Nota
Presas políticas: entrevista a las mapuche detenidas

En el Centro Mapuche Bariloche, cuatro mujeres mapuche se encuentran detenidas con prisión domiciliaria y enfrentan graves acusaciones. Se trata de Celeste Ardaiz Guenumil, Romina Rosas, Luciana Jaramillo y Betiana Colhuan, la machi de la comunidad. Lavaca se acercó a hablar con ellas, que cuentan: cómo fue el violento desalojo; lo que dijo la jueza Domínguez sobre las balas de plomo; cómo trataron a la mujer embarazada y a los niños, también detenidos; cómo fue el traslado a Buenos Aires de 4 de las 7 mujeres; el maltrato judicial que sigue; lo que no enseñan en la escuela; la diferencia entre “recuperación” y usurpación”; y lo que significa parir resistencia. Sintetiza Débora: “Estuvimos dos días desaparecidas: incomunicadas, sin que nuestras abogadas supieran dónde estábamos. Y que pudieran hacer esto, como si nada, sienta un precedente para aplicar en otras luchas que se están dando”.
Por Francisco Pandolfi desde Bariloche
Un afiche colgado en la pared de un centro cultural. Dos rostros. Dos jóvenes. Dos mapuche. “Mapuche”, en singular, porque la s al final no pluraliza en mapuzugun. Una inscripción: «Elías Cañicol iem y Rafael Nahuel iem viven en los territorios recuperados. AMULEPE TAIN WEICHAN». «Iem» significa alguien que no está en este plano, el que se fue. Ambos mapuche. Ambos asesinados en Bariloche. Elías, 29 años, por dos hombres armados de civil, el 21 de noviembre de 2021 en lof Quemquemtrew, de Cuesta del Ternero. Rafita, 22 años, el 25 de noviembre de 2017, por el Grupo Albatros de Prefectura, en un desalojo a la comunidad Lafken Winkul Mapu, otra vez desalojada hace un mes. “AMULEPE TAIN WEICHAN” significa: “La lucha sigue”.
El 4 de octubre pasado, más de 200 efectivos del Comando Unificado creado por el Ministerio de Seguridad de la Nación ejecutaron la orden de allanamiento de la jueza subrogante Silvana Domínguez, del Juzgado Federal de Bariloche. En el Centro Mapuche Bariloche, de paredes pintadas blancas, con murales y símbolos originarios, no están haciéndose las actividades que solían llevarse a cabo. Hoy funciona una prisión. Una prisión domiciliaria, lindante a una escuela de formación policial, donde permanecen detenidas cuatro de las mujeres mapuche desplazadas de su territorio: Celeste Ardaiz Guenumil, Romina Rosas, Luciana Jaramillo y Betiana Colhuan Nahuel, procesadas por el delito de “usurpación por despojo”.
Presas políticas
Luciana se levanta una, dos, diez veces a calentar el agua para un mate que no deja de girar en las más de tres horas de encuentro. “Acá lo que nos sobra es tiempo para hablar”, comenta. Y lo que sobra también son temas para charlar: la represión reciente; el hostigamiento eterno; la causa judicial; la recuperación territorial; la importancia de la Machi; la complicidad del Gobierno Nacional, provincial, municipal y el Poder Judicial; las infancias encerradas; el silencio gubernamental que sigue reinante, haciendo mucho ruido; el pasado, el presente, el futuro.
Luciana agrega, después de avisar que prefiere el mate dulce, pero que también los toma amargos: “No sabemos cuánto nos vamos a quedar acá”. La jueza federal Domínguez dictaminó el procesamiento y la prisión preventiva, apelados por la Gremial de Abogados que acompaña jurídicamente a la comunidad. Como corresponde, según el Código de Procedimiento Penal de la Nación, pidieron una audiencia Oral y Pública, pero el último miércoles la Cámara Federal de Roca la denegó “por motivos de agenda” y ordenaron a los letrados presentar por escrito los argumentos de apelación, en un lapso de cinco días. “Aunque nos rechacen la audiencia pública para no mostrar lo que son, con esta negativa sí demuestran lo que buscan. Son winka (el blanco invasor), no les creo ni espero nada, porque sé cómo se manejan con nosotros desde siempre, tanto con nuestros antepasados, como ahora; ya es el segundo desalojo que nos sacan de los pelos”, dice Luciana, 35 años, nacida en Cushamen “donde la mayor parte del territorio está en manos de Benetton”.
¿Por qué no es una usurpación? “Porque a nosotros se nos arrebató el territorio y estamos volviendo a él, es una recuperación; esta lucha no la empezamos nosotros, la continuamos y la seguirán nuestros hijos”. Opina Romina, 37 años: “No le sacamos ni le usurpamos ni tomamos el territorio de nadie. Acá hubo una guerra, nuestro pueblo es milenario. El Estado argentino se fundó hace muy poco, mientras el Pueblo Mapuche es mucho más antiguo; tuvimos una vida en paz, donde el objetivo era vivir bien. No podemos irnos a otro lado, nuestro nombre lo dice, somos ‘gente de la tierra‘ y nuestra tierra es acá”. Suma: “En las escuelas no te enseñan que la Conquista del Desierto fue el genocidio más grande del mundo de todos los tiempos; ni a quienes les sacaron la tierra; ni cómo a las mujeres le cortaban la mama cuando estaban dando el pecho; ni cómo a sus hijos se los daban a los perros; ni cómo había montañas y montañas de cuerpos muertos; ni cómo los ríos eran pura sangre… nuestra sangre”.

Sentires de un desquicio
Las lamien (mujeres) en prisión domiciliaria se ven fuertes, pese a haber sido despojadas de su territorio; que sus ruka (casas) hayan sido derrumbadas; que estén detenidas desde hace un mes; que sus pichiche (infancias) estén con ellas en un encierro que no acostumbraban; fuertes, pese a todo lo que debieron y deben atravesar.
Recuerda Luciana: «Fue como volver el tiempo atrás, sufrir lo que les pasó a nuestros abuelos. A las 7 de la mañana empezamos a escuchar tiros, bombas de estruendo, gases lacrimógenos. Sentimos la misma violencia que en 2017. A la bebé de ella llegaron al punto de pegarle una patada. Quizá creían que era terrorista». Ella es Celeste, 30 años, tres hijos. La más chica, recién nacida, ese 4 de octubre cumplía un mes. ¿Su regalo? Lo cuenta su mamá: «Me tiraron al suelo, a mí y a mi nena de 5 años. Nos apuntaron con el arma en la cabeza. Me preguntaron qué tenía en la cuna y la patearon. Mi nena se levantó, abrió el cierre y dijo ‘acá está mi hermanita’. Ahí recién se alejaron». Luciana: «Estaba con mi nene más chiquito que tiene cuatro años, trataba de taparle la carita porque estaban dele tirando tiros. Tenían unos armamentos terribles. Nos tiraron al piso y dijeron ‘las matamos, tírense al piso, al piso’. Estaban re locos, no sé si estaban drogados o qué». Completa Celeste: «No podían ni hablar. En un momento mi hija Quimey, la más grande, estaba al lado mío y un policía vio que ella salió corriendo y le disparó en su dirección. Después, cuando nos sacaron de nuestro territorio hacia la ruta 40, le dijimos a la jueza Domínguez que nuestros chicos estaban escapando por el monte, entre las balas. Ahí respondió: ‘Bueno, vamos a ordenar que no disparen con plomo’. Fue una cacería». Romina: «Yo estaba de 40 semanas de embarazo, ya a término. No les importó. Me redujeron con la terrible panza, me arrastraron una cuadra hasta una camioneta, me agarraron efectivos mujeres pero también hombres, grandotes, que me torcieron las manos. Como no me podían entrar, me golpearon con la puerta intentando cerrarla. Les dije que estaba embarazada, que no me podían hacer eso. ‘Ahora mandamos nosotros acá’, dijeron».
El hostigamiento continuó fuera de la Lafken Winkul Mapu, con siete detenciones. A las 4 mujeres aún detenidas, se le sumaron Andrea Despó Cañuqueo, Débora Vera y Florencia Melo, ya sobreseídas. Ellas tres, junto a Luciana, fueron trasladadas a Buenos Aires, con el argumento de que no hay en Río Negro ningún establecimiento federal para mujeres.
Sintetiza Débora: “Estuvimos dos días desaparecidas. Incomunicadas, sin que nuestras abogadas supieran dónde estábamos. Y que pudieran hacer esto, como si nada, sienta un precedente para aplicar en otras luchas que se están dando”.
Luciana detalla más de 100 horas de asedio: “Primero nos llevaron a la PSA (Policía de Seguridad Aeroportuaria), y desde ahí ya nos comenzaron a filmar, todo el tiempo. Hasta cuando íbamos al baño lo hacíamos con la puerta abierta y nos grababan. Si nos ordenaban que nos saquemos la ropa para revisarnos también nos filmaban desnudas. Empezamos la huelga de hambre y de ahí nos subieron a un avión de Prefectura, institución asesina de Rafita”. Sigue: “Cuando nos trasladaron a Buenos Aires, para ir al baño en el avión debíamos ir esposadas. Cuando bajamos el despliegue era impresionante. Una cantidad de efectivos de todos los colores, con armamentos diferentes, escudos, todo para recibirnos a nosotras cuatro. De ahí nos llevaron a la Montada (Policía Federal, en el barrio porteño de Palermo). Una oficial nos dice que nos saquemos la ropa, hablándonos como la miércoles, porque total ¿quiénes somos? Nos pusieron en un calabozo chiquitito, con una mugre. Y al rato viene un médico y ordena que nos saquemos la ropa de nuevo. Y no es que solo te miraba el médico nomás, había guardias hombres. Todo fue demasiado”. Sigue: “De la Montada nos sacaron a la Unidad 28 (del Servicio Penitenciario Federal), donde también nos hicieron sacar la ropa, ya nos habían requisado como diez veces en total. Luego nos sacaron a un lugar público, donde pasaba gente y nos hicieron sacar otra vez la ropa para pasarnos un detector de metales. Ahí nos esposaron y nos dejaron contra la pared”.
Sigue: “De ahí nos trasladaron al penal de Ezeiza. A las esposas que ya teníamos, nos pusieron una cadena en los pies, que se agarraba con las esposas. Era un móvil de máxima seguridad, lleno de rejas”. Sigue: “En Ezeiza otra vez nos tuvimos que sacar la ropa. Ese día (jueves 6) tuvimos por zoom una audiencia con la jueza a las once de la noche, que al final se suspendió porque querían que me defendiera sin haber hablado previamente con mi abogada. La jueza se quejaba que no había dormido bien y la fiscal de Bariloche (María Cándida) Etchepare se quejaba porque estaba embarazada. Y ahí me tenían a mí, escuchando sus problemas. La abogada que nos acompañó, Andrea Reile, les dijo: ‘lástima que no tuvieron la misma consideración con Romina Rosas, que está con un embarazo en término’. No dijeron nada”.




Parir entre violencias
Romina de a poco va recuperando el semblante que tenía previo al 4 de octubre. En el medio, la represión, la violencia obstétrica, un parto soñado de otra manera, hasta finalmente llegar al 16 de octubre, a las 11 de la mañana, cuando dio a luz a Lluko (agua limpia, en mapuzugun). Mientras le da la teta, rememora el horror: «Cuando me sacaron arrastrada de la comunidad, me llevaron al hospital; ya estaba con contracciones. Me revisaron. Luego me llevaron a la PSA, justo al resto, y de nuevo me desnudaron. Lo querían hacer con la puerta abierta, ante la mirada de varones, hasta que me puse a gritar que cerraran. La celda era muy chiquita, sin luz, estaba toda sucia. Nosotros somos mapuche, nos gustará mucho la tierra, pero eso era mugre. Cuando iba al baño me obligaban a ir con los testigos. Era una locura».
Sigue: «Ya en el hospital, sufrí mucha violencia obstétrica. Me filmaban las 24 horas, me custodiaban hombres, me decían que me iban a grabar el parto. Me despertaban y requisaban a la madrugada. No descansaba, todo el tiempo era maltrato”. Sigue: “Primero me tuvieron en la sala de maternidad y después me trasladaron a una habitación que compartía sala con enfermos de coronavirus y gente que tiene problemas mentales”. Sigue: “El día de la indagatoria (viernes 7) le digo a la jueza que tenía derecho a hablar con el abogado y ella me dice ‘Ah, no sabía, no estaba al tanto que no habías hablado ’. Le contesté: ‘Cómo que no, si me están filmando las 24 horas’”. Sigue: “Al principio no dejaban que entrara mi partera; además, hubo mucho racismo, se burlaban de la medicina ancestral. Me violentaron hasta el minuto antes que estaba por parir; luego, se terminó el hostigamiento. Hoy pienso lo que fueron esos días y no entiendo por qué tanta maldad. Podrían, en sus leyes, haber hecho las cosas bien, no necesitaban violentarme así”.
El Ministro de Seguridad Aníbal Fernández aseguró que “no hubo agresiones de ninguna característica, ni un rasguño”. Actualiza Luciana sobre la relación con los distintos estamentos estatales: “No llamaron ni vinieron a vernos, nadie, de ninguno de los gobiernos: nacional, provincial ni municipal”.

La lucha sigue
Mientras charlamos y sigue girando el mate, las hijas e hijos más grandes de las cuatro lamien detenidas, se meten y salen, una y otra vez, de una muy pequeña pileta, que no llega a los 2×2. Nada se compara a las dimensiones del Lago Mascardi (el Relmu Lafken) donde solían nadar. Ahora corren y juegan por un espacio mucho más acotado a su lof de donde fueron desalojados. Son nueve infancias en total: tres de Celeste, y dos de Luciana, Romina y Betiana. “Está siendo una de las cosas más difíciles de soportar acá adentro. Ellos están acostumbrados al campo, a los árboles, a andar libres. Tenemos que soportar estar al lado de una escuela de policía, que a las 6 de la mañana está cantando el himno acá abajo. Hace un rato, les estaban enseñando a disparar el arma, nuestros chicos ven eso desde acá arriba”, cuenta Celeste, que en sus brazos refugia a Lienkura (piedra de plata), de dos meses recién cumplidos.
Agrega Romina: “El golpe más grande es para nuestros nenes, que están conectados con cada elemento de la naturaleza desde que se levantan. Les piden permiso a las fuerzas del lugar, para poder andar bien. Ellos son autoridades de nuestro territorio, ayudan a repartir y en todo lo que la Machi necesite”.
La Machi es una guía espiritual y sanadora del pueblo mapuche, que hace cinco años se levantó en la lof Lafken Winkul Mapu la Machi Betiana Colhuan Nahuel, y desde su Rewe (altar) atendía a sus pacientes no solo mapuche, sino quien fuera a curarse.
Betiana tiene 21 años y una fuerza sagrada. Habla bajito, pero profundo. Dice que ahora está mejor de los problemas de estómago que sufrió los últimos días. Dice que todavía no cae de todo lo ocurrido y que necesita volver al Rewe, “sitio para encontrar la espiritualidad y desarrollarla; para lograr un bienestar en la salud, un autoreconocimiento y recibir la fuerza de los antepasados”. Dice también que es hora que la sociedad toda tome una decisión: “Automirarse: reflexionar sobre el propio color de piel, el propio apellido, el propio origen”. Y que se respete al pueblo mapuche: “Una cultura preexistente, viva con la naturaleza”.
Una cultura que ayer quisieron erradicar y que hoy siguen reprimiendo: “A nosotros nos mueve una fuerza más grande, que es espiritual, y no lo decimos de porfiados, sino que nacimos ya asumiendo una lucha”, explica Luciana, en la misma línea que añade Celeste: “Cuando el winka no nos respeta o nos violenta, nos defendemos, porque ya no vamos a callar, no vamos a dejar que suceda lo que le pasó a mi abuelo y a tantos otros, que con su familia debieron hacer silencio para sobrevivir. No, no vamos a seguir callados por miedo a que nos sigan fusilando”. La escucha Florencia, que habla menos y escucha mucho, aprende. Dice que hace dos años salió a buscar su origen mapuche y así se encontró con la comunidad: “De a poco fui conociendo qué es ser mapuche y hoy estoy convencida de que no hay vuelta atrás, porque cuando una se reconoce, te lleva a buscar más y más, ya no se vuelve”. Y ahí retoma Luciana, sobre el ser mapuche: “Se trata de ser parte de la tierra, del aire, del viento, de la piedra, del río, esos somos nosotros. Ahí está nuestra gente antigua. ¿Tan difícil es que entiendan eso? Entonces, aunque nos desaparezcan a todos los mapuche, aunque nos maten a todos, nosotros vamos a seguir viviendo en la Mapu, porque nosotros somos parte de la tierra”. Y sentencia, mirando el futuro: “Nuestro territorio no fue desalojado, siguen los kona, los weichafe (guerrero) protegiendo ese espacio; no nos vencieron. Vamos a seguir pariendo esta resistencia”.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

Revista MuHace 1 semanaMu 209: Una de terror

Derechos HumanosHace 15 horasA 40 años de la sentencia: ¿Qué significa hoy el Juicio a las Juntas?

ActualidadHace 2 semanasExtractivismo en Mendoza: movilización y rechazo ante la legislatura por el intento de votación del proyecto San Jorge

NotaHace 3 díasEncuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

#NiUnaMásHace 5 díasAdiós a Claudia Rodríguez: la Trans andina que propuso politizar el amor























