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Gracias por el fuego
Cuando la dictadura de Onganía clausuró la muestra “Tucumán Arde” encendió la hoguera: las fronteras del arte y de la política definitivamente comenzaron a fundirse, a pesar de la censura. Ana Longoni, una de las protagonistas de esa experiencia, analiza en esta charla los alcances de esta experiencia.
Nadie sabe muy bien cuál puede se el domicilio del arte, ni su código postal. A veces puede habitar en una hoja escrita de apuro, en una tela impecable, o en otra manchada de vida. Los curadores, mecenas, críticos y expertos (si existen tales gremios) suelen querer alojarlo en los museos. Los diarios, en suplementos insufribles. Los gobiernos saben que el arte puede ser un bicho difícil de domesticar, y consultan a los expertos en qué jaula tenerlo manso, y bien alimentado.
Pero Argentina ha tenido experiencias que muestran que el arte habita en la imaginación, y en lo que ésta sea capaz de hacer. Por ejemplo, escaparle a los códigos, romperse a sí mismo como molde, fluir a la calle, pensar la vida como algo más que materia prima para la estética.
Algo de todo eso tuvo Tucumán Arde, 1968, que fue muestra, provocación, denuncia, e intento de derribar las fronteras entre el arte y la política. Los protagonistas: artistas argentinos en medio de la profecía neoliberal del general Juan Carlos Onganía, que no era artista pero a su modo era un tipo imaginativo: bautizó a su gobierno “Revolución Argentina”.
Ana Longoni y Mariano Mestman, docentes e investigadores de la Carrera de Ciencias de la Comunicación de la uba editaron hacia el año 2000 el libro Del Di Tella a Tucumán Arde -Vanguardia Artística y Política en el 68 argentino. El mes pasado fue relanzado por Eudeba, dado el interés que despierta la experiencia de este itinerario.
Sin recetas
Ana Longoni recuerda que hacia 1992, cuando comenzó la investigación, las acciones de las vanguardias artísticas eran temas sin lugar en la agenda académica. “No había ningún tipo de afinidad con episodios como Tucumán Arde, en cambio, hoy sí hay un ‘revival’ del arte político, e incluso hay un interés muy fuerte de las instituciones europeas por acopiar material”. (La razón por la cual las instituciones europeas valoran más estas experiencias que las argentinas es un enigma que tal vez no depende sólo de euros, sino de neuronas, pero el debate queda para otra vez).
La artista considera que, lejos de los vaivenes del mercado, después de 2001 hubo una reverberación de las prácticas de arte activista. “Éstas no buscan replicar lo que fue Tucumán Arde, tampoco lo toman como un recetario ni como un padre mítico; tienen un diálogo crítico y actúan en función de su tiempo y su contemporaneidad”.
Eso redundó en nuevas formas que adquirió la política. Dice Ana: “Se fue configurando una dimensión, no diría artística, sino creativa. Hay un plus en buscar recursos novedosos para interferir, para denunciar. Entonces si hay un legado interesante de Tucumán Arde no es que la experiencia sea conocida sino que hay repertorio de ideas o conceptos disponibles que se pueden usar, retomar y re-potenciar”.
Esperando la carroza
El 29 de junio de 1966 el teniente general Juan Carlos Onganía derrocó al radical Arturo Illia y se apoderó del sillón presidencial. Entre los sectores que adherían a este cambio se encontraba una variedad que iba desde las propias fuerzas armadas hasta el gobierno de Estados Unidos, los sectores del establishment terrateniente (Onganía era ovacionado durante sus entradas en carroza a la Sociedad Rural), monopolios transnacionales, todo el empresariado periodístico, y buena parte del peronismo, con el jefe de la cgt a la cabeza: el metalúrgico Augosto Timoteo Vandor (a) El Lobo, que terminó acribillado por la guerrilla años después.
A pocos días de asumir, Onganía dispuso la prohibición de toda forma de actuación política mediante la ley 16.894.
En tanto, la situación de la industria azucarera en la provincia de Tucumán empeoraba; y el gobierno anunció un proyecto que buscaba “una expansión industrial real y una diversificación agraria”. La iniciativa se denominó Operativo Tucumán. Detrás de las palabras rimbombantes la provincia entraba en una etapa de achicamiento de su producción azucarera, desocupación y violencia.
A comienzos del 67 la policía reprimió violentamente a los obreros de tres ingenios tucumanos. Durante estas acciones asesinó a un trabajador. En protesta por la intervención policial, la política del gobierno y la agresión a los trabajadores, la Federación Obrera de Tucumán de la Industria del Azúcar (fotia) dispuso un paro.
Solo un poco más tarde las autoridades comenzaron a admitir que la situación de la provincia era crítica. Ana Longoni cuenta que el cierre de varios ingenios azucareros provocó un desastre: “Comenzó la emigración de cientos de familias, el surgimiento de pueblos fantasmas, el desmantelamiento del sistema productivo. Fue un caso piloto de las políticas neoliberales que años después se aplicarían en todo el país. Se hizo el recambio de la producción azucarera hacia la soja”.
Llegado el mes de marzo de 1968 la cgt se dividió. El grupo que colaboraba con la dictadura se quedó en la calle Azopardo (la acutual sede), con su máximo dirigente, el Lobo Vandor. En la vereda de enfrente, políticamente hablando, el gráfico Raimundo Ongaro organizó la cgt de los argentinos que terminaría editando un diario a cargo de Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo (ver Mu número 8).
El arte de la contrainformación
Tucumán Arde fue un punto culminante de un proceso de radicalización muy intenso de varios núcleos de artistas de vanguardia de Buenos Aires y Rosario. Se cuenta que el nombre surgió pensando en Arde París, película bélica del 66 que tenía en su pequeño elenco a Orson Welles, Kirk Douglas, Alain Delon, Yves Montand, Anthony Perkins, Jean Paul Belmondo, Simone Signoret, Glen Ford y otros aprendices.
Más allá del nombre, Longoni asegura: “La radicalización que se produjo no era sólo política sino también artística porque los protagonistas de Tucumán Arde rompieron con las instituciones, sobre todo con el instituto Di Tella”. Abandonaron el lugar que era, en aquellos años, el cobijo y la vidriera de las prácticas experimentales, de cierta psicodelia en boga. Fuera del Di Tella, estos artistas se vincularon a la cgt combativa.
Con la idea de definir una nueva practica artística (ellos la llamaban ‘nueva estética’) acordaron llevar adelante un proyecto procesual. Cuenta Ana: “No implicaba ningún acontecimiento puntual sino un trabajo que durara varios meses y que impactara sobre la opinión pública porque la preocupación era que ese arte tuviera algún tipo de eficacia, eficacia en la conciencia de la gente.”
Longoni indica que “más allá de los nombres, hubo un sujeto colectivo que decidió tomar como punto central de su realización uno de los programas de emergencia de la cgt. Éste consistía en denunciar la situación en la provincia y la falsedad de los anuncios de la dictadura de Onganía con respecto a la intervención estatal para paliar las condiciones de extrema pobreza en Tucumán”. Para esto los artistas decidieron hacer un operativo de contrainformación recurriendo a los más variados recursos artísticos, publicitarios y también de investigación en el área económica y social. Reunieron a dirigentes estudiantiles, sociólogos, periodistas. En el enorme grupo estaban desde Noemí Escandell, Graciela Carnevale, María Teresa Gramuglio, Martha Greiner, María de Arechavala, Estela Pomerantz, Nicolás Rosa, Aldo Bortolotti y Juan Pablo Renzi, de Santa Fe, hasta León Ferrari, Roberto Jacoby y Beatriz Balvé de Buenos Aires, entre muchos otros.
“Devinieron en investigadores -relata Longoni-. Viajaron a la provincia, se vincularon con el movimiento obrero, con el moviendo estudiantil, con la fotia. Llegaron a los ingenios, en condiciones de semi clandestinidad. Registraron con fotografías, filmaciones, encuestas, entrevistas. Documentaron todo lo que veían a nivel de pobreza, desnutrición infantil, condiciones laborales pasmosas, abandono de la capacidad productiva de la provincia, y el acaparamiento del azúcar en pocas manos”.
Mientras se investigaba el lugar iniciaron una campaña utilizando los recursos publicitarios, se pegaron afiches, obleas, diapositivas en las exhibiciones de cine, pintadas edificios y calles de Rosario y Buenos Aires, volanteadas. El título de la muestra, para que el gobierno de Onganía no sospechara tanto, fue Primera Bienal de Arte de Vanguardia.
La exposición se hizo en Rosario, donde rápidamente quedó de manifiesto que la bienal era, en realidad, Tucumán Arde. Hubo fotos, diapositivas, cortometrajes, grabaciones de entrevistas a los trabajadores. Se entraba pisando los nombres de los dueños de los ingenios. Las luces del evento se apagaban cada 30 segundos, lapso que indicaba cada cuánto alguien moría de hambre en la provincia. El café era sin azúcar.
Hubo fuertes presiones del gobierno que terminaron con la clausura de la segunda muestra, en la cgt de los argentinos. Las otras muestras previstas tampoco se realizaron. “Se precipitó tanto en los rosarinos como en los porteños una sensación de inutilidad o de ineficacia. Esto determinó que el grupo de artistas de Rosario votara no volver a participar en producciones dentro del circuito de arte, y esta decisión implicó para muchos el abandono del arte durante muchos años”.
Revolución en la esquina
Tucumán Arde fue también una ruptura con lo estético. Ana: “Lo artístico está totalmente ausente. Había carteles con porcentajes, organigramas con el mapa de las complicidades del poder económico-político-empresarial. Había un recurso que no era el de estetizar la crisis social, sino desbordar el territorio del arte, para producir un acontecimiento que tiene que ver con otras formas de hacer y redefinir la política”.
A partir de los 80 empieza a reactivarse esta experiencia muy marginalmente. Longoni dice que eso sucedió “sobre todo con capataco, un grupo que hasta ahora no se ha investigado nunca. De todas formas a pesar del silenciamiento brutal que significó la dictadura, hubo una rearticulación muy capilar de acciones culturales y performances antirrepresivas a fines de la dictadura”. En esta instancia señala el surgimiento de h.i.j.o.s. y la invención del escrache.
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