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Nada se pierde

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Lucila Quieto. Su obra expone los mecanismos de construcción de la memoria, dejando en claro la tarea que significó crear su propia identidad. “Mi trabajo es el resultado de mi historia personal y de la elaboración colectiva de esa historia”. Por supuesto, Lucila es hija. Hoy trabaja en el Archivo de la Memoria en la esma.

Nada se pierdePodría comenzar a contar esta historia a partir de un cartelito que Lucila Quieto colocó en el local de h.i.j.o.s. Capital. “Ahora podés tener la foto que siempre quisiste.” La propuesta, en ese lugar, era transparente: la foto imposible consistía en posar junto al padre o madre (o ambos) desaparecido. “Me divertí mucho haciendo ese trabajo”, dice Lucila ahora, con ese tono tan h.i.j.o.s. que le resta densidad a todo. En la mesa está el libro que reproduce la serie que obtuvo, luego de proyectar la imagen de la ausencia y poner delante a sus compañeros. El resultado es, ante todo, una obra de arte. Por su técnica, por su belleza y por su capacidad de interpelación. Como toda obra de arte, merece ser leída en toda su intensidad. Y aunque el tono tan hijos de Lucila intenta simplificarla, no hay caso: cada foto es en sí misma un entramado de representaciones, todas desafiantes. En principio, porque los desaparecidos aparecen. Debería parar en esta frase, por suficiente, pero no. Hay que agregarle lo esencial: los desaparecidos aparecen con vida. Casi todos sonríen, los que no, bailan; y los que ni sonríen ni bailan, se besan (¡y qué beso!). Algunos tienen la misma edad que los hijos que posan a su lado, más de veinte años después de haberlos perdido y quién sabe cuántos años más desde que se sacó esa foto que ahora es otra, nueva, diferente, rompiendo tantas barreras que de solo contemplarla se te rompe también la cabeza. “Estas fotos las generé yo, pero emergen de un proceso colectivo. Son el resultado de mi historia personal, pero procesada a partir y desde h.i.j.o.s.”, dirá Lucila para que quede claro lo que allí aprendió: solo no se puede.
Un ejemplo de esa elaboración colectiva que Lucila refleja en su trabajo es el criterio que usó para seleccionar cada retrato familiar. “En h.i.j.o.s. siempre tratamos de humanizar la figura de nuestros viejos, sacarle el bronce. Si bien en muchos primaba una imagen idealizada –que en general nos venía de afuera– no es lo mismo respetar o incluso admirar a todos los que estuvieron involucrados en un cambio de proyecto que construir un mártir o un héroe a partir de eso. La gran elaboración cotidiana de h.i.j.o.s. fue reconstruir la persona que es un desaparecido. Una persona que tenía una vida, una profesión, un rol familiar, social. Mi trabajo refleja ese proceso de eludir el bronce.”
 
Dos veces mencionás en una frase la palabra bronce y me imagino que es todo un desafío sacarte ese peso ahora que trabajás en el Archivo Nacional de la Memoria…
No, porque nunca tuve la idea de un archivo como un mausoleo, sino como algo dinámico. Lo que pienso todo el tiempo en mi trabajo es cómo lo que hago le puede servir a más gente, cómo ir armando un tesoro abierto a la consulta.
 
El tesoro
Otro comienzo de la misma historia: Lucila y su amiga Inés Ulanovsky le proponen a la Asociación de Reporteros Gráficos (argra) clasificar su archivo. El entonces secretario general, Gonzalo Martínez (hijo del Tomás Eloy, vecino de esta página), las recibe con dos bultos. Uno con bolsas que contienen “algo que tiraron del archivo del diario La Razón y que uno los reporteros de ARGRA rescató de la basura”, les dijo. El otro es una caja “con cosas raras, muy raras, que no tuvimos tiempo de analizar”. Después de meses de trabajo de clasificación lo que quedó ordenado fue el tesoro del que habla Lucila. “Había desde fotos de la primera unidad básica femenina, decorada con ramilletes de evitas y perones hasta fotos de operativos militares, presos políticos, reuniones de organismos de derechos humanos, escenas del regreso de exiliados que se reencontraban con sus familias y de allanamientos, mapas, prontuarios, documentos. Todo inédito.
 
¿Es decir que durante los años de la dictadura hubo registro de lo que pasaba, pero no se publicaba?
Sí, pero también había fotos publicadas, como las que registran actos del Día de la Bandera en la esma, en tiempos en los que ahí funcionaba un campo de concentración.
Ahí trabajás vos ahora….
Todos los días.
 
Las flores de la ESMA
La secuencia es así: Lucila e Inés llevaron el tesoro al Archivo General de la Nación y Antropólogos Forenses para obtener información que les permitiera descifrar y contextualizar las imágenes. Cuando, finalmente, pudieron convertir los bultos en un trozo de historia, decidieron hacer copias de todo el material para ponerlo a disposición de la mayor cantidad de gente posible. Un juego de esas copias lo entregaron al Archivo Nacional de la Memoria y desde entonces, allí están trabajando: las autoridades le ofrecieron a argra un espacio en el mismo edificio donde funciona el Archivo, la antigua Escuela de Guerra de la esma. “Al principio no podía ir ni al baño. Parecía una ciudad devastada, porque al irse se llevaron todo lo que pudieron y rompieron el resto. Era la imagen del saqueo. Pero una vez que lo vas habitando… lo vas habitando. Te impresionan los árboles, la cantidad de flores que crecen en un lugar así, cómo la naturaleza le gana a lo tétrico. Y de a poco te vas apropiando de ese espacio. El problema es que hay mucha disputa entre los organismos que comparten el predio y, aunque se dividieron el espacio, en muchos lugares hay solo un cartel y un gran vacío. Es como si no quisieran habitarlo.
 
O no pudieran. ¿No pensás que ese lugar te interpela sobre qué proyecto de memoria tenés?
Sin duda: qué construís con eso por lo que trabajaste durante 30 años, en los que resististe y generaste un montón de cambios. Es un lugar que te interroga sobre todo eso y te pregunta: a partir de ahora, ¿qué vas a seguir haciendo para adelante?
¿H.I.J.O.S. lo pensó?
Creo que donde claramente puede verse esa elaboración es en la herramienta del escrache y en lo que generó en h.i.j.o.s. y en la sociedad. Fue lo más importante que pudimos crear y dejar en manos de quien lo necesite. Pienso que sin escrache, por ejemplo, no se habrían logrado los juicios a los represores. El trabajo que hicimos en cada barrio no fue en vano: la condena social no habrá sido masiva, pero fue sólida y sirvió de base para que sucedan otras cosas importantes.
El escrache fue una herramienta que se construyó en la calle y con otros. Ahora vos estás en la ESMA, otros en un despacho ¿El desafío es cómo habitar los lugares institucionales sin perder lo lazos sociales?
El desafío es qué hacés en cada lugar. Si creás en cada espacio un lugar de discusión y de creación o un coto para un grupo cerrado. En el caso de los espacios de memoria, por ejemplo, nadie quiere discutir eso. Los que se erigieron en custodios de la memoria, por su historia, por su lucha, por su familiaridad con el tema, no abren este debate.
¿No te parece una tarea difícil restaurar los lazos entre los organismos de derechos humanos y esa sociedad que les dio durante tanto tiempo la espalda?
Puede serlo y, a la vez, no. Porque no hay otra. Es inevitable: en algún momento todos nos morimos y, ¿qué pasa si no lográs que otros tomen esa tarea? Se muere con vos.
Pero cuando vos dejás esos tesoros de la memoria en manos de un Estado como el nuestro ¿no temés que algún día llegue alguien, otro, que le de a todo ese material un significado o un uso diferente?
Si pensás así no podés hacer nada, porque estás desconfiando de lo que vos estás haciendo. Por supuesto que se me cruza: mañana viene Macri y chau. Pero más pienso en que estamos armando algo hacia adelante y que lo que construyamos depende del compromiso no sólo de los que trabajamos con respecto a la memoria, sino de cualquier persona que esté interesada en eso. Que la existencia de la memoria trascienda lo institucional, partidario, coyuntural depende de muchas cosas, pero también del entusiasmo que pongas en tu trabajo por lograr una construcción social de la memoria. Y si finalmente y de todas formas se termina perdiendo eso que nosotras llamamos “tesoro” es porque antes se perdieron otras cosas más importantes.
 
DNI
Finalmente, esta historia debe contarse desde el principio: Lucila es hija de Carlos Alberto Quieto. Su padre fue secuestrado el 30 de agosto de 1976, cinco meses antes de que ella naciera. Recién fue Lucila Quieto cuando cumplió 16 años, porque sus padres no estaban casados y su madre prefirió anotarla con el apellido de soltera, por miedo. Todavía recuerda cuando pasó lista su profesor de Educación Física y le dijo: “¿Quieto? ¿Pero, cómo, vos no te llamabas de otra manera? No me cambiés las cosas”. “Lo que pasa es que cuando yo nací mi papá estaba desaparecido y ahora, después de un trámite, pude tener el apellido de él.” “Ah, como la hija de Scioli, qué divino”, me dijo. Porque justo era el momento en que Scioli había reconocido a su hija. Yo me quedé helada y le dije “No”.
No. La historia del papá de Lucila es un rompecabezas que ella fue armando de a piecitas, minuciosamente. “La terminé de reconstruir hace poco tiempo… Lo único que sabíamos, durante treinta años, con mamá, es que había sido secuestrado, que militaba en Montoneros, en el barrio de Mataderos. Y lo único que sabíamos es que en la casa de la organización donde él estaba habían hecho un operativo que duró tres días, en el que estuvieron la Policía y el Ejército en conjunto, y que de allí secuestraron a todos. Nunca supimos ni adónde había ido, ni en qué lugares había estado, ni conocimos a nadie que lo hubiera visto… nada, nada. Era un agujero.” Cuando en 1995 ingresó a h.i.j.o.s. comenzó a recoger testimonios que fueron iluminando ese hueco. “Hasta que hace tres años fui a Antropólogos Forenses y Maco Somigliana me dice: ´¿Te dije que por los datos que tenemos, posiblemente tu viejo, como estaba en zona oeste Capital, haya estado secuestrado en Superintendencia de Seguridad Federal y luego trasladado al Garage de Azopardo?´”. El Garage Azopardo no es un lugar cualquiera. Es el sitio que registró Lucila en una de esas obras inquietantes: una video-instalación que montó junto a Carolina Golberg para recordarnos qué destino tiene hoy. Si vive en la Capital y tiene que renovar su cédula o sacar el pasaporte, no se preocupe si siente que algo se le desacomoda en el alma. En un síntoma de que su memoria reconoce que fue un campo de concentración.

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