Nota
“Etchecolatz sabe dónde está Clara Anahí”
Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, busca a su nieta desde hace más de 40 años. Desde su casa de La Plata, define lo que representa para ella la prisión domiciliaria que benefició al responsable del operativo en el que desapareció Clara Anahí, cuando tenía 3 meses: “Yo quisiera que los jueces hicieran hablar a Etchecolatz, pero en lugar de eso lo mandan a su casa veraniega. Pasé mucho tiempo sufriendo y esto es como un golpe final. ¿Voy a aguantar esta nueva crueldad?”, se pregunta Chicha, a los 94 años.
Clara Anahí tenía tres meses cuando fue secuestrada y desaparecida, luego de un operativo que supervisó personalmente Miguel Ángel Etchecolatz, por entonces director de investigaciones de la Policía Bonaerense. “Él sabe dónde está”, dice hoy su abuela, Chicha Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo y protagonista de una búsqueda incansable que ya lleva más de 40 años. Chicha recuerda ahora especialmente el día en que Etchecolatz, ante el Tribunal Oral Nª 1 de La Plata, aseguró: “Podría aportar datos y elementos de prueba sobre el destino de Anahí Mariani a quien pueda estar necesitándolo, porque fui testigo presencial”. Fue el 3 de octubre de 2011 y fue una amenaza. “Es un perverso. Sabía cómo me iba a afectar y por eso dijo eso. Etchecolatz es el culpable de los sufrimientos que he padecido todos estos años”.
Los sufrimientos que padeció Chicha incluyen la aparición, en la Navidad de 2015, de una mujer que dijo ser su nieta, cosa que luego las pruebas de ADN desmintieron, así como dos años antes descartaron que se tratara de la hija adoptada por la dueña del Grupo Clarín, una sospecha que le llevó décadas desvanecer debido a la resistencia a realizar los estudios genéticos, que se eludieron durante años con tretas y complicidades judiciales.
Nada para Chicha en todos estos años fue fácil y lo sabe.
Desde aquel 24 de noviembre de 1976, cuando estaba en su casa tejiendo en su casa una batita para su nieta. “De pronto escucho que pasan tanques. Me aterroricé porque sabía que estaban matando mucha juventud. Pasaban helicópteros, se sentían bombas y disparos y pensaba a quién estarán matando. No sabía nada de política, pero sabía que habían matado a mis mejores alumnos”, relató Chicha ante los jueces cuando declaró en una de las causa que condenó a Etchecolatz por delitos de lesa humanidad. También les dijo entre lágrimas: “Mi tejido quedó en un punto y hasta hoy está así” .
Aquel día los tanques, bombas y disparos tuvieron como blanco la casa de su hijo Daniel y nuera, Diana Teruggi, en La Plata. “En la casa habían instalado una fábrica de escabeche de conejo, con una receta mía, con la que pensaban dar trabajo a otras personas. Yo visitaba la casa, pero no sabía que en los fondos había una imprenta”, contó Chicha a los jueces. “Fuimos a la Comisaría Quinta de La Plata a pedir los cadáveres. Un policía me dijo que yo era la madre de un subversivo, que no me debía nada. A mi consuegra le dijeron que no le iban a entregar el cuerpo de Diana, porque estaba carbonizado, y que de mi hijo sólo habían quedado sus anteojos”.
Chicha preguntó entonces por su nieta. Ese silencio que recibió como respuesta es el que intentó quebrar durante estos larguísimos 40 años. A los jueces les resumió el resultado: además de Etchecolatz, otros de los implicados son el ex comisario Horacio Elizardo Guzmán – beneficiado con prisión domiciliaria en enero de 2016- y el ex comisario Carlos García, capturado recién en agosto de 2006, y que llegó a ser el director de la custodia del Banco Provincia de Buenos Aires en tiempos de la gobernación de Eduardo Duhalde, y a dirigir el grupo de investigadores de la Bonaerense que aportó información falsa en la causa que investigó el atentado de la Amia durante la actuación del ex juez Juan José Galeano.
También les dijo a los jueces aquel día algo que hoy repite desde el teléfono de su casa de La Plata: “No puedo darme el permiso de morirme porque tengo que encontrar a mi nieta antes”.
Chicha, a los 94 años sigue tejiendo esa búsqueda con las fuerzas que le quedan, la ayuda del grupo que la acompaña en la Asociación que creó para buscar pistas y datos sobre el destino de su nieta y la convicción de que va a encontrarla. “Estoy buscando a Clara Anahí, aportando datos a la Justicia, desde el día de su desaparición. Siempre trabajé con la Justicia, además de buscarla hasta debajo de la tierra. Yo quisiera que los jueces hicieran hablar a Etchecolatz, pero en lugar de eso lo mandan a su casa veraniega. Pasé mucho tiempo sufriendo y esto es como un golpe final,. ¿Voy a aguantar esta nueva crueldad? Ya me pregunté lo mismo tantas veces y tantas veces me contesté igual: no puedo permitirme descansar.”
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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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