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Agro-lógicas: producción y alimentación sanas
MU en Guaminí. En un país asediado por contaminación, crisis climática y enfermedad, la agroecología propone otras lógicas que revelan que el modelo agrotóxico es anacrónico. El crecimiento exponencial en lugares como Guaminí, donde se cerró el Mes de la Agroecología, muestra cómo la rentabilidad se combina con la ética, la alimentación sana y la recuperación de los campos. De 100 hectáreas en campos grandes pasaron a 5.000 y la producción local de alimentos creció 3000% en dos años. Cómo cambiaron las vidas y las miradas de la gente que eligió construir grupalmente su propio destino. Por Sergio Ciancaglini.
La utopía tiene buena prensa. Y la peor.
Desde que se le ocurrió la idea de su libro en 1516 a don Tomás Moro (pensador inglés, escritor, santo, poeta, profesor, juez, abogado y canciller de la monarquía, entre otros empleos temporarios), el concepto se refiere al diseño de una sociedad ideal.
El diccionario define a la utopía como un “plan, proyecto, doctrina o sistema deseables que parecen de muy difícil realización”. Segunda acepción: “Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”. A Tomás Moro, por determinadas rebeldías, le podaron las representaciones imaginativas en 1535 mediante un mecanismo tajante: fue decapitado.
El concepto de utopía quedó vigente. El propio Moro planteaba en su libro que esa sociedad ideal no podría existir nunca. De hecho, utopía significa “no-lugar”, “lugar que no existe”: una sociedad colaborativa, armónica y acaso feliz, que a la vez es irrealizable porque tales perfecciones son imposibles en estas vidas imperfectas, de tan humanas, que nos toca transitar.
Muchos progresismos se aferraron a las utopías, resultando en términos deportivos un gol en contra: al calificarlas así plantean desde el arranque, sin decirlo, que esos sueños son inalcanzables. Del otro lado de la grieta quedan los autopercibidos “científicos”, “técnicos”, “realistas” & afines, que tienden a tachar como utópica cualquier idea nueva que signifique una mejora práctica que no les conviene.
Estas extrañas asociaciones me surgieron observando acelgas, lechugas y berenjenas. Y recorriendo campos junto a personas hospitalarias y divertidas dedicadas a la agroecología, a la que hay quienes describen como utopía para ensalzarla, y otros para ningunearla.
Tales encuentros no ocurrieron en un “no lugar”, sino en un lugar llamado Guaminí, en el oeste bonaerense, que parece una representación imaginativa diseñada junto a la Laguna del Monte, una de las Lagunas Encadenadas que –de tan grandes y bellas– parecen un mar en el medio del continente con la otra orilla a 9 kilómetros, casi en el horizonte.
Sorpresas encadenadas
Guaminí ha hecho un largo camino de hallazgos sorprendentes y nada utópicos en sus territorios y, al final, lo que estaba más cerca y no se veía: la propia mesa. La historia puede comenzar con un vecino, biólogo y doctor en Recursos Acuáticos Renovables llamado Marcelo Schwerdt. Fue director de Medio Ambiente de la municipalidad desde 2008 durante una gestión que aliaba a radicales y vecinalistas. Le preocupaba la contaminación de las aguas y lagunas, y tuvo ideas encadenadas. “Nos lanzamos a hacer una ordenanza municipal para evitar la contaminación y regular el uso de agroquímicos”. Usaron entre sus fundamentos un trabajo de la Escuela Secundaria nº 4. Sus estudiantes adolescentes detectaron sin dificultad lo que el Estado y las universidades, por ejemplo nunca habían investigado: el uso desaprensivo de venenos. En 2011 cambió el gobierno, ganó el Frente para la Victoria y mantuvo a Schwerdt en el cargo, pero la ordenanza seguía cajoneada incluso en 2014. Se organizó una conferencia con el ingeniero Marcos Tomasoni, de la campaña Paren de Fumigarnos de Santa Fe. Schwerdt: “Contó que la deriva de los agrotóxicos no se soluciona con 100 ni con 1.000 metros, sino que se han detectado en lugares como la Antártida y el Sahara, donde jamás se aplicaron, por el modo en el que permanecen en la atmósfera”.
Visitó Guaminí el doctor Horacio Lucero de la Universidad Nacional del Nordeste, Chaco, describiendo los daños genéticos en zonas fumigadas, malformaciones de recién nacidos, abortos espontáneos, cáncer, disrupciones hormonales. El científico Damián Marino, de la Universidad de La Plata, informó sobre la presencia de pesticidas como glifosato y atrazina hasta en el agua de lluvia, en la zona de Guaminí. Otra conferencia acercó al ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá: “Agroecología, una posibilidad de producir con menores costos, rendimientos similares y menores riesgos”. Habló frente a los agricultores de no menos de 50 o 100 hectáreas, que lo escuchaban con amable escepticismo. Pero hablaban el mismo idioma. Cerdá explicó lo que significa la agroecología como diseño y estilo de la producción. Contó lo que propone con respecto a las malezas. “Las promesas de los últimos años no se cumplieron, cada vez se usan más agroquímicos y resulta que pasamos de no tener malezas a tener más de 30 que son resistentes al paquete tecnológico”. Contó que cereales como la avena, el trigo y el sorgo, por ejemplo, se consocian con leguminosas como la vicia y el trébol rojo que fijan nitrógeno y fertilizan el suelo. Se va dejando sin espacio a las malezas o se las integra al proceso, el suelo queda cubierto, húmedo, enriquecido, con un complemento posible en la ganadería. Mostró los números de un campo emblemático, La Aurora, de Juan Kiehr, en Benito Juárez. Por ejemplo: los costos directos (al no comprar insumos) eran un 65% menores. El margen bruto (ganancia), un 40% mayor. El retorno por cada dólar invertido, 1,13 para los campos agroquímicos, y 5,15 para La Aurora (un 350% más).
Todo esto sin contar los beneficios para la salud y ambientales.
Un puñado de productores se quedó conversando y acordaron el asesoramiento de Cerdá para dar los primeros pasos de la transición. Viajaron a La Aurora, a la Granja Naturaleza Viva de Santa Fe, y tomaron la decisión: empezaron a probar qué ocurría si hacían agroecología sumando entre ocho agricultores unas 100 hectáreas.
Resultado: un año después eran casi 1.000 las hectáreas agroecológicas, y actualmente llegan a 5.000. Las cosechas de trigo pasaron de tener rendimientos de 2.800 kilos por hectárea, a 4.300, sin usar ni uno de los insumos químicos que las corporaciones y las facultades de Agronomía sostienen que son indispensables para producir.
En ese grupo original estaban el ingeniero Norman Best y su compañera, la bioquímica Cecilia Aguier, que apostaron por abandonar las neurastenias urbanas y hoy combinan la serenidad por un campo “mucho más rentable” con la alegría de haber tomado una decisión que les cambió la vida y el entusiasmo.
Rafael Bilotta, ex integrante de Aapresid, la asociación de siembra directa que promueve el agronegocio transgénico: “Empecé con 30 hectáreas y terminé haciendo todo agroecológico. En Aapresid solo se pensaba en producir más, sin pensar el modo. Pero encima, en los números, el margen da a favor del productor agroecológico” dice este hombre que no hizo la transición a la agroecología por razones utópicas, pero que siente que le mejoró no solo la economía.
Estaban también en el grupo el tambero Mauricio Bleynat; Atilio Schwerdt (el padre de Marcelo, que calcula que en sus 40 hectáreas se está ahorrando 5.000 dólares anuales de costos de agrotóxicos “y encima no jodo al campo”); el productor Martín Rodríguez (que empezó creyendo que esto era una cuestión de hippies y hoy es un motor del Centro de Educación Agraria 20 que está difundiendo y ampliando la agroecología en toda la región); Hugo Benito (“ganamos también paz, la paz es un derecho”); Fabián Fato Soracio (afinado productor, fértil guitarrero, define como “agro-oncológico” al modelo actual); Ana Alberdi de Coronel Suárez quien con su pareja Matías Corzo cultiva trigo, avena, sorgo, cebada, centeno, maíz, girasol y decidieron este cambio de vida a partir de tres preguntas inquietantes:
– ¿Qué nos estamos metiendo en la boca?
– ¿Con qué alimentamos a nuestros hijos?
– ¿Cómo estamos viviendo?
Mientras el grupo se afianzaba se dictó la ordenanza regulando el uso de plaguicidas. Schwerdt: “Vista hoy es ridícula, porque solo plantea 300 metros de distancia y 700 de amortiguación. Mi posición es la del doctor Damián Marino: la distancia ideal para los agrotóxicos es el infinito”.
Guaminí, además, participó como puntal de la fundación de la RENAMA, la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología que impulsó Eduardo Cerdá y hoy preside el propio Marcelo Schwerdt. Fue la sede, en este noviembre de 2021, del cierre del Mes de la Agroecología.
Se agrandaron las lechugas
En 2017 Schwerdt renunció al empleo municipal, un tanto hastiado de empantanarse en burocracias. Pasó a conducir el Centro de Educación Agraria 20, con ideas de siembra educativa. “En uno de esos pocos días de lucidez que se tienen cada tanto, nos dimos cuenta de que estábamos con la agroecología extensiva, en campos grandes de pastizales y cereales, pero resulta que todos los alimentos del pueblo había que traerlos de afuera, porque aquí no se producía prácticamente nada. Eso era muy poco agroecológico”, cuenta con ojos asombrados.
El CEA se lanzó a la agroecología intensiva en 2019: “Hicimos una huerta de media hectárea y un invernadero a pleno. Tenemos ajo, remolacha, acelga, apio, cebolla, cebolla de verdeo y cebollín, rúcula, kale, porotos, tres variedades de lechuga y todo lo que te imagines de cultivos de invierno, y en primavera agregamos berenjena, morrón, tres variedades de tomate, zapallo de todas las clases, maíz, y todo sin uso de químicos. También crían patos, gansos, conejos, gallinas ponedoras, ovejas, cerdos, siempre criados agroecológicamente”. En 2019 otro intendente, José Augusto Nobre Ferreyra (FdT) le ofreció a Schwerdt ser secretario de Turismo y Patrimonio. Pidió agregar Desarrollo Rural Sustentable: lo logró. “Eso me permite trabajar en lo que hacía, y colaborar para que todo esto siga creciendo”.
La movida nutritiva empezó a incluir a posibles productores de alimentos: “Se logró algo similar a lo de los campos extensivos, donde pasamos de 100 a 5.000 hectáreas. En horticultura intensiva empezamos desde la casi nada, pero ya hay 12 hectáreas de cultivo de alimentos con proyección a 20 muy pronto”. Transición: de menos de 10 toneladas de alimentos en 2019 se pasó a 100 en 2020 y 300 toneladas en este 2021 (3.000 % más que en el arranque).
Entre los productores está Miriam Mori, en Arroyo Venado, a 15 km de Guaminí, cocinera profesional: “Parece que me salen bien las tartas, pero me dedico a la huerta que me cambió la vida” dice recorriendo esos lotes junto a MU. “Hace tres años sacábamos lechugas de 200 gramos. Hoy son de 800 gramos. Se agrandaron las lechugas y nos agrandamos nosotros sin utilizar químicos ni fertilizantes. Estamos re contentos” anuncia por ella y por su marido, Javier Basualdo.
El impulso municipal les permitió pasar de un cuarto de hectárea a dos. “Ahora ya no cultivamos solo para los 70 habitantes de Arroyo Venado sino que vamos a ferias y verdulerías de distintos pueblos. Estamos trabajando para que lo agroecológico aparezca diferenciado en las verdulerías porque cada vez más la gente quiere este tipo de alimentos. Se agrandó también la soberanía alimentaria” explica Miriam, mamá de Álvaro (17), Guadalupe (15) y Matilde (10). “Todos colaboran con la huerta. Es que si te gusta lo que hacés no es un peso. Se va encontrando un equilibrio. Yo creía que había que usar plaguicidas para el gramón, para las hormigas, para todo, hasta que aprendí que no es necesario y esto también nos tranquiliza como personas, por nuestra salud, y por nuestros hijos”.
Dice que ahora hay diversidad, con corredores de plantas para que las posibles plagas de insectos tengan de qué alimentarse. “Si encuentran todo fumigado y pelado, se van a comer tu cultivo. Si dejás de hacer todo eso, vimos que las cosas salen mejor y te evitás todo el veneno”.
Hablemos de plata
¿Será una imprudencia consultar cuánto están ganando? “En invierno fueron unos 75.000 pesos por mes, con pocos productos. En verano es mucho más: se duplica o triplica. Y haciendo algo que a la vez es lindísimo”. También hay una parte de inversión: “Hace dos años teníamos apenas 300 plantas de tomate, ahora compramos 2.000 plantines, 1.600 de morrones, otros 1.600 de berenjenas, y eso nos llevó unos 70.000 pesos, pero los generamos con la huerta y todo eso después se reproduce como ventas”.
Los precios de las verduras agroecológicas son los mismos o menores a los del resto del mercado: “Queremos que todo el mundo tenga acceso a estos alimentos. La gente los empieza a reconocer. La vez pasada me decían: ¿qué le echaron al tomate, que está espectacular? Y la realidad es que está espectacular porque no le echamos nada”. Conviene recordar que las verduras tratadas con fertilizantes sintéticos y plaguicidas pierden sabor justamente por el tipo de tratamiento al que son sometidos los suelos. Los alimentos agroecológicos mantienen en cambio los nutrientes de los cultivos, y su sabor (ver nota en MU 157: “Cómo como”).
Cuenta esta mujer de sonrisa espontánea que todo es aprendizaje. “Usamos purines de ortiga y no sabés los resultados. No es difícil. Y es hermoso. Vemos todo lleno de lombrices: para nosotros ese es la demostración de un suelo vivo”.
Una huerta = ocho empleos
Patricio Hernández sonríe desde las alturas: mide 1,94. Él y su esposa Loren Sotelo, paraguaya instalada hace 15 años en Argentina, tienen tres hijos y un récord: la producción de huerta agroecológica les permitió abandonar definitivamente ocho trabajos: Patricio, en un estudio contable y dos oficinas más, lo que le llevaba entre 10 y 12 horas diarias; Loren, limpiando en cinco casas de familia. “Estuve 15 años trabajando en contabilidad pero hacía mi huerta en el patio de mi casa. Pudimos ir aprendiendo y hoy tenemos 3.000 metros cuadrados aquí en el pueblo. Los vecinos me fueron dando baldíos abandonados, de 20 x 50 metros. Los recuperamos, y tenemos la huerta del pueblo. En el campo alquilamos casi 3 hectáreas más intensivas, con toda la producción a cielo abierto. Acá en el pueblo gracias a Dios hemos ido armando invernáculos. Entonces de la huerta familiar pasamos a una producción mucho mayor”.
Patricio solo lamenta algo, a los 37 años: “¿Por qué no habré hecho esto 5 años antes y me sacaba los otros trabajos de encima? Por donde lo mire, esto es algo que me cambió la vida, incluyendo la tranquilidad, lo que se disfruta, y encima lo económico”. Loren: “Lo de limpiar casas me lleva medio día, y ya no me sirve. Quiero dedicarme a esto, la gente está muy entusiasmada y necesitada de comer alimentos sanos” dice llevando un cajón de lechugas deslumbrantes. Lo que no abandonó Patricio es su función como bombero voluntario en Guaminí. “Lo tomo como una responsabilidad ante el pueblo. Mi viejo fue bombero, y mi hija mayor ya está por sumarse”.
Paradoja agroecológica: no ve el trabajo como un trabajo. “Estás contento, con la tierra, de golpe pasás más horas con esto, pero acá no están los nervios, la mala cara del trabajo. Pusimos góndolas y vendemos en el comedor de mi casa. Repartimos en los negocios del pueblo y también bolsones de verdura, que están medio de moda. Llegamos a varios pueblos y ciudades, tanto a familias como a negocios y verdulerías. En plata hemos hecho 145.000 mensuales de ganancia limpia para nosotros en invierno. Pero es la parte baja: en verano es el triple. Buscamos cantidad y calidad con un precio que a la vez sea muy accesible. Si en los negocios tenés la verdura a 80 pesos, ponele, nosotros la vendemos a 40 o 50”.
No valora Patricio solo lo económico: “Lo principal es la tranquilidad mental, hacer las cosas con todo el grupo de producción y saber que frente al negocio de los agrotóxicos, acá estamos haciendo la cosas bien”. En el grupo también está Nicolás Porchilote, 25 años, que empezó con 20 metros x 40 y ya pasó a 3 hectáreas en el campo de su padre. “Me gusta lo grupal, lo sano, y la entrada económica es muy buena”. Diferencias: “Lo que comprás en una verdulería parece de telgopor. Acá tenés verduras con jugo, con sabor, la gente lo está pidiendo porque hay un cambio de mentalidad. Estamos comiendo alimentos que hacen muy mal. Es la realidad. Hay que producir y comer otro tipo de cosas. La gente tiene que buscar y nosotros tenemos que acercarle esos alimentos, porque así se genera conciencia y además un mercado”.
El salto agroecológico en alimentos tuvo que ver también con el contacto con el ingeniero agrónomo Walter Tejada (le dicen Juje, de puro jujeño), que desde el Ministerio de Desarrollo Agrario bonaerense impulsa desde hace 10 años el crecimiento de la horticultura intensiva y formó la Red Hortícola Ecológica de la RENAMA. “Esto es un desarrollo de la periferia al centro. En el oeste y norte de la provincia hemos reunido ciudades, pueblos y localidades que ya suman 250 hectáreas de producción de alimentos en Junín, Rojas, General Viamonte, Bragado, Bolivar, Daireaux, Pigüé, Saliqueló, Rivadavia, General Villegas, Ameghino, General Pinto, Lincoln, Tres Lomas, Pehuajó, Yrigoyen, Carlos Tejedor, entre otros. El agricultor sabe que la manipulación de agroquímicos es violenta, que genera enfermedades, muertes, y empieza a buscar otra relación de producción y de comecialización. Es algo desde abajo, porque en 10 años no hemos tenido ninguna participación ni acercamiento de las facultades argentinas. Sí de México, donde hemos dado cursos a productores de más de 12 municipios. De 36 facultades de agronomía en el país, solo dos tienen a la agroecología como materia obligatoria de su currícula”.
Lo que recibe el consumidor: “Los precios son mucho más accesibles, verdura de alta calidad que llega a estar a 2/3 de precio o menos que la otra”.
La clave productiva: “Pasar de la huerta hogareña a la horticultura intensiva agroecológica, mediante mecanismos de producción escalonados que permiten que no haya baches y siempre se pueda estar produciendo. Es la llamada escalera boliviana: primero siembran hortalizas rápidas como rúcula, achicoria, rabanito que se cosechan en 20/25 días con un ingreso constante; luego hojas de mayor tamaño como lechuga, acelga y remolacha que llevan de 30 a 60 días con mayor entrada de dinero; un tercer escalón de frutos (tomate, berenjena, pimientos) sin dejar de hacer nada de lo otro. El resultado es inclusión social gracias al sistema que trajeron desde Bolivia, donde la gente es muy sabia y logra implementar rápidamente técnicas e innovaciones”. Para Walter “esto también es parte de una nueva conciencia social sobre la alimentación. Pero es también un sistema que incluye lo familiar, lo social, lo cultural y principalmente lo ambiental. Lo productivo es un plano que puede correr paralelo, pero todo lo otro también tiene una importancia central”.
Aplauso para el asador
Otro encadenamiento agroecológico apunta a una novedad: la posibilidad cada vez más cercana para quienes consumen de acceder a carne agroecológica. En Guaminí, Jorge Themtham, productor de Treinta de Agosto (a 84 km) y miembro del grupo Suelo Vivo, que integra la RENAMA, cuenta el acuerdo con la UTT (Unión de Trabajadoras y Trabajadores de la Tierra): “Comenzamos la venta al público de carne de animales criados a pasto, agroecológicamente en la carnicería de la UTT en Sarandí. Hace meses veníamos conversando, nos hemos reunido, y ya en este fin de noviembre se inauguró esa modalidad. Van a vender al público y también envasar al vacío para ofrecer en sus distintos mercados”. ¿Diferencia de la carne agroecológica? “Es mucho más sabrosa, no tiene ese gusto a cerdo, o a chiquero, de la carne de feed lot. Tiene una coloración más roja y la grasa tiene una tonalidad amarilla. Lo bueno es que se va a vender además a un precio justo, porque nos evitamos mandar a rematar la hacienda al Mercado de Liniers. Estamos muy entusiasmados, puede representar un cambio grande para la producción y también para la gente”. En la propia Guaminí, Norman Brest tiene una remera blanca con un escudo: Asociación Grassfed Argentina – Regenerando suelos. “Es una creación de hace un par de semanas como entidad sin fines de lucro, para ir encontrando formas de difundir y comercializar la carne criada a pasto, y romper el mito de que la ganadería contamina. Los que contaminan el planeta son los feed lots, además de todo lo que afectan a la salud animal y humana. Y yo me sumé con la idea también de que la carne de alta calidad tiene que mantener un precio accesible a la gente, y que sepas lo que estás comiendo. Acá si hacés las cosas bien te dejan más solo que loco malo. Lo que nosotros queremos es revalorizar esta producción, regenerar suelos y que todas las familias tengan acceso a alimentos sanos”.
La lógica del presente
Eduardo Galeano decía: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
Tomando esa bella imagen, puede confirmarse que la agroecología también sirve para caminar: llevo varios pares de zapatos gastados en recorrer estos campos increíbles durante los últimos años.
Pero la agroecología, al revés que la utopía, no es algo que se aleja, sino una realidad práctica que no solo se acerca sino que está aquí, en el presente, en el suelo, en lo que se produce y en lo que (a veces) comemos. Conviene recurrir nuevamente a la creatividad de Fabián Soracio, quien pergeñó el concepto del “modelo agro-oncológico” pero además, en este viaje a Guaminí, me ilustró con otro hallazgo: “Somos agroecológicos, pero sobre todo somos agro-lógicos”.
Otro neologismo inolvidable: la agro-lógica, para entender Guaminí y cada milímetro dedicado a la esta forma de producción. El sentido común como observación y capacidad de transformación de la realidad, de suelos y de lugares concretos. La visión agro-lógica que calladamente plantea respuesta y propuesta a temas laborales, ambientales, personales, sociales, económicos, territoriales, de salud, éticos, planetarios.
En el cierre del Mes de la Agroecología, Guaminí recibió entre los visitantes a uno de los pioneros de la actividad, Juan Kiehr, joven clase 1943, quien me plantea su hipótesis: “Esto no es una opción. Es la solución”.
La agroecología, en ese caso, sería una noción que no decapita sino que reinstala cabezas y recupera corazones. Parece capaz de desplegar proyectos, deseos y realidades fértiles. Se aleja de una cultura bastante zombi y resignada de pensamiento que tal vez sea, además de enferma, anacrónica.
Marcelo encadena el argumento en términos prácticos, científicos y también nutritivos. “Creo que se está demostrando que se pueden hacer las cosas bien. Le estamos encontrando el agujero al mate”.
Los datos fértiles de Guaminí
- De 100 hectáreas agroecológicas en 2014 pasaron a 5.000 en 2021.
- Producción de trigo: 2.300 kilos por hectárea en los campos agroquímicos, 4.800 en los agroecológicos.
- Instalaron un molino, La Clarita, de harina integral agroecológica. Por el éxito, se abrieron otros 9 molinos similares en la zona, convertida en polo harinero. Los productores ganan entre 5 y 10 veces más que vendiendo a molinos convencionales.
- Horticultura: en 2019 había menos de 10 toneladas de alimentos cultivados en la región. En 2021 se han organizado 10 productores que llegan a 300 toneladas (3.000% más) en 13 hectáreas, que pronto serán 20. Ya pueden abastecer al 25 o 30% de la demanda de verduras en Guaminí.
- Con productores de la zona y de Treinta de Agosto, se lanza la venta de carne de animales criados a pasto, en contacto con la UTT que así inauguró su primera carnicería agroecológica.
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