pasó después. Fueron nueve meses, yo era feliz”.

Regresó y resurgió para Fernando eso que llamamos la normalidad. “Seguía estudiando y me llamaron de nuevo de Clarín, como contratado en deportes. Buscaba y publicaba notas sobre fútbol en Afganistán, o algo que había pasado en Tonga, siempre historias del mundo. Después me pasaron como editor a Muy, un diario amarillista. Supuestamente era un avance pero me pasaba el día sentado en la computadora y los demás salían a hacer las notas. No me gustaba nada. Encima ya era 2013, era cada vez más claro lo que representaba Clarín, y yo estaba incómodo. En marzo se murió Hugo Chávez. A mí se me caían las lágrimas y en el diario había mucha gente festejando, como brindando, mientras yo me iba a la embajada venezolana como una forma de despedirlo”. 

¿De donde venía ese tipo de sentimiento? “Vengo de una familia progresista. Nos íbamos en auto a Las Toninas en vacaciones escuchando a León Gieco, Silvio Rodríguez y el Dúo Salteño. Qué sé yo, siempre tuve más o menos claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. Quiero que en el mundo la gente viva mejor, que los ricos no tengan tanto mientras los pobres no tienen ni lo básico. Nada elaborado, pero eso te va llevando por un camino y bueno, siempre me interesó la política. Viví toda esa etapa de Chávez, Lula, Evo, el kirchnerismo. No militaba en organizaciones políticas pero sí estuve en bachilleratos populares, con todas las ideas de justicia social y cambio”. 

Como Clarín ofrecía un retiro voluntario, Fernando lo aceptó y entonces hizo lo que no dicta la normalidad: sacó un pasaje a Etiopía. 

“Siempre tuve fascinación por África y por esos lugares de los que nadie habla. Fueron nueve meses recorriendo 14 países: Etiopía, Somalía, Ruanda, Kenia, Burundi, terminé en Sudáfrica. Hice un blog y cuando volví con ese material terminé publicando Crónicas Africanas”.      

Después de ese viaje reapareció la normalidad: consiguió trabajo en Fox Sports. Detectó que podía hacerse online. Era fines de 2015, y mientras Mauricio Macri ganaba las elecciones, Fernando zarpó rumbo a mejores climas. Se instaló en una piecita de Río de Janeiro, a la que cataloga como la ciudad más linda del mundo. Una vez allí se terminó el trabajo en Fox pero apareció la posibilidad en DPA, agencia alemana. Fueron tres años.  

Como en un rulo del tiempo de la precarización, perdió también el trabajo en la agencia y se separó de su novia (“sinsabores laborales y sentimentales”, resume). Decidió volver a Buenos Aires y usar esa indemnización alemana para –literalmente– buscar nuevos horizontes. Objetivo: la Ruta de la Seda, aquel entretejido que durante siglos conectó a Europa con Asia a través del comercio y la cultura, que también transitó el veneciano Marco Polo a fines de 1200 relatando sus hallazgos al escriba Rustichello de Pisa, lo que derivó en un trabajo conocido como El libro de las maravillas.

Fernando compró el pasaje más barato que más lo acercaba a las maravillas: Barcelona. Recorrió velozmente Europa –que no conocía– pero su norte estaba en el este –que conocía menos aún–. Ya en 2019, en los Balcanes, apareció esa ocurrencia de armar tuits futbolero-geopolíticos que le devolvieron la confianza para ir rumbo a las ex repúblicas soviéticas de Asia Central y al universo musulmán de Irán, Afganistán y la Península Arábiga. 

Aquellos viajes fueron siempre con mochila, carpa, una bandera argentina y una remera con banderas de todo el mundo, aptas para iniciar cualquier conversación. Nunca olvida, además, lo que considera uno de los inventos más maravillosos de la historia: la loperamida, antidiarreico que podría ser recetado a más de un funcionario actual. 

Pero los principales recursos para los viajes son curiosidad, estudio previo, documentación, sensibilidad, sentido común y capacidad de conectarse con la gente en el idioma universal: el inglés hablado como se pueda. Periodistán es un viajero más que un turista, y por eso logra el mayor acercamiento a la vida cotidiana, dilemas, ideas, costumbres, sueños, creencias, trabajos y asombros de los lugares que recorre como se debe: con una dosis de pasión y varias de loperamida.  

El espía 

Reconoce que lo sorprendió Afganistán. “La hospitalidad de la gente, la alegría que tienen de recibirte en una realidad tremenda por décadas de guerras. Pero te invitan a dormir en las casas, te dan de comer. Creo que no gasté nada allí”. 

Otra ruptura para la imagen mediática: “Puede ser medio temerario decirlo, pero mi país favorito del mundo es Irán. La gente es increíble, la calidez, la cordialidad, la cultura. Una vez estaba viajando con una amiga china, andábamos medio desorientados, y sacamos una cuenta. En un día más de 30 personas se habían acercado y nos habían ayudado con algo. Orientándonos, dándonos de comer, no cobrándonos algo, llevándonos a algún lugar al que íbamos, invitándonos a dormir a la casa”. Lo temerario que menciona Fernando se debe a que Irán es acusado como principal responsable de muchas cosas, incluyendo los atentados sufridos en Argentina en la Embajada de Israel y la AMIA. 

En esa contradicción, él cuenta lo que ha visto en sus recorridas: “Estamos hablando de Persia, un país con 5.000 años de historia que siempre enamoró a los europeos. Una cultura refinada, una civilización avanzadísima. Después de 1979 al derrocar al Sha Reza Pahlevi asume un gobierno de los ayatollahs, una teocracia muy conservadora en un país que no lo es para nada. No es una caricatura como la pintan. He entrado a casas que tienen grandes retratos del Sha, y en Teherán hay una plaza que llaman ‘el parque de los gays’ porque todos saben que ahí van los hombres que quieren estar con otros, pese a que la homosexualidad está prohibida, penada y castigada. Y adentro de las casas vi cosas que no vi ni en Río de Janeiro. La realidad te muestra miles de grises que no son la caricaturización que se hace en Occidente. Es una combinación de una sociedad recontra abierta, hasta progresista te diría, con una cultura de las más importantes de la historia. Entonces es una realidad muy compleja en una especie de permanente negociación entre esa teocracia y conservadurismo con una sociedad tan distinta, que hace que el gobierno se tenga que abrir en la práctica a montones de cuestiones, como por ejemplo que casi no se ven velos”. 

Segmento de chimentos: tuvo un romance con una iraní. “En otros países musulmanes hubiera sido absolutamente imposible. Era una estudiante soltera que alojaba a un extranjero. Una vez la acompañé porque iba a cantar a la calle a capella, con unos instrumentos iraníes muy lindos, cosa que está totalmente prohibida. Llegó la policía, se quedó escuchándola, le dejaron algo de dinero y hasta la aplaudieron. Entonces no me pongo una venda en los ojos. Sé lo que pasa allí. Pero la idea de que la iban poco menos que a colgar no funcionó, y esa tensión que hay es lo que lo hace un país tan interesante”. Ha discutido también públicamente algo que le llamó la atención: la capacidad de la inteligencia israelí para detectar con precisión blancos enemigos para matarlos a larga distancia en sus casas, contra la incapacidad de precisión en los ataques a Gaza que buena parte del mundo considera “consistente con las características de un genocidio” por usar palabras de la ONU.  

La perspectiva de Fernando (con foco en lo social, lo cotidiano y lo histórico para comprender, mucho más que en lo político) le valió que el señor Agustín Romo, diputado bonaerense, lo tildara recientemente de espía iraní, mogólico e hijo de puta. El adjetivo “mogólico” solo revela la entraña de quien lo esgrime. El referido a la mamá de Fernando también. Difícil saber qué cosa espía Duclos: por su libro anterior tal vez resulte ser también un espía africano; por el más reciente podría ser señalado como agente secreto del derechista gobierno indio. O quizás todo sea un tributo a Maxwell Smart. 

¿Dónde está la sonrisa?

Aquel viaje culminó para Fernando en marzo de 2020. Tomó uno de los últimos aviones a la Argentina antes de la cuarentena por la pandemia. 

“Si me veías en enero de aquel año yo estaba viajando con pinta de hippie, barbudo, viendo dónde poner la carpa o comprar calzoncillos nuevos. Pero unos meses después estaba en un canal de televisión argentino, con dos chicas que me maquillaban y peinaban para salir a conducir mi propio programa sobre política internacional, y a fines de año salió el libro Un argentino por la Ruta de la Seda”. 

Reconoce que había logrado lo que quería: trabajo, buenas críticas, elogios, redes sociales encendidas, miles de seguidores, sponsors, cataratas de corazones. “Pero me sentía raro. Hacía montones de cosas, tenía reconocimiento, pero estaba vacío, insatisfecho”. Se le coló en la memoria una foto que le habían tomado junto a un lago de Kirguistán: “Estoy saliendo de una carpa, sucio, mi remera es vieja y las mangas están comidas por las polillas, tenía cara de dormido después de una noche al lado del lago escuchando los insectos y mirando las estrellas. Pero estaba contento, radiante. Y pensé: ¿Hace cuánto que no sonrío así?”. 

Empezaba una nueva rebelión interna hasta que Futurock, que había editado La Ruta de la Seda, le propuso hacer otro viaje, otro libro y otro sueño: India. El entusiasmo le volvió al cuerpo. Dejó la televisión, el maquillaje, los peinados, los saludos de quienes lo reconocían por la calle, los emojis, hizo los trámites ante la embajada y partió con un cómplice de lujo: su papá (ha hecho varios viajes acompañado por padre o madre, que están separados). El resultado de ese año asombroso hizo crecer a Periodistán en las redes, y se plasmó en 334 páginas: Un viaje a la India de carne y hueso. 

Fue como abrir la puerta a otro planeta del que principalmente recibimos ecos levemente diet sobre yoga, ayurveda o meditación: el país más poblado del mundo con casi 1.500 millones de habitantes (cifra equivalente a todos los que viven en lo que llamamos Occidente) y 30 veces la población argentina, en un territorio apenas más grande que el nuestro. 

El libro es un viaje en sí mismo a esa tierra que define como “espectacular y deslumbrante”. Cuenta sobre cientos de grupos etnolingüísticos diferentes que a veces ni se entienden entre sí, sobre el milenario sistema de cuatro castas, sobre la historia terrenal y espiritual que parece inabarcable, sobre las formas de gobierno, las del amor y del Kama Sutra en una sociedad en la que casi nadie se atreve a hablar de sexo, o sobre el hombre que ofrece limpiar los oídos con un hisopo mugriento.

Cuenta de los viajes en tren caóticos y la amenaza de la comida callejera, la maravilla del Taj Mahal, los cazaclientes y vendedores ambulantes, los dioses y diosas, los monos ladrones de desayunos, los matrimonios concertados, las cremaciones públicas en Varanasi junto al río Ganges, el sistema de tránsito guiado por el delirio, las leyendas inconcebibles (Shah Jahan mandó cortar las manos de todos los obreros del Taj Mahal para que nadie pudiera volver a levantar un lugar tan bello). 

El libro está plagado de diálogos con indios y extranjeros que explican las claves de cientos de misterios, y habla de calles alucinadas, ferias infinitas y templos como uno en Rajastán (ciudad de los reyes) poblado por 25.000 ratas entre las que hay que caminar sin calzado, como corresponde en esos sitios sagrados, superando el coraje de cualquier superhéroe. 

Pasea por Bollywood, que produce más cine que Hollywood, a la que se agregan Kollywood, Tollywood y otras industrias, así llamadas según el idioma en que se filma, o por un picado que Periodistán jugó con chicos que llevaban la camiseta de Messi en el Barsa, o por el lugar donde vio los ojos más lindos del mundo, o por sus propios sentimientos de sorpresa, de dudas, de fascinación y de euforia.

El teléfono te come

Hoy Fernando ha dejado de hacer programas por Youtube: “Es más esclavizante que tener un jefe porque te hace subir videos a cada rato para que el algoritmo no te haga desaparecer”. Tampoco hace mega viajes como los de sus libros (“estoy más viejo”, dice a los 39), sino los que organiza en grupos, como hizo a Corea del Sur, dos veces a Bangladesh, China, Rusia, a los campamentos de refugiados del Sahara occidental, la propia India y tantos más.

¿Y cómo describiría Periodistán a un extranjero a un país misterioso llamado Argentina?

Diría que es un país tremendamente intenso, como una final del mundo. Eso lo hace muy hermoso y cansador a la vez. Tenemos el orgullo y privilegio de ser el único país del mundo que juzgó a sus dictadores, porque hubo una sociedad que salió a la calle, así como hoy hay marchas todos los miércoles de los jubilados. Un país que rompe las bolas hasta que finalmente las cosas se logran, en eso es espectacular.

¿Qué le sugerirías que haga a este viajero que llega al país?

Tratá de buscar a alguien local que te invite a un asado, a tomar mate, aprendé a jugar al truco, y disfrutá de algo que no he visto en ninguna parte: que a la gente le guste tanto juntarse. Es fascinante. Terminé el secundario hace como 25 años y nos seguimos encontrando todas las semanas con mis amigos. Y fútbol los miércoles. O nos vamos en grupo de vacaciones. O nos juntamos para hablar, estar juntos, tomar unos mates, sin que haya pasado nada en especial. En Medio Oriente vi mucho la cosa de la comunidad. En Occidente manda el individualismo. Nosotros tenemos esa cosa de juntarnos que me parece valiosísima. 

Cree que nadie entiende muy bien el mundo actual: “Andamos todos un poco a ciegas, las ideas con las que crecimos cambiaron y da la sensación de que es difícil que las cosas cambien. También pasa que el teléfono te come, y el algoritmo moldea tu vida. Vas a un lugar no a disfrutarlo, sino a sacarte la foto. Creo que tenemos que alejarnos un rato de las redes, ¡me lo digo a mi mismo! Hacer deportes, tener sexo, encontrarte con amigos. La vida está afuera” dice como recordando aquella foto sonriente y medio andrajoso, dando la vuelta al mundo. 

La clave de su trabajo como Periodistán: “Lo que traté siempre es de contar historias tangibles, que tengan algún puntito de contacto con tu vida. Si te hablo de política turca no te interesa, pero si te la relaciono con las novelas turcas que ves en la tele es otra cosa. Y trato de contar historias que vayan de lo micro, lo que te toca, a lo macro. La política tendría que hacer lo mismo”. 

En términos políticos esto es lo que lo identifica: “El gran abanico que incluye a todos los que nos encontramos los 24 de marzo. Pero tenemos que lograr algo más que lo performativo, tipo salir con un cartelito y sacarnos la foto. No sé muy bien qué es eso que habría que hacer. También veo toda una dirigencia que se supone que nos representa, que no dice nada por ejemplo sobre lo que pasa en Gaza. Entonces no sé si son corajosos, o si en realidad no quieren molestar a los poderosos. Yo perdí un montón de seguidores por decir lo que pienso, no podés estar siempre queriéndole caer bien a todo el mundo. Odio todo lo que dice Milei, pero le reconozco que dice lo que piensa. Del otro lado hay muchos dirigentes que no se animan a lo mismo”. 

¿Y cómo define Periodistán al actual gobierno? “Diría que Milei es un payaso que supo sacar tajada de forma inesperada de una crisis de representación política. Pasa en muchos lugares del mundo, pero es cierto que hace mucho que este país no crece y que las expectativas de futuro son cada vez peores. Entonces, viniendo de muchos años malos, aparece un tipo que celebra la crueldad y convence a mucha gente de que lo mejor es dejar a todos librados a nuestra suerte, sacándoles los remedios a pacientes con cáncer, pegándole a jubilados, destrozando a la educación”.

La anomalía y lo normal: “Milei es una anomalía muy triste que ojalá pase rápido, pero tampoco me gustan las definiciones que no se hacen cargo de ninguna de nuestras equivocaciones, o que lo ponen como un outsider que nadie sabe bien de dónde salió. Estoy medio peleado con esa interpretación. Entonces, como Periodistán, remarcaría todo lo malo y lo terrible de él pero no me quedaría en eso porque si no es como no entrarle al eje de la cuestión. Si no ofrecés mejoras en el nivel de vida y expectativa a futuro, y no te animás a mirar de frente y con sinceridad los problemas, entonces va a venir otro que los va a enfrentar. Mejor o peor, como en este caso, pero va a aprovechar el lugar que vos no supiste ocupar” dice Fernando, que a la vez sabe lo que significa recuperarse de golpes que a uno lo rompen, sonreír ante geografías inciertas de lagos y estrellas y hacer lo que hay que hacer cuando el proyecto se sintetiza en dos palabras: seguir viaje. 

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