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Poner el cuerpo

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Son bailarinas de danza contemporánea. Representan a una generación que aprendió a caerse y levantarse. Son el símbolo del aporte femenino a la autogestión artística independiente. La rompen en escena en varias obras. Juntas, forman el elenco de La Wagner, una obra que desnuda la violencia de esta época. Juntas, también, reclaman por la urgente sanción de la Ley de Danza.

Poner el cuerpo

Lo Wagner

¿Dónde comienza una noticia? Ponele que esta arranca con la imagen de Luis Majul en una pantalla de tevé diciendo: “No mando a mis hijas a la escuela pública porque salen piqueteras”, o la de Feinmann anunciando linchamientos, o la de cualquier programa de TN. Da igual. Abrí el plano: estamos frente a la vidriera de un café de una esquina porteña y en la vereda hay cinco pibes acomodando cartones en destartalados carritos de supermercado. Ninguno tiene más de 15 años.  Pasás sin mirarlos y entrás al Centro Cultural de la ciudad. Te detiene un cordón de uniformados y molinetes que giran sólo si tenés entrada: para ingresar al teatro público hay que pagar 80 pe.

El ascensor te lleva al sexto piso y en el camino te acompañan fotos del antes y el después: así estaba la Sala Alberdi cuando era ocupada por quienes reclamaban cultura para todxs y así está ahora. Antes es una foto de un cartel que proclama: “talleres a la gorra”. Ahora es la foto de un pasillo vacío.

Se abren las puertas del ascensor y ahí estás.

En la Sala Alberdi no hay ventilación. A oscuras y antes de comenzar la función, una voz masculina informa por altoparlantes que los trabajadores de ese Centro hace tres meses que no cobran.

En ese preciso instante termina la realidad y empieza La Wagner.

Lo trans

Wagner, Richard. El inmenso compositor alemán cae desde su altar con un artículo femenino que lo trans-forma. Aquel creador de grandes obras y teorías polémicas que otros usaron para justificar racismos y  sonorizar genocidios es utilizado hoy por Pablo Rotemberg para hablarnos de la violencia. Aquí y ahora.

Pablo es músico, guionista, actor, bailarín y coreógrafo y la enumeración implica que egresó del Conservatorio Nacional de Música, la Fundación Universidad del Cine, los cursos de actuación de Ricardo Bartis y los talleres de danza de maestros de Argentina, Francia, Bélgica y Estados Unidos. Toda esta formación la hilvanó para crear un lenguaje propio que primero lo consagró como bailarín y ahora como creador de obras que se caracterizan por una palabra inquietante: provocar. Desde hace seis años mantiene en cartel La idea fija, una poética escenificación de los cuerpos y formas del deseo que lo colocó en un lugar incómodo: el rey del off. Cuando lo convocaron para –nada menos- tener a cargo la reapertura de la Sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, luego de la larga ocupación y la represión que forzó el desalojo, Pablo no quiso trasladar La idea fija (“hubiese sido una frivolidad”), sino crear una obra que no obviara el significado de semejante lugar. El germen lo encontró en la performance Todos o ninguno, una intervención desnuda de música y vestuario, que había realizado en 2012, en la casa de Victoria Ocampo, hoy a cargo del Fondo Nacional de las Artes. Convocó a las dos bailarinas con las que había trabajado en esa obra, Carla di Grazia y Ayelén Clavin y sumó a Carla Rímola y Josefina Gorostiza, con as cuales había trabajado en otras. Lo primero que hizo fue desnudarlas. “En el primer ensayo apareció algo que me interesó al ver esos  cuatro cuerpos juntos, tan diferentes y a la vez, tan parecidos. Un interés no erótico, porque mi mirada no es la de un hombre, sino la de alguien homosexual que ve esos cuerpos femeninos como algo misterioso”. ¿Qué vio? “Los cuerpos de bailarinas del circuito independiente de Buenos Aires. No son cuerpos de bailarinas a las que les pagan por bailar. Tienen otros cuerpos porque tienen otras vidas”.

Congelá esta frase que parece obvia porque ahí está la clave capaz de convertir a Lo Wagner en La Wagner.

Ring side

Por el mismo pasillo vacío que te condujo a la Sala Alberdi caminan ahora cuatro mujeres desnudas. Llevan rodilleras, coderas y zapatillas de lona blanca. Y nada más. Nada.  Esos cuerpos femeninos a la intemperie ocupan el escenario durante una hora. Se golpean contra el piso una, diez, cien veces. Se golpean unas a otras una, diez, cien veces. Se violan unas a otra, tres veces. Se flexionan, manosean, retuercen, saltan, rolan y arrodillan y vuelven a levantarse para volver a caer y así, sin tregua ni respiro, volver al ruedo a recibir y dar más.

En esa Sala Alberdi sin ventilación, el sudor se convierte en un actor más que se mete en la escena para castigar a esos cuerpos potentes, capaces sin embargo de transmitir fragilidad. Cuerpos asombrosamente fuertes y, al mismo tiempo, tan flexibles que asimilan los golpes como desafíos.

Sobre el final, las cuatro bailarinas se despojan de lo poco que las protege y así, solo carne, sudor y músculo, se exponen al sacrificio último: el juicio del público. El mentón levantado, pubis al frente, mirada altiva. La primera respuesta no es una ovación, sino el silencio. Para el público La Wagner no terminó: sigue agitando preguntas que danzan en el estómago y agitan la cabeza.

Cuesta entender que La Wagner tiene poética, pero no metáforas.

No hay más misterio que eso que está a la vista y nos interpela.

La noticia, entonces, recién comienza.

Lo nuevo

Enfocate ahora en lo que significa esta imagen: cuerpos de bailarinas del circuito independiente de Buenos Aires. Ponele que esos cuerpos te hablan de danza contemporánea, pero si prestás atención a los detalles, estás escuchando a una generación que aprendió a caerse y levantarse una, diez, cien veces. Guerreras sin armadura que danzan la violencia y con violencia, para exponerla. Cuerpos sin quejas, sin miedos, sin límites que se mueven en un mundo victimario, terrorífico y atávico que las azota una, diez, mil veces. Mujeres que convirtieron el tutú en una pieza de museo y bailan desnudas una batalla cotidiana contra prejuicios, géneros y posibilidades. ¿De dónde salieron?

Cartografías

Carla nació y se crió en Caseros, al oeste del conubarno. Otra Carla es de Chivilcoy. Ayelén creció en Olivos. Josefina, en el barrio porteño de Colegiales. Las localidades trazan una cartografía de lo que representó para cualquiera de ellas “querer bailar”.

Carla (di Grazia): “Mi papá es vendedor de autos; mi mamá, ama de casa. Fue mi tía Mary la que, a los 6, me llevó al Teatro Colón a ver La bella durmiente. Fue ella también la que me llevó después a clases de danza, en su barrio, Villa Devoto, porque en Caseros no había nada. Luego, di el ingreso a la Escuela Nacional de Danza: ahí recibí mi primer cachetazo. Todo lo que había aprendido en el taller no me servía para nada. Tuve que hacer el doble de esfuerzo, pero entré”.

Otra Carla (Rímola): “Empecé a bailar tango a los 11 y en esa época era algo raro, porque no había bailarinas de mi edad. Tenía mi parejita y con él hacía todo: preparación y presentaciones. Después, me fui ligando al folklore. En Chivilcoy hay un ballet de gran prestigio y trayectoria. Esto significa familias enteras dedicadas al baile, que con mucho esfuerzo mantienen la tradición de generación en generación. Este tipo de ballet se organiza a partir de festivales anuales, que son competencias donde participan todos: adultos, jóvenes, niños. Para poder participar, organizan durante todo el año rifas, fiestas, venta de choripanes, cenas. Es admirable la labor de gente que baila muy bien y sabe mucho: estudia qué traje tiene que usar para que se corresponda con la época de la música que baila, qué instrumentos, todo. Y llegan a las competencias autofinanciándose desde el viaje hasta los trajes. Y duermen en colegios o campings y se levantan y se maquillan, peinan y visten para estar en un escenario, que no tiene puesta de luces ni nada, donde bailan dando lo mejor de sí. Ellos me enseñaron todo de este oficio: desde la entrega hasta cómo pintarme la cara. Dentro de ese circuito del folklore, muy marcado por las competencias en festivales, hay categorías. Empecé a  prepararme para competir en la que llaman “folklore de proyección”, que mezcla elementos de otras danzas y luego, en la “libre”, que ya toma más cosas de la danza contemporánea. Ahí descubrí qué era lo que me apasionaba, pero el único instituto cercano quedaba en Salto. Era una época difícil: fines del año 2.000. La crisis nos golpeaba por todos lados. Un ejemplo: el único colectivo que me llevaba tenía un horario chino, pero encima, a los seis meses de comenzar las clases, quebró. Tuve que hacer el trayecto a dedo. Ir a cursar se convirtió en una aventura total. El instituto también entró en crisis: le retiraron los subsidios. Comenzó, entonces, a dictar otras carreras para intentar salvarse del cierre. Terminé cursando las materias pedagógicas con farmacéuticos y contadores que me triplicaban en edad.   Y de las tres carreras que cursaba, solo pude obtener el título oficial de una, porque las demás perdieron el aval oficial al perder los subsidios”.

Josefina dice, en cambio, que baila desde que nació. Su dificultad estuvo, en todo caso, en elegir entre varios intereses. “Dejé la danza cuando entré al Colegio Nacional Buenos Aires y cuando egresé comencé a estudiar Letras”. Para Ayelén, el límite fue su propio cuerpo: “Crecí en una zona sin mucho estímulo cultural, pero sí para lo deportivo. Casi como un deporte más, empecé a estudiar danza clásica, pero no tenía condiciones físicas para bailar danza clásica. Y me gustaba un montón. Entonces, siempre me costó muchísimo todo. Pasaba mil horas entrenando y cuando me iba dormir, me ponía la pierna acá (se la lleva a la nuca) para ver si se estiraba más a la noche. No me rota la quinta: ok. Pruebo más y pruebo más y pruebo más… y rota. Desde ese lugar era placentero cuando lograba el objetivo, pero el tránsito era de lucha. De lucha constante. De tener las articulaciones agarradas y la musculatura agarrotada porque intentaba lo que mi cuerpo no daba, hasta que daba. Entonces, me preguntaba, ¿hasta dónde puede llegar mi cuerpo? ¿Ese es el límite? ¿O, en realidad, si yo sigo insistiendo ese límite se corre?”.

La escuela

Las cuatro llegaron al Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA), “un centro de formación que estaba en ese mismo momento forjando su identidad, buscando su lugar en la sociedad y en la danza, donde había gente muy valiosa dispuesta a enseñarte no sólo a ser una buena intérprete, sino a pensarte como artista en un contexto social. Estamos hablando de educación pública de excelencia y compromiso”, resume Carla. En términos de la otra Carla, lo que allí descubrieron representó “otra cachetada”. Aclara: “Pero ojo, una cachetada bien, porque me ubicó en un mundo en el que no entendía nada y eso me permitía aprender muchísimo.

¿Qué aprendiste?

Que hay que tener cierta persistencia y enfoque. Si no enfocás, no llegás.

¿Qué significa enfocar?

Tener un punto muy claro y estudiar y formarte para alcanzarlo. Darte cuenta de que si no tenés un piso sólido de conocimientos, no hay forma de alcanzar ese objetivo. Y que para construir ese piso es necesario ser persistente. Estudiar, perfeccionarte, preocuparte por construir las bases de forma sólida, ser constante, participar de procesos creativos aprendiendo a ubicarte en esos espacios, desde la humildad del aprendizaje. Si te enfocás en eso, lo demás cae de maduro”.

Maratón

Una Carla es la más chica: 27. La otra Carla es la más grande: 32. Ayelén y Josefina están en sus 30. Todas usan la palabra resistencia para definir qué representan cómo arquetipos de una generación que se entrenó para perseguir sus sueños. Resistencia como forma y como camino, para aumentar la propia potencia, para poder cada vez más.

Ellas pueden, por ejemplo, dar clases en tres o cuatro instituciones diferentes. Pueden también, trabajar en varias obras al mismo tiempo: Carla creó y baila con su grupo en Moeraki, que sube a escena los jueves en el Instituto de la Cooperación; la otra Carla los sábados se para en puntas de pie para ser la protagonista de la obra Lub-Dub, de Roxana Grinstein y los viernes brilla en el dueto de Parádoxa, en el Camarín de las Musas; Josefina integra el elenco de Villa Argüello, que se representa en la sociedad de fomento Benito Nazar, del barrio de Villa Crespo y Ayelén ensaya con su Grupo del Patio en una terraza, porque se acaban de quedar sin espacio propio. Está claro que no llegan a la función de La Wagner luego de un día en el spa.

Lo grupal

¿Duele hacer La Wagner? “No: es todo técnica. Pura ejecución”, responde Carla. “Regulás la energía, hacés ruido, pero no te golpeás”, dice la otra Carla. “Es una forma coreográfica como cualquier otra, con mucho ensayo la sacás”, apunta Josefina. Ayelén suma otra clave: “Hay una sensación física al hacer la obra de ´hay que aguantar´. Hay que aguantar en todo sentido. Hay  que aguantar el caerse, hay que aguantar aeróbicamente, hay que aguantar emocionalmente. Por eso para nosotras los cinco o diez minutos antes de entrar en escena son idénticos a los del día del estreno. Tenemos el mismo miedo”.

¿Y cómo lo enfrentan?

Nos abrazamos y decimos: ¡grupo, chicas, grupo!  Para resistir, para aguantar, hace falta sentirte parte de algo más importante que vos.

Violencia y ley 

La Wagner nos habla de la violencia. Violencia sobre el cuerpo femenino, en particular, y sobre los cuerpos de esta época en general. ¿Qué representa esa violencia para quienes tienen que encarnarla? Carla responde: “Violencia es ver a un hombre durmiendo en la calle, violencia es una mina que se clava una tanga para salir en la tele”. Josefina suma: “Violencia es el hambre. Violencia es este espacio” y golpea el piso del escenario de la Sala Alberdi. “El desafío es cómo encontrarle a esto tan tremendo cierta poética que nos permita hacer algo: transformarlo”.

La otra Carla me habla de la Ley de Danza, de  su importancia. Toda su generación estará bailando alrededor de este reclamo, literalmente. El 29 de abril frente al Congreso Nacional cientos y cientos de Carlas, Josefinas y Ayelenes bailarán junto a sus maestras y maestros, para exigir con el cuerpo que se haga ley todo aquello en lo que creen: que bailar deje de ser un privilegio y se transforme en un derecho.

¿Esa es la noticia?

El otro 

Abandonás el camarín minutos antes de la última función de La Wagner en Sala Alberdi. Las cuatro bailarinas están listas para darlo todo. Me dicen que aprendieron a no esperar la aprobación de nadie. “Una hace y el otro recibe. Y cada cual lo recibe como puede. Lo importante es tener convicciones y amar y sentir lo que hacés. Eso es algo que no puede depender de la reacción del otro”.

En la esquina hay un patrullero con las puertas abiertas de par en par. Cuatro policías rodean a un hombre sucio, borracho, vagabundo. Le colocan las esposas y escuchás el ruido metálico.

Clack.

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Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

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Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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