Nota
México: cuando pasó el temblor
La sociedad superó a la autoridad ante un sismo que el mismo día que en 1985, como en una efeméride de catástrofe, volvió a golpear a la Ciudad de México. En todas las calles se ve la respuesta ciudadana ante la pasividad gubernamental, que no sabe cómo hacer para responder, y sólo atina a subirse a caballo de la solidaridad de la gente, que le queda como una máscara impostada. Para los de abajo no hay secreto: basta con saber mirar para el costado.
Por Eliana Gilet de lavaca.org
Fotos de Ernesto Àlvarez
Cae la noche y la sensación dista del pánico de las crisis. La ciudad está agitada, en movimiento, cansada pero de pie. Aunque no hay luz, se mueven con linternas. En las esquinas complicadas los vecinos organizan el tránsito. Los conductores los respetan y esperan el turno del banderazo de paso.

Escuela en la Ciudad de México afectada por el sismo de 7.1 grados.
 Foto: Ernesto Àlvarez
La respuesta de la sociedad mexicana ante el segundo sismo que le cayó este mes rebasó a las autoridades, a los militares, a los medios masivos. Algunos todavía se niegan a aceptar el protagonismo de la gente en el rescate, insistiendo en que la manija de la cosa la lleva la Marina. A pie de calle se ve distinto: en los derrumbes, hombres y mujeres se ubican en filas que descargan los escombros, que van picando otras personas, en esa pirámide trunca que fue un edificio. La prioridad es el rescate de las personas atrapadas, que han sido halladas durante todo el día. Para hacerlo, los voluntarios se meten entre los huecos del derrumbe, afirman con un palo de madera la pared para que no los atrape adentro y van abriendo así una brecha en el desastre.
Hay gente de todas las edades pero la generación post 85 son mayoría, y todos mencionan al sismo que sucedió hace 32 años, aunque no lo recuerden o no lo hayan vivido, como motivo para estar ahí. Su respuesta es verdadera: aquella experiencia se metió en la genética colectiva, se hizo carne y reacción espontánea. Algo se aprendió, dicen los más veteranos, para que ahora la respuesta haya sido ésta, que les enorgullece y les infla el pecho.

Derrumbe en la Ciudad de México por el sismo de 7.1 grados el 19 de sep del 2017.
Foto: Ernesto Álvarez
La aparición de los efectivos del Ejército y la Marina en los derrumbes desarticuló esa organización autónoma hasta que la desplazó. En uno de los edificios de la residencial Colonia Del Valle, minutos antes de las ocho de la mañana del día 20 (tembló el 19, a la una de la tarde) los uniformados desalojaron a los voluntarios, brigadistas y a la prensa que registraba una versión distinta de la oficial que emitían las televisoras; no nos olvidemos de ellas.
Ya al final de la tarde del día del sismo, la autoridad había enviado policías a todos los derrumbes para mantener a la gente a raya en los lugares del desastre (sin que se hubiese suscitado ningún conflicto para ello) hasta que finalmente los sacaron a todos. Al segundo día, los pibes solidarios formaban largas colas durante horas para entrar con su ayuda, pero no se lo permitieron ya.
La gente no se fue, no abandonó el lugar porque creció entre todos una duda que corrió como un rumor: la autoridad va a cortar la búsqueda de los sobrevivientes y comenzará a usar maquinaria pesada para mover los escombros y liberar la vialidad. Así lo denunciaron los vecinos que se mantenían junto al derrumbe de la maquila de ropa marcas New Fashion y Foley´s en la Colonia Obrera. Durante horas no se supo, y no se sabe aún, cuántas personas estaban trabajando cuando el lugar se vino abajo. Un grupo de feministas autónomas documentó que entre las víctimas rescatadas hay por los menos tres mujeres asiáticas. Denunciaron que no se conoce la cantidad de gente atrapada porque no existe una planilla registrada de los trabajadores, lo que las hace sospechar que el resto de las personas atrapadas sean migrantes indocumentadas trabajando en negro y sin garantías. El dueño de la fábrica declaró pérdidas totales y se metió bajo la tierra.
Los que no se metían directamente a sacar escombro acopiaron víveres o replicaron en sus grupos de Whatsapp las necesidades más urgentes en distintos puntos. Como la información que circuló también era falsa o vieja, los usuarios de las redes empezaron a publicar la fecha y hora de sus reportes, o a usar un hashtag simple pero de peso como #Verificado19S.

Elemento de la Policía Federal desaloja civiles durante las labores de rescate en la Ciudad de México.
Foto: Ernesto Álvarez
Desde arriba
Al igual que con el sismo del 7 de Setiembre, que tuvo su centro en el sur del país y afectó mayormente a los estados de Oaxaca, Chiapas y Tabasco, la respuesta del Estado fue llamar a la solidaridad de la gente. Ni para los damnificados de aquel, ni menos para los de éste han soltado un peso ninguno de los niveles de gobierno existentes en México. Su respuesta oficial fue habilitar algunos lugares públicos, como centros deportivos o las casas de las oficinas delegacionales, para funcionar como albergues y centros de acopio de las donaciones ciudadanas, que ellos se encargarían de distribuir entre las zonas afectadas.
Uno de los albergues del sur de la ciudad, en el deportivo Rosario Iglesias, está rebosante de gente que ayuda a descargar autos y camionetas que llegan cargados de donaciones. Todo el hall central y un gran salón del costado están llenos de víveres. En la parte de atrás del deportivo, está el albergue. Apenas tres familias están allí, a pesar de que el lugar es enorme. Esto se repite en la mayoría de los que montó el gobierno de la ciudad: están vacíos. Por un lado, eso responde a que dos de las zonas más dañadas, las delegaciones Cuauhtémoc y Benito Juárez, son zonas centrales y codiciadas, donde vive gente con un poder adquisitivo que no necesita a dónde ir. Por otro, la gente cuyas casas no han caído, no se anima a abandonarlas.

Mujer en la Ciudad de México, quemada por una explosión de tanque de gas durante el sismo.
Foto: Ernesto Álvarez
A menos de diez cuadras del albergue, una cuadra de casitas de chapa y pasillos laberínticos, el barrio Las Cabañas, dónde la gente está instalada en la vereda desde que tembló. En una de las casas de la esquina explotó un tanque de gas en el momento del sismo y dejó heridas a varias personas, entre ellas dos niños menores de tres años y su mamá. La tía, la señora Guadalupe, también sufrió la explosión y está acostada en una carpa en la vereda, toda vendada, mientras dice que el médico le dijo que no tenía quemaduras graves y que podía irse a casa.
Otros vecinos de la misma cuadra reclaman que nadie ha venido a saber de ellos, principalmente que no han llegado los técnicos de Protección Civil para que certifiquen si sus casitas sencillas son habitables. Como hubo una fuga de gas, no han podido guisar, dice Micaela, una de las vecinas. A esa cuadra no ha llegado nada de los tantos acopios ciudadanos que el gobierno concentró (y hay uno a diez cuadras) ni tampoco los de la Cruz Roja. En la tarde del segundo día, dos médicos de la Delegación Coyoacán habían llegado al campamento improvisado, en donde ancianos duermen en la calle y decenas de niños corretean por ahí. Sólo tienen capacidad de dar atención primaria, explicó la doctora Claudia Gómez, y vacunar contra el tétanos que amenaza a la gente que convive sin agua corriente.
Mientras hablamos en la vereda y sobre nosotros se apilan unas nubes que cargan la lluvia que no ha caído en dos días, en la televisión se sigue paso a paso el rescate de la niña Frida Sofía, en una escuela primaria privada derrumbada a pocas cuadras de dónde conversamos. Micaela dice que uno de sus hermanos se fue corriendo a prestar ayuda a esa escuela, llamada Rébsamen, en cuanto oyó que había niños atrapados. Ahí también la Marina desalojó a todo el mundo y desde ese momento, el tema se convirtió en el centro de la atención de las televisoras, que transmitieron en vivo, día y noche, desde el punto del rescate. Se había anunciado que la niña estaba a salvo junto a otros cinco compañeritos, estaba su nombre, testimonio de sus padres y la decisión del Secretario de Educación Pública de ser parte del grupo que entrara a rescatarla. Ahí se concentró toda la ayuda oficial, hasta que la propia Marina -que era la fuente de esa información – anunció que todo era falso.
No hay niña atrapada: todo fue un montaje melodramático que sirvió como escenario para que la autoridad desplegara una eficiencia inexistente; y que desnudó, como nunca, el maridaje que tiene el poder con las empresas televisoras, a las que ya no les cree nadie.

Médicos de la Ciudad de México en el Hospital 20 de Noviembre atienden víctimas del sismo de 7.1 grados.
Foto: Ernesto Álvarez
Ese maquillaje descarado de la realidad reforzó la distancia entre la demagogia oficial y la respuesta genuina y espontánea de la gente. Quienes, uno tras otro, exaltan la solidaridad como parte de una identidad que los mexicanos han creado para sí mismos, a pesar de sus gobiernos.
Como dijo Italo Calvino: hay que buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.
Mientras escribo estas líneas apuradas para volver a salir, la vecina de junto, la China, viene a golpearme la puerta. Trae un plato de arroz rojo en las manos, que preparó para llevar a los voluntarios del rescate en la maquila de la Obrera, a pocas cuadras de dónde vivimos. Se lo rechazaron porque le dijeron que ya tenían comida suficiente. Entonces ella regresó y repartió su arroz entre los vecinos. Estaba riquísimo.

Población civil durante derrumbe en la Ciudad de México por el sismo.
Foto: Ernesto Álvarez
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
 
  Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
Nota
Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

Nota
La Ley del Cáncer: avanza un proyecto que permite fumigaciones con agrotóxicos a 10 metros de viviendas

Una Ley Nacional que proviene del sector del agronegocio avanza en la Cámara de Diputados, impulsada por la UCR y la Coalición Cívica. Se trata de la norma que regula, entre otras cosas, la aplicación de agrotóxicos. El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas. La primera reunión informativa contó solo con oradores promotores de la iniciativa y solo dos voces críticas; crónica de esa reunión y la opinión del médico Damián Verzeñassi, la enfermera del Garrahan Meche Méndez, el abogado Marcos Filardi y Sabrina Ortíz, vecina fumigada y abogada que acaba de presentar un escrito para convocar a audiencias públicas y foros de debate para evitar que se apruebe esta Ley que prioriza el negocio a la salud social y medioambiental. FRANCISCO PANDOLFI
Esta semana se presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley nacional “de presupuestos mínimos de protección ambiental para la aplicación de productos fitosanitarios”. Es decir, de agrotóxicos.
El proyecto fue escrito por la Red de Buenas Prácticas Agrícolas, integrada por más de 80 instituciones públicas y privadas vinculadas con el agronegocio, y dentro del recinto encabezan la iniciativa los diputados Atilio Benedetti (UCR – Entre Ríos), presidente de la Comisión de Agricultura en la Cámara de Diputados, y Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica). La nueva norma ya cuenta con el acompañamiento de 32 legisladores, entre un abanico variopinto que engloba a La Libertad Avanza, Unión por la Patria, UCR, PRO, Coalición Cívica, Encuentro Federal, entre otros partidos.
El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas.

Exposiciones sin consenso
El martes pasado se llevó a cabo una primera reunión informativa en la cual las y los oradores sólo fueron personas, organismos y corporaciones a favor de la iniciativa.
En la comisión conjunta realizada entre Agricultura y Ganadería y Recursos Naturales y Conservación de Ambiente Humano hubo entidades gubernamentales, de productores, de ingenieros agrónomos, de acopiadores, de empresas de tecnología agropecuaria y ONG a favor de la ley. Maximiliano Ferraro expresó que “el proyecto no tiene una mirada sectorial”. Y que “nace de un diálogo. Un diálogo y consenso, que podemos ampliar”.
Sin embargo, se dijo, no hubo invitaciones a voces disonantes.
Las únicas dos ponencias que no se alinearon al lobby de la producción con plaguicidas fueron el diputado Juan Carlos Giordano (Izquierda Socialista – FIT Unidad) y su par Blanca Osuna (Unión por la Patria). Dijo Giordano: “Deben darle espacio a quienes estamos en contra de esta ley. Hay una lista de un montón de organizaciones que quieren venir a exponer las barbaridades que ocurren por el uso de agrotóxicos. Fumigar a 10 metros de ninguna manera puede ser una buena práctica agropecuaria”. Dijo Osuna: “Es indispensable escuchar voces de otros sectores, estamos en falta si no. Los expertos científicos deben estar acá, están ausentes en este proyecto. Primero debe estar la salud, luego la producción”.
La evidencia del modelo
Tras el encuentro del martes, distintos actores se manifestaron en contra del proyecto. Damián Verzeñassi es médico generalista y es el director del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario, desde donde se hicieron desde 2010 a 2019 más de 40 campamentos sanitarios en diversos pueblos de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba para relevar puerta a puerta la situación de la salud en localidades fumigadas. ¿Qué demostraron esos resultados? Que en las comunidades rurales se multiplicaban los trastornos endócrinos, los abortos espontáneos, las malformaciones y el cáncer. Opina Damián: “Si se aprueba esta ley permitiría que se fumigue a 10 metros con productos que pueden generar cáncer de mama, cáncer de tiroides, alteraciones endocrinas en las glándulas, disminución de la capacidad de nuestro sistema inmunológico de defendernos. Por ejemplo, el herbicida atrazina está prohibido en 37 países, pero en Argentina está autorizada. Este tipo de cosas avala la ley que quieren aprobar”.
Sin embargo, el diputado por la Libertad Avanza Pablo Ansaloni, que proviene de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE) dijo en la reunión informativa: “Desde nuestra actividad, que la vengo ejerciendo durante 30 años, manipulamos el cereal y estamos en contacto todos los días con el fitosanitario. Podemos dar fe que no tenemos ningún enfermo”.
Meche Méndez es enfermera de Cuidados Paliativos del Hospital Garrahan y desde hace años viene dando una pelea (casi en soledad) para que exista una historia clínica ambiental que pueda demostrar la relación de los agrotóxicos con las enfermedades. Le dice a lavaca: “El sistema de salud sigue sin considerar el daño, en muchos casos irreparable, que los tóxicos utilizados desde hace décadas en el modelo extractivo están produciendo en el ambiente, los territorios y por ende en los cuerpos de quienes los habitamos, atendiendo los síntomas y/o la enfermedad una vez producida, pero sin asociarlo cómo posibles causa”.
Sobre el proyecto de ley, analiza Méndez: “Sólo puedo compartir mi absoluto rechazo. Ya está comprobadísimo por la ciencia sin conflicto de interés que la deriva (movimiento de plaguicidas en el aire) no tiene control, que los venenos enferman y matan. Necesitamos medidas aún más protectoras de las que tenemos actualmente y sobre todo dejar de usar esos tóxicos. Hago un llamado urgente a los profesionales de la salud, a las sociedades científicas supuestamente comprometidas con la salud y el ambiente a que se expidan y rechacen esta posibilidad criminal de echar venenos a 10 metros”. Remata: “Se sabe que produce cáncer, malformaciones, daños genéticos, un montón de enfermedades y síntomas. Esto no puede salir de la Cámara de Diputados”.
María Luisa Chomiak, de Chaco, es la única diputada de Unión por la Patria que acompañó con su firma este proyecto. Argumentó: “Lo suscribí porque se necesita tener esta discusión. Toda iniciativa es perfectible y no hay nada más importante que la salud. Si se prioriza esto, celebro que estemos discutiendo este tema”. Sin embargo, en el proyecto no figura que la reducción de las distancias va en sentido contrario al principio de «no regresión en materia ambiental» que establece la Ley General de Ambiente y tratados internacionales como el Acuerdo de Escazú. Ni tampoco informa las pruebas científicas ya demostradas sobre la consecuencia de los plaguicidas: desde los efectos letales del glifosato en embriones anfibios, constatado por el ex titular del Conicet Andrés Carrasco, hasta los estudios de Delia Aiassa en la Universidad de Río Cuarto sobre daño genético, que comprobaron el riesgo aumentado de contraer cáncer. A partir de estas investigaciones hubo fallos judiciales en distintos puntos del país prohibiendo las fumigaciones terrestres a menos de 1.095 metros y las aéreas a menos de 3.000.
Antecedentes que enferman
Una de esas localidades es Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires. Allí vive Sabrina Ortiz, una de las tantas personas que se enfermó por agrotóxicos. Perdió un embarazo de casi 6 meses y tuvo dos ACV. Sabrina tiene una particularidad notable: como no encontraba abogados que la defendieran, estudió Derecho y se recibió. Fue amenazada; le mataron a su perro como amedrentamiento. Después de años de denuncias y estudios científicos, la Justicia federal confirmó que el 3 de diciembre de 2025 comenzará el juicio oral contra tres productores agroindustriales por delitos de contaminación ambiental, según la Ley de Residuos Peligrosos (N° 24.051). En la causa se documentaron daños a la salud vinculados a la exposición crónica a sustancias como glifosato, atrazina y clorpirifós.
Sabrina, junto a varios colegas, acaba de presentar un escrito colectivo de abogadas y abogados de Pueblos Fumigados en donde solicitaron a las presidencias de las comisiones de Agricultura y Ganadería y de Recursos Naturales de la Cámara de Diputados de la Nación que convoquen audiencias públicas, foros y videochats de debate antes de tratar el proyecto de ley.
Marco Filardi es abogado especialista en derechos humanos y temas ambientales y es parte de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA. Le dice a lavaca: “Esta norma manda un mensaje a todas las provincias de que este (10 metros fumigación terrestre y dron, y 45 metros aérea) es el estándar mínimo, el piso ambiental y eso no lo podemos aceptar. Gran parte de nuestra población está expuesta cotidiana, sistemática y estructuralmente a la aplicación de más de 7.000 formulados comerciales con autorización vigente por el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) en una cantidad de más o menos 500, 600 millones de litros de agrotóxicos al año. Tenemos el triste privilegio de ser el país que más agrotóxicos por persona y por año usa en el mundo y los resultados están en los cuerpos, están en los territorios”.
Desde los impulsores de la iniciativa no contactaron a científicos, ni profesionales de la salud, ni abogados, ni a ninguna de las organizaciones ambientales. Como por ejemplo la coordinadora “Por una vida sin agrotóxicos Basta es Basta”, de Entre Ríos, que se moviliza todos los martes desde 2018 frente a la Casa de Gobierno en Paraná. “La ley nacional es un ‘copy-paste’ de la que ya tenemos acá, aprobada a finales de 2024 y en la que habilitan fumigar a 5 metros de los cuerpos de agua, a 10 de las plantas urbanas y a 15 de las escuelas rurales. Ellos se amparan en las buenas prácticas agrícolas sin basarse en ninguna evidencia científica, a diferencia de todos los trabajos publicados en Argentina y en el mundo donde se demuestra el impacto que tiene el uso de los venenos sobre la salud y los ecosistemas, más allá de la dosis y la distancia. Lo que genera el daño es la presencia del veneno y si hay evidencia científica ya está: no hay más que hablar”.

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