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Maldición Apache
El primer pozo de fracking en el país se perforó en la comunidad mapuche Gelay Ko. Ya suman 222 pozos convencionales en sólo 224 hectáreas y una joven lonko muerta. Darío Aranda describe qué implica esta invasión de la multinacional Apache.
El caño sobresale un metro de la tierra. Un líquido oscuro y viscoso brota por unos agujeros laterales. Es un derrame de petróleo que se puede resumir con una palabra: contaminación. A su alrededor la escena es tensa: un policía, un guardia privado de la empresa Prosegur y cuatro hombres de una empresa de servicios quieren llevarse la tierra contaminada y borrar los rastros. Del otro lado, Lidia Álvarez, Daniel Sánchez y cinco niños, todos de la comunidad mapuche Gelay Ko, exigen que se frene el derrame, pero primero quieren fotografiar la contaminación, tener pruebas de lo que, aseguran, es una situación cotidiana. Lidia Álvarez, werken (vocera) mapuche enfrenta al policía: “No te doy documento ni te digo mi nombre porque este es nuestro territorio. Vos y ellos (la empresa) son los intrusos acá”. Así es la bienvenida a Gelay Ko, centro de Neuquén, la comunidad en conflicto con la petrolera estadounidense Apache y el gobierno provincial. Territorio donde se realizó el primer pozo de fracking de Argentina.
Infraganti
La cita estaba pautada para las 13 del domingo en el salón comunitario. La puerta estaba abierta y los leños aún prendidos, pero los anfitriones no estaban. Veinte minutos de espera, y un llamado al celular: informan de un derrame de petróleo, una situación tensa con la policía (que hace adicionales para la empresa) e invitan a llegar al lugar, a dos kilómetros de distancia. Ya frente al viejo pozo en desuso, la werken y el lonko Daniel Sánchez (autoridad mapuche) discuten con el policía y con el guardia de seguridad privada. El fotógrafo toma imágenes del derrame y el policía se incomoda: pide documentos. La werken se enoja y grita: “Son nuestros invitados, es nuestro territorio, no tenemos que darte ningún documento. Vos tenés que identificarte y pedir permiso para entrar a nuestra casa”. El policía retrocede.
Los referentes de la comunidad habían estado en el salón comunitario, lugar del encuentro pautado con MU. Vieron a la distancia camionetas que pasaban rápido y un camión que se adentraba por donde no hay camino. Sospecharon que algo sucedía y encontraron, infraganti, a los operarios que ataban trapos viejos alrededor del caño para frenar el derrame y tapaban con tierra el petróleo derramado. “La empresa debiera remediar todos estos hechos de contaminación, pero mirá lo que hacen. Todo muy precario, sólo tapan la macana. Después nos hablan de cuidado del ambiente”, reclama el lonko. Diez minutos de fotos que serán pruebas de una futura denuncia. Acusaciones cruzadas. De regreso al salón comunitario, explican que son cotidianos los derrames o “incidentes”, como llaman las empresas a los hechos de contaminación.
Comprados por la empresa
Treinta kilómetros antes de llegar a Zapala, sobre la ruta nacional 22, se gira a la izquierda por un camino de ripio. Dos kilómetros desde la ruta y nuevo giro a la derecha. Galpones grandes, enormes tanques australianos, alambrado olímpico y camionetas de seguridad privada: la petrolera Apache en territorio mapuche. Enfrente, una construcción rectangular larga y puertas de chapa verde anuncia, en prolijas letras negras: “Ruka mapuche en memoria de nuestra lonko Cristina Linkopan”, joven líder fallecida en marzo de 2013.
El viento silba fuerte. Las chapas del techo resuenan y los vidrios de la ventana se sacuden. Adentro, una mesa larga, bancos de madera y unos leños que calientan la pava para el mate. Hay una decena de hombres y mujeres, hay jóvenes y otros ya mayores. Y unos diez niños y adolescentes que no paran de correr, gritar y reír.
La charla comienza como acostumbra el Pueblo Mapuche, en idioma ancestral. “Mari mari kom pu che”, saludo general que parte de la werken, Lidia Álvarez. Y la inmediata respuesta de niños y adultos: “Mari mari”.
Lidia no llega a los 40 años. Es de porte grande, cabello lacio, azabache. Voz cantante de la comunidad. Está más tranquila que frente al derrame que vimos hace un rato. Habla y siempre mira a los ojos de su interlocutor. Relata que hace cuatro años comenzaron los conflictos en la comunidad cuando vieron que el anterior lonko (Jacinto Claeo) y su hija y werken (Silvia Claeo) se movilizaban en camionetas cero kilómetro y ostentaban un bienestar económico que nadie en Gelay Ko comprendía. “Nos enteramos de un convenio que se había hecho a escondidas de la comunidad. Lamentablemente esta persona fue comprada por la empresa”, denuncia la actual werken.
Las dificultades en los pastoreos para animales (muchos pozos petroleros, poco espacio para las chivas) y la falta de agua ya eran un problema. La ausencia de explicaciones del lonko y su hija, y el avance de la empresa acentuaron el descontento.
Según el estatuto de la comunidad, las autoridades deben renovar mandato cada cuatro años. Y los Claleo tenían mandato vencido. En asamblea se eligió a una joven que sorprendió con su postulación a lonko, pero ganó: Cristina Linkopan. Al día siguiente, Silvia Claleo, con experiencia en la organización mapuche de Neuquén, realizó una asamblea paralela y se erigió lonko.
La empresa Apache y el gobierno provincial reconocieron a Claleo. La comunidad de 33 familias se partió: 19 quedaron junto a Linkopan, 14 del lado de Claleo. “Se multiplicaron los problemas y la petrolera comenzó a avasallar más y más. Se hicieron dueños”, recuerda la werken Lidia.
En 2012 la comunidad tomó una parte del yacimiento. Hubo represión, detenidos (entre ellos la werken Linkopan y el lonko Sánchez), y descubrieron el acuerdo entre Apache y Claleo: una camioneta más 9.000 pesos mensuales y un contrato por una supuesta cooperativa mapuche de servicios.
Apache siguió sin reconocer a Linkopan como autoridad mapuche, pero la comunidad logró un triunfo. La empresa no realizó más perforaciones.
La lucha por la vida
Cristina Linkopan, lonko de Gelay Ko, falleció de manera sorpresiva el 14 de marzo de 2013. Tenía 30 años, cuatro hijos y el parte médico diagnosticó hipertensión pulmonar.
Toda su vida transcurrió en Gelay Ko. Convivió con piletones de agua de producción contaminada, animales empetrolados y aire con olor a solvente por el venteo de gas. “Ella empezó la lucha porque vio la necesidad de la gente y porque no podía creer lo que había hecho esta persona (la anterior werken). Y dijo que no iba a bajar los brazos hasta que no existan más necesidades, que iba a luchar hasta que la petrolera respete a la comunidad”, recuerda Lidia Álvarez. El resto de los anfitriones asiente con la cabeza. Todos coinciden en que el motivo de la muerte fue la contaminación petrolera de las últimas décadas. “Nos piden pruebas… ¿Por qué esos que descreen no vienen a respirar este aire, a tomar el agua contaminada, a comer estas chivas que tenemos que comer nosotros?”, se enoja la werken.
En la ronda surgen nombres de los últimos enfermos. Nazario Curipan, un abuelo que quedó ciego: su vivienda está justo detrás de las torres que ventean gas las 24 horas del día. Tuvo que irse con su familia a Zapala. Mencionan además a una joven que hace dos meses tuvo un aborto y dos semanas atrás, doña Mercedes Curipan no sufrió los efectos de manera personal, pero sí sus chivas: murieron 60 en diez días. “En otras comunidades donde hay petróleo pasa lo mismo. Por lo que uno escucha y ve, tenemos en común a las petroleras y la contaminación”, observa un hombre de unos 30 años, cabello corto, piel curtida, facón en el cinto.
La enfermedad de Linkopan fue sorpresiva. La lonko no dejaba de ir a movilizaciones, reuniones, cortes de ruta. Todos espacios donde se podía denunciar la avanzada empresaria y se exigía lo más básico: respetar los derechos de los pueblos indígenas, los mismos que el Estado argentino sancionó como ley.
Linkopan fue la voz que le advirtió a Apache que no permitirían ni una nueva perforación más. El análisis era simple: más pozos, menos espacio para pastoreo, menos animales, la comunidad pierde su sustento y, sobre todo, pierde su forma de vida. Un círculo vicioso que termina con el desarraigo.
¿Qué recuerdan de la lonko Cristina Linkopan? El salón hace silencio. La werken hilvana ideas: “Siempre fue una luchadora. Si ella estuviera acá… ya se habría peleado con la policía, denunciado el derrame, nos decía que cuidemos el campo…”, le brotan las lágrimas. Descoloca observar quebrada a la misma mujer de voz potente que hace minutos enfrentó con decisión a la policía y al guardia privado.
Retoma la palabra el lonko Daniel Sánchez: “Cristina Linkopan se decidió a ser lonko porque no quería que traicionen a la gente. Quería que se haga lo correcto. Por eso vamos a hacernos escuchar, porque es nuestra tierra, hay que pelear”.
Fracking
En Gelay Ko se realizó en 2011 la primera perforación en Latinoamérica con la técnica de multifractura horizontal, una de las formas de fracking.
A diez minutos en auto del salón comunitario hay un piletón en la tierra que tiene cien metros de ancho, cien de largo y dos de profundidad. Plásticos negros, deshilachados, hacen de cobertura para que el líquido no filtre a la tierra, pero ya no hay líquido y, en su mayor parte, ya no hay plástico negro. ¿Dónde fueron a parar los desechos? El lonko comparte las dos respuestas que recibió de la petrolera. Una: la basura petrolera fue absorbida por camiones y llevada a algún lugar para su tratamiento. Dos: ese barro oscuro con agua y químicos se evaporó naturalmente por el sol y el viento. El lonko no cree ninguna de esas explicacionnes. Afirma que nunca vieron a los supuestos vehículos. “No somos gente de estudio, no fui a la universidad, pero sabemos que ese barro contaminado no se puede evaporar” plantea con enojo y comparte su hipótesis respecto a los desechos: “El recubrimiento de plástico se fue rompiendo y todo el barro contaminado se fue para abajo de la pileta”.
A cien metros del piletón, alambrado mediante, está el famoso primer pozo de fracking en plena producción. Caños, válvulas y más caños conforman un robot deforme de unos tres metros de alto, color verde, llamado en la jerga Árbol de Navidad. Un pequeño cartel con el logo de Apache deja constancia: “Gas y petróleo a alta presión”. Sensores digitales, una cámara de seguridad y una reja perimetral completan lo que costó millones de dólares y que aún absorbe hidrocarburo del subsuelo mapuche.
El pozo de fracking se perforó mientras la comunidad estaba en veranada, cuando las familias se trasladan a zonas altas para que los animales se alimenten, tomen fuerzas y regresan para sobrellevar los meses fríos (invernada) en el territorio comunitario. “Lo hicieron a escondidas. Llegamos de la veranada y estaba lleno de camiones, casillas, piletones. No entendíamos nada”, recuerda el lonko.
La werken no duda: “No aceptamos la fractura hidráulica en nuestro territorio porque hay sobradas pruebas de los peligros que trae. Si no pueden controlar los pozos comunes, menos los de fracking”. Interpreta la actividad petrolera en clave provincial: “El Gobernador (Jorge Sapag) reprimió a mucha gente afuera de la Legislatura (en agosto pasado) para que YPF y Chevron hagan fracking en Vaca Muerta. El Gobernador entregó a su pueblo. Es triste y es indignante”.
Gobiernos y traidores
Todo pueblo tiene luchas, contradicciones y traiciones. Un poco de cada acción quedó registrado en septiembre de 2012, cuando el presidente del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), Daniel Fernández, disertó en la audiencia pública de Neuquén por la reforma del Código Civil. La modificación jurídica era (y es) muy cuestionada entre los pueblos originarios de Argentina porque entienden que se bajan de categoría derechos ya consagrados y se facilitará la criminalización de la lucha indígena.
Fernández llegó hasta la audiencia pública en Neuquén con dirigentes mapuches que hoy son parte del Gobierno y comenzó con un discurso de barricada que, a poco de andar, alteró los ánimos de los mapuches presentes que rechazan el extractivismo y cuestionan la complicidad del gobierno nacional. La audiencia terminó en escándalo, abucheos y recriminaciones a Fernández, que huyó custodiado por un grupo de indígenas.
La filmación muestra a la werken de Gelay Ko gritando de manera reiterada la misma palabra: “Yanakona. Yanakona. Yanakona”. Significa “traidor” y es una de las más duras acusaciones dentro del Pueblo Mapuche. Entre los destinatarios estaba Roberto Ñancucheo, histórico dirigente de la Confederación Mapuche de Neuquén, echado de la organización en 2009 por “su repetida inconducta”, según el comunicado de la Confederación Mapuche de junio pasado. Ñancucheo encabeza la Dirección de Pueblos Originarios de la Secretaría de Ambiente de la Nación.
La werken mantiene sus dichos. “Es un vendido”, resume. “Quizá no deberíamos denunciar, porque quedamos mal como pueblo, pero no podemos dejar que siga haciendo lo que quiere. Es lamentable que un hermano se haya vendido y que haya entregado a su propia familia, su propia sangre. Roberto Ñancucheo y Silvia Claleo fueron comprados por el Gobierno, les pagan, es lamentable, son yanakona”.
El lonko afirma que Claleo hizo campaña en la última elección por el Movimiento Popular Neuquino, y que entregó bolsones de comida y ropa en la comunidad. Y es público que trabaja también para el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI). “Ni siquiera vive en la comunidad. Vive en Buenos Aires”, acusa la werken.
Provincia, Nación y petrolera señalan que las diferencias dentro de la comunidad deben resolverse dentro de la misma comunidad. El lonko Sánchez explica que ya fue resuelta la disputa interna, en asamblea comunitaria e, incluso, según estatuto interno, con la intervención de la Confederación Mapuche. Pero el gobierno provincial, el nacional y Apache siguen tomando como interlocutora a Silvia Claleo, justamente, del sector de Gelay Ko que no cuestiona el accionar petrolero en la comunidad.
Arriba de la riqueza
En Gelay Ko hay explotación petrolera desde hace al menos cuatro décadas. Primero fue YPF y, en los últimos diez años, la estadounidense Apache Corporation, compañía con presencia en Australia, Estados Unidos, Egipto, Reino Unido y Canadá.
Los caminos anchos de ripio están surcados a ambos lados por cañerías a ras del piso. Por donde se mire también hay caños altos de venteo, otros más cortos de pozos ya cerrados (como el que tuvo un derrame al inicio de la recorrida) y el campo comunitario está repleto de balancines, también llamados “cigüeñas” en la industria, esa suerte de martillo gigante que sube, baja y extrae el hidrocarburo. Es también común ver chivas pastando a metros de estas instalaciones.
En 224 hectáreas, la comunidad registró 222 pozos petroleros. Se cumple la maldición de la abundancia. En Gelay Ko se calefaccionan a leña, muchas viviendas son de adobe y chapas de cartón, y no hay luz eléctrica, aunque los cables de media y baja tensión surcan toda la comunidad y sí llegan hasta las oficinas petroleras.
En Gelay Ko hay mucho petróleo y poca agua. La comunidad asegura que es una relación inversamente proporcional. A medida que avanzaron las empresas, el agua fue disminuyendo. En la actualidad, la escasez es tal que reciben agua de Bienestar Social del Municipio de Zapala: 500 litros mensuales por familia, lo que es igual a 16 litros por día. En una familia tipo (cuatro personas), serían sólo 4 litros de agua por día. Según la Organización de las Naciones Unidas, un habitante rural necesita para todo uso al menos 100 litros de agua diarios.
Gelay Ko afirma que quisiera tener diálogo con Apache, pero que ésta sólo habla con el otro sector de la comunidad.
¿Qué le dirían a la empresa? El lonko no duda: “Que no queremos más perforaciones y que hagan saneamiento de todo lo contaminado”.
¿Cómo imaginan el futuro? La werken Lidia Álvarez: “Si seguimos así… no vemos futuro”.
Silencio.
Una mujer mayor, de canas, que se había mantenido sin decir palabra durante la entrevista grupal, se presenta. Es Luisa Maliqueo, la mamá de Cristina Linkopan, la lonko fallecida: “Tenemos casas de adobe, no tenemos luz, nos mandan la policía, estamos arriba de mucha riqueza y somos pobres”. Sueña un futuro: “Que nos dejen vivir tranquilos”.
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