Nota
Cuando la cancha canta
¿De dónde vienen los cantos futboleros contra Mauricio Macri? ¿Ocurren por el fútbol o por la política? ¿Qué dicen quienes lo cantaron? ¿Es cierto que lo arrancaron las barras? Entre tanto ruido mediático, Ariel Scher indaga estos interrogantes con teoría, historia y voces. Los antecedentes contra Onganía, las dictaduras uruguayas y argentinas, e incluso los antecedentes contra Macri. Los libros que analizan el tema de la trampa de la apolitización del fútbol y cómo es que «el opio de los pueblos» puede convertirse en una forma -más- de rebeldía.
Por Ariel Scher* para lavaca.org
Carlitos ya no está en edad de ser Carlitos pero canta con unas ganas parecidas a las de las horas en las que era Carlitos. Andaba por los diecipocos calendarios el día de 1967 en el que en el estadio de Racing, su casa en muchos sentidos, miles y él entre esos miles transformaron a ese estadio en una caja de silbidos en contra de Juan Carlos Onganía, dictador, militar forjado en la Caballería, dueño de una biografía distante del fútbol e inoportuno habitante de ese recinto de goles en la final de la Copa Intercontinental contra el Celtic escocés. Anda por los sesenta y nada ahora, en el verano de 2018, siempre en la cancha, siempre con Racing, siempre Carlitos a pesar de los almanaques que avanzan, y canta, canta con otros miles, contra otro presidente.
«Algo es bien diferente: aquél llegó por un Golpe de Estado y a éste lo votó la gente. Y algo es igual: tengo y tenemos bronca. Cuando la cancha habla, hay que escucharla», resume Carlitos mientras comienza a desplazar su atención desde la política hacia la suerte deportiva de Racing frente a Cruzeiro en la Copa Libertadores y mientras, además, certifica que los gritos y los saltos contra Mauricio Macri, en pleno entretiempo, le dejaron los músculos más como Don Carlos que como Carlitos. «En el fútbol -apunta, con las pulsaciones rumbo a cierta normalidad- siempre se suelta lo que no nos gusta».
Como muchísimas cuestiones, los lazos entre la política y el fútbol fueron objeto de frecuentes miradas lineales. Cerca de Carlitos y en la noche de Avellaneda, alguien que lo oyó insultar al presidente argentino susurró, con disgusto, el clásico «no hay que mezclar estas cosas», en una versión contemporánea de lo que el investigador francés Jean Meynaud llamó «apoliticismo deportivo». Analista temprano de un fenómeno que las ciencias sociales tardaron en atender, Meynaud explicó en su libro El deporte y la política. Análisis social de unas relaciones ocultas (1972) que el presunto «apoliticismo deportivo», o sea el discurso de que la política y el deporte juegan o deben jugar en estadios diferentes, es una toma de posición -precisamente- política. Tesis sencilla la del «apoliticismo»: el deporte es «limpio, puro y une a las personas» y la política enloda todo lo que roza. Con ese pretexto, por ejemplo, la FIFA que el empresario brasileño Joao Havelange encabezó entre 1974 y 1998 pateó afuera a las protestas contra los horarios tórridos del Mundial mexicano de 1986 que levantaron jugadores como Sócrates, Jorge Valdano y Diego Maradona («Usted, cállese y juegue», proclamaba el mandamás de la pelota, socio de las autocracias latinoamericanas) o el titular semieterno de la AFA, Julio Grondona, desarticuló la posibilidad de que los equipos de Primera salieran al césped con banderas de apoyo a las luchas de los docentes argentinos durante el menemismo. Veterano en sufrir proscripciones, Carlitos asocia estos y otros hechos con el intento de prohibir los coros contra Macri que esbozó Guillermo Marconi, ex árbitro y secretario de Trabajo de la Nación justo en los días de Carlos Menem. «Eso sí que no cambia: cuando no les gusta para qué usás la boca, siempre te quieren cerrar la boca», apostrofa.
La otra réplica del gobierno nacional (o de los núcleos comunicacionales que son sus aliados) consistió en atribuir la multiplicación de cantos sin amor por Macri a una maniobra articulada por barras bravas. «El sector de la barra fue el último que cantó. Surgió desde la otra popular y se repitió en las plateas», asegura Tomás, un experto en las entrañas de Independiente, que indagó y desmenuzó por qué en las tribunas rojas de Avellaneda, durante el partido con Banfield, las gargantas ardientes dedicadas al jefe de Estado retumbaron y mucho. Un poco después, el presidente del club, Hugo Moyano, figura protagónica de la movilización callejera contra las políticas de ajuste en la misma semana, declaró, sobre los ecos que brotan de esas gargantas, al programa Rojos de pasión: «No se pueden controlar. Uno no los comparte aunque no tenga simpatía con el presidente. Pero es inevitable». Aunque nunca haya pisado los dos enormes estadios de Avellaneda, Meynaud casi coincidiría con Moyano. Y hasta añadiría que, en esos sitios, «la multitud se inflama más allá de todo control».
Sin embargo, Meynaud y otros teóricos que se inquietaron por la dimensión política del fútbol parpadearían asombrados con la parábola que expresa el caso de Macri. Es que en la interpretación de esos estudios, el fútbol funciona como un posible instrumento de control social, una herramienta que ayuda más que lo que complica a quienes están en el poder. Jean-Marie Brohm, otro francés que se aplicó al tema, habló en su Sociología política del deporte (1976) de la «alienación deportiva». «El deporte es utilizado como medio de compensación con fines de canalización inofensiva», sentencia. El propio Meynaud manifiesta que el deporte es capaz de «desviar la atención de los ciudadanos de una situación política fastidiosa o de problemas a los que los gobernantes no son capaces de hacer frente». Abundan los ejemplos que podrían abonar esas teorías. No obstante, quizás el mismísimo Macri, con los tímpanos inquietos luego de registrar cómo hinchadas diversas entonan música popular con su apellido, no les pondría la firma. ¿Quién se atrevería a sostener que tanta gente que confluye en un canto construye sólo una canalización inofensiva y, menos aún, un desvío de la atención de los ciudadanos? ¿Quién se animaría a negar que en las tribunas argentinas está ocurriendo algo que acelera exactamente en la dirección contraria?
https://www.youtube.com/watch?v=H94M5l9yEuk
«Voté a Macri en el 2015, pero canté contra él en el Monumental porque el gobierno, además de otras cosas que no me parecen correctas, hace todo a favor de Boca», revela Fabio, morador infaltable de la popular de River. «Nunca votaría a Macri, pero voy a siempre a la cancha y sé que no hubo nada armado cuando fuimos los primeros en putearlo. Si ahora, en otros clubes, se organizan para cantar y putear, me parece fenómeno. Y algo importante: el canto nuestro no empezó en el epicentro de la popular local que ocupa la barra. Se largó en la otra popular después de una expulsión y se propagó a la Platea Sur, llena de socios», evalúa Jorge, el alma y el cuerpo en San Lorenzo, cuya gente popularizó el hit que sacude las orejas presidenciales durante un domingo de furia y perjuicios arbitrales frente a Boca. Macri creció como un hombre del poder económico y le añadió poder político a ese poder económico a partir del triunfo electoral que, en el cierre de 1995, lo instaló como titular de Boca, lo que implica que el fútbol, como sucedió con otros individuos, lo puso en carrera. Paradoja o no tanto, ahora el fútbol -y el peso de Boca en el fútbol- se le presenta como un gol en contra. Más allá de cualquier tentación simplificadora, la vida política suele dejar interrogantes sin respuestas: ¿hubiera sido posible que Macri se tornara presidente sin su desfile por Boca?, ¿sería igualmente insultado Macri en el ámbito del fútbol si su pertenencia deportiva no remitiera a Boca?
Inconveniente adicional para quienes se envuelven en la seducción de las simplificaciones: las palabras no dicen siempre lo mismo. Y los cantos, tampoco. Jorge, el de San Lorenzo, informa que el cantito de esta época es un reestreno o una herencia: «En el 2011, Macri era jefe de gobierno de la Ciudad y había dicho que existía el uno por ciento de chances de que volviéramos a Boedo. En el fin de semana siguiente, surgió la reacción con esa música y con esa letra». En 2011 y en 2018, ¿música y letra repetidas tienen significado idéntico, emparentado o diferente?
«La fórmula ‘pan y fútbol’ ha sido aplicado un tanto mecánicamente», escribió el catalán Manuel Vázquez Montalbán, ensayista y novelista fabuloso, en 1974, en un artículo en la revista Triunfo, al que rotuló «Barca, Barca, Barca» y en el que, desde la izquierda y aún entre los pliegues represivos del franquismo, fue pionero en desmantelar la idea de que, en lo político, el fútbol actuaba sólo como un adormecedor de las masas. El propio Barcelona, como las instituciones deportivas vascas, representó un guardián de identidades y de resistencias en los años de extensa dictadura española. Por ese entonces, Vázquez Montalbán estaba lejos de Buenos Aires. De haber venido, futbolero como era, hubiera puesto los ojos en alguna hinchada. Acaso en la de Boca, nada menos que en la de Boca, que trinó ese año, en más de una ocasión, contra el ministro de Bienestar Social, José López Rega, quien recién fugaría de su cargo y de otras cosas en la mitad de 1975. «López Re, López Re, López Rega/la puta que te parió» sonaba el breve canto, según evocan, todavía afinados, los hinchas con buena memoria.
Aquel señalamiento de Vázquez Montalbán vulnera las posturas demonizadoras de lazo entre política y deporte, se parece más a los abordajes modernos de los estudios sociales sobre la cuestión y ayuda a decodificar por qué los acordes de los hinchas, en muchos rincones de la Tierra, no sólo convalidan las necesidades de los sectores de poder. Desde Uruguay, el periodista Fermín Méndez recuerda que, en 1998, cuando murió Jorge Pacheco Areco, el presidente que abrió las puertas a la dictadura en ese país, recibió puteadas y no silencio de parte del público de Nacional en el estadio Centenario cuando se pretendió homenajearlo. Pacheco Areco censuró al diario Época, conducido por Eduardo Galeano, un lúcido detector de que el fútbol despabila la codicia de los dominadores pero también representa una oportunidad de expresión para los que pelean para no ser dominados. Otro periodista uruguayo, Juan Aldecoa, detalla que, en 1994, en días hegemónicos de los partidos tradicionales en su tierra, grupos de hinchas de Peñarol aprovecharon el aire del Centenario para sacar banderas del Frente Amplio y apoyar la candidatura de Tabaré Vázquez, dirigente del club Progreso que arribaría a la primera magistratura una década más tarde. «Se va a acabar, se va a acabar» vocearon sobre su dictadura los uruguayos durante el Mundialito de comienzos de 1981 y «se va a acabar, se va a acabar» bramaron muchos argentinos en más de un escenario deportivo en los meses que siguieron a la derrota de Malvinas. Anticipo certero: ambas se acabaron.
Un gol victorioso de su equipo y veinte esfuerzos vocales contra Macri le regalaron a Daniela, a pleno de Huracán, una afonía que persiste desde el sábado, cuando su equipo venció a Estudiantes y su hinchada acompasó el canto de otras tantas. «Los medios más poderosos -musita como puede- están todos con el gobierno. De algún modo, tenemos que hacernos oír. En nuestro caso, se cortó la luz en el estadio. Otra cosa en la que te jodés, otra cosa que no funciona. Ahí, primero cantamos contra San Lorenzo porque son del fútbol y después contra Macri por cosas que no lo son».
https://www.youtube.com/watch?v=RBHLlWt8Ho0
¿Será así? ¿Será que lo que se tapa en un pozo brota en otro pozo? ¿Será que, una vez más, para reflexionar sobre política, poder y deporte hay que enfocar hacia la industria de la comunicación, poder entre los poderes de esta era? Lo que emite Daniela afónica remite a lo que planteó el experto en medios Martín Becerra en El zapping de los huérfanos: «El derecho a expresarse, que en la Argentina estuvo y está limitado al derecho a opinar de una élite con acceso a redacciones y micrófonos, tiene el renovado desafío de superar el monocromo oficialista que descompensó la posibilidad de hallar perspectivas disonantes en medios con potencia junto con una estructura concentrada y dependiente de las señales de la conducción estatal». Lo que emite Daniela afónica tira paredes con la advertencia que, hace años, lanzó la lingûista Leila Gándara en Las voces de la cancha: «Estas no son voces aisladas sino de decenas de miles de personas cada domingo. Tal vez por eso sea importante oírlas y tenerlas en cuenta como emergentes de una realidad social».
De lo deportivo a lo político, de lo inorgánico a lo orgánico y a todo lo que cabe en el medio en materia de organización formal o difusa, de lo espasmódico a lo sistemático. O, quién sabe, al revés: de lo político a lo deportivo, de lo orgánico a lo inorgánico y a todo lo que cabe en el medio, de lo sistemático a los espasmódico. No existe un auricular social, político y deportivo que explore de manera integral por qué en las cancha suena lo que suena y suena contra Macri.
Pero suena.
Por eso Carlitos canta. Canta y no deja de cantar.
Ariel Scher es periodista y escritor. Su especialidad es el cruce entre literatura y fútbol. Lleva escritos una decena de libros; el último, Deportivo Saer. Además, dicta un recomendable curso de Literatura y deporte del que se puede obtener más info escribiendo a [email protected]
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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