Nota
Ataque a Tiempo Argentino: un testigo clave para entender qué pasó
lavaca conversó con el cerrajero contratado para abrir el diario, quien confirmó que la Policía supervisó su trabajo y habilitó el acceso de la patota al edificio.
lavaca conversó con el cerrajero contratado para abrir Tiempo Argentino, quien confirmó que la Policía supervisó su trabajo y habilitó el acceso de la patota al edificio.

Uno de los integrantes de la patota, la noche del ataque. Foto: Ignacio Yuchark/lavaca
Guillermo José María Carrasco es el segundo nombre de la lista del acta policial que identifica a 15 integrantes de la patota que ingresó al diario recuperado Tiempo Argentino en una noche de terror. Junto a su nombre y datos personal se consigna : “Cerrajero contratado por el señor Martínez Rojas”.
El teléfono suena:
-Hola, Cerrajería.
Lo que sigue es un testimonio que revela el rol policial en la actuación de la patota que ingresó al diario y ocasionó los destrozos.
«El dueño del local»
“Fue el peor día de mi vida”, dice Guillermo José María Carrasco, 27 años, nacido el 22 de mayo de 1989, cerrajero de Munro, Vicente López. “No soy persona agresiva ni mala. Hubo tanta violencia ese día, tanta, que durante dos o tres días no atendí el teléfono. Recién ahora. Tengo mucho miedo, mucho susto. Fue lo peor que me pasó en la vida. No hay manera de describir lo que viví. No hay palabras. Pasé frío, pasé miedo. En un momento pensé que me mataban”.
Carrasco habla con la voz quebrada, en un momento grita, en otro llora. Dice que hace 14 años es cerrajero, que aprendió el oficio de su hermano. Dice que paga sus impuestos, que no está atrasado en ARBA, en AFIP, en nada. Dice que tiene una hija, una “motito”, un “autito”, y que no necesita plata de nadie, que está haciéndose su casa. Dice que no sabe quién tenían la razón y quién no, quién estaba bien y quién mal: “Soy un cerrajero”.
Quiere aclarar: “Nadie me puede señalar por la calle nada. Estoy totalmente limpio. Y ahora que me vengan a decir que soy de una banda… Si siguen hablando así yo voy a perder mi trabajo”.
Este es su relato de esa noche:
“Yo trabajo por Internet. Soy cerrajero las 24 horas. Te buscan por Internet y te llaman. Trabajo poco con clientes. Soy de Munro. Me llama una persona el día anterior y me dice que había que hacer una apertura. Quedamos en que nos encontrábamos en la esquina. Hay como un puesto de diarios, ahí. Cuando llegué había dos patrulleros”.
¿Conocía a la persona?
“No”.
¿Le dijo algún nombre cuando lo llamó o cuando lo encontró en la esquina?
“No”.
¿Qué le dijo cuándo se encontraron?
“Me dijo que ahora iba a llegar la policía con el dueño del local con los papeles. Llegó. La policía miró los papeles, dijo que estaban bien y dijo que estaba todo OK para hacer la apertura. Si la policía me dijo eso, ¿yo qué tengo para oponerme, me entendés? Si no había policía yo no podía hacer la apertura”.
¿A qué hora llegó?
“Eran las 12 de la noche”.
¿El “dueño del local” era Martínez Rojas?
“No sé”.
Sigue: “Le pregunto a los policías: ´¿Está la puerta para abrir?´. Me dicen: ´Abrila´. La policía me dijo eso. No es que yo voy y la abro. Tiene que haber presencia policial”.
Carrasco sigue:
“Hago la apertura y me voy al auto, porque me habían llamado para eso. Entro y me dicen que el trabajo no estaba terminado, que había que cambiar la cerradura. Volví a entrar. La policía me dejó: si ellos me dejaron, ¿por qué no podía estar adentro teniendo que hacer un trabajo? Yo me puse a trabajar confiado. Y cuando me quise ir, estaba lleno de gente abajo”.
Eran los periodistas de Tiempo.

Otro de los violentos que atacaron el diario. Foto: Nacho Yuchark/lavaca
“Querían quedarse con el lugar”
Carrasco: “Lo primero que pensé fue: ´¿Y ahora qué hago?´. Me dijeron: ´No, ahora vas a tener que esperar´”.
Desde afuera lxs trabajadorxs escuchaban cómo estaban rompiendo los elementos de trabajo. “De adentro yo no vi que estaban rompiendo cosas”.
Pero rompieron cosas.
“Yo no lo vi”.
¿Estaban armados?
Misma respuesta.
¿Qué vio, qué escuchó?
“Lo que estaban haciendo era trabar las puertas para que no puedan entrar los de fuera. Porque, supuestamente, era de ellos la fábrica y la querían cuidar. Yo no sé si es así o no. Es lo que escuchabas. Escuchaba que querían quedarse con el lugar”.
Dice que su principal temor comenzó cuando los periodistas entraron. “Eran como 50 personas. ¿Cómo les explicaba que era cerrajero? Yo estaba asustadísimo. Yo pensé que esa noche me mataban. Los que estaban afuera, los que estaban adentro. No confiaba en nadie, quería irme a casa y no me dejaban. Tiraron gases, de todo, me asusté y me fui a esconder arriba”.
En su relato hay ciertas lagunas, propia del aturdimiento que lo deja al borde del llanto: dice que salió corriendo y que se “salvó” porque corrió y se metió debajo de un camión. “Dios me protegió de que no me vieran: ¿cómo les decía que yo era sólo un cerrajero?”.
Carrasco aclara constantemente: “Yo no soy de ninguno de los dos lados. Soy cerrajero. No soy mafioso, no me dedico a nada raro. Lo único que quiero es estar tranquilo”. Grita: “Lo único que quiero es poder seguir con mi vida, estar con mi hija, con mi familia. Hace tres días que no puedo atender el teléfono porque no puedo trabajar. Estoy asustado. Tengo miedo de todo”.
Llora, se lo escucha: “Yo no quiero meterme en conflicto con ninguna de las dos partes porque quiero volver a mi vida normal. Pero nunca más vuelvo a hacer una apertura judicial. Nunca más confío en nadie, aunque me diga que está la policía afuera”.

La policía busca a parte de la patota que escapó por los techos. Foto/Ignacio Yuchark/lavaca
“Al que tienen que agarrar es al boludo del empresario”
lavaca llamó a todos los mencionados en el acta policial que se redactó en aquella tremenda madrugada. La mayoría de los teléfonos que allí constan son números ficticios. De las tres respuestas obtenidas, la de Carrasco es la única que detalla su rol. Las otras dos:
En el caso de Juan Zacarías Sosa- que aparece en boletines oficiales del 2008 con apercibimientos por estafa- hubo una respuesta de WhatsApp luego que el celular consignado sonara sin cesar. “Equivocado. Chau”,
En el caso de Mauro Mauricio Caña, el que responde dice ser su hermano . Dice: “Mi hermano está laburando en una empresa de seguridad y dijo que tenía que ir a cuidar una radio. Era una changa, nada más. Al que tienen que ir a agarrar es al boludo del empresario”
¿Martínez Rojas?
“Ese. Ese boludo está jugando con la necesidad de la gente”.
Los delitos
La lista de los consignados en el acta la encabeza Juan Carlos Blander, argentino, domiciliado la provincia de Formosa. Según la nota del periodista Juan Diego Britos, Blander es dueño de la empresa de seguridad Control Star Service, encargada de controlar accesos en grandes recitales. En 2012 atropelló y mató a Juan José Aguerre, de 60 años, que trabajaba en la estación de servicios El Yacaré, en Formosa
El acta consigna que la policía dispuso la constatación telefónica de domicilio de todos los identificados y que los notificaron para que se presentaran mediante abogado dentro de las 48 horas. Mariano Martínez Rojas se presentó hoy con la abogada María Laura Paonessa, quien fue defensora del exsargento Sergio Pablo Barber, condenado por fusilar al joven Rodolfo Poroto Zapata en Zárate.
María del Carmen Verdú, abogada de CORREPI y de lxs trabajadorxs de Tiempo, explica la lista de nombres que consta en el acta: “No están todos porque hay varios que se escaparon por los techos, pero a los que quedaron adentro del edificio se le tomaron los datos personales. Pero ahí la fiscal (Verónica Andrade, de la Fiscalía Contravencional N°6) hizo algo que no suele pasar cuando levantan a cualquiera en la calle: no ordenó llevarlos a la comisaría en tanto se hacía la constatación de domicilios. Todo lo hizo verbalmente y en el mismo lugar, y ni siquiera se les constató el domicilio porque los tipos se negaron a dar un teléfono de contacto para que verificaran los datos que constan en el acta”.

María del Carmen Verdú, abogada de la cooperativa Por Más Tiempo y referente de Correpi, con el comisario a cargo del operativo, en la madrugada del ataque / Foto: Ignacio Yuchark/lavaca
“El objetivo era impedir la salida del diario”
Verdú resume cuál es el estado de situación hoy: “El edificio está controlado por los trabajadores como estaba antes. Eso no se modificó. Lo que hicimos fue presentar la querella, que firmaron los trabajadores de Tiempo representados por el secretario y presidente de la cooperativa, una delegada de Radio América y las tres personas que estaban en el edificio al momento del ataque. Estas tres personas fueron víctimas de delitos específicos como lesiones y amenazas, por eso se presentan a título individual”.
¿Qué plantean en la querella? “Acá no hay solamente usurpación y daño, que además es daño calificado porque afecta todo el servicio de comunicación informática, que es un agravante específico del inciso 6 del artículo 184. Acá también hay otros delitos:
- Interrupción de las comunicaciones;
- Interrupción del funcionamiento de un medio de prensa: en este caso, dos;
- Lesiones calificadas, porque fueron cometidas por más de dos personas y para consumar otro delito, porque el chico discapacitado fue apaleado;
- Amenazas coactivas respecto de los otros dos trabajadores que estaban en el diario.
Por lo tanto no es competente la justicia de la Ciudad, sino la justicia nacional. Tal como lo prevé el procedimiento de la justicia de la Ciudad, nos van a convocar a una audiencia junto a las demás partes -defensa y fiscalía- para discutir la competencia”.
Verdú señala que en la carátula de la causa contra Martínez Rojas faltan enumerar delitos. “La fiscal no está investigando lesiones porque dice que no están acreditadas. Al pibe discapacitado lo agarraron a patadas. Le llevamos radiografías del Hospital Rivadavia. También está el tema de la custodia de los bienes por parte de los trabajadores. En la fiscalía siguen emperradas en que nada más hay usurpación y daños porque al no haber ido al lugar, al no haber tomado contacto con damnificados y al manejarse con los soplidos policiales por teléfono, es lo que tienen. Nosotros ampliamos imputación a otros delitos, a lo que agregamos robos, porque hay cosas que faltan, como el disco rígido del servidor, cosas personales del locker, que fueron todos violentados”.
¿A qué huele este ataque?
No huele. Tengo absoluta y total certeza: esto fue un intento desesperado de impedir que el diario siga saliendo. Y no hay ninguna duda, por las características del ataque. Estos tipos no entraron simplemente a romper lo que fuere, sino que además la violencia se ejerció de manera selectiva sobre los lugares que más importancia tiene para la transmisión de la radio y la edición del diario. Una cuestión fundamental en cualquier diario es que todas las computadoras estén conectadas en red. Bueno: lo primero que hicieron fue arrancar los cables de red. Lo segundo, fue reventar el servidor de Internet. Incluso cuando rompieron la mampostería fue para llegar a los lugares donde estaban los elementos de trabajo.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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