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Fraguando el futuro: Marcelo Schwerdt y la mirada agroecológica
Menos productores, concentración de tierras, pérdida de fertilidad, contaminación ambiental, empobrecimiento social: evidencias del fracaso del modelo agropecuario extractivo. Mientras tanto, la agroecología crece en más de 200.000 hectáreas del país y crece también en términos de producción de alimentos. Desde Guaminí, la experiencia que reúne producción sana y producción accesible para la comunidad. La actitud frente a la violencia oficial, y reflexiones de quienes cultivan: lo diverso, la rentabilidad y la paz mental. Por Sergio Ciancaglini.
Hace un par de lunas la mendocina Guni Cañas dijo en MU: “Todo el tiempo estamos asombrados de cómo crecen la derecha y el odio, pero también nos podemos asombrar de cómo siguen creciendo los grupos de gente que se plantea la solidaridad, la colaboración, la vida digna, el futuro. No son utopías sino cosas que están pasando aunque no te las muestren”. Desde entonces hubo un eclipse de luna y empezó a desinflarse la idea de que la derecha crezca a tasas (a) narco capitalistas. La frase de Guni, en todo caso, es una buena inspiración para la charla con Marcelo Schwerdt, bonaerense de Guaminí, un lugar en el que la Laguna del Monte de agua salada, una de las Lagunas Encadenadas, parece un mar imprevisto en el oeste provincial.
Allí fermentó durante los últimos años una experiencia que demuestra cómo siguen creciendo grupos de personas que piensan la vida y la producción con otros enfoques, y que no obedecen a una agenda muy en boga: la resignación. Son cosas que están pasando, aunque no te las muestren. Schwerdt, doctor en Biología y director del Centro de Educación Agraria Nº 30 de Guaminí, es uno de los fundadores de la Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología (RENAMA). Plantea con naturalidad algo que no se suele decir: “La agroecología es la demostración de que al modelo de transgénicos y agroquímicos no lo necesitamos. El país no lo necesita. Fracasó. Es una pérdida en todos los sentidos, incluso el económico”.
¿En qué consiste ese fracaso? “Según el censo agropecuario de 2018, en 40 años se perdió el 51,3% de los productores en la provincia de Buenos Aires, el 49,1% en Entre Ríos, el 48,6% en Córdoba, el 45,7% en Santa Fe, el 74,9% en Tucumán”.
A nivel nacional desaparecieron entre 2002 y 2018 más de 83.000 explotaciones agropecuarias, una cada dos horas. Marcelo: “Desaparecen productores, y todo se concentra en pocas manos. La contracara es la de campos vacíos y comunidades empobrecidas. Además se produjo la pérdida de fertilidad de los suelos (hasta el 50% según estudios del INTA) y de la biodiversidad, dejando plantas y animales debilitados, alimentos contaminados, envenenamiento masivo del agua, y la explosión de problemas de salud por los agrotóxicos, que son otro fracaso. Fijate que se usaban 30 millones de toneladas en los 90, y ya estamos en 500 millones (1.500% más). Tenés que fumigar cada vez más, con costos en dólares, para producir lo mismo. El negocio lo hacen las empresas. Decimos que son campos drogados: precisan más y más químicos y están cada vez peor. Eso lleva además a la pauperización y endeudamiento de los productores que quedan”.
Frente al diagnóstico, una idea: “Sin embargo en los últimos años aparece cada vez más fuerte la cuestión agroecológica, que no para de crecer por todas partes”.
¿Qué es la agroecología?
Un grupo de científicos, productores e investigadores (la doctora honoris causa Miryam Gorban, los ingenieros agrónomos Santiago Sarandón y Eduardo Cerdá, entre otros) plantearon esta definición agroecológica:
Es un paradigma que promueve el diseño y gestión de sistemas agroalimentarios económicamente viables, socialmente justos y ambientalmente sostenibles, caracterizados por una mayor resiliencia socio-ecológica y orientados a fortalecer el buen vivir de toda la sociedad.
Se consideran como agroecológicos los sistemas de producción agropecuaria, recolección, pesca, elaboración, comercialización, consumo y comensalidad que no usan insumos de síntesis química ni organismos genéticamente modificados o generados a partir de edición génica.
¿Qué ocurre en la práctica? Retoma Schwerdt: “Hasta hace 10 o 15 años solo había excepciones. Pero hoy los grupos de Cambio Rural agroecológicos o en transición pasaron de 34 a 191 (500%), con más de 1.600 productores en unas 200.000 hectáreas en el país. Los municipios que fomentan la agroecología eran un puñado y ahora son más de cien, y empiezan a formarse los nodos territoriales que juntan a productores, campesinos, investigadores, docentes, funcionarios o intendentes que se interesen, para repensar el territorio”.
¿Con qué idea? “Hay un contexto de crisis climática, ambiental y sanitaria, que el modelo convencional agrava cada vez más. La agroecología plantea otra cosa: producción de cultivos sanos con un potencial enorme para agregar valor, trabajo y rentabilidad. Y recuperar la ruralidad en territorios que han quedado a veces desiertos. E incluso lograr la exportación de productos elaborados y materias primas excedentes”.
Novias y agro-oncología
Si es cierto que al pintar tu aldea pintarás el mundo, Marcelo parte de una aldea concreta: Guaminí (pueblo de 3.000 almas y distrito de 11.000) donde en 2014 era director de Medio Ambiente. Un día, confiesa, se dio cuenta. “Nos estaban envenenando por todos lados. A la máquina aplicadora le decimos ‘mosquito’, mide como cuatro metros de alto, o sea que no pasa desaparcibida. El que manejaba Iba por el medio del pueblo, paraba en la panadería, compraba facturas, iba a buscar a la novia y se iban a pasear en el mosquito pulverizador chorreando veneno. Sentías el olor por todas partes. Propusimos una ordenanza para regular los agroquímicos. Vi un video de Eduardo Cerdá, lo invité a dar una charla y se terminó armando un grupo de ocho productores interesados en eso de la agroecología”.
Uno de esos productores era Rafael Bilotta, ingeniero forestal, integrante de Aapresid (Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa, emblema del modelo transgénico y fumigador) que se mudó totalmente a lo agroecológico en su campo La Emiliana. Dijo Rafael a MU: “En Aapresid solo se pensaba en producir más, sin pensar el modo. Pero encima, en los números, el margen da a favor del productor agroecológico. Y además: ¿qué valor le pongo al hecho de estar en paz?”.
Otro productor, Fabián Soracio agregaba: “Fuimos a conocer la Granja Naturaleza Viva en Santa Fe, y el campo La Aurora en Benito Juárez. Ver esos lugares me rompió la cabeza. Nosotros queremos ser agroecológicos, los que fumigan son agro-oncológicos”. Datos que plantea Schwerdt: “En La Aurora el rendimiento es de 4.700 kilos por hectárea, y de 5.000 en campos vecinos. Pero esos vecinos gastan el equivalente a 3.500 kilos para producir: les quedan 1.500 libres. En cambio La Aurora gasta 1.000 kilos, le quedan 3.700 kilos de ganancia”. Ese establecimiento además presenta un margen bruto favorable 40% mayor al de los otros campos y 65% menos costos directos por no comprar insumos químicos. La FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) consideró en 2017 a ese campo del ya fallecido Juan Kiehr como caso emblemático de la agroecología a nivel mundial. “Pero además, ver ese campo, que es una maravilla, te demuestra que es posible”.
Schwerdt y las consecuencias del contagio en Guaminí: “Se trabajó en grupo, sin ver al otro como un competidor o un extraño sino como alguien con quien compartir y colaborar. En unos meses todo el grupo hizo la transición y pasó lo inesperado. Los demás productores vieron los resultados y empezaron a sumarse. Arrancamos con 100 hectáreas agroecológicas, y hoy hay más de 5.000. Hay gente que no se suma por inseguridad, porque el modelo y hasta las universidades plantean que es imposible producir sin agroquímicos, lo cual es una burrada. Y en el caso de los pooles de siembra y empresas, ni les importa porque no viven ahí y son parte del negocio transgénico. Un dato interesante es que de todos los que pasan a la agroecología, ni uno solo ha vuelto a lo anterior”.
La naturaleza y Maradona
¿Cómo se hace agroecología en la práctica? Algunas pistas y acercamientos según el doctor Marcelo Schwerdt: “En los campos convencionales se usan fertilizantes y pesticidas químicos, y son de monocultivo transgénico: soja o trigo, por ejemplo. Con los pesticidas matan a las malezas e insectos, pero matan también toda la vida de los suelos. Por eso pierden fertilidad. Un ejemplo: en la tierra de los campos agroecológicos hay un promedio de 400 o 500 kilos de lombrices por hectárea. En los campos químicos hay 20 o 30 kilos a lo sumo. Es una muestra de toda la vida que se mata en el suelo, incluyendo todos los microorganismos y nutrientes que hacen que la tierra esté viva”.
Pese a todo cada vez hay más malezas: de ninguna en los 90 al comenzar las fumigaciones masivas, se pasó a más de 30 actualmente, conocidas con un nombre sugerente: resistencias. “Entonces tienen que aplicar cada vez más fertilizantes químicos como la urea, que aportan apenas dos o tres de las decenas de nutrientes que el suelo tiene naturalmente. Y generan otro problema: fertilizan también a lo que llaman malezas, entonces tienen que tirar más herbicidas para matarlas. Es un círculo que no termina nunca, y lo paga el que produce”.
¿Y el campo agroecológico? “No hay una receta, cada geografía tiene un diseño diferente porque es una forma de entender la naturaleza para aplicarla a la producción. En lugar de monocultivo se hacen consociaciones de distintas plantas o especies. Es lo que hace la naturaleza: la cooperación. En nuestro caso, por ejemplo, consociamos cereales y leguminosas. Nada es transgénico. Se cubre el suelo con las leguminosas, que además fijan nitrógeno que está gratis en el aire, beneficiando también a los cereales. Así se fertiliza naturalmente y mucho mejor que con químicos. Esa cobertura evita que aparezcan otras plantas o resistencias. Los cultivos consociados pueden además alimentar ganado a pasto, o ser forraje para producir carne. Y el ganado también fertiliza el suelo. Entonces pasaste del monocultivo y los químicos, a muchos cultivos sanos, que enriquecen al suelo que es la base de todo”.
Resultados: el rinde promedio en Guaminí es de 2.500 kilos de trigo por hectárea, pero los campos agroecológicos han llegado a 4.800 kilos.
“Otro tema son los corredores biológicos que concentran a insectos que podrían dañar los cultivos. No los matás sino que les das un lugar, porque además te ayudan a controlar plagas. Y otro elemento que aparece mucho en estos campos son las colmenas, porque las abejas son el mayor polinizador que existe. Con el modelo transgénico las estaban matando a todas. Entonces vos ves otro enfoque totalmente diferente, biodiversidad, suelo, cultivo y animales sanos. Y encima más rentabilidad porque te independizaste, te liberaste de los insumos”. Marcelo aclara que además la experiencia aporta en términos de salud ya que los estudios del agua de red detectaron en Guaminí la presencia de hasta ocho plaguicidas: “Como diría Diego Maradona, los tenemos adentro”.
Elefantes blancos
Frente a la idea de que el modelo agropecuario es el principal proveedor de dólares para el país Marcelo informa: “Cuando se creó la Dirección Nacional de Agroecología, que ya no existe, se calculó que todo lo que Argentina exporta en carne y leche, lo importa en agroquímicos. Con solo cambiar a la agroecología estaríamos incorporando todos los dólares de esas exportaciones, que podrían crecer al ofrecer alimentos y productos de calidad y buen precio”. Diferencia todo esto de lo orgánico: “Eso está hecho para certificarse y venderse más caro, aunque se produzca poco. Lo agroecológico implica pensar prioritariamente alimentos sanos y accesibles para toda la comunidad. Es la idea de la soberanía alimentaria”.
El relato hasta aquí se refiere a campos grandes, agricultura extensiva. “Pero nos dimos cuenta de que estaba pasando una chorrera de elefantes blancos delante de nuestros ojos, que no habíamos visto. Los alimentos cotidianos. Guaminí prácticamente no producía verduras que viajan desde Buenos Aires o Bahía Blanca. Ni carne, huevos, harinas. Entonces, ¿de qué estábamos hablando? Había solo algunas huertas para autoconsumo. Entonces decidimos meternos en lo intensivo”.
Otra forma de consociación: “A los que tenían huertas les propusimos conocerse, juntarse y armar una cooperativa para trabajar juntos en 2019. Eso permitía la llegada de insumos de semillas para plantines, los nylon, herramientas, ir armando invernaderos para que el otoño-invierno no frenase la actividad y los ingresos”.
El efecto de esa movida: “Como dato duro, en 2019 teniamos una sola hectárea para producción de verduras. Ya estamos en 15 con proyección a 20. De menos de 10 toneladas, Guaminí pasó a tener hoy 600 toneladas de producción propia (6.000% para los amantes de las calculadoras) con más de 20 variedades de hortalizas de estación. Ya hemos abierto dos locales de venta, y se crearon dos cooperativas, una del municipio y la otra es Familias Rurales Agricultoras y Artesanas Guaminenses Agroecológicas: FRAAGUA. Nuestra alegría fue que ya no estábamos hablando de soberanía alimentaria: la estábamos construyendo”.
Buena leche y un secreto
Miriam Mori es una de las integrantes de FRAAGUA: “La vez pasada me decían: ¿qué le echaron al tomate, que está espectacular? Y la realidad es que está espectacular porque no le echamos nada. Y los precios son mejores que los de las verduras convencionales, en un esquema que nos permite ganar mucho mejor que con el otro modelo”. Patricio Hernández trabajaba en tres oficinas 12 horas diarias. Su esposa Lorenza limpiaba cinco casas de familia. El nacimiento de la cooperativa les permitió dejar todos esos empleos y vivir mejor. “¿Por qué no lo habré hecho antes?” se pregunta Patricio sonriendo. “Lo bueno es que lo hice ahora, y lo mejor es la felicidad que me da. Y la tranquilidad mental”.
También se suman a FRAAGUA dos productores, Mauricio Bleynat y Martín Rodríguez, que reconvirtieron dos tambos a sistemas totalmente pastoriles con valor agregado: quesos. Marcelo: “Te da la pauta de que en lugar de tener diez tambos de 3.000 vacas podríamos tener 300 o 500 tambos de 20 o 30 vacas alimentadas totalmente a pasto y sin plaguicidas. Ya estamos vendiendo los quesos de alta calidad a un precio 40% menor que los industriales, y con beneficios un 30% mayores para quien produce”. El otro hallazgo fue el de elaborar harina integral de trigo agroecológico, a partir del molino La Clarita. Fue tal el éxito que toda la zona se convirtió en un polo harinero con 12 molinos. Algo similar se asoma con el crecimiento de la producción avícola y de huevos, y con el proyecto de recuperar la pesca artesanal de pejerrey que hace años permitía el trabajo de tres cooperativas de 120 familias que comercializaban más de 1.000 toneladas anuales. El secreto tal vez sea recuperar la memoria de lo que ya se sabe hacer.
¿Cómo convive todo esto con un presente signado por las políticas de destrucción, concentración y relaciones promiscuas con las corporaciones? Schwerdt: “Todo lo que está pasando es un garrotazo, un quedate quieto. La agresividad del discurso, la violencia que se respira, nos bajan las energías, deprimen. Pero lo que sentimos es que tenemos herramientas e ideas propias para enfrentar esta etapa juntando fuerzas. Nos pasó hace poquito, con la inauguración de un nuevo nodo territorial agroecológico, y lo vemos cotidianamente con todos estos grupos que están haciendo las cosas de un modo transformador”.
“Lo económico es importantísimo, pero, ¿sabés qué es lo principal que encontramos en esta experiencia? La paz, la conexión, compartir lo diverso: un lote, una mesa, un diálogo, un proyecto. Y sumar soluciones. Sabemos que problemas va a haber siempre, ni te digo con los personajes que hay actualmente. Pero si no nos dejamos llevar por tantas cosas tóxicas y seguimos haciendo lo nuestro, te digo que vamos a salir adelante”.
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