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El infierno que vivió Gustavo Castro en Honduras

Berta Cáceres es un emblema de la lucha contra megaminería en Latinoamérica y fue asesinada el 1 de marzo. Gustavo Castro estaba a su lado. En esta entrevista realizada por Gloria Muñoz Ramírez cuenta qué pasó, reconstruye los detalles de aquel día y cómo luego sufrió los mecanismos de la impunidad.

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Berta Cáceres es un emblema de la lucha contra megaminería en Latinoamérica y fue asesinada el 1 de marzo. Gustavo Castro estaba a su lado. En esta entrevista realizada por Gloria Muñoz Ramírez cuenta qué pasó, reconstruye los detalles de aquel día y cómo luego sufrió los mecanismos de la impunidad. Una nota imprescindible, publicada por Desinformémonos.

El infierno que vivió Gustavo Castro en Honduras
Gustavo Castro llegó apenas un día antes a La Esperanza, invitado para ofrecer un taller sobre alternativas para generar energía en las comunidades. Se alojó en la Casa de Sanación y de la Mujer, en el centro del pueblo. Descansó un rato. Luego lo recogieron para ir a cenar en el Centro Utopía, a las orillas de la ciudad, en el rancho en el que el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), ofrece capacitaciones, como a un kilómetro del pueblo. Entre las 7 y las 7:30 de la noche llegó al lugar la dirigente del Copinh, Berta Cáceres, emblema de la lucha contra los megaproyectos en Centroamérica, reconocida con el prestigiado Goldam Enviromental Prize, el “nobel” de los ecologistas. Gustavo tenía cinco años de no verla. Se saludaron en medio de las múltiples ocupaciones de Berta.
Por la noche de ese primero de marzo partieron juntos a la casa de Berta. Eran como las 11 con 15 minutos de la noche. Gustavo se sorprendió de lo aislada que se encontraba la casa de la luchadora lenca, una mujer amenazada en múltiples ocasiones por su lucha en defensa del Río Gualcarque. La casa se encontraba en un fraccionamiento a orillas de la ciudad, en una brecha de un kilómetro de longitud, con una pequeña caseta en la entrada.
“Berta, te están persiguiendo, te están amenazando, has tenido atentados y ¿vives aquí sola?”. Berta respondió que dos días antes se había ido su hija. Prepararon en media hora el taller y después ella se ofreció a llevarlo a su alojamiento. Ya eran más de las 12 de la noche. Lo dejó en la Casa de Sanación y le sugirió que al día siguiente se quedara en su casa para que pudiera comunicarse con su familia y adelantar su trabajo, pues ella tenía señal de Internet.
Nadie sabía que al día siguiente se quedaría en su casa. Había sido una invitación informal. Gustavo salió el 2 de marzo temprano con su mochila de viaje. “Esa fue la gran sorpresa de los sicarios, porque ni siquiera Berta sabía que yo me quedaría en su casa, a ella se le ocurrió en ese momento. Nadie del Copinh lo sabía. Vaya, ni yo sabía”.
El primer día del taller, la gente del Copinh habló claro y contundente sobre la lucha y la resistencia, sobre la necesidad de buscar alternativas, de construir autonomía, de defender el territorio, de dejar los territorios libres de megaproyectos. Terminaron cenando todos juntos y, al final, Berta le dijo a Gustavo que se fueran a descansar. Se trasladaron en auto y antes de llegar Berta sugirió que pasaran a saludar a su mamá. Doña Berta-madre, una luchadora y lideresa de la región, los recibió con gusto. Gustavo tenía muchos años de no verla. De ahí salieron como a las nueve y cuarto de la noche y se dirigieron a un restaurante del centro para tomar algo. Berta cenó, pues ella no había probado bocado.
Partieron rumbo a la casa de Berta y, a diferencia del día anterior, había un hombre en la casetita de entrada a la casa que daba acceso a los carros. El señor abrió el paso, Berta lo saludó y le preguntó por su salud. “Era una noche increíble, con un silencio sepulcral, no había nada, ni siquiera salía un perro”. Berta y Gustavo decidieron entonces descasar un rato en el porche de la casa, se fumaron un cigarro mientras ella terminaba la noche escribiendo un mail.
Ya muy cansados entraron a la casa y Berta le mostró su habitación. Eran como las 11 de la noche. Ella se retiró a su cuarto y Gustavo se recostó y se dispuso a trabajar. Serías las once con cuarenta minutos cuando escuchó ruidos. De repente, uno muy estruendoso en el portón, muy fuerte, como si se cayera algo. No pasaron ni dos segundos cuando empezaron a patear fuertemente la puerta de la habitación de Gustavo, quien con miedo la abrió y vió como un sujeto corría al cuarto de Berta, mientras el otro lo encañonaba directo a la cara, como a dos metros de distancia.
Todo en menos de un minuto. Se escuchó el forcejeo en el cuarto de Berta. Tres tiros. Gustavo le dice “tranquilo” al hombre que le apuntaba con una pistola plateada. Alcanzó a aventarse a la cama y el hombre lo siguió con la pistola. Le apuntaba nervioso. Disparó. Por una millonésima de segundo Gustavo movió la cabeza. “Si lo hubiera hecho un segundo antes, él se hubiera dado cuenta de que me estoy ciscando. Y si me hubiera movido una millonésima de segundo después, no la libro”.
“Iban directo a matarla. Estoy seguro de que no sabían que yo iba a estar ahí, no se la esperaban. Por eso no me asesinan inmediatamente como hacen Berta. El hombre que me apuntaba se esperó a que el otro hiciera el trabajo, a que la matara, y después ver qué hacían conmigo”.
Era casi imposible que el matón errara el tiro. De hecho, para él, le dio. El movimiento de Gustavo logró salvar la cabeza y la bala dio en la oreja, de donde de inmediato brotó la sangre. Gustavo se quedó tirado e inmóvil. El sujeto salió corriendo, dándolo por muerto. “Fue un milagro”.
Berta alcanzó a gritar “Gustavo, Gustavo” y él se dirigió hacia su cuarto, hasta el final del pasillo. Estaba tirada en el suelo. Le dijo “Bertita no te vayas, quédate conmigo, quédate conmigo…”. La veía cómo se iba yendo, con los ojos blancos. “Alcanzó a decirme que buscara el celular, que le llamara a Salvador”, su ex esposo.
Berta dejó de respirar en cuestión de un minuto. Gustavo regresó a su cuarto y empezó a marcar y marcar desde su celular a los amigos que conocía, para que llegaran a rescatarlo. “Tenía un pinche miedo, pero tenía que tranquilizarme, respirar, porque estaba solo. No había casas, no había nada. Pensé que estaba ya muerto. Aquello era una conejera donde estás a merced”.
Pasaron dos horas y media antes de que llegara la primera persona. En todo ese tiempo estuvo solo en el cuarto, en alerta, no sabía si regresarían los sicarios a rematarlo. Como no le contestaba nadie en Honduras, pensó en contactar a alguien en México. Vio la hora. Las , once con cuarenta y cinco. Podría encontrar a alguien despierto. Empezó a marcar a todos sus amigos, mensaje por mensaje. “Asesinaron a Berta, corran, estoy herido, avisen”. No contestó nadie.
Hasta las dos de la mañana empezó todo el mundo a conectarse. “Gus, Gus, no te apures, ya vamos contigo”, le dijo una amiga mientras él pensaba “éstos regresan, éstos regresan”. Fueron las dos horas más angustiantes.
Sus compañeros del Copinh fueron los primeros en llegar y lo sacaron “en friega”. Acarrearon a la gente que iba caminando a casa de Berta, todo en veinte minutos. “Nos quedamos frente a la casa. Yo dentro de una camioneta vieja de vidrios polarizados. Ya habían llegado también algunos policías. No sé quién les avisó”.
Empezaron a llegar militares, policías, prensa. Hasta las seis y media de la mañana Gustavo permaneció sentando en el sillón del copiloto de la camioneta. Nadie se percató de su presencia. Escuchaba que decían “parece que hay un testigo mexicano”, pues encontraron su maleta con la etiqueta de Aeroméxico con su dirección y nombre, todo. A esa hora sus compañeros del Copinh lo llevaron a una casa para curarlo.
A las siete de la mañana, sin saber quién les avisó que estaba en esa casa, llegaron un montón de policías. Tocaron la puerta y le dijeron al dueño de la casa que lo estaban buscando, pero “yo no me pensaba mover de ahí hasta que llegara la fiscal, que ya me había advertido: no se vaya con ningún policía. No declare usted absolutamente nada´”.
“Me estuvieron buscando por los hospitales, porque había dejado un montón de sangre en el cuarto. Al final me quedé en esa casa. Mientras tanto, en el Ministerio Público estaba toda la gente del Copinh y el cuerpo de Berta en una camioneta, en una bolsa, lleno de cobijas y alfombras”.
En esa casa los policías le solicitaron a Gustavo el retrato hablado de los asesinos. Le preguntaron cómo eran. Nada formal, le dijeron, como si fuera una plática. Y ahí empezaron las irregularidades.
“Esa madrugada todo el mundo entró a la casa de Berta, no resguardaron nunca el lugar. Entró medio mundo, el Copinh, reporteros, los policías que pisaron la sangre con sus botas, movieron el cuerpo. Todos sabían que habían alterado la escena del crimen. La gente estaba en el patio, ya las huellas no existían pues todo el mundo había pisado”.
Inició el calvario. Sin dormir desde el día anterior, sin comer nada, haciendo el retrato hablado, a las dos de la tarde llegó la fiscal a la casa y lo subieron a una patrulla escoltado rumbo al Ministerio Público, a donde llegó una abogada de la CONADEH, que es como la CNDH de Honduras.
El cónsul de México llegó a las ocho de la noche al Ministerio, pero ya se había comunicado con él desde las diez de la mañana. “La abogada CONADEH me dijo que ya había detenido a la policía, que no me iban a llevar, que yo tenía mis derechos. Afuera estaba lleno de policías. Tenía mucho miedo porque yo era testigo protegido y sabía que me andaban buscando para terminar de hacer el trabajo. El Ministerio Público era como todos los demás, “un cuartucho, un baño que se estaba cayendo, dos o tres sillas para que la gente se sentara”. Seguía Gustavo sin comer, sin dormir, con la ropa llena de sangre.
Pasaron muchas horas antes de que le tomaran su declaración ministerial. “¿Qué hicieron todo ese tiempo? ¿Por qué se tardaron tanto? Quién sabe”. Una de las principales irregularidades fue que lo empezaron a interrogar fuera de la declaración ministerial. La otra es que solicitó copia de su declaración ministerial y del video de la declaración y no se las dieron. Una más es que se robaron su maleta en el MP y no se la entregaron hasta veinticuatro horas después, para que pudiera cambiarse. La ropa ensangrentada la resguardaron para pruebas de ADN.
La maleta de Gustavo nunca fue custodiada. Pasó de mano en mano sin que nadie dijera nada, En esos momentos se temía que pudieran introducirle objetos que no traía. “Era como un rehén. Pusimos demanda, pusimos recursos, yo se lo dije al fiscal personalmente y a los fiscales especializados, pero nada”. Finalmente los abogados pusieron un recurso legal de cada una de estas anomalías.
Siendo testigo protegido, le pusieron a Gustavo algo que se conoce como “chacal”, una especie de sotana y capucha negra que cubre todo el cuerpo para que no pueda ser identificado. Pero su fotografía ya estaba en todos lados.
Cuando salió al Ministerio Público a rendir su declaración ante la juez, casi no podía ni ver.
“Todo el tiempo me sentí muy vulnerable y amenazado por los sicarios. En cualquier momento, mientras yo estuviera en Honduras, iban a intentar matarme. Y hasta hoy. Por eso no regreso”.
Para ese momento ya se sabía que el único testigo del asesinato se llamaba Gustavo Castro, que era el coordinador de la organización Otros Mundos Chiapas, que vivía en San Cristóbal de las Casas. Su fotografía circulaba ya en todo el mundo.
Y también para ese momento el Copinh y los familiares de Berta responsabilizaban del asesinato a la empresa DESA, encargada de la construcción de la represa Agua Zarca sobre el río Gualcarque. “Berta me contó de las amenazas que tenía y de las denuncias que había hecho. Para la gente estaba claro la ubicación de la empresa, sus matones, sus sicarios y las confrontaciones que habían tenido Berta, apenas unas semanas antes de su asesinato, con el dueño y los abogados”. El Copinh incluso denunció que el coordinador de fiscales es parte del despacho de abogados defensores de la empresa DESA.
En todo el proceso “lo que sientes, además de la amenaza física, es una indefensión total,. No hay una ley de víctimas en un país donde más de cien ambientalistas han sido asesinados y de ellos al menos una veintena contaban con todas las medidas cautelares de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos. Obviamente no le van a dar el derecho a las víctimas”.
Tampoco hay en Honduras un reglamento para testigos protegidos. “Yo estaba a merced de cualquier arbitrariedad, sin una abogada que me defendiera, a merced del capricho político. No había poder humano ni andamiaje que pusiera orden. Después de cinco días y de no dormir, de diligencia tras diligencia, empiezan a cambiar las condiciones. De ser testigo protegido, paso a ser tratado como posible sospechoso”.
En la madrugada del día 3, el cónsul buscó un hotel para quedarse. Llegaron a un lugar inseguro, como a las dos o tres de la mañana. Al día siguiente tenían que ir en patrullas hasta Tegucigalpa. “Sólo tenía tres horas para dormir, pero no podía con tres policías pegados a la puerta. No podía cerrar los ojos a pesar del cansancio y con el dolor de la herida, pensando que iban a entrar otra vez los sicarios por la puerta”.
Al día siguiente, cuando creía que ya se iría, le informaron que había una diligencia para mostrarle unas fotografías, “por si reconocía a alguien”. Otra irregularidad. No hubo una diligencia adecuada. “Me mostraron puras fotos de gente del Copinh. Dije que ahí no estaba al que yo vi el día del asesinato y se fueron”.
Poco después llegó personal de la fiscalía de Tegucigalpa y le pidieron que se quedara para otra diligencia: la reconstrucción de los hechos. “Yo nunca había estado en eso, ni sabía qué implicaba. Accedí con la condición de que me dejaran despedirme de mamá Berta, darle un abrazo. Fui yo quien había visto a su hija morir unas horas después de haber estado con ella”.
Era el día 4. “No había dormido nada desde el día dos. No sabía que la reconstrucción de los hechos es más o menos a la misma hora que pasan las cosas, para ver condiciones de clima, luz y eso. A las diez de la noche me dijeron que íbamos a empezar. Yo ya estaba cayéndome, ya me iba a dormir. Me llevaron el “chacal” otra vez, patrullas y demás para irnos a la casa de Berta. Fue muy difícil”.
Ya había entrado mucha gente a la casa de Berta. Todo estaba mal. “Inició la reconstrucción y no sabía qué hacer. Nadie me decía nada. Por iniciativa empecé a narrar todo y a caminar, todos me perseguían con una grabadora. Lo volví a repetir todo, me acosté sobre la cama tal como lo hice ese día. Les di la trayectoria de la bala. Todo”.
“Ahora sí me voy, pensé, al terminar. A las siete de la mañana teníamos que estar en un campo de fútbol para que pudiera bajar el helicóptero que nos llevaría a Tegucigalpa. Nuevamente no dormí nada, tenía miedo”.
Se nubló el día y el helicóptero no pudo despegar de Tegucigalpa. A las once de la mañana deciden que lo trasladarán por tierra. Se disponen patrullas para acompañarlo. El sábado 5, entre las dos y tres de la tarde llegaron por fin a la embajada mexicana.
“Ni siquiera había tenido tiempo de llorar. Se trataba de estar vivo, despierto. Ese mismo día, el cónsul me dijo que había un vuelo a México vía Estados Unidos. Pero dije que no, prefería dormir y salir en vuelo directo”. A las nueve de la noche llamó la fiscal de La Esperanza para informarle que querían una ampliación de la declaración, “que no era nada para preocuparse… Los esperamos, pensé que en una hora terminaría todo”. Pero pasaron las horas y nadie llegó.
Gustavo tenía que estar a las cuatro de la mañana camino al aeropuerto. A las tres de la mañana la embajadora le dijo que se fuera a dormir un rato y a las cuatro lo despertaría. Lo hizo. Nadie de la fiscalía se presentó, “por lo que agarré mis cosas y nos fuimos para el aeropuerto”.
El cónsul bajó del auto y se dirigió al mostrador por el pase de abordar. Con él en la mano se encamino a tomar el avión. Pero antes, no por una entrada normal sino por una puertita, “salieron como moscas los policías, estaban escondidos. Me dijeron que no me podía ir, que eran de la fiscalía, que tenía que regresarme”.
“Yo estaba a punto de llorar. Traía tanto cansancio, días sin dormir. No me daban ninguna explicación y no entregaron ningún requerimiento. Con los días entendí que ellos querían convencerme de que me quedara, por eso me hablaban tan amables. Pensé en un secuestro, todo era totalmente irregular. La embajadora dijo que quería hablar con la fiscal y con derechos humanos, pero sólo contestaron que no me podía ir. Empezó la discusión con la embajadora y hasta entonces leen el documento con el requerimiento de la juez. Le dijeron a la embajadora que me podía acompañar, que ya estaba la patrulla. Ella pidió una copia del papel pero no se lo quisieron dar. Totalmente ilegal. Sacaron un segundo papel. Dijeron que tenía orden de aprehensión preventiva. En ese momento la embajadora me envolvió en sus brazos junto con el cónsul y dijo “de aquí no se mueve”. Dijeron que no había problema en que me acompañaran, pero que yo estaba detenido. La embajadora se la jugó. Y siguió la discusión. Cuando el fiscal se dio cuenta de lo que está pasando, le dijo a los policías que procedieron al arresto, pero la embajadora no me soltó. Había mucha gente de testigos, empezaba a amanecer. No se atrevieron a tocarme ni a esposarme”.
“Después se dio paso a la alerta migratoria. No sabía ahora qué hacer. Me dijeron que había que regresar a La Esperanza. Finalmente la embajadora y el cónsul me subieron a la camioneta y nos regresamos en friega. Era domingo seis”,
La Comisión de Derechos Humanos de Honduras llegó después a tomarle su testimonio por lo grave que había sido todo. Iban a disculparse. “Se disculparon con la embajadora, que iban a investigar todo lo que había pasado, que qué vergüenza. Hipócritas todos”.
“Apoyé la ampliación de la diligencia, sin saber bien lo que querían, pues ya les había dicho todo lo que sabía. Les dije que necesitaba más seguridad. Pedí chaleco antibalas y toda la protección. Me lo trajeron en patrullas y un montón de gente, incluso nos escoltó un grupo de inteligencia militar”.
Arreció entonces la crítica al gobierno de Honduras, que respondió que Gustavo quería escaparse. “Les estaba haciendo el favor de colaborar con sus propias irregularidades y se limpiaban conmigo diciendo que yo me quería fugar”.
“La fiscal me dijo que quería pedirme disculpas por lo que había pasado, que se sentía plenamente avergonzada, peor públicamente estaban filtrando otro tipo de versión. Esa noche no volví a dormir nada a pesar del cansancio, porque pensé que iban a llegar a asaltar a la embajada. Al otro día vamos otra vez a la diligencia. Llegamos como a las dos de la mañana y los abogados indican que antes de que suba al juzgado van a investigar qué tipo de diligencia quieren, pues no nos habían dicho nada, ni de qué se trataba ni en calidad de qué. Nos dijeron que no sería una ampliación de la declaración, sino un careo. Me pusieron otra vez la sotana negra y ahí vamos. Me metieron a un cuartito, pasaron horas. Entraban y salían el abogado, el fiscal. Era un careo con el viejito de la casetita de la casa de Berta, quien dijo otra versión y ahí lo tenían. Nos pusieron a la distancia, viéndonos de frente, la jueza por un lado, la parte acusadora, la defensa, atrás el cónsul. El pobre viejito se contradecía en todo. Al final dijo `bueno, quizás me equivoqué, quizá me confundí. Había tantas contradicciones que era obvio que estaba mintiendo. Decía que yo no era el que iba con quien me había rescatado, sino uno del Copinh. Pero de dónde iba a sacar eso si los vidrios de la camioneta estaban polarizados, no se podía ver nada, mucho menos a esa hora.
Todo iba encaminado a incriminar al Copinh”.
Después continuó el careo con Tomás, el compañero del Copinh que lo había rescatado. Sus versiones coincidieron en todo. Eran las once o doce de la noche. Al otro día lo citaron temprano para ver otro montón de fotografías. Nuevamente Gustavo no reconoció a nadie. “Era el momento de marcharme. Ya no había nada que pudiera hacer”.
Terminando el careo lo llevaron a la sala contigua, con la secretaria de la juez, donde le informaron que tendría que permanecer en Honduras 30 días más. “Los abogados pidieron copia de la argumentación y se las negaron. Así de ilegal. Al día siguiente regresaron a reclamar que estaba mal la fecha y mal escritos otros datos, y la jueza dijo que quitaba a mi abogada del ejercicio profesional. Metimos otro recurso y un amparo contra eso. Era ilegalidad tras ilegalidad”.
Esta es “la realidad que viven todos los días los hondureños, es la inseguridad jurídica, la impunidad absoluta y un miedo impresionante. Te sientes totalmente indefenso porque no hay nadie, ni la CIDH. Estás a merced de cualquier capricho político, una indefensión brutal”.
En los siguientes días se generó una red muy grande que exigió el traslado inmediato de Gustavo a México. Fue la presión lo que lo trajo de regreso. Pero allá se quedaron tantos.
Por eso el análisis, dice Gustavo, tiene que ser más amplio. “Detrás de todo esto está el capitalismo voraz que va por todo. Las transnacionales están adquiriendo un poder muy fuerte, de manera que en los tratados de libre comercio, las empresas buscan seguros de inversión. Que si violaron derechos humanos, les da igual, está asegurada su inversión, igual que si la gente se está muriendo de cáncer por la mina, que si deforestaron o construyeron una represa que mata un río como el Gualcarque.
“En toda América Latina hay mucha gente en defensa de sus territorios, su lucha no es por ellos, es por el beneficio de todos. Por eso la solidaridad debe ser general para todos, porque al final de cuentas es un beneficio común, aunque sólo algunos pongan el pellejo. La gente está defendiendo la salud, el agua, los territorios, la vida. La responsabilidad es pareja. Tiene que ser global, ya no tenemos tiempo, como decía Berta. No podemos hacer como que no pasa nada, ocultar la realidad, hacernos de los ojos que no ven. La lucha es de todos”.
Por lo pronto, hay un antes y un después para Gustavo. No hay lugar seguro para él. Ni en México, por supuesto, por eso anda “del tingo al tango”.
La nota, publicada en Desinformémonos.

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Más allá de tu vereda: un documental sobre personas en situación de calle en CABA

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Más allá de tu vereda.

Así, a secas, es el nombre del documental que acaba de estrenarse. 

No es un documental más. Así se llama el programa de radio de y para personas que viven o vivieron en la calle, que se realiza semanalmente en la organización Sopa de Letras. Esta cobija y aborda la problemática así como la salud mental, desde hace más de 10 años en el barrio porteño de Parque Patricios.

El documental explicita la importancia de la radio, el valor de la comunicación, la potencia de lo colectivo, la necesidad de comunicarse, y que alguien escuche del otro lado, o mejor aún: al lado. Y también refleja la historia de Víctor Rodríguez Lizama, su director, que tiene 64 años y vivió varios en situación de calle.

El Cuervo, como le dicen a Víctor por su fanatismo por San Lorenzo, visibiliza en primera persona junto a otrxs protagonistas lo que se ve a diario, pero no tanto. Lo que se sabe, pero no tanto. 

En Más allá de tu vereda, Víctor entrevista a muchos de los integrantes del programa que se emite en Radio Parque Vida (105.9) desde hace más de tres años.

Marcela dice que antes sólo escuchaba. Y que ahora se animó a decir.

Luciana dice que perdió un poco la timidez. Y que, quizá, eso la ayudó a crear la sección “la música que nos hizo”. 

Cata dice que encontró un espacio para hacer arte. Para animarse a leer sus poesías.

Alicia dice que antes hablaba “poquito”. Y que ahora “habla un poquito más”. 

Lautaro habla cuando llora, emocionado. Dice que no tenía experiencia. Y que ahora se sorprende de sí mismo.

Juan Bautista dice que es el encargado de informar las noticias. Y que ahora sí, alguien escucha su punto de vista.

Cristian dice que está más atento a su alrededor. Tanto, que ahora se anima a opinar.

Víctor dice que hasta no hace mucho, había personas que no agarraban el micrófono. Y que ahora no lo quieren soltar.

Termina el documental, con una última imagen; pantalla en blanco y una sola línea en letras negras.

«A todos los que estuvieron en situación de calle y ya no están».

Hay aplausos, hay felicidad, hay valoración. 

Hay orgullo.

Luego, se abre el micrófono para que quien quiera diga lo que quiera. 

Jorgelina: “Hagamos más radios”.

Adrián: “Podría estar en cualquier otro lado, haciendo cualquier otra cosa en este momento y gracias a ustedes estoy acá, me ayudaron un montón desde lo emocional”.

Cierra Víctor Rodríguez Lizama, con la remera puesta de su San Lorenzo querido y su pelo repleto de canas:

“La finalidad de este documental es mostrar cómo a través de la salud mental podemos llegar a la gente invisibilizada, que está ignorada. Ojalá que se reproduzca en otros lugares, que sirva de herramienta para salir adelante. Hoy hay mucha más gente viviendo en situación de calle. Además de haber vivido mucho tiempo, participé de los censos populares. Recientemente censamos en la comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Monserrat y Constitución) y sólo acá contamos 1480 personas, por donde vos camines están. En la olla popular que hacemos en el Parque Lezama se ve algo similar al 2001. Más personas en calle y más hambre”.

Detrás del Cuervo hay un pizarrón donde se completa al nombre de su documental: 

“Más allá de tu vereda,

hay otra realidad,

atrás de tu puerta”.

Al costado, un mural con un puñado de palabras escritas en letra cursiva: 

“Hasta que no quede ni una sola persona en situación de calle, 

allí seguiremos estando”.

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La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos

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Este domingo a la madrugada murió María Teresa López, asambleísta contra la contaminación en su ciudad natal, Caleta Olivia, luego mudada a Capital Federal y parte del grupo Jubilados Insurgentes. Mary se enfermó de cáncer producto de la contaminación que ella misma denunciaba, y luego fue abandonada por el Estado en modo motosierra: el PAMI se negaba a entregarle medicamentos, pese a amparos judiciales a su favor. Una historia que genera bronca e impotencia, pero que a través del recuerdo de sus compañeras de lucha se revela como una lección de vida, en el más profundo sentido de la palabra: lo colectivo frente a lo personal, la idea de no perder el tiempo, la movilización permanente, la generosidad, la sabiduría, y qué es la muerte.

Por Franco Ciancaglini

Algunos dirán que Mary era bajita y otros que tenía el porte enorme de Nora Cortiñas.
Desde la pandemia solía esconder su sonrisa detrás de un barbijo, aunque sus motivos de alegría eran cada vez menos:

  • su salud era cada vez más delicada;
  • los medicamentos oncológicos no llegaban;
  • y la lucha que encaró desde siempre —primero en su Caleta Olivia natal contra la contaminación, luego contra el sistema de salud público y, al final, como parte del grupo Jubilados Insurgentes— cada vez implicaba poner más el cuerpo.

Fue su cuerpo lo que, este domingo 21 de julio, dijo basta.

Mary se convierte así en algo odioso: un símbolo. Un símbolo de la muerte sistemática que genera un sistema que enferma y abandona. Pero también en un símbolo de lucha por la vida, en el sentido más profundo de la palabra.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Mary junto a Nora Cortiñas.

Contaminada

María Teresa López nació en 1959 en Caleta Olivia, Santa Cruz. Falleció el domingo pasado a sus jóvenes 67 años, en un hotel de la calle La Rioja, en Once, ciudad de Buenos Aires. Sí: vivía en un hotel. Sola, producto del desarraigo que le produjo tener que trasladarse para atenderse de un cáncer de hígado.

Ese fue el diagnóstico médico: una metástasis que avanzó en el último tiempo al ritmo frenético de una motosierra.

La causa que no figura en su partida de defunción es aquella que ella misma denunció hasta el final: a Mary le negaban medicamentos oncológicos indispensables para su tratamiento.

Lo que tampoco figura en su partida es que Mary fue arrancada de su Caleta Olivia natal porque se enfermó, al igual que decenas de personas de esa localidad, producto de la contaminación del agua por actividades extractivas en la zona.

Contaminada

La vida de Mary fue la de una militante social de una estirpe rara: austera, firme, silenciosa, estudiosa, imparable.

Sus compañeros reconstruyen sus historias: que de chica le hicieron un test de inteligencia y un profesional le dijo a su madre que ella era más o menos superdotada; que seguramente podría hacer dos carreras universitarias a la vez; que terminó la secundaria antes de tiempo y luego cursó dos carreras; que se enganchó con el ambientalismo muy joven y empezó a investigar cuando las empresas petroleras negaban la contaminación de las napas de agua.

Formó parte de la Asamblea Ambiental de Caleta Olivia, desde donde luchó sin descanso contra la contaminación provocada por el fracking. Mucho antes de enfermarse, denunciaba que el agua que llegaba a las casas estaba contaminada con petróleo. Lo sabía por la evidencia científica más contundente que tiene una comunidad contaminada: que sus vecinos, familiares y amigos enfermen y mueran.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
En Plaza de Mayo, con una bandera contra la megaminería contaminente en Chubut.

Ante los medios Mary describía lo que vivía y veía alrededor: “La gente se muere o queda discapacitada”. En una entrevista para el programa Conciencia Solidaria, precisaba sobre su territorio:

  • “Caleta Olivia… tiene un problema grave: falta de agua potable, y encima está contaminada por la industria petrolera. Los muestreos de agua que hemos sacado y analizado han dado positivo: está contaminada el agua que estamos tomando.”
  • “La situación es muy grave, se está muriendo muchísima gente de esas 11 localidades, 9 están en terrible condición… además tuvimos un caso muy grande de gastroenteritis que afectó a 340 personas”.
    También contextualizó el vínculo entre agua contaminada y salud pública: “Los metales pesados son cancerígenos, mutagénicos, van mutando de una generación en otra… nacen chiquitos con problemas… o fallecen de cáncer».

Denunciaba en Caleta Olivia la presencia de hidrocarburos, arsénico y metales pesados en el agua, además de enfermedades poco frecuentes que, como decía ella, “no tienen cura” y crecen en esa región patagónica. Alertaba con claridad: “No es solamente cáncer, sino Enfermedades Raras o Poco Frecuentes. Muchos pacientes no están bien atendidos… La situación se agrava cuando se trata de estas patologías: solo se ofrecen tratamientos paliativos.”

Un mal día le tocó a ella, ya con la certeza profunda de que la contaminación ambiental fue parte del combustible de su cáncer de hígado.

En agosto de 2015, en un foro en defensa del agua organizado en Comodoro Rivadavia, otras asambleístas como Lidia Campos, de la asamblea contra el fracking de Allen (Río Negro), la conocieron personalmente luego de años de tramar resistencia contra el extractivismo: “En el Foro en Comodoro había gente de todos lados… Y estaba Mary, que ya tenía problemas, como un problema en la boca del estómago… No se sabía bien… Uno tapa esas cosas y habla de la lucha, la salud quedaba en segundo plano. Mary no era de hablar de lo personal; siempre se preocupaba más por lo colectivo».

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Lidia y Mary, durante el acampe del Malón de la Paz en Buenos Aires, hace dos años.

La describe así: “Era menuda, callada. Pasaba desapercibida. Pero cuando abría la boca, te dejaba con la boca abierta. Sabía muchísimo. Y tenía una convicción inquebrantable.”

Recuerda Lidia que, en 2019, Mary pasó de la denuncia mediática a la judicial: presentó un amparo colectivo ante la Corte Suprema contra la contaminación del agua con hidrocarburos, arsénico y metales pesados. Denunciaba así, ante el máximo tribunal argentino, el abandono del sistema cloacal, basurales a cielo abierto, y exigía la puesta en marcha de una planta de ósmosis inversa paralizada (actualidadjuridicaambiental.com). En ese expediente Mary detallaba:

  • “Frecuentes interrupciones en el suministro… agua contaminada con hidrocarburos totales y arsénico… napas freáticas contaminadas por fracking…”.
  • Solicitaba medidas cautelares urgentes: provisión gratuita de agua apta, saneamiento cloacal, cierre de basurales y puesta en funcionamiento de la planta de ósmosis inversa.

Esa presentación inédita, que firmó ella misma, reflejaba años de trabajo comunitario, denuncias y… enfermedades. Pero su denuncia fue ignorada, archivada y judicialmente ninguneada: tras seis años, la Corte se declaró “incompetente” y desestimó el recurso, sin resolver la situación de fondo.

Mary no se rindió: en 2020 fue caminando hasta Balcarce 50 para presentar a través de Mesa de Entradas de la Casa Rosada una carta firmada por una red de organizaciones en defensa del agua dirigida a Alberto Fernández, denunciando la contaminación del agua y relacionándola lúcidamente con argumentos que el ex Presidente daba como recomendaciones durante la pandemia.

Lidia Campos es la que recupera y comparte a lavaca este documento, y la que como asambleísta define su legado: “Lo que ella hizo fue histórico. Vale la pena hablarlo para las próximas generaciones… En esta época hemos perdido tanta humanidad que a nadie le importa. Pero acá hay alguien que dio su vida. Dio, literalmente, su vida.”

El último recuerdo que Lidia conserva data del 14 de julio de 2023, durante una jornada de lucha contra Mekorot, la empresa nacional de agua israelí que intentaba desembarcar en Argentina con intenciones sospechosas. Relata Lidia: “Ella estaba afuera del Anexo del Congreso con los Jubilados Insurgentes para protestar… Después fuimos a una confitería. Le pregunté si había comido al mediodía… no había comido nada. Le sugerí unos tostados o medialunas con queso. Pidió un té. Cuando llegó lo que pedimos, no lo pudo comer”. Igual, se sacaron esta hermosa foto compartiendo. Y ese mismo día, antes de despedirse, Mary le regaló una pashmina rosa a Lidia para protegerla del frío.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Carlos Ponce, Mary y Lidia Campos: una amistad atravesada por la lucha ambiental del sur del país.

Abandonada

Cuando se enfermó y vio que su asamblea se desarmaba –entre otras cosas precisamente porque muchos enfermaban- Mary se trasladó a Buenos Aires. Pretendía resistir y atenderse bien, cosa que logró durante muchos años: su lucha logró que PAMI le asignara el Hospital Italiano para su tratamiento.

Tuvo un cáncer controlado que se descontroló al ritmo del deterioro del sistema de salud: primero Macri, luego Fernández, la pandemia y finalmente Milei como garrotazo final.

Desde 2023 su situación empeoró drásticamente. Su compañera Zulema, de Jubilados Insurgentes, relata: “El PAMI decía que tenían medicamentos para esa patología, pero no eran los que había indicado su médica… entonces no los aprobaban. A veces los recursos judiciales salían favorables, pero el PAMI tampoco los entregaba. La impotencia era terrible».

Sino miren este video.

María Teresa López dice claramente: “El mecanismo es simple: es eliminarnos, gastando menos… llegar al déficit cero… matándonos.”

El video la muestra junto a sus compañeros de Jubilados Insurgentes en un reclamo frente al PAMI por sus medicamentos.

Sigue: “Es más fácil eliminarnos de manera nefasta e inhumana… Para mí ustedes son asesinos, y les importa un bledo”.

Hoy, un año y mes después, Mary tenía razón.

Zulema continúa: “Ella no podía hacer la quimio porque la droga fundamental no estaba… íbamos al PAMI con compañeros, hacíamos reclamos, pero no facilitaban nada. Cuando le autorizaban un tratamiento de ocho sesiones, solo le entregaban dos dosis. Nos confesaron que no se molestaban en dar el tratamiento completo porque muchos morían antes… Pero Mary resistía, resistía… llegó un momento en que el cuerpo no resistió más».”

Una de las últimas veces de manifestación ante el PAMI, sin Mary, el personal de seguridad preguntó por ella en la puerta: “¿Cómo está Mary?”

La respuesta era obvia: mal.

Insurgente

Pese al deterioro físico, Mary se unió a los Jubilados Insurgentes. Entendió que el sistema no solo descarta a quienes enferma, sino también a los que ya no pueden “producir”.
Zulema recuerda: “¡Tenía un carácter! Ese carácter es el que la hizo resistir cuando muchos se daban por vencidos”.

Llegó a ese espacio dos años atrás, íntimamente vinculada con su enfermedad. “Se metió en todo lo legal… recursos, fiscalías, Comodoro Py… sabía de litigio ambiental”, dice Zulema.

El 12 de junio de 2024, durante la lucha contra la Ley de Bases, estuvo firme en Plaza los Dos Congresos. “Nosotros la cuidábamos porque estaba débil, pero se escapaba, quería seguir.” Conocía a todos. “Era muy luchadora. Y hablaba con energía. Siempre nos pedía que unamos las luchas».

Lo que posiblemente sea su último legado lúcido: unir las luchas del ambientalismo con las banderas de los jubilados.

Sobre su convicción, Zulema dice: “Cualquier cosita que ella hacía la asumía con total responsabilidad… vino con cartulina, se traía el cartel… Cuando asumió Milei hizo un cartel que decía ‘Toda la clase política es responsable de la debacle del país’, lo diseñó ella misma”.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Un cartelito que le hicieron tras su muerte, Clarisa y Agus, que lo dice todo: «Se lo hicimos porque ella era doña cartelitos, y lo dejamos con ella».

Otra anécdota: “Una vez vino a una reunión, con anotador en mano, ya predispuesta. Algunos comenzaron a hablar de su vida personal, y se enojó. Se levantó, juntó sus notas y se fue. Dijo: ‘acá se pierde tiempo, no van a llegar a nada’. Pero volvió. Con dramas y todo, no quería perder el tiempo: estaba alerta. Era consciente de que la tarea era enorme, y le ponía ímpetu”.

Mary sabía que no le quedaba mucho tiempo y por eso nunca bajó la guardia.

Siguió yendo cada miércoles a las rondas frente al Congreso, siempre con barbijo, para cuidarse y cuidar. Participó del Malón de la Paz, llevó agua, militó con grupos ambientalistas, jubilados y religiosos. Organizó actos, escribió cartas, e insistía en que el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, había que salir a las calles. Siempre. Aunque lloviera, aunque doliera.

Porque Mary enseló que la muerte no es algo que ocurre al final: es eso que va sucediendo en vida ante la indiferencia, el silencio de los tribunales, el apagón de las protestas, la descomposición del cuidado, la impunidad de los contaminadores y la complicidad del silencio.

La muerte es el abandono.

La muerte es el olvido.

Y en ese sentido, Mary sigue más viva que nunca.

odas las agrupaciones de jubilados que se juntan los miércoles a protestar en Congreso, preparan un homenaje a Mary y, a través de ella, “a todas las víctimas del sistema y de este plan siniestro de exterminio de los más vulnerables”.

Será mañana, después de la marcha, en un acto en Plaza de Mayo.

Mary: gracias.

Hasta mañana.

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Nota

Pablo Grillo: llaman a indagatoria al gendarme Guerrero a seis meses de un disparo criminal

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El 2 de septiembre el gendarme que disparó una granada de gas lacrimógeno por fuera de todos los protocolos de la fuerza deberá comparecer ante la justicia. La decisión la tomó la jueza María Servini de Cubría más de cuatro meses después del hecho. Pablo Grillo luchó por su vida, perdió masa encefálica y hoy se encuentra en plena rehabilitación. Todo lo que deberá explicar Héctor Guerrero y que implica a su principal defensora y la responsable de la violencia estatal: Patricia Bullrich.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Cuatro meses y una semana pasaron desde el miércoles 12 de marzo. Ese día, durante otra violenta represión a la marcha de jubilados y jubiladas, el Gendarme Héctor Guerrero le disparó fuera de toda legalidad una granada de gas lacrimógeno al reportero gráfico Pablo Grillo, cuyo impacto casi lo mata, y por el que perdió parte de la masa encefálica, estuvo casi tres meses internado en terapia intensiva en el Hospital Ramos Mejía y por el que hoy continúa en proceso de rehabilitación. Cuatro meses y una semana pasaron hasta hoy, lunes 21 de julio, en el que la jueza María Servini citó a indagatoria al gendarme, autor material de lanzamiento, para el próximo 2 de septiembre.

Es decir: entre la ejecución y la audiencia habrán pasado 131 días, casi seis meses, casi medio año. 

El camino de la in-justicia

En un primer momento, la jueza había rechazado el expediente y el caso había pasado al Juzgado Federal N° 12, donde tramitaba otra denuncia por los mismos hechos. Como ese juzgado estaba vacante y subrogado por Ariel Lijo, quien también se declaró incompetente y declinó la competencia, el expediente regresó al Juzgado N° 1 el 28 de marzo y la jueza Servini lo tiene en sus manos desde el 10 de abril, a la vuelta de una licencia. 

La cronología detalla el tiempo que una familia debe atravesar para exigir justicia por un hecho de violencia estatal: desde el 21 de marzo en que el papá, la mamá y el hermano de Pablo se presentaron en la causa como querellantes, solicitaron se llame a Guerrero a declarar “en calidad de imputado, por tentativa de homicidio agravado por abuso funcional, abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Pero no hubo respuesta. Por eso, el 6 de junio, reiteraron el pedido con estos argumentos: “Desde el inicio de la investigación, todas y cada una de las pruebas recabadas por el Juzgado corroboran lo que planteamos en nuestra querella del 21 de marzo: el cabo primero Héctor Jesús Guerrero de la Gendarmería Nacional Argentina fue el autor del disparo de la pistola lanzagases que hirió de gravedad a Pablo Grillo el 12 de marzo a las 17.18hs”. Y agregaron: “En el pedido que presentamos ante la jueza Servini ofrecemos una descripción de los hechos y un análisis pormenorizado de los elementos de prueba existentes hasta el momento”.

Y no hubo dos sin tres: el 15 de julio se le volvió a exigir al Juzgado que lo cite a Guerrero. 

Y la tercera fue la vencida: este lunes, Servini citó a prestar declaración indagatoria al cabo Guerrero como autor del disparo con cartucho de gas lacrimógeno calibre 38mm que impactó en la cabeza de Pablo Grillo. La audiencia será el 2 de septiembre a las 10. 

Guerrero es el primer efectivo formalmente imputado en la causa por el operativo policial del 12 de marzo. 

Desde la querella informaron: “El juzgado ordenó la realización de una pericia balística a cargo de la División Balística de la Policía de la Ciudad para reconstruir con el mayor nivel de precisión técnica posible el disparo que hirió de gravedad a Pablo. Si bien la jueza consideró que ya existen elementos de prueba contundentes respecto de la responsabilidad de Guerrero para esta instancia, sostuvo que la pericia es necesaria para afianzar la reconstrucción de la dinámica del hecho”.

 La pericia tendrá como objetivos precisar:

-La trayectoria y velocidad del proyectil que impactó en la cabeza de Pablo Grillo;

-La posición del arma al momento de efectuarse el disparo y el ángulo de salida del proyectil; 

-Analizar si el proyectil impactó previamente contra otra superficie, y si eso alteró su dirección o energía.

-Las ubicaciones de Grillo y de Guerrero al momento del disparo.

El juzgado también ordenó, previo a la pericia, una inspección en el lugar del hecho (la esquina de Hipólito Yrigoyen y Solís) que incluirá un relevamiento fotográfico terrestre y aéreo y la elaboración de un croquis detallado de la escena. 

Además, le prohibió a Guerrero la salida del país.

Compartimos el perfil de Pablo que realizamos en la edición 203 de MU.

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