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Soledad Barruti se suma al equipo de MU: «La información sobre la comida se maneja como un privilegio más»

Autora del best seller «Mal comidos», aportará sus investigaciones sobre la relación entre salud, comida y corporaciones. Está desde hace tiempo recorriendo Latinoamérica para ampliar el panorama y también para enfocar así al quid de la cuestión: cuáles son los ejes en común de una alimentación que cada vez es más cara y menos saludable.

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Soledad Barruti es la autora de un extraño best seller: Mal comidos, cómo la industria alimentaria argentina nos está matando. Cosechó con esa investigación éxito y amenazas, lo cual confirma que se trata de una periodista seria y precisa: apunta a los responsables del estado de las cosas, pero también a qué podemos hacer para cambiarlas. A partir de abril, Soledad se suma al equipo de MU, la revista de lavaca, para aportar sus investigaciones sobre la relación entre salud, comida y corporaciones. Está desde hace tiempo recorriendo Latinoamérica para ampliar el panorama y también para enfocar así al quid de la cuestión: cuáles son los ejes en común de una alimentación que cada vez es más cara y menos saludable.

Soledad Barruti se suma al equipo de MU: «La información sobre la comida se maneja como un privilegio más»
¿Qué fue lo mejor y lo peor que te dejó Malcomidos?
Malcomidos me trajo todas cosas buenas, aunque algunas me costó identificar como buenas al comienzo. Desde lo incómodo que me resultó descubrir qué había detrás de la comida de todos los días (que me llevó a descartar una cantidad de cosas que luego, cuando encontré otros canales de consumo más humanos, fui reincorporando) hasta el enfrentamiento con personas y grupos que no conocía y me atacaron en masa. En algún punto, visto a la distancia, publiqué la investigación con cierta candidez. No esperaba el ataque de los nutricionistas y médicos famosos, por ejemplo, porque no tenía completa esa parte de la historia que ahora sí tengo clara: defienden los mismos intereses y cobran el sueldo de la misma ventanilla. La nutrición, para muchos, es una caja de recaudación enorme que no deja afuera al agronegocio. Todo lo contrario: le limpia la imagen. Te pone la soja como milanesa en una dieta, o como leche para los chicos. La usan como canal para que el público masivo incorpore las ideas prendan. Ideas que desde el agro, que es lo menos atractivo que existe, no pueden seducirte. Y sucede con los «profesionales» menos sospechosos. Por eso yo pensaba que alguien que hablaba de que las dietas extremas y la delgadez que se pretende es, en un punto, violencia sexista era alguien que iba a defender el derecho a la alimentación adecuada, cocinar, disfrutar de la comida de verdad, no alguien que detrás de cámara trabaja para Monsanto. Ahora saber eso se me volvió una ventaja enorme.
¿Qué tenemos que entender cuando hablamos de «mal comer»?
Comer mal puede ser muchas cosas. No acceder a los nutrientes necesarios para estar sanos, sería la primera. También, tener abundancia de cosas de mala calidad, como azúcar, harina blanca, grasas. Son todos ingredientes que terminan haciendo daño. Otra forma de comer mal es perder el derecho de comer según tu cultura alimentaria. Eso se ve mucho con los pueblos indígenas: tenían un modo de comer que era perfecto según su modo de vida, y este sistema que se devora todo se los arrebató. Lo curioso es que, en muchos casos, sus dietas no tenían mucho que ver con lo que podríamos pensar como «saludable» desde la ciudad. Los inuits, por ejemplo, basaban su dieta en grasa de foca, muchos pueblos nómades en plantas silvestres y tubérculos, y sin embargo se trata de sociedades que desconocían muchos de los problemas de salud que a nosotros nos sobran, como la obesidad, la diabetes, los problemas cardiovasculares. 

La corporación al plato

¿Por qué no es negocio fabricar alimentos en forma saludable y responsable?
La industria alimentaria creció vendiendo alimentos hiperprocesados, hechos con ingredientes baratos como aceite, harina blanca, azúcar, derivados del maíz y del petróleo. Creemos que hay diversidad de productos, pero si damos vuelta las etiquetas encontramos una y otra vez eso mismo, más dulce, más salado, más crocante, hecho una y otra vez igual. Y hasta ahora eso fue un negocio redondo: para las empresas los costos de los alimentos en sí representan un pequeño porcentaje del precio de un producto, lo más importante está destinado a la publicidad y la distribución. Y a los consumidores les encanta, lo agradecen, lo compran una y otra vez. El problema es que mientras el negocio se consolida, la salud de las personas que comen eso durante años, estalla. Al punto que hoy una persona tiene más posibilidad de morir por la dieta que por el cigarrillo. Entonces la industria se propone cambiar. Porque o cambia o no va a poder seguir, al menos en los países más grandes, donde estuvieron perdiendo bastante plata en los últimos años porque gran parte del consumo se volcó hacia otros productos más frescos. Ahora, el primer problema que enfrenta es a sí misma y a las bases fundantes de su negocio, a sus tecnologías desarrolladas para esos comestibles, a su maquinaria de sentido, y por supuesto a su ideología. 
Por otro lado, si retomamos como idea de comer bien comer comida, la comida de verdad es en sí misma -como casi todo lo que proviene de la naturaleza- imposible de adaptar a las leyes de mercado. No duran una eternidad, se pudren. O antes, se degradan. Hay una cuestión de homogeneidad también, de estandarización. La comida de verdad no lo logra. Por último, la comida real sacia, no genera esa necesidad de consumo permanente. Sí lo que hay son algunos productos más logrados, algunas cosas hechas con frutas secas o semillas o algo del mundo de los probióticos que está avanzando bastante. Pero fíjate que son productos siempre más caros destinados a un nicho muy  premium. El problema es la comida masiva.
¿Existe un mapa del mal comer? Es decir, ¿hay zonas más y zonas menos favorecidas?
Hay un mapa muy triste trazado por cuerpos enfermos. Se ve en las playas populares, en los barrios, en las escuelas: familias enteras, padres y madres muy jóvenes y chicos de todas las edades que manifiestan con sobrepesos tremendos o con diabetes o con patologías que ni siquiera tienen identificadas. Eso pasa con la desnutrición, en Chaco, en Formosa, pero también en Buenos Aires. La desnutrición y la obesidad están en todos lados. En el sur del país el sobrepeso y obesidad infantil son muy muy serios, todavía peor que el de todo el país, que es del 40 por ciento. Si la comida es cara en todos lados, allá es imposible y eso se ve de un modo dramático. Pero tampoco es que tener plata es garantía de comer bien. Lo que hay que tener es información.
¿Hay una relación entre clase y comida? Es decir, ¿come peor el pobre o el rico?
Toda la sociedad está teniendo los mismos problemas: estamos abarrotados de comida industrial que no nutre, sino que rellena. Claro que una vez desencadenado el problema, al momento de abordar una solución es más fácil para el que tiene más plata que para el que no. En primer lugar, porque se da este fenómeno de que la información sobre la comida se maneja como un privilegio más. Algo rarísimo. Si el mejor aviso que te pueden dar es “comé comida de verdad”, llegar a ese aviso es atravesar libros, documentales, papers enteros. Y apagar la tele. La gente está abrumada de información sobre qué comer y cómo y no sabe qué hacer porque encima la plata no alcanza ni para comer mal.  Lo que tienen como ventaja los sectores más populares es, en muchos casos, una cultura de comida casera muy importante. Las mujeres pobres cocinan, hacen guisos increíbles. Si tuvieran la información sobre lo valioso que es eso, estarían en gran parte salvados. La energía de compra estaría puesta en hacer de esas comidas algo completo, con variedad de verduras, de carnes. Pero mientras reemplazan eso por pan, papa o arroz, gastan fortunas en postrecitos fortificados para sus hijos y bebidas con azúcar o en jugos en polvo, que son un veneno, la Coca de marca y la marca Acme. Nuestro país cambió el agua por las bebidas con azúcar, pero entre los pobres ese fenómeno es todavía peor.
¿Cual es la relación entre educación y alimentación? ¿Podemos aprender y enseñar el buen comer?
Se puede y se debe enseñar a comer.  Antes se hacía generación tras generación, como todos los saberes, como dar la teta. Pero todo eso se interrumpió y ahora son las empresas las que nos dan de comer desde que nacemos. Y si algo no les interesa es que nos independicemos porque dejaríamos de comprarles. Por eso invierten tanto en atrapar a los clientes en los primeros años de vida: porque serán clientes para toda la vida, que van a entender que afuera de la industria no hay nada. Son las personas las que más defienden a las empresas. ¿Cómo no habrían de hacerlo si les prometen nutrición y felicidad desde recién nacidos, como una madre? Entonces, a como están las cosas de complicadas, creo que habría que incorporar alimentación a la curricular educativas, desde el jardín hasta la universidad. Habría que hacer una campaña intensa con los padres -usando los recursos y medios de comunicación del Estado- y luego con los chicos. Pero estamos lejísimos de que algo así ocurra. En la escuela la comida está tan subvaluada que los comedores se volvieron proveedores de comida mala que los que están a cargo quieren liquidar en el menor tiempo posible. ¿Qué idea de comensalidad se lleva un chico de una escuela hoy en Argentina? Casi que no hay escape: a no ser que se haga algo, los chicos de nuestro país van a continuar en la línea de derrumbe que tiene toda nuestra alimentación hace años.

Malcomidos Latinoamérica

Ampliaste el panorama para tu nuevo libro: Latinoamérica. ¿Qué tendencias notas en esta nueva investigación?
Lo que noto es que en todos los países se están planteando discusiones serias que acá no, aunque tenemos los mismos problemas y en algunos casos más graves. No digo que todos estén tendiendo a una alimentación idílica, digo que al menos ven el problema. Acá no se hablan de ciertas cosas: alimentación es una bien notoria.
En México, Brasil, Chile, Colombia, la sociedad civil está muy activa persiguiendo cambios en lo que entienden es un atropello a sus derechos. Etiquetados razonables, límite a la publicidad dirigida a los niños, acceso a alimentos frescos: no estamos hablando de Inglaterra, todos nuestros vecinos están reaccionando y acá nada.
Es un trabajo que me está costando mucho, sobre todo porque es un tema que está en permanente movimiento, pero espero tenerlo cuanto antes. 
¿El buen comer es un derecho humano?
Claro que sí. Pero hay que diferenciar entre seguridad alimentaria -que es acceder a los nutrientes y calorías necesarias para estar saludable- y soberanía alentaría, que incorpora la idea de alimentación adecuada a la ecuación. Adecuada culturalmente. Por ejemplo: que en Jujuy tengan derecho a comer llama y en Chubut, pescados frescos. Que esas producciones no estén pensadas para negocios de exportación que deje dinero para ir a comprar pan fortificado. 

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

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Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.

Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla

Fotos Juan Valeiro

El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.

Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.

Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.

Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.

La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”. 

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:

  1. “Que no te vendan gato por león”.
  2. “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”. 

Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:

Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.

Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.  

Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.

Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.

Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.

La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
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Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.

Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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