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Narcocracia
Algo cambió en el mapa del delito: pasamos de ser un país de tránsito y circulación de drogas, a uno que la produce en cientos de pequeñas cocinas en las villas o en laboratorios instalados en barrios cerrados. El boom del consumo, empujado por las clases medias y altas. La red de complicidad, que involucra fuerzas de seguridad, jueces y fiscales. Las zonas condenadas a la criminalidad. Y las posibilidades de quebrar esta dinámica que se expande porque ofrece trabajo, dinero e identidad social. Tal como retrata la serie Breaking Bad.
Breaking Bad tal vez no sea una serie norteamericana, sino un documental sobre la vida cotidiana en las periferias urbanas argentinas. Su protagonista, Walter White y su historia alucinada son símbolos de una economía, una cultura y una nueva forma de organización social que se expande por allá y por acá con las siguientes tendencias:
- Nacionalización de la producción.
- Multiplicación de los laboratorios, bunkers, cocinas y bocas de expendio.
- Generación de volúmenes de venta y ganancias extraordinarias.
- En sectores vulnerables: medio de vida para gente sin otras oportunidades.
- En sectores medios y altos: consumo de magnitud inédita.
- Pérdida del monopolio y la regulación del negocio por parte de la policía.
- Sobredosis de vínculos de la narcocriminalidad con ámbitos policiales, políticos y judiciales.
Ciencia del cambio
Breaking Bad no tiene traducción literal. Puede ser una mezcla de empezando mal, mala suerte, desviándote mal, o lo que cada uno elija para referirse al momento en que se toma una decisión que te cambia la vida. Para mal. Al profesor de Química de un colegio secundario de barrio, Walter White, le diagnostican un cáncer de pulmón terminal y decide usar lo que le queda de vida para salvar económicamente a su familia. Lo logra aplicando sus conocimientos para cocinar drogas de la más alta calidad, junto a un ex alumno suyo devenido dealer. Para amigos, familiares y vecinos, la vida discurre normalmente, pero Walter White se ha convertido en un narco inclasificable: un hombre común y corriente, si tal cosa existe, que penetra en otra dimensión del juego de la vida y debe mentir, matar, huir, conspirar y, si es posible, que no se note. Alguien capaz de cualquier cosa para cumplir un destino: fabricar droga azul y ganar dinero verde.
En uno de sus 62 episodios, el personaje le dice a sus alumnos que la Química es el estudio del cambio. Si Breaking Bad es una de las grandes tragedias televisivas que describen estos extraños tiempos, ¿qué clase de química nos enseña para comprender la actualidad?
Narcoboom y agronegocios
“Hay muchas causas para entender por qué cambió el negocio del narcotráfico desde los 90 hasta hoy”, plantea Enrique Font, Criminólogo, profesor de la Universidad de Rosario, Master de la London School of Economics and Political Science, miembro por Argentina del subcomité de Prevención de la Tortura de las Naciones Unidas y ex Secretario de Seguridad de la provincia de Santa Fe.
Font está hablando de Argentina.
“En los 90 hubo una política exitosa de la DEA (la agencia antidrogas estadounidense) y el SEDRONAR (la secretaría argentina de lucha contra el narcotráfico) que controló el tráfico a Bolivia de los productos químicos con los que se elabora la pasta base para la cocaína. En una economía tan dinámica como la de la narcocriminalidad, eso provocó un desplazamiento: la pasta base empezó a hacer acá”.
Podría plantearse que fue un típico giro Breaking Bad de la historia: la aparición de un problema genera un dispositivo diferente, y un negocio infinito. Se multiplicaron las cocinas: espacios pequeños, con poca tecnología y pocos insumos, en términos de los productos químicos que utiliza, llamados “precursores”. “Por supuesto que también hay laboratorios grandes, pero la novedad son las redes con múltiples nodos de elaboración y de venta”, explica Font, que describe el fenómeno como la “democratización y horizontalización del narcotráfico”: en lugar de concentrarse en grandes carteles o corporaciones, el negocio se dispersó para crecer. La idea de horizontalidad cambia la noción vertical del negocio, con los grandes popes manejándolo, a un entramado mucho más territorial.
Uno de los resultados es el aumento del volumen y variedad de la oferta, tal como lo entiende en la serie Walter White, que empieza en una cocina que monta en una casa rodante estacionada en el desierto. Acá la estacionaría en una de las villas de la Capital o el Gran Rosario.
¿Y la demanda? Font señala un cambio cultural crucial: “La aceptación o celebración del consumo de estas sustancias está totalmente consolidada. Hay un mercado de consumidores ávidos, pertenecientes a círculos sociales cada vez más altos y de edades cada vez más bajas. La cocaína no es un tema de consumo de sectores populares. El negocio son los sectores medios y medio altos”.
Esos sectores, además, cuentan con los recursos económicos suficientes para producir el boom actual: “La economía tiene disparidades, pero está en expansión en los últimos años. Eso alimenta el negocio, porque el consumo de sustancias psicoactivas siempre estuvo vinculado al esparcimiento, el tiempo libre y la economía de la noche. En Rosario, por ejemplo, el crecimiento de este tipo de consumo está muy vinculado al auge de los agronegocios”.
Lavado y silencio
En términos económicos la fabricación local representó un valor agregado al negocio, que generó inversión. Font: “La economía de la droga, como cualquier otra, tiene empresarios que invierten y trabajadores que aportan su fuerza de trabajo en ese mercado delictivo, informal y violento. Hay mucho dinero y crecimiento en los territorios. En Rosario eran 5 ó 6 los que manejaban la cocaína en los 90. Al haber producción local se multiplicó el acceso al producto y ya la policía no puede controlar el negocio. Participa, porque no hay negocio que funcione sin connivencia y participación policial bastante institucional. A veces gerencian, a veces simplemente posibilitan, o son ellos mismos los empresarios, como ocurre en todas las economías delictivas importantes: robo, venta de autopartes, trata de personas, hasta la regulación del estacionamiento en las canchas de fútbol. Y todo esto a su vez se cruza”.
Otra de las herramientas que refuerza el florecimiento narco se relaciona con las tecnologías de lavado de dinero: “El circuito de lavado de las ganancias de economías legales, como los agronegocios, es caudaloso. Hay un auge de proyectos inmobiliarios inexplicables, concesionarias de autos carísimos, puertos para veleros… Por ahí se cuela la narcocriminalidad, porque nadie pregunta de dónde viene la plata”.
Cotización de un quiosco
Las redes de distribución y venta de productos que generan ganancias inclasificables, pero cada vez mayores, tienen un precio. Ese precio a veces se cobra en vidas y en enfrentamientos territoriales. Pero también presentan valores estrictamente económicos. Font aporta datos: “La escala de lo que se negocia arrasa cualquier cálculo. Para instalar un puesto de venta de droga en Rosario, la coima que hay que pagar es de 40.000 pesos semanales para distintas jefaturas policiales, otros 5.000 para la comisaría barrial y otro tanto para los comandos radioeléctricos. Estamos hablando de 50.000 pesos semanales aproximadamente, sólo para que la policía le permita funcionar y no lo moleste. Entonces hay que imaginar la ganancia que deja cada uno de estos puntos de venta”.
Semejantes dividendos han empezado a transformar al propio oficio delictivo. Otro giro Breaking Bad: “Hay casos de delincuentes de carrera, y no me refiero al que roba carteras sino a piratas del asfalto o ladrones de banco, por ejemplo, gente profesional de 35 a 45 años, cansada de los riesgos del oficio. De pronto este señor encuentra que puede proveerse fácilmente de droga para venderla porque hay mucha oferta. Tiene contactos policiales desde siempre, con punteros políticos, abre 2 ó 3 quioscos y se mete en el negocio. Eso le permite no volver a tocar las armas, salvo para defenderse o hacerse valer en el territorio cuando hay algún conflicto. Aunque hay zonas donde todos trabajan en total armonía”.
Doble pacto
Según ilustra Font, en el área de seguridad sigue funcionando aceitadamente lo que suele llamarse Doble Pacto:
- La política deja actuar a la policía,
- La policía coordina con los delincuentes las áreas geográficas y delictivas en las que podrán actuar.
“Esto existió siempre y existe, de modo muy estandarizado. La policía ‘hace caja’ , lo cual le permite financiar a políticos y funcionarios con los que pactan. La idea implica mantener el delito en ciertas áreas. Si se referencian geográficamente los homicidios en cualquier ciudad, se ve claramente que no están repartidos de manera uniforme. Más del 80 por ciento de las víctimas y los victimarios son hombres jóvenes de sectores populares, por el crecimiento que ha tenido la violencia entre varones. Y los homicidios se producen en puntos específicos, donde se cruzan todos estos negocios. Cuando la policía pierde capacidad de regular el delito, puede haber homicidios en zonas céntricas, y eso no se tolera social o mediáticamente. Pero si en los barrios periféricos matan gente todos los días, no importa tanto. Esas son las zonas que quedan condenadas a convivir cotidianamente con el delito”.
Mano dura
La política de dar autonomía a la policía ha sido el origen histórico de los problemas de corrupción y delito. Autonomía significa otorgar poder de decisión y de acción, y escasa necesidad de rendir cuentas. Font menciona como ejemplo el caso del gobierno cordobés encabezado por José Manuel De la Sota . “Allí se cedió autonomía policial y se la financia. Por otro lado, se establecen políticas de hostigamiento y militarización de los barrios populares, en los que hay denuncias de torturas, ejecuciones sumarias y gatillo fácil. Esta política de mano dura se presenta públicamente como virtuosa, hasta que todo le estalla en la cara. En plena campaña electoral se llevaron puesta a la cúpula policial, junto a la detención de los jefes de la división Drogas Peligrosas, por narcotráfico”.
En el caso de Santa Fe, hubo una intención del entonces gobernador Hermes Binner de iniciar una reforma policial: “Pero luego fueron todos retrocesos. Se planteó un discurso de seguridad democrática, pero en la práctica se otorgó cada vez más autonomía a la policía, a la que le tienen un terror reverencial. Y también les estalló en la cara cuando salió a la luz la relación narcos-fuerzas de seguridad”.
La provincia de Buenos Aires implementó durante las dos gestiones del ex juez Carlos Arslanián reformas profundas de la Policía Bonaerense: “Pero en el gobierno de Daniel Scioli los ministros de Seguridad Carlos Stornelli primero y Ricardo Casal después, actuaron de modo directamente revanchista contra esas reformas que permitían el control político de la policía”. En septiembre fue nombrado ministro provincial Alejandro Granados, lo cual indica más de lo mismo. Las razones que se esgrimen para estas políticas suelen ser electorales: “El discurso de la inseguridad hace que mucha gente vote a De Narváez, Massa o Macri”, reconoce Font. “No es un tema menor desatender el pedido de más seguridad, ni se resuelve diciendo que no pasa nada, y que los medios magnifican la cuestión. Pero estas políticas de mano dura no tocan los núcleos claves del fenómeno delictivo. Al revés: lo agravan, al darle más poder a la policía”.
Justicia del perejil
“La tolerancia tanto a la violencia como a la corrupción es gravísima en el ámbito judicial”, explica Font. Otro momento Breaking Bad: la justicia ya es parte del problema y no de la solución. “Un caso conocido es el de Candela (Rodríguez, la niña de 11 años secuestrada, violada y asesinada en 2011) en el que la Comisión Bicameral bonaerense que investigó demostro que la policía intervino en el delito, pero también que participaron la fiscalía y los jueces en la manipulación de las pruebas, y la tolerancia con el negocio narco. Pero el de Candela es un caso de todos los días. Estamos haciendo un trabajo al respecto en el Banco de Datos de Torturas en la provincia. El rol judicial viene siendo patético. Nadie pide que sean los valientes que vayan al frente en los territorios, pero sí que hagan algo”. Font reclama que al menos se garanticen las reglas del debido proceso.
En Rosario el fenómeno fue doble: “La narcocriminalidad se vio facilitada porque los dos poderes judiciales –el federal y el provincial– miraron para otro lado. Se han dedicado durante años la perseguir la simple tenencia, generalmente casos de jóvenes detenidos en la vía pública, sin intentar subir al nivel para llegar a los empresarios de la droga, que manejan la actividad”. Otra carecterística del momento judicial: se está produciendo un choque entre fiscales que quieren investigar, y jueces que frenan las causas. “Eso deja muchas preguntas sin respuestas, porque hay casos bloqueados de modo inexplicable por jueces federales, cuando se empieza a investigar hacia arriba. Por eso también es clave la democratización de la justicia, porque es muy difícil subir en la escala de los negocios ilegales, sea narcocriminalidad o lavado, cuando la lógica es pensar ‘con éstos mejor no me meto’”.
Flipper
Breaking Bad pudo haber sido filmada a principios de septiembre en el barrio Country Club de Funes, Santa Fe. El Walter White argentino sería en ese caso David Zacarías, cuyo apodo es Delfín. El caso comenzó como muchos otros, con la investigación de un tiroteo barrial. Font: “Pero actuó la Procunar (Procuraduría de Narcocriminalidad de la Nación), y decidieron no quedarse en el chiquitaje. En lugar de actuar inmediatamente sobre el tiroteo, se empezaron a seguir las pistas para agarrar a los grandes. Se mantuvo la investigación en secreto, y se pudo llegar hasta el nivel empresario.
Damián Crous, titular del Procunar y el fiscal Juan Murray explicaron que se actuó con policías federales sin vínculos en la zona. Se considera que desbarataron así la mayor cocina de cocaína capturada hasta hoy en el país.
Saldo de lo encontrado en el chalet de Funes: dos mil litros de químicos para la elaboración de cocaína, prensas hidráulicas, termoselladoras, 300 kilos de cocaína con un valor de mercado de 12 millones de euros. La caja chica tenía 170.000 pesos. Zacarías no estaba registrado en la AFIP, cocinaba él mismo la droga con su mujer (monotributista categoría C) y su hijo. Ya había acumulado 40 propiedades. El operativo se llamó Flipper, en homenaje al apodo delfinesco de Zacarías. Font me aclara que no vio Breaking Bad, pero sí otra maravilla llamada The Wire (La Escucha), de la que recuerda la frase de un viejo policía: “Si seguís la droga, vas a llegar a los drogadictos y a los dealers. Si seguís al dinero, no sabés hasta dónde mierda podés llegar”.
Sociedad bulímica
Otra estrategia frente a la conflictividad que instaló en los barrios el modelo Breaking Bad ha sido la militarización de las villas de Capital y Gran Buenos Aires, con fuerzas de Gendarmería y Prefectura. La estrategia fue iniciada en 2011 por el Ministerio de Seguridad encabezado entonces por Nilda Garré. Fue parida por los enfrentamientos en el Parque Indoamericano, que dejaron un saldo de dos muertos. Font: “Desde el punto de vista del delito y la narcocriminalidad, aún cuando esa intervención pudiera tener un efecto positivo en un principio, no se ataca el núcleo del fenómeno delictivo. Tanto esa acción, como las reformas que se hicieron en las provincias de Buenos Aires y Mendoza, son ‘policíaco-céntricas’, les falta pensar la seguridad en clave no sólo policial”. ¿Qué significa eso? Al menos tres cosas:
- Una reforma policial que subordine la fuerza al control político y que aumente el grado de profesionalidad de esas fuerzas.
- Abordaje de la criminalidad compleja, para subir en la escala delictiva y llegar al corazón del poder económico narco: elaboración, tráfico y lavado.
- Prevención social del delito.
Prevención social implica fortalecer a los sectores más vulnerables que representan la mano de obra de estos negocios. Font: “Y entender que estamos en lo que se ha llamado sociedad bulímica: te engulle culturalmente ofreciéndote de todo, y te vomita estructuralmente a negarte el acceso al trabajo, con el agravante del racismo, la estigmatización y la persecución policial. Te incluye ofreciéndote Nike, y te excluye con la realidad”.
Otro condicionante: “Si el sistema penal y la política de seguridad favorecen que la narcocriminalidad y la violencia operen en los barrios, el propio Estado genera el contexto para que los pibes se conviertan en soldaditos, en mano de obra barata de la criminalidad. Te incluyo y engullo culturalmente, te vomito como pobre, pero te habilito una posibilidad: el delito”.
La fórmula para lograrlo no es química: es política, social y cultural. “Marcás a los jóvenes como miembros potenciales de la economía delictiva, pero a la vez esos barrios sobrecriminalizados, están desprotegidos. Matan gente, matan chicos, y no importa, no se ve. En Rosario tenemos tasa de homicidio de 6 ó 7 por cien mil al año, que es baja, pero creciente. Pero en ciertos barrios es de 40 por cien mil. Las víctimas no valen lo mismo judicialmente”.
El final de la serie
La ficción de Breaking Bad acaba de culminar, luego de 5 temporadas, cosechando premios y aplausos. La versión argenta recién comienza planteando la clásica pregunta que siembra toda trama inquietante: ¿cómo termina? Primero, Font propone un reconocimiento. “Hay que comprender que el que decide delinquir está actuando racionalmente para resolver un problema que no es sólo económico, sino de construcción de identidad en un contexto presionado y estigmatizado. Entonces la alternativa delictiva tiene atractivo. Si mando gendarmes o policías, los pibes van a salir corriendo. Lo lógico es ir a buscarlos para comenzar un vínculo de reconocimiento a lo que están haciendo, y pensar opciones que tengan atractivo tanto por el lado de construcción de identidad, como de trabajo”.
Font cita ejemplos que puso en práctica en diversos barrios durante su gestión en la Secretaría de Seguridad santafesina. Al instalar agentes sociales en los territorios en conflicto hubo descubrimientos que derriten varios lugares comunes: por ejemplo, que la relación de los jóvenes con la delincuencia es fluctuante. “Entran y salen. Encontramos que muchos tienen una mirada crítica sobre lo que hacen, sobre eso de ser soldaditos, algo que también termina oprimiéndolos. Hay un cansancio y saturación de la violencia, un punto en el que se les vuelve intolerable”.
Ahí está la luz de resistencia a los condicionantes sociales: en los chicos que quieren rescatarse, en un medio que los empuja a lo contrario. “Les pasa cuando maduran, por crecer, por tener un hijo: ahí algo hace aparecer la tendencia a rescatarse. Pero eso es un desafio, porque lo que significa es que tenés que moverte antes, y aprovechar esa oportunidad para que en términos pragmáticos haya menos pibes matando, muriendo, o bajo control policial. Y facilitar alternativas de construcción de identidad”.
Font cita alguno trabajos concretos que apuntaron a recuperar el sentido de lo grupal (“aunque haya bandas, la lógica delictiva es totalmente individualista”) y se crearon emprendimientos productivos: el de reparación y alquiler de bicicletas fue uno de los más celebrados. “Enseguida se nota que baja la violencia, que bajan los enfrentamientos, que aparecen opciones” dice Font.
¿Por qué estos ejemplos son tan escasos y asilados? Responde Font, pragmático: “Lo que pasa es que hacer eso significa un trabajo, una planificación. Laburar mucho y duro. Y a muchos funcionarios les resulta más fácil mandar a la policía y dejar las cosas más o menos igual: los políticos haciendo la plancha, los jueces tranquilos, que no se toquen las estructuras reales del delito y los negocios”.
Si Breaking Bad ha sido uno de los grandes relatos sobre los alcances de las mutaciones actuales, estas políticas son el símbolo químico de una tragedia opuesta, la más imperdonable: que todo siga como siempre.
¿Continuará?
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