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#NiUnaMenos en México: 40 ciudades contra la violencia machista

Miles de mujeres marcharon en todo México contra el acoso y la violencia machista reclamando justicia por los casos de femicidios impunes. El rol de las redes sociales y todo lo que gritó la calle. Otra crónica de Eliana Gilet.

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Miles de mujeres marcharon en todo México contra el acoso y la violencia machista reclamando justicia por los casos de femicidios impunes. El rol de las redes sociales y todo lo que gritó la calle. Otra crónica de Eliana Gilet.

Las chicas están contentas y también sorprendidas. La Marcha contra las violencias machistas tuvo su réplica y sus ediciones en más de 40 ciudades mexicanas. En Guadalajara, en Aguas Calientes, en Nayarit y en Ciudad Juárez la lectura es común pero presenta algunos matices. Desinformémonos conversó con mujeres de estas ciudades quienes, con distintos bagajes, participaron de la organización de las marchas en sus localidades.
Una misma pregunta se les trasladó a todas: ¿a quién estuvo dirigido el reclamo? ¿A los hombres para que paren con la violencia o a las mujeres para que se levanten porque ya no están solas?
Nacori, desde ciudad Juárez, cuenta que sienten que cumplieron con el objetivo. En la convocatoria a una movilización nacional, Ciudad Juárez, ícono de las movilizaciones en contra de los feminicidios desde la década del 90, no podía faltar.
Sin embargo, no había habido, desde hace buen tiempo, una manifestación de las dimensiones que tuvo las del domingo 24 de abril.
Y el crecimiento se dio con las que se acercaron solitas, esas a las que nunca se las había visto en las calles.
“Si tuviéramos que definirlas, serían mujeres solteras, en el entorno de los 30 años, trabajadoras o estudiantes avanzadas – sigue Nacori-, que no necesariamente pasaron por situaciones extremas de violencia, pero que sintieron la necesidad de estar en la calle, apoyando a las que sí, manifestándose. Una de las consignas de la marcha ‘Si tocan a una, respondemos todas’ se hizo realmente palpable”.
La idea de la marcha partió de una chica de Tuxtla Gutiérrez, la capital del estado de Chiapas, a partir de un comentario publicado en una red social. La violencia avanza, debemos hacer una marcha nacional, fue el reclamo de la compañera. Ese grito replicó en el norte y poco a poco fue tomando cuerpo. “Ya estamos muy cansadas de toda la violencia a la que estamos acostumbrándonos demasiado. Al punto de que a veces no nos damos cuenta que estamos siendo agredidas”.
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La red que se armó para la organización de la marcha fijó algunas formas para organizarse. Para participar, se solicitaba que las mujeres, aunque fueran parte de algún colectivo, lo hicieran a título personal, que hablaran por ellas mismas, por su propio deseo de manifestarse y no por estar mandatadas por ningún colectivo. Esa fue la tónica de la participación en las cuatro ciudades mencionadas más arriba y es algo que todas insisten en destacar.
“La tarea nos acercó mucho», dice otra mujer. «Personalmente nunca había participado en la organización de una marcha como esta y fue muy enriquecedor. Disparó además una serie de debates y reflexiones en conjunto, que pusieran en común el sentir de todas y cada una, desde una óptica personal y no ‘organizacional’”

A quién le hablan

¿A quién le hablaba la marcha de Juárez? “Sí pensamos que el reclamo debía hacerse hacia los hombres y no hacia el gobierno, hacia los ‘machos’ para no herir las nuevas masculinidades. Era una exigencia a los machos violentos de que haya un alto masivo a las agresiones. A la vez, era un acto de sororidad entre mujeres, con las compañeras que fueron violentadas. Aquí estoy y ante lo que pase, voy a poner el cuerpo por tí y eso implica que tú también lo harás por mi. Necesitamos ser nosotras mismas las que digamos qué nos duele».
Para Citali, en Guadalajara, también fue una marcha exitosa. “Comenzamos a organizarnos desde las amistad, desde el acompañamiento en situaciones difíciles. Fue algo muy orgánico y creo que por eso muy valioso. Hubo un vínculo muy fuerte, una conexión entre todas. Ya veníamos vinculadas por medio de las redes sociales quienes organizamos, pero era momento de proyectarlo hacia afuera».
En Guadalajara, el mensaje fuerte fue también el “no estamos solas” y también contó con la participación de mucha gente que nunca se había organizado y que sí había querido expresarse.
El problema fue con algunas organizaciones e integrantes de partidos políticos que quisieron capitalizar esa necesidad de salir a las calles de las mujeres para su propio beneficio. Sin embargo, desde la coordinación nacional de la red, se había explicitado que toda participación se haría a título personal, que ningún colectivo, ni siquiera feminista, pondría su distintivo en las convocatorias y en la movilización. Pero sí tuvieron que bajar algunos carteles que no habían respetado ese acuerdo.
En Guanajuato la actividad duró todo el día: una marcha extensa y luego una jornada cultural en la tarde, con todo tipo de actividades.
“Es una lucha por visibilizarnos como mujer, como causa en sí misma», dice Citali. «Sobre todo, frente al proteccionismo y la verticalidad que vivimos en la cotidiana. Eso hay que cuestionarlo. No sólo es un patriarcado que sostiene que los hombres van arriba, también es un capitalismo que pone arriba a los partidos, es la misma lógica”.
Citali brinda una imagen potente para explicar qué fue lo que se empezó a gestar, en todo México, desde el domingo: “Funcionamos a ensayo y error, como los hombres, que desde niños tienen la chance de jugar y ensuciarse y gritar. Estamos tomando la batuta del ensayo y el error y la respuestas son orgánicas, buscando las maneras que mejor nos vayan».
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La forma orgánica que han desarrollado es una red horizontal y que busca el consenso para tomar decisiones. Donde cada mujer participa a título personal.
“La marcha fue un aviso de nuestro intento por organizarnos horizontalmente y desde lo personal. Ese fue el primer mensaje: que estamos, que una vez que nos paramos y nos vemos de frente, es el primer momento en que somos mujeres, poniendo el cuerpo”.

La red y las redes

Explican que la difusión por medio de las redes sociales fue clave y que se logró, incluso, establecer algunas consignas como #VivasNosQueremos y #MiPrimerAcoso, como medios que contribuyen a visibilizar las violencias y los abusos.
“Estas dos cosas fueron un mensaje hacia los hombres. También uno a las instituciones y partidos que hablan desde la legalidad y la verticalidad que no habíamos contemplado cuando nos planteamos cómo funcionar. Como si ellos hubieran acaparado la defensa de los derechos y la potestad de la representación. Cada una se puede representar a sí misma, no necesita de más nadie. En la línea de la lucha feminista que sostiene que lo personal es político».
En Nayarit, un estado pequeño, la convocatoria llegó a unas 200 mujeres. Pero hay que tener en mente la casi nula participación política de los habitantes de ese Estado, como una apatía generalizada que los mantiene inmóviles.
Lizette lo explica: “Puede no parecer mucho, pero nunca se había hecho algo así. La gente no suele salir a manifestarse y respondió muy bien».
En Nayarit sí hubo una serie de denuncias puntuales:
por la tipificación del delito de feminicidio y los casos, muy violentos, que continúan en la impunidad y sin resolver; particularmente contra Hilario Ramírez Villanueva, presidente munipal de San Blas, consuetudinario patriarca, que sistemáticamente apela a la imagen de la mujer objeto. Pero no sólo eso, en Nayarit las mujeres marchantes también reclamaron por el respeto a los pueblos originarios y en contra de la explotación y venta de los recursos y tierras sagradas de los wiráricas.
“Nosotras nos enfocamos en enviar un mensaje a las mujeres, a que se levanten. Que identifiquen las violencias que sufren y perpetúan. Que sepan que estamos unidas y que ya no hay que normalizar ciertas cosas que se viven. También, que nosotras mismas tenemos muchas cosas que soltar, que arrastramos y no nos damos cuenta, como cuando emitimos un juicio de valor hacia otra compañera, o en temas como la diversidad sexual, donde lo clave es que podemos elegir».
En Aguas Calientes la movilización fue impactante. La marcha contra las violencias atravesó la feria de San Marcos, uno de los eventos en donde la violencia es norma, con sus plazas de toros y sus riñas de gallos como principal atracción. “En esta feria es común que los puestos que venden alcohol, por ejemplo, usen a las mujeres como objetos sexuales. Sin embargo, nosotras no los atacamos, mantuvimos las consignas consensuadas con el resto de las movilizaciones nacionales, muy apegadas al motivo de la marcha, pero no específicas contra la feria».
Explicó que unas 500 personas se movilizaron en esa localidad del centro del país, de la que participaron activistas de todo tipo, pero también señoras amas de casa, trabajadoras, las mujeres que pueblan las maquilas, muchas jóvenes, incluso, algunas transeúntes. “Fue impactante ver cómo mujeres que iban con su familia hacia la Feria de San Marcos, se paraban frente a nuestros carteles, afuera dela plaza de toros y decidían quedarse. Se sintieron identificadas. Y es que muchas mujeres se sienten interpeladas ante los carteles que denuncian la violencia porque la viven».
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Pedir Justicia

En Aguas Calientes también se discutió acerca de hacia quién se dirigen estos esfuerzos por hacerse visibles. “En nuestro caso, lo hicimos en dos ejes. Por un lado, hacia las instituciones de justicia, por algunos casos concretos. Por ejemplo pedimos justicia por los feminicidios de Andrea y Katy, que fueron asesinadas por los mismos hombres. A Andrea la mató su ex-novio con ayuda de un amigo y luego el amigo quiso matar el mismo, y buscaron a otra chica, esa fue Katy. Ambos están impunes».
También por el estado de salud de una mujer presa en el penal de Aguas Calientes que fue trasladada sin garantías a otro penal en Morelos, y por el avance en la búsqueda de 3 mujeres, que hace 8 meses que están desaparecidas.
“Por otro lado, el mensaje fue hacia nosotras mismas, que nos vamos a cuidar entre nosotras y vamos a responder a todas las agresiones. No estamos solas”.
Daliha sí quiso manifestarse en relación a dos hechos que sucedieron en la gran marcha que llegó a la Ciudad de México:
“Hay muchas razones por las que marchamos con un contingente separatista al frente. Por un lado, para que se vea que esto es algo organizado totalmente por mujeres y cuando un hombre aparece al frente, acapara todos los medios de comunicación. Es curioso ver cómo si una mujer se reconocer feminista se la trata de ‘malcogida’ pero si un hombre se declara feminista se le cantan loas. Por un lado, hay mujeres que fueron agredidas y no confían ya en los hombres, no se sienten seguras. Entre las compañeras también tenemos historias de agresión al participar de grupos mixtos, como cuando formamos parte de Soy 132, que militantes de Morena nos agredían. Hay muchos militantes de partidos y de izquierda que tienen historia de agresión contra mujeres. No es algo nuevo. Queríamos que el mensaje fuera contundente, que somos manada y vamos a defendernos».

Los 43, presentes

El otro punto fue la polémica que se mantiene en redes desde el domingo, por una chica que quiso grafitear el anti-monumento en Reforma a los 43. “Me parece lamentable que un grupo de machos de izquierda estén exhibiendo a esta compañera en redes, atacándola, en un país que se sabe que ser mujer es un peligro. Muestran cómo para ellos, es mucho más importante un monumento de metal, que la vida de una mujer. Su argumento es que cuando el capitalismo caiga, el patriarcado va a caer. Pero esa historia ya la sabemos de memoria y ya estamos hartas que la causa de las mujeres ocupe un lugar secundario en las valoraciones que mandatan los hombres.”
Sobre las agresiones a reporteros en la marcha sostuvo: “Creo que eso se dio porque no respetaron los acuerdos nacionales. No podían entrar al contingente separatista (de puras mujeres) e igual querían hacerlo a fuerza. Eso está teniendo la mayor notoriedad y está logrando desviar el ojo del motivo de la denuncia. No niego que las agresiones hayan existido, pero siempre son casos aislados, anomalías del sistema que en realidad ataca al revés. La excepción está tomando más notoriedad que las denuncias de la violencia sistémica que nos empeñamos en hacer”.
Texto y fotos: Eliana Gilet para Desinformémonos, en convenio con lavaca.org // Marcha #24A en la Ciudad de México

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Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

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La marcha en La Matanza, a dos semanas del triple narcofemicidio.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro/lavaca.org

En silencio.

La marcha empieza 21:29, horario en el que las chicas se subieron, hace dos semanas, a la camioneta Chevrolet Tracker blanca. Para quienes no conocen este lugar –rotonda de La Tablada, cruce de Camino de Cintura y avenida Crovara, La Matanza–, el silencio que acompaña la movilización de las familias de Brenda del Castillo, Morena Verdi y Lara Gutiérrez no se termina de dimensionar.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El perímetro está cortado desde muy temprano por la policía bonaerense y apenas algunas motos del barrio o ambulancias urgentes pasan por una intersección que, en un día común, es puro bocinazo, ruido y tránsito sin parar. 

Así, en silencio, esta marcha grita que hace dos semanas ya no hay ningún día común. 

“El barrio está de luto”, dice Brian, un joven muy dulce que acompaña a la familia de Morena. “Antes se escuchaba música, había fiesta, baile. Ahora, nada”.

Eric, de 28 años, al lado de la familia de Brenda: “El barrio está triste”. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Las chicas que acompañan a Estela, mamá de Lara Gutiérrez, mueven la cabeza de un lado a otro: “Queremos justicia”, dicen. No quieren decir más. ¿Hay algo más?

De a poco, desde los monoblocks que custodian esta rotonda bajo la mirada de murales del Papa Francisco y Diego Maradona, los vecinos fueron llegando. Algunos volvían de trabajar, otros se sumaban después de cenar. Hay jubiladas, adolescentes y muchos niños y niñas que sostienen velas en cuellos de botellas de plástico. Sabrina, la mamá de Morena, marcha mirando el frente. Paula, mamá de Brenda, lleva en brazos a su nieto de un año. Hay mucho dolor, y son los niños los que marcan con una mirada de fuego una fotografía fuera de lugar, una cámara que parece no respetar este duelo.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En silencio, nadie habla. 

Solo los pasos en una ronda a la rotonda en sentido inverso a las agujas del reloj, como las Madres en Plaza de Mayo, o los jubilados en el Congreso.

Quizá de manera inconsciente, sin saberlo, en este gesto las familias respondan una pregunta innecesaria que circula en algunos colectivos que se desvían de recorrido por el corte: “¿Por qué marchan si hay detenidos?”. Precisamente, porque el nunca más se sostiene en movimiento, como una forma de gritarle a la agenda política y social que este horror no tiene justicia. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

En silencio, la ronda termina. 

Las familias se reúnen y sacan bengalas y globos blancos que todo este barrio que marcha estuvo inflando durante la tarde. “Ahora”, ordena Sabrina, y los globos se sueltan.

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Las bengalas se encienden.

Las familias se abrazan, se descargan. 

Y un nene, que no llega a los diez años, dice lo único que hay que decir: “Justicia”. 

Lara, Brenda, Morena: Las velas del silencio

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

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La sociedad contra el narco: cómo se organizan los barrios

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Cómo enfrentan el avance narco dos centros barriales de la Villa 21/24 (CABA) y Puerta de Hierro (La Matanza) que reciben a jóvenes adictos. Lo que cuentan esos jóvenes: la realidad del barrio, los transas, los efectos de la crisis, las cosas que logran transformar vidas. Lo que se puede cambiar y lo que no en esta investigación que compartimos: La vida como viene, publicada en la revista MU.

Por Lucas Pedulla

Fotos: Juan Valeiro

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Femicidios territoriales: las tramas de la violencia

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Lo narco, la violencia, los femicidios. Un tema que acaba de provocar el horror a partir tres crímenes: Lara Gutiérrez, 15 años, Brenda del Castillo, 20 años y Morena Verdi, 20 años. El Observatorio Lucía Pérez y la Cooperativa lavaca vienen siguiendo e investigando desde hace años esta realidad. Ese trabajo se plasma en un libro que ya está en imprenta: Femicidios, narcotráfico y Estado, del cual adelantamos aquí el prólogo. El concepto femicidios territoriales abarca a aquellos que no se ajustan a los modelos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. La definición de lo «narco», el sentido y el contenido del territorio y sus tramas de relaciones, el poder. Y los cuerpos que narran una historia personal y colectiva, que debemos comprender para trazar una radiografía de época.

por Claudia Acuña, Florencia Paz Landeira y Anabella Arrascaeta

Desde el Observatorio Lucía Pérez registramos e interrogamos todos los días las cifras de la violencia patriarcal. Desde ese ejercicio cotidiano sostenido durante ya doce años proponemos la categoría de “femicidios territoriales” para intentar comprender la singularidad de crímenes como los de Lucía Pérez, Melina Romero, Iara Rueda, Luna Ortiz o Araceli Fulles, por citar solo algunos casos paradigmáticos. Se trata de femicidios que no se ajustan a los modelos epistémicos tradicionales de la teoría de género y que no hablan de vínculos de pareja e intimidad, sino de tramas de narcocriminalidad e impunidad territorializadas, con participación de agentes estatales, tales como policías, agentes penitenciarios y fiscales. Participación activa, en tanto que genera condiciones de posibilidad para estas muertes en esos territorios; y también participación concreta, al garantizar y perpetuar la impunidad de esos femicidios, falseando pruebas y entorpeciendo procesos judiciales. Marta Montero, madre de Lucía Pérez, prefiere llamarlos “narcofemicidios”. Sumamos a este concepto la referencia al territorio porque quizá nos permita enfocar los factores que los producen: los narco-femicidios se originan en narco-territorios concretos en los cuales la actividad delictiva ya cuenta con impunidad estatal.

En primer lugar es necesario definir a qué denominamos “narco”:

  • Narco es un término que hace referencia a una actividad criminal que se lleva a cabo “con la participación ilícita de actores del Estado2. “
  • Lo narco opera a través de una necromáquina cuya tarea es acallar, atemorizar y doblegar resistencias hasta esclavizar las fuerzas de producción necesarias para extraer capital de todo lo vivo: cuerpos, territorios, medio ambiente, datos.3
  • Lo narco produce una forma característica de femicidio porque le otorga a ese crimen un significado político y cultural. En palabras de Reguillo, “mata dos veces: la del asesinato y la de tu muerte convertida en dato”. Tal como define la filósofa italiana Adriana Cavarero cuando traza una relación entre el genocidio del Holocausto y estos crímenes, en ambos casos se trata de “una violencia que no se contenta con matar porque sería demasiado poco: al destruir el cuerpo singular constituye el acto del fin no de la vida, sino de la condición humana”.

Lo narco gobierna territorios azotados por las políticas neoliberales que durante décadas destruyeron tanto puestos de trabajo como instituciones estatales que debían contener y reparar las consecuencias.

Estas características unen la postal de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, con la de Palpalá, en Jujuy, escenas del crimen de los femicidios de Araceli Fulles y Iara Rueda. Dominan también puertos como los de Mar del Plata y Rosario, ciudades hermanadas por los nombres de Lucía Pérez y cada una de las mujeres masacradas en balaceras. Pero son solo aquellos femicidios que con gran esfuerzo de sus familias y su comunidad han logrado trascender con nombre y rostro la opacidad que caracteriza toda narco- actividad – desde la venta de sustancias hasta sus crímenes y fundamentalmente, sus activos financieros y redes políticas- lo que nos ha obligado a fijar la mirada en esos territorios.

¿Qué vimos?

En San Martín vimos que Araceli Fulles, de 22 años, estuvo venticinco días desparecida sin que ninguno de los rastrillajes organizados por la policía la encontraran. Su cuerpo fue hallado finalmente por su hermano el 27 de abril de 2017, enterrado debajo de la cama del sospechoso, Darío Badaracco, quien justo en ese momento estaba declarando ante la fiscal, que lo dejó ir. El hombre fue detenido en otro barrio de la periferia dos días después y gracias a que una mujer paraguaya, embarazada y en ojotas, lo corrió y entregó a los gendarmes que militarizaban el barrio. Tiempo después ese único detenido fue asesinado: le hicieron tragar agua hirviendo en la prisión de Sierra Chica, en la que el Servicio Penitenciario tenía a cargo su custodia hasta el juicio. Finalmente, en un tribunal rodeado por miles de personas que clamaban “Justicia por Araceli”, los autores materiales del femicidio fueron condenados a prisión perpetua, pero en enero de 2024 la Sala I del Tribunal de Casación Penal de la Provincia de Buenos Aires absolvió a Marcelo Ezequiel Escobedo, Hugo Martín Cabañas y Carlos Damián Cassalz, quienes habían sido condenados el 4 de noviembre de 2021 por el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) 3 de San Martín. Los jueces Daniel Carral, Victor Violini y Ricardo Maidana ordenaron su inmediata liberación, cuestionando el accionar del perito Marcos Herrera, quien había ofrecido gratuitamente sus servicios a la familia de Araceli en aquellos desesperados días de búsqueda. Los magistrados en su fallo ordenaron que la Fiscalía General de San Martín investigue su actuación en esta causa, ante la posible comisión de un delito de acción pública, y solicitaron al presidente de la Suprema Corte de Justicia bonaerense y a la Procuración General que “se evalúe la posibilidad de establecer protocolos de actuación en materia de rastros odoríficos, así como en la acreditación de las certificaciones y habilitaciones”. La posible actuación dolosa de este perito dejaba, así, inválida la sentencia. La familia apeló el fallo y hasta hoy la Corte Suprema de Justicia de la Nación adeuda una respuesta. En tanto, los imputados están en libertad.

Por el crimen de Araceli no fueron sometidos a ningún proceso judicial ni el comisario ni los agentes que encubrieron a la banda de narcomenudeo que operaba en el barrio y mató a Araceli. Hubo, sí, varias condenas a autoridades policiales en otros procesos judiciales contemporáneos al que investigó el femicidio de Araceli y que probaron las vinculaciones en ese territorio entre bandas narcos y fuerzas de seguridad. Una de ellas fue en septiembre de 2023, cuando la jueza federal Alicia Vence procesó con prisión preventiva al comisario Osvaldo Javier Calderón y dos oficiales de la Comisaría Primera de San Martín que fueron filmados mientras recibían coimas para liberar a dos integrantes de una banda narco.

Territorios, cuerpos y violencias

Al hablar de territorio nos referimos no solo a la base material y orgánica de los ecosistemas, sino también a la historia y las relaciones que se han entretejido de modo constitutivo. El territorio aparece entonces como una trama de redes de relaciones que, en su dimensión conflictiva y contradictoria, configura experiencias y sujetos singulares marcados por variables procesos de jerarquización y de desigualdad.

Hay en la palabra “territorio” una serie de sentidos contradictorios anudados. Por un lado, en su propio origen etimológico aparece asociada a una voluntad de control y de dominio, en un lenguaje bélico y de conquista. Pero el territorio, en sus usos sociales y locales, también alude al saber de la experiencia, a una relación de alteridad respecto de espacios institucionales y burocratizados. El territorio, en este sentido, puede ser una analogía de la calle o, para decirlo en términos más amplios, del espacio de la vida cotidiana. El territorio también es, en un sentido más literal, la tierra. El cuerpo –nuestro cuerpo– puede ser también vivido e interpelado como territorio, pero no todos los cuerpos se constituyen en territorios en disputa, sino especialmente aquellos cuerpos feminizados, racializados, empobrecidos y marginados. Se va armando así un mapa imaginario de cuerpos y territorios simultánea e inextricablemente sometidos a procesos de desvalorización, violencia y explotación; de despojos múltiples de la vida en todas sus formas.

Pensados los territorios como configurados por relaciones de poder, las desigualdades de género se despliegan y concretan en ellos de un modo fundamental. Desde esta perspectiva, entonces, el territorio aparece como espacio tallado en donde se producen y reproducen desigualdades étnico-raciales, de género, de clase, de edad y deviene, así, un espacio de disputa. Los territorios son campos de fuerza, producto y objeto de disputas, resistencias y dominios. Por lo tanto, están siempre en devenir, nunca acabados, nunca cerrados; contingentes.

¿Es posible trazar una frontera clara y objetiva entre el cuerpo y el territorio? ¿Qué paisaje habita nuestros cuerpos? Al respecto, la filósofa feminista Donna Haraway pregunta provocadoramente por qué nuestros cuerpos deberían terminar en la piel. Los cuerpos están situados e interconectados de forma profunda con la trama de la vida. Pensar en lo viviente desde la interconexión, la interdependencia y la existencia de flujos continuos nos abre la mirada a reconocer patrones comunes que, en nuestro espacio y tiempo, hablan de formas sistemáticas de extracción de valor, despojo y violencia extractivista. Se trata de advertir la concurrencia entre procesos de pobreza y desigualdad, de violencias de género y ambientales, que expresan una lógica depredadora común que exponen cotidiana y persistentemente a las personas, a los territorios y, en última instancia, a la vida.

Hace ya décadas que, desde los feminismos, se han señalado analogías entre la explotación de los territorios desde la lógica de la ganancia capitalista y la explotación de los cuerpos feminizados desde la lógica patriarcal. En este sentido, Vandana Shiva afirma que la apropiación de recursos crea una cultura de la violación: violación de la Tierra, de las economías locales y también de las mujeres. El modelo extractivista concibe a los territorios y los cuerpos feminizados como recursos a explotar y como zonas a sacrificar en función de consolidar una forma de dominación. De hecho, en la base del ordenamiento moderno-colonial, no solo se saquearon territorios, sino también cuerpos racializados y esclavizados. En la actualidad, esta cualidad extractiva, apropiadora y cosificadora de los cuerpos aparece como nodal a la violencia femicida.

Desde esta lente, el extractivismo no es solo un modo de saqueo y explotación de la naturaleza, sino que también implica una racionalidad y una relacionalidad particulares. Es un modo de concebir las relaciones con otros humanos y no humanos y el espacio que co-habitamos. Las prácticas extractivistas se asientan en jerarquías raciales, de género y clase, multiplican las formas de violencia y exacerban las injusticias.

El extractivismo configura no solo territorios sino también relaciones sociales y las subjetividades de quienes los habitan. Se trata de prácticas sistemáticas de extracción de la vida en todas sus formas y dimensiones. Las violencias de todo tipo son consustanciales al extractivismo y se refuerzan como forma de producción de lo social.

Esta relación inherente entre extractivismo y violencia se expresa en la desestructuración de las tramas sociales y comunitarias, en el despojo de los medios de subsistencia y de sostenimiento de la vida, en la polarización y estratificación social, en el agravamiento de la criminalización y la represión estatal y, también, en la violencia contra las mujeres y el recrudecimiento de formas patriarcales de dominación y opresión. Para nombrar este entrelazamiento entre las formas neocoloniales del despojo de los espacios de vida y la profundización de las jerarquías de género, se ha propuesto el concepto de “repatriarcalización de los territorios”. Sobre todo, han sido los estudios sobre proyectos extractivistas vinculados a la minería y los combustibles fósiles los que alertaron cómo estos conducen a la masculinización de los territorios, con un aumento significativo de la violencia de género y la explotación sexual.

En el Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries de 2023, en un taller sobre Pueblos fumigados, una mujer decía que nuestros territorios nos exponen y nos entrampan entre el femicidio y el cáncer. En este y otros espacios de activismo, queda claro que las mujeres no son las únicas afectadas por este entrecruzamiento de violencia ambiental y de género, sino que también son las primeras en advertir las consecuencias del modelo extractivista en sus cuerpos, los de sus hijos y los de sus comunidades. Se constituyen, así, en la primera línea de la defensa de los territorios y rápidamente se vuelven blanco de persecución y amenazas cuya expresión más extrema son los femicidios extractivistas.

En este contexto, lo narco resulta un eslabón clave de la cadena de extracción de ganancias en cuerpos y territorios que han sido oscurecidos por la desigualdad social producida por las políticas económicas neoliberales. Lo narco convierte en consumidores y productores a aquellas poblaciones que el sistema formal descarta. La antropóloga Rita Segato lo describe como un segundo Estado. Sin embargo, consideramos que en países no europeos esa dualidad es, en realidad, una unidad y que ese desdoblamiento es la clave constitutiva en la que se establecieron los Estados coloniales para garantizar la gobernabilidad. Recordamos también que en Argentina se utiliza el término “en blanco” y “en negro” para distinguir la economía “formal” de la “informal”, entendiendo por “formal” la del mercado y por “informal” la ancestral. Aquello, entonces, que habita el “Estado en Negro” es la resistencia y lo narco es la respuesta para neutralizarla, ante la impotencia del “Estado en Blanco”.

Desde la perspectiva que venimos sosteniendo, todavía parece necesario remarcar el carácter sistémico y civilizatorio de esta crisis y continuar desanudando las lógicas androcéntricas y patriarcales de las formas de producción basadas en el despojo, la extracción y el aniquilamiento de cuerpos y territorios.

Las víctimas de femicidio y sus familias organizadas en busca de justicia nos enseñaron que para deconstruir las violencias que culminaron en estas muertes no basta con problematizar el amor romántico y los ideales de pareja. Ni tampoco alcanza con desafiar las fronteras de lo doméstico, ni las estrategias de empoderamiento. Se volvió necesario indagar en las fuerzas estructurales y cotidianas que están minando las tramas comunitarias de sostenimiento y reproducción de la vida. Y situar a los femicidios en un aumento generalizado de la violencia, la narcocriminalidad con alto involucramiento policial y penitenciario y de la crueldad y, en términos más amplios, en procesos extractivos y de despojo y precarización de las condiciones de existencia donde todos los bienes aumentan su valor a ritmo constante hasta volverse inaccesibles, excepto la vida, que cada vez vale menos. Mejor dicho, algunas vidas: el componente de clase y raza marca a fuego la categoría de femicidios territoriales.

Desde esta óptica pusimos la lupa en Rosario, ciudad que nos señala cómo el cuerpo de las mujeres emerge como un renovado territorio de disputa en el contexto del entramado narco-policial-penitenciario de la ciudad. Coincidimos con Rossana Reguillo cuando caracteriza a estas violencias como “pasillos”: “vestíbulos entre un orden colapsado y otro que todavía no es, pero está siendo. De ahí su enorme poder fundante y su simultánea ligereza”. La tensión actual es producto de la crisis del Estado en Blanco que deja expuesto al Estado en Negro y provoca la disputa por el control de todo el aparato.

Lo que la violencia hace emerger sin pudor es a aquellos territorios en disputa, sí, todavía. Pero una disputa desigual, invisibilizada por los supuestos creadores de sentido social: medios y academia.

La sociedad mexicana y en especial las mujeres de Ciudad Juárez, batallan desde hace décadas contra la máquina femicida ante el monumental silencio académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), la mayor unidad de producción de teoría social iberoamericana. Silencio que funciona como un enorme operativo de lavado epistémico de lo narco.

Los territorios argentinos que luchan hoy para que el narco-fascismo no termine de capturar el aparato del Estado y con él, la democracia, requieren toda la luz y compañía que muchos sectores políticos, culturales y sociales les siguen negando.

Los femicidios territoriales abren surcos y dejan al descubierto hilos de injusticias e impunidad que, como fibra poderosa sedimentada en el tiempo, amenazan a la vida en su totalidad y refuerzan modos estructuralmente desiguales de ser y estar en el mundo.

Acá estamos, entre ruinas, caminando con la tierra resquebrajada de muerte a nuestros pies.

Las mujeres, travestis y trans nos vemos empujadas a pensar desde el dolor para intentar regar nuestros territorios arrasados y dotarlos de horizontes de verdad y de justicia.

Nuestras muertas nos duelen, pero también nos hablan.

Sus cuerpos narran una historia personal y colectiva.

En tiempos de análisis políticos y especulaciones electorales, ¿no son las historias de estos femicidios y transfemicidios las que debemos comprender para trazar una radiografía de época?

Es urgente: enfrente está la muerte.

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