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La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños 

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El 42% de las denuncias de violencia sexual corresponden a menores de 17 años en la ciudad de Buenos Aires. El ministerio de Justicia bonaerense reveló que entre 2017 y 2022, de más de 96.000 causas por abuso sexual, 6 de cada 10 tuvieron como víctimas a menores y se duplicó el número de denuncias: el 80% fueron mujeres, principalmente niñas y adolescentes de entre 12 y 17 años. ¿Cómo recibe el Poder Judicial a las infancias que se atreven a denunciar abusos? Las víctimas convertidas en “culpables” de un delito que padece a nivel mundial entre el 15 y el 20% de la niñez. La campaña conservadora y oficial: desestimar denuncias y motosierra. Lo que no quiere ver la justicia. Cómo encarar estos casos, y la enseñanza de Luna. Por Evangelina Bucari.

La venda en los ojos: la justicia frente al abuso sexual contra niñas y niños 

El abuso sexual contra niñas, niños y adolescentes es uno de los delitos más graves y subreportados. Por eso mismo es también uno de los más impunes. Para quienes logran romper el silencio, el camino hacia la Justicia sigue siendo hostil: sus testimonios muchas veces son puestos en duda, la revictimización es moneda corriente y, a pesar de su alta prevalencia, aún son pocos los casos que terminan en condena efectiva. A diferencia de cualquier otro delito, son las víctimas quienes tienen que demostrar que dicen la verdad. La sensación es que quienes denuncian parten desde el banquillo de los acusados. Así lo describen sobrevivientes y adultos protectores, como Yama Corin, mamá de Luna, que atravesó junto a su hija un proceso judicial “doloroso y traumático”, con un final “devastador” en un caso que se volvió emblemático. 

Pese a todas las barreras, poder detectar, denunciar y acompañar es clave para ayudar a las infancias a salir de ese calvario. Aunque en los últimos años aumentaron las causas judiciales gracias a la mayor visibilización de la problemática, se estima que solo se denuncian formalmente entre un 10 y un 15 % de los casos, y apenas un 1 % concluye en condena. A la complejidad propia del delito de abuso, Yama añade otro aspecto: “A pesar de los avances, hay un componente ideológico patriarcal que atraviesa al Poder Judicial y a la sociedad en su conjunto que hace todo más difícil”. 

Después de una lucha de 12 años y un juicio oral que duró más de cuatro meses, en 2023 el Tribunal Oral en lo Criminal N° 15 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires absolvió por “beneficio de la duda” a Hernán González Rizzi, acusado de abuso sexual agravado contra Luna, cuando era una niña de entre 6 y 9 años. “El mensaje es: no denuncien porque vamos a investigarlas, peritarlas y culpabilizarlas”, resume Yama, que es arteterapeuta y forma parte de la agrupación feminista Mundanas y de la Mesa Nacional Contra el Abuso Sexual a Infancias y Adolescencias.

La Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN) informó que durante el primer trimestre de 2025, en la ciudad de Buenos Aires, de las 241 denuncias por violencia sexual recibidas (7% del total de denuncias), 101 (42%) correspondieron a menores de 17 años (76 mujeres y 25 varones).

Ponerlo en palabras  

No son casos aislados: según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la iniciativa Together for Girls, una de cada 5 niñas (20%) y uno de cada 7 niños (15%) son víctimas de abuso sexual. La mayoría tarda años en pedir ayuda. Vítimas que no se animan ni pueden contar lo que viven. Cerca del 80% de los casos de abuso suceden en el entorno cercano y son perpetrados por una figura significativa: padre, madre, abuelo, tío, tía, hermano mayor. El miedo, la culpa, el vínculo emocional con el agresor, la falta de adultos protectores o el temor a no ser creídos explican, en parte, el silencio. 

“Hay una asimetría terrible de poder, de habilidades y de recursos entre el perpetrador y la víctima”, advierte la psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini, del Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de la UBA. Ese descreimiento, alerta, puede llevar a minimizar los signos y síntomas de un delito cometido en la intimidad, sin testigos y con secuelas invisibles. Por eso Ongini subraya que, ante cualquier sospecha, es fundamental generar entornos de comprensión y contención que faciliten la develación, porque “la víctima cree que hizo algo que motivó o determinó que le pasara lo que le pasó”. 

Emiliano Maserati, auxiliar fiscal de la Unidad Fiscal para la Investigación de Delitos contra la Integridad Sexual de Niñas y Niños de la Procuración General de la Nación (UFIDISN) añade en que “el desafío es permitir que el chico sea oído de manera libre, sin interferencias; armar una especie de dique para que pueda declarar en un contexto seguro”. Además, explica que no se le puede pedir a un niño la misma precisión que a un adulto, menos aún sobre un hecho traumático.

El camino judicial, lejos de reparar, suele convertirse en una nueva forma de violencia y muchas denuncias terminan archivadas. La lógica probatoria de los tribunales está pensada para otros delitos: “Los jueces esperan evidencias físicas o testigos, que habitualmente no existen en los abusos sexuales a menores”, señala Ongini, quien además integra el Centro de Prevención y Atención del Abuso Sexual en la Infancia y Adolescencia (CEPASI). 

“¿Cuál sería la prueba fehaciente? ¿El embarazo de una nena de 11 años o una enfermedad de transmisión sexual?”, se pregunta la psiquiatra infantojuvenil, y recordó que los abusos con penetración son los menos frecuentes. La mayoría de los casos involucra tocamientos en zonas íntimas, exposición a pornografía, inducción a la masturbación, sexo oral o prácticas “que no dejan huellas físicas –detalla– pero sí marcas profundas en el psiquismo y el desarrollo neurobiológico de la víctima”.

A esto se suman pericias reiteradas, cámaras Gesell mal aplicadas o incluso negadas durante años, entornos judiciales hostiles y un proceso largo y desgastante donde se desvaloriza la palabra de las víctimas. “Siempre tienen que demostrar que lo que dicen no lo inventan, no lo sueñan, no lo fantasean”, describe Ongini. 

De hecho, un informe elaborado por la Defensoría de Niñas, Niños y Adolescentes en 2024 observó limitaciones en el impulso e investigación de las causas penales de abuso sexual, particularmente en lo que se refiere a la recolección y producción de pruebas, e instó a adoptar todas las medidas posibles para garantizar la amplitud probatoria, “a fin de que la producción y valoración de la prueba sea omnicomprensiva y no recaiga exclusivamente en la víctima, su testimonio y su cuerpo”. 

Yama describe el costo de ese recorrido: “Hacer una denuncia y atravesar la instrucción se hace tristemente victimizante. No tenés idea, por ejemplo, de que tenés derecho a un perito de parte al momento de ir a una cámara Gesell. Por otro lado, ese perito de parte es carísimo”.

En el caso de Luna, le negaron durante casi nueve años la posibilidad de declarar en cámara Gesell. “Denuncié cuando ella tenía 9 años y recién declaró a los 18, como una persona adulta. Fue peritada antes de declarar y, por supuesto, yo también”, cuenta Yama. “Había más elementos para condenar que para absolver –añade–, pero eligieron no escucharla”. Hoy, el caso sigue en Casación. 

Frente a tiempos judiciales que parecen interminables, Maserati explica que en la UFIDISN buscan trabajar de otra manera: “Si se actúa rápido, en menos de seis meses podemos llegar a la instancia de indagatoria con un panorama casi completo: cámara Gesell, pericias psicológicas, testimonios escolares y familiares”. Ocurre que “el tiempo es clave para que el niño pueda hablar en un contexto favorable”. 

En la provincia de Buenos Aires, el “Primer Informe sobre Violencias Sexuales contra Niñas, Niños y Adolescentes”, elaborado por la Subsecretaría de Política Criminal del Ministerio de Justicia bonaerense (publicado en junio de 2025), relevó que entre 2017 y 2022 se iniciaron 96.137 causas penales por abuso sexual, de las cuales seis de cada diez tuvieron como víctimas a menores de edad. 

Las “falsas” denuncias

«El costo que tiene para un niño romper el silencio es enorme: la crisis del develamiento recae sobre la víctima. En lugar de contener, la reacción adulta suele ser ponerlo en duda: ‘¿Estás seguro?’, ‘¿No entendiste mal?’. Esa falta de sostén lo fragiliza aún más y la salida más fácil puede ser volver a callar, porque, por ejemplo, ve que su familia se desmorona”, explica el auxiliar fiscal de UFIDISN. El funcionario considera que “la justicia todavía tiene dificultades para comprender la dinámica previa del abuso y adaptar sus mecanismos a un niño que fue objeto de violencia y que está sintiendo mucha presión”.

Ongini agrega que durante estos procesos la palabra de los chicos suele ser puesta en duda, porque persisten muchos prejuicios y falta capacitación entre quienes intervienen y toman decisiones.

El debate sobre las denuncias falsas resurge periódicamente, fogoneado por sectores conservadores. Para Ongini, “una cosa es inducir a un niño a tergiversar una realidad. Eso no tiene nada que ver con el falso Síndrome de Alienación Parental (SAP). El supuesto síndrome, que no existe, parte de la base de que podemos implantar un recuerdo traumático. Está demostrado científicamente que eso no es posible”. Y agrega: “Lo traumático no se puede instalar en la memoria si no existió. El cerebro humano y la afectividad humana no funcionan de esa manera. El trauma tiene su lenguaje. La verbalización de lo traumático tiene características propias”.

Maserati asegura que las denuncias falsas son mínimas y aclara que la baja cantidad de condenas no puede leerse en esa clave: “Muchas causas no prosperan por la deficiencia de la justicia en adecuar estándares de valoración de la prueba o porque la propia víctima decide no continuar el proceso porque siente que no está preparada. Eso no significa que el hecho no ocurrió”.

Las cifras son claras y los expertos aseguran que se detectan en la evaluación profesional: a nivel mundial, se calcula que las falsas denuncias no llegan al 5%. En un trabajo de investigación, la médica especialista en psiquiatría infantojuvenil y en medicina legal Virginia Berlinerblau, desde su experiencia al evaluar mediante examen psiquiátrico sospechas de abuso sexual infantil por orden judicial, registró solo un 3,8%. 

En ese sentido, Ongini subraya que un profesional capacitado puede detectar un relato falso: un niño no puede construir una narrativa compleja como la de un adulto ni sostenerla en el tiempo cuando se le repregunta. Además, considera que si un niño miente inducido por un adulto, también es víctima. Sin embargo, las madres protectoras advierten que, cuando los abusadores son sobreseídos, muchas veces ellas reciben denuncias cruzadas por falsa acusación. 

Pese a la evidencia científica y judicial, el tema volvió al centro de la discusión parlamentaria: proyectos impulsados por la diputada libertaria Lilia Lemoine y la senadora radical Carolina Losada buscan instalar penas contra las “denuncias falsas” en contextos de violencia de género y delitos sobre menores. 

Las organizaciones de protección a las infancias advierten que, de aprobarse, estas leyes intimidarían las denuncias, debilitarían las garantías de justicia y criminalizarían a las madres. “Vienen por nosotras, para usarnos como ejemplo de lo que puede implicar denunciar y así garantizar efectivamente la impunidad de los abusadores, de los violentos y de una sociedad que termina habilitándolos”, asegura Yama, que desde hace años acompaña a otras mujeres que al igual que ella detectaron que sus hijas o hijos eran víctimas de abuso.

Este discurso que se busca instalar desde lo político y mediático –visibilizando casos aislados como si fuese la norma– y que es parte de ‘la batalla cultural anti woke’ del gobierno de Javier Milei, viene acompañado de desfinanciamiento sistemático: el impacto de los recortes libertarios de programas que protegían a mujeres e infancias también repercute en esta problemática, ya que se desarmaron, achicaron o disolvieron dispositivos sensibles del Ministerio de Justicia de la Nación. para el acompañamiento y la prevención de las violencias. Entre ellos están el Programa de Patrocinio Jurídico y Acompañamiento Interdisciplinario para niñas, niños y adolescentes víctimas de abuso sexual, y el histórico Programa Las Víctimas contra las Violencias-Línea 137, que desde 2006 brinda asistencia y acompañamiento las 24 horas. Aunque este último sigue en funcionamiento, el año pasado despidieron a gran parte de su personal y su capacidad de respuesta quedó severamente limitada. 

Muchas madres protectoras intentan acompañar, pero no cuentan con recursos económicos ni tiempo para sostener un proceso tan desgastante. Una Encuesta de Acceso a la Justicia realizada por Red por la Infancia reveló que, sobre 283 casos, el 70% de los denunciantes afirmó que no se les ofreció patrocinio gratuito, a pesar de que es un derecho fundamental que debería estar garantizado desde el inicio de la causa penal.  

“El patrocinio jurídico no está funcionando”, informa Yama. Describe que “quedaron algunas abogadas con las causas que tenían. Ese era un dispositivo que ya no existe, y después el acompañamiento integral no existió nunca”. Desde el acompañamiento que ella misma realiza, ve que “el clasismo en términos de acceso a la Justicia es notorio: hay que tener recursos para el patrocinio jurídico y para el acompañamiento terapéutico”.

¿Cómo acompañar y reparar?

La violencia sexual es una experiencia con severas consecuencias traumáticas que son difícilmente superables por el paso del tiempo. Ongini explica que el impacto depende mucho de la edad de la víctima, la duración del abuso y de quién sea el perpetrador, pero que es profusa la  documentación científica que demuestra efectos a lo largo de la vida: no solo en la salud mental, sino también en el cuerpo, con un estado de estrés “proinflamatorio”, un cuadro que potencia la aparición de múltiples enfermedades autoinmunes. Por eso, advierte que “no tener una Justicia con perspectiva de infancia ni profesionales capacitados para la escucha de lo traumático, en todas sus expresiones, es no darle a un niño la oportunidad de acceso a la justicia”. 

En esa línea, Maserati destaca que en la fiscalía buscan adecuar los estándares probatorios a la perspectiva de niñez: “Una retractación de un niño no puede interpretarse automáticamente como que el hecho no ocurrió. Muchas veces, refleja la presión de una familia que dependía económicamente del abusador o que no logra contener al chico”. Por esa razón es clave recopilar todos los indicios disponibles: historia clínica, legajos escolares, informes terapéuticos y familiares. Solo con esa mirada integral es posible reconstruir lo sucedido. Y sobre todo, dejar de lado la mirada adultocéntrica implica ajustar procedimientos, para que no prevalezcan solo la palabra y los enfoques de las personas adultas. 

La capacitación adecuada de quienes intervienen en estos casos es una deuda pendiente. Un estudio del CEPASI revela que el 80% de los médicos, el 63% de los docentes y más del 50% de los psicólogos encuestados dijo no haber recibido la formación necesaria para actuar ante casos de abuso sexual. “Esto lleva a que haya poca detección y poca intervención temprana”, evalua Ongini.

Escuchar cómo pide ayuda una víctima –con sus síntomas, sus palabras, su padecimiento– e intervenir de inmediato puede detener el abuso y mejorar el pronóstico. “El acceso a la justicia, cuando existe, trae un alivio sanador porque la sociedad reconoce que no fue su culpa, que fue víctima, y que la responsabilidad recae sobre el culpable”, sostiene Ongini. En esa línea, Yama fue determinante: es necesario detectar, denunciar y acompañar “para que las víctimas tengan una reparación y una proyección de vida”.

Maserati advierte que se trata de un fenómeno del que se conoce apenas una ínfima proporción: “La cifra negra en estos casos es enorme, porque mucha violencia sexual sigue invisibilizada y naturalizada”. Eso explica por qué, “de repente, van a una clase de Educación Sexual Integral (ESI) a los 12 años y caen en la cuenta de que lo que estuvieron viviendo con un familiar no era adecuado. Eso dispara toda una intervención que de otro modo hubiera quedado oculta”. 

De hecho, a fines de 2024, el Ministerio Público Tutelar de la Ciudad reveló que la escuela se mantiene como un espacio clave: en uno de cada cuatro de estos casos, fue allí donde las infancias pudieron contar por primera vez lo que habían vivido.

Yama es tajante sobre el contexto actual: “La batalla cultural fascista y patriarcal de este gobierno nos pega a nosotras que denunciamos. Quieren desalentar todo tipo de denuncia”. Recuerda que llegó un momento en el que ella sintió que no podía más y fue entonces Luna la que le dijo: “Mamá, no podemos retirarnos ahora”. 

El abuso en números

En Argentina no hay estadísticas nacionales, pero sí registros parciales: 

La Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación (CSJN) informó que durante el primer trimestre de 2025, en la ciudad de Buenos Aires, de las 241 denuncias por violencia sexual recibidas (7% del total de denuncias), 101 (42%) correspondieron a menores de 17 años (76 mujeres y 25 varones).

En la provincia de Buenos Aires, el “Primer Informe sobre Violencias Sexuales contra Niñas, Niños y Adolescentes”, elaborado por la Subsecretaría de Política Criminal del Ministerio de Justicia bonaerense (publicado en junio de 2025), relevó que entre 2017 y 2022 se iniciaron 96.137 causas penales por abuso sexual, de las cuales seis de cada diez tuvieron como víctimas a menores de edad. 

En ese período, el número de chicos denunciantes casi se duplicó: de 8.491 en 2017 pasó a 15.732 en 2022. En casi ocho de cada diez casos, el agresor pertenecía al ámbito familiar; en el 90%, era varón; y más del 80% de las víctimas fueron mujeres, principalmente adolescentes de 12 a 17 años. El informe no detalla qué pasó con esas causas en los tribunales ni cuántas terminaron en sentencia condenatoria.

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Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

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Daniel y Susana denunciaron que desapareció el cuerpo de su hija, Cecilia Basaldúa, que reclamaban para realizar nuevas pericias. La historia de lo ocurrido y el rol de la fiscal de Córdoba Paula Kelm “que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Por Claudia Acuña

El 7 de noviembre Cecilia Basaldúa hubiese cumplido 42 años y no hay festejo porque no hay Cecilia: la desaparecieron, violaron y mataron en abril del año 2020, en Capilla del Monte y en pleno aislamiento por la pandemia de Covid. Su familia, como cada año, reunió amistades y  familiares de otras víctimas de femicidios territoriales –el padre de Natalia Melman, el hermano de Laura Iglesias– en el mural que la recuerda en su barrio de Belgrano. Fue ese el marco elegido por Daniel y Susana, los padres de Cecilia, para compartir lo que significa buscar justicia para este tipo de crímenes. Con la voz partida por el dolor narró cómo fue la última reunión con la nueva fiscal responsable de la investigación:  es la cuarta. La primera – Paula Kelm– desvió las pruebas para atrapar a un perejil, que fue liberado en el juicio oral y así la investigación del femicidio de Cecilia volvió en punto cero; el segundo estaba a meses de jubilarse y pidió varias licencias para acortar su salida; el tercero –Nelson Lingua– no aprobó el examen para ocupar el puesto y, finalmente, desde hace pocos meses, llegó ésta –Sabrina Ardiles– quien los recibió junto a dos investigadores judiciales y los abogados de la familia. Antes se habían reunido con el ministro de Justicia de la provincia de Córdoba, Julián López, quien le expresó el apoyo para “cualquier cosa que necesiten”. Fue entonces cuando Daniel y Susana creyeron que había llegado el momento de trasladar el cuerpo de su hija hasta Capital, donde viven y, además, habían logrado conseguir que se realice una pericia clave para la causa y que siempre, en estos cinco años, les negaron. Fue la joven investigadora judicial quien soltó la noticia: el cuerpo de Cecilia no está.

Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Gustavo Melmann, que sigue buscando justicia por su hija Natalia, junto a Daniel Basaldúa y Susana Reyes, los padres de Cecilia.

Según pudo reconstruir la familia después del shock que les produjo la noticia, fue en 2021 –cuando todavía estaban vigentes varias restricciones originadas por la pandemia– cuando el cuerpo fue retirado de la morgue judicial, a pesar de que Daniel y Susana habían presentado un escrito solicitando lo retuvieran allí hasta que se realicen las pruebas por ellos requeridas. La fiscal Kelm no respondió a ese pedido ni notificó a la familia de lo que luego ordenó: retirar el cuerpo de la morgue y enterrarlo.

¿Dónde? La familia está ahora esperando una respuesta formal y sospechando que deberán hacer luego las pruebas necesarias para probar la identidad, pero no dudan al afirmar que con esta medida han desaparecido el cuerpo de su hija durante varios años y definitivamente las pruebas que podía aportar su análisis.

A su lado está Gustavo Melmann, en el padre de Natalia, asesinada en 4 de febrero de 2001 en Miramar, quien desde entonces está esperando que el Poder Judicial realice el análisis de ADN del principal sospechoso de su crimen: un policía local. Por el femicidio de Natalia fueron condenados a prisión perpetua otros tres efectivos policiales. Uno ya goza de prisión domiciliaria. Falta el cuarto, el del rango más alto.

Melmann cuenta que se enteró de la desaparición de Cecilia Basaldúa por su sobrina, quien había ido al secundario con ella. “Fue el primero que nos llamó”, recuerda Daniel. También rememora que no entendió por qué le ofrecía conseguir urgente a un abogado “si yo la estaba buscando viva. Hoy me doy cuenta de mi ingenuidad”.

El silencio entre quienes los rodean es un grito de impotencia.

Daniel y Susana lo sienten y responden: “Nosotros no vamos a parar. Nada nos va a detener. Ningún golpe, por más artero que sea, va a impedir que sigamos exigiendo justicia. Elegimos contar esto hoy, rodeados de la familia y los amigos, porque son ustedes quienes nos dan fuerza. Que estén hoy acá, con nosotros, es lo que nos ayuda a no parar hasta ver a los responsables presos, y esto incluye a la fiscal Kelm, que hizo todo lo posible para que los asesinos de Cecilia sigan hoy libres e impunes”.

Cecilia Basaldúa: el cuerpo desaparecido

Los padres y hermanos de Cecilia, junto al mural que la recuerda en el barrio de Belgrano.

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Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

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Por el Observatorio de violencia patriarcal Lucía Pérez

Todas las administraciones del Estado se han adjudicado falsamente la baja de femicidios y la ministra de Seguridad Patricia Bullrich acaba de rendirle tributo a esta tradición. Pero las cifras del Observatorio Lucía Pérez, construidas a partir de casos judiciales, denuncias y relevamientos provinciales, demuestran una realidad diferente.

Antes de los números, una aclaración: el 2023 fue el primer año en que el Estado nacional publicó estadísticas criminales sin clasificar. Lo hizo con un archivo Excel desordenado que abarcaba una década, sin distinguir delitos ni consolidar provincias. Algunas jurisdicciones directamente no informaron datos en categorías sensibles, como violaciones. Así, la ciudadanía no puede verificar ni auditar los números oficiales.

En ese vacío, las declaraciones de Bullrich remiten a una lógica conocida: la de la inflación. Como con los precios, la diferencia entre los números oficiales y la vida real se amplía cuando se manipula o se oculta información.

Por eso, este Observatorio público y autogestionado carga 12 padrones de manera diaria. Para realizar un seguimiento estructural de la violencia machista, y también para controlar el rol del Estado.

A diferencia de los 178 registrados que mencionó la ministra, el Observatorio Lucía Pérez contabiliza 217 femicidios y travesticidios en lo que va del 2025. Estos son las cifras que pueden verse y verificarse, ya que el OLP es un padrón público:

Femicidios, cifras y vidas: lo que Bullrich oculta

Otro dato que se oculta es el que representan los femicidios cometidos y sufridos por integrantes de fuerzas de seguridad, que están bajo la responsabilidad de la ministra.

En 2025, el primer femicidio del año fue el de una mujer policía asesinada con su arma reglamentaria (Guadalupe Mena). Y el último, ocurrido apenas el 26, también: Daiana Raquel Da Rosa.

Si bien existen medidas para en estos casos limitar su acceso por parte de los uniformados por “representar un riesgo inminente para la víctima”, como indica la resolución 471/2020 del Ministerio de Seguridad de la Nación, los datos muestran que esto no siempre se cumple. Según el relevamiento de funcionarios denunciados por violencia de género del Observatorio Lucía Pérez, 71 de ellos pertenecen a las fuerzas de seguridad. Es decir que muy probamente porten armas.

Armas reglamentarias, vínculos jerárquicos y falta de sanción disciplinaria conforman una trama donde la violencia institucional se reproduce dentro y fuera de las comisarías. ¿Y Bullrich?

Más preguntas que emergen: ¿cómo se mide el porcentaje de crueldad? Los “narcofemicidios” de Lara, Brenda y Morena muestran una violencia cada vez más planificada y asociada a redes delictivas con complicidad del Estado.

Otra cifra invisibilizada en este crimen social que es un femicidio es la de las infancias huérfanas. En lo que va de 2025, el Observatorio registra 139 infancias huérfanas por femicidios. En todo 2024 fueron 173. Y detrás de cada una hay un Estado que sigue sin garantizar la Ley Brisa, que establece una reparación económica y acompañamiento a hijas e hijos de víctimas de femicidio.

Mientras la violencia machista sigue cobrando vidas, multiplicando huérfanos y exponiendo la precariedad institucional, el Estado tergiversa y oculta.

La pregunta es: ¿por qué?

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Un mes sin Brenda, Lara y Morena: lo que se sabe de la trama narcofemicida

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Este lunes se está cumpliendo un mes del triple narcofemicidio. La causa que investiga el asesinato de Brenda (20), Morena (20) y Lara (15) tiene nueve personas detenidas y tres prófugas. Una de ellas es Alex Ydone Castillo, acusado de ser el dueño de los 30 kilos de cocaína que habrían sido robados, posible móvil de los brutales asesinatos. 


Lo increíble: Castillo estaba preso pero fue excarcelado “por razones humanitarias” durante la pandemia del coronavirus, según lo reveló el periodista de Infobae Federico Fahsbender. En su artículo se detalla que Ydone Castillo había sido detenido en Argentina por una circular roja de Interpol –emitida desde Perú, su país de origen– por “un movimiento de 51 kilos de cocaína”. Fue la Sala II de Casación la que lo excarceló. Desde que quedó en libertad, el gobierno peruano tampoco envió en los plazos pertinentes el pedido formal de extradición. Y siguió libre.

Los otros dos prófugos de la causa del triple narcofemicidio son David González Huamani (“El loco David” o “El Tarta”, por tartamudo) y Manuel Valverde, tío de Tony Janzen Valverde, alias “Pequeño J”, que está detenido en Perú a la espera de un juicio de extradición. 

Los narcos robados

A Huamani, Celeste Magalí Guerrero (una de las detenidas que mayor información aportó) lo reconoció dentro de su casa del barrio Villa Vatteone. Fue una de las personas reconocida por tener guantes de látex. Huamani también aparece en la declaración de Víctor Sotacuro, detenido en Villazón, frontera con Bolivia, acusado de manejar el auto de apoyo a la Chevrolet Tracker blanca que levantó a las chicas en las calles de Ciudad Evita el 19 de septiembre. Sotacuro dijo que fue Huamani quien lo contrató para hacer los viajes de esa noche y que le pidió que le llevara ropa para cambiarse. Sotacuro declaró que lo fue a buscar a Varela y lo llevó hasta la 1-11-14, en el Bajo Flores, y dijo que Huamani estaba sucio de barro, al igual que otros dos hombres que se subieron a su auto. La mamá de Morena lo señaló como el que maneja la droga en Las Antenas, un barrio de Lomas del Mirador, y en la Palito, en San Justo, dos localidades de La Matanza. 

Según una de las hipótesis de la investigación, los prófugos Castillo, Huamani y Valverde integran la organización cuya droga había sido robada. Sobre ellos pesan órdenes de captura internacional. Esa línea también busca a otros tres sospechosos, todavía no identificados, pero que en el expediente aparecen como “NN Paco”, “NN Nero”, y el “canoso de la Glock”, en referencia al arma que llevaba un hombre que Guerrero ubicó en su casa, bajándose de la camioneta con Pequeño J, en las calles Río Samborombón y Chañar. 

Quiénes están en prisión

Hasta el momento las nueve personas detenidas son:

  • Daniela Ibarra (19) y Maximiliano Parra (18), quienes encontraron limpiando con lavandina la casa de Varela.
  • Celeste Magalí Guerrero (28) que alquilaba la casa. Su declaración aportó múltiples detalles que la justicia debe corroborar. Por un lado, explicó la estructura del clan, con jerarquías divididas en “Abuelos”, “Papás”, “Tíos”, “Pequeños” y “Mulos”, según el orden de importancia en la organización. Según su declaración, Pequeño J, que era presentado como el líder de una banda narco transnacional, en realidad tenía un rol menor, aunque lo ubicó en la escena del crimen. También declaró cómo esa noche fueron a comprar artículos de limpieza y bidones de nafta. 
  • Miguel Villanueva Silva (25), pareja de Guerrero. A ambos los detuvieron en un hotel alojamiento. Ella declaró que, al llegar a la casa de madrugada, lo vio con la mano ensangrentada y, según dijo, le confesó que había matado a una de las chicas al intentar escaparse. Un kiosquero del barrio de Florencio Varela dijo que Silva había ido a comprar con otro chico y que le dejó una mancha de sangre en la reja del comercio, que su mujer terminó limpiando. 
  • Ariel Giménez (29), uno de los acusados de cavar la fosa en la casa. 
  • Víctor Lázaro Sotacuro (41). Al principio se creía que solo era remisero pero, según Guerrero, tiene un lugar importante en la estructura. El hombre declaró que nunca estuvo en la escena, que no era el dueño de la droga robada, que tampoco era el jefe de la banda y que su apodo no era “El Duro”, como había dicho Guerrero. De todas formas, según La Nación, Sotacuro pagaba las cocheras en las que se estacionaban los cuatro vehículos de la banda: la Chevrolet Tracker blanca (que fue incendiada), el Volkswagen Fox blanco que manejó, un Renault 19 gris y un Chevrolet Cruze negro. Sus abogados pidieron un careo con Guerrero por supuestas “contradicciones”. 
  • Florencia Ibáñez (30), sobrina de Sotacuro, acompañante en el Volkswagen Fox, fue detenida luego de salir de los estudios de A24, donde defendió a su tío y dijo que habían pasado por el recorrido de la Tracker de casualidad. El fiscal Arribas dijo que Ibáñez reconoció que el móvil de los femicidios había sido un robo de un cargamento de droga que pertenecía a su pareja, el prófugo Alex Ydone Castillo.
  • Tony Janzen Valverde, alias “Pequeño J”, 20 años. Guerrero lo ubicó en su casa con Sotacuro y el “canoso de la Glock”. También dijo que Pequeño J había llamado a Villanueva para pedirle la casa para una fiesta. Está detenido en el penal de Cañete, en Perú, a la espera de la extradición. La declaración de Guerrero lo rebajó en la estructura: hoy está acusado de organizar dealers. Según la investigación, el abuelo y el papá de Valverde también se dedicaban al negocio narco. Su padre fue asesinado. Una cámara de seguridad ubicó a “Pequeño J” el 6 de septiembre a la salida de un pool de Flores con Lara y otra joven. 
  • Matías Ozorio (28), ladero de Pequeño J. Su historia es increíble y grafica una época: el periodista Carlos Burgueño contó que el joven tenía un trabajo en relación de dependencia en el Hospital Italiano –obra social, aportes, vacaciones, aguinaldo–, lugar del que se hizo echar, según sus familiares, para cobrar una indemnización que invirtió en el mundo cripto. Entre sus apuestas estuvo $Libra, bendecida por el presidente Javier Milei, cuyo desplome hizo a Ozorio perder todo y pedir un préstamo a un transa. Ya no se despegó de lo narco. Según Guerrero, fue una de las tres personas que cavó los pozos en la casa de Varela. Como Pequeño J, fue detenido en Perú. Guerrero también declaró que Ozorio le traía cocaína en 100 o 120 envoltorios que ella vendía a un valor de $10.000 cada uno. 

Vínculo de confianza

Según publicó La Nación, el fiscal Carlos Arribas describió: “Tras producirse la referida sustracción cuyos autores fueran presumiblemente allegados o conocidos las víctimas, fue que mediante maniobras de engaño, y ardides y aprovechándose de su especial condición de vulnerabilidad, integrantes de la organización mencionada precedentemente, en su mayoría de sexo masculino, lograron establecer un vínculo de confianza con las tres jóvenes, por lo que el 19 de septiembre de 2025, a las 21.29, consiguieron las jóvenes abordaran una Chevrolet Tracker blanca con dominio que había sido robado, en la que viajaban al menos tres personas. El vehículo contaba con el apoyo de un Volkswagen Fox blanco en el que circulaban al menos otras dos personas de la organización y de Chevrolet Cruze negro”. 

Según las publicaciones, todavía no está claro quiénes integran el grupo que habría robado el cargamento de cocaína. Pero la descripción de la estructura hace presumir que la causa está próxima a pasar a la órbita de la Justicia Federal.

Ya pasó un mes. 

Las familias de Brenda, Lara y Morena siguen exigiendo justicia. 

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