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Llenar el vacío: Hugo Yasky, referente de la CTA de los Trabajadores

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Un docente que de joven cambió la poesía por el peronismo habla del presente: del surgimiento de Milei “fuera del radar” a las nuevas formas de hacer política. La intención de unificar a las dos CTA. La polarización, los desafíos del PJ, el rol de Cristina, Kicilof y la CGT. Cómo se generaron los hartazgos y la bronca de la gente frente a la política y la militancia. La crueldad como ejercicio del poder, y las pistas para salir de esta crisis. Por Francisco Pandolfi.

Llenar el vacío: Hugo Yasky, referente de la CTA de los Trabajadores
Hugo Yasky. Foto: Juan Valeiro

Su abuelo fue el primer concejal socialista de La Matanza. Su abuela, en los años 30, fundó el primer Centro de la Mujer Socialista en la bonaerense Ramos Mejía, donde se asentó su familia al llegar de Rumania. Su papá, también llamado Hugo, heredó ese socialismo referenciado en Alfredo Palacios. Hugo hijo rompió con tradición “por autodidacta”, cuando el único librero del barrio le sugirió que además de novela y poesía, leyera peronismo. 

Estudió para ser maestro y una vez recibido empezó a dar clases en barrios populares, tobogán para aterrizar en la arena del sindicalismo y ser parte, en 1973, de la creación de CTERA. Fue elegido secretario general de SUTEBA en 1994. Y en 2006, para el mismo cargo en la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA), cuando aún no estaba dividida. Hoy conduce la CTA de los Trabajadores, en pleno proceso de reunificación con la CTA-Autónoma. En diciembre de 2017 asumió como diputado nacional, banca todavía vigente en representación de Buenos Aires por el Frente de Todos. Tiene 75 años.

Hugo Yasky recibe a MU en la sede del barrio porteño de Constitución, donde las paredes hablan: un cuadro que ordena “al carajo el Fondo”; otros de Juana Azurduy, San Martín, el Chacho Peñaloza; afiches pegados de Lula, Santiago Maldonado, German Abdala, Rodolfo Walsh, Salvador Allende, Néstor Kirchner. Estatuillas de Perón, el Che Guevara y Evita. En su oficina, dos remeras de River enmarcadas. En la sala donde charlará durante una hora y media, dos banderas: una argentina, y la wphala de los pueblos originarios. Sobre la mesa, tres diarios: Clarín, Página 12 y La Nación, con noticias que van y que vienen y se contradicen, y que suelen tener sumergida a la gente en la incertidumbre. .

¿Qué observás del presente?

Una sociedad que tiene todas las marcas de una crisis que en la pandemia adquirió dimensiones absolutamente desconocidas y el emergente es Javier Milei. Esa ruptura no se da solamente en la conformación de bloques antagónicos como Bolsonaro-Lula o acá kirchnerismo y la derecha, sino que estamos en una etapa del capitalismo donde el esquema de la globalización y el Consenso de Washington quedaron agotados. Hay una nueva expresión del capitalismo que tiene que ver con el crac que produjo la pandemia y se expresa en la alianza Donald Trump-Elon Musk, en ese conglomerado de grandes empresas vinculadas a la producción de inteligencia artificial y redes sociales. Ese cambio se refleja en la irrupción de las ultraderechas y con ellas el tambaleo de ese piso que creíamos no se podía horadar, como el negacionismo sobre la última dictadura, y que hoy lo representa este gobierno. O la represión a la protesta social para sostener el ajuste fiscal. Hoy todo eso saltó por el aire y Milei creció en ese clima, nos tomó de sorpresa, no lo teníamos en el radar, y con él aparece una nueva forma de hacer política capaz de generar episodios como los gritos o las trompadas entre ellos mismos en el Congreso. Hay muchos sectores que lo miran con asombro, pero en última instancia tragan saliva y piensan que es lo mejor porque del otro lado todavía está vivo el kirchnerismo, y no aparece una tercera vía con la fuerza suficiente para disputar el poder.

Ante la falta de una tercera opción, ¿te parece necesario y sano que existiera con otra fuerza?

Cuando la sociedad se polariza como la nuestra es difícil imaginar una tercera vía. Lo que sí es necesario es la capacidad de repensar, de reformular el discurso y la propuesta desde el campo popular. Que emerjan nuevos liderazgos capaces de encarnar a los sectores nacionales, populares, progresistas, en una propuesta que sea nueva y vuelva a convocar a quienes quedaron en el camino por los errores que cometimos y por el desgaste. Me parece que Kicillof es alguien que puede encarnar eso, aunque dependerá de cómo se resuelva el conflicto dentro del propio kirchnerismo y peronismo. 

Desafío con forma de oreja

Sobre el campo popular y los errores propios: ¿cuáles fueron los principales?

Nosotros tuvimos un mal gobierno, con promesas de terminar con la pobreza, recuperar el poder adquisitivo de los sectores populares y revertir el cuadro de desigualdad que había dejado el gobierno de Macri. Todas esas promesas se incumplieron. Un gobierno que a la vez fue zigzagueante; vacilante, sería la palabra más justa. Alberto Fernández muchas veces confundió moderación con vacilación. Fue una administración que definió las cosas sobre la base de un promedio entre lo que planteaban los sectores más kirchneristas y los que contemporizaban con los grupos del poder económico. Cuando uno resuelve con ese método, en general queda a mitad de camino de todo.

Además, no se resolvieron las diferentes miradas en una construcción colectiva y eso no fue solamente problema de Alberto. Nos desgastó que Cristina se ubicara en una especie de observatorio que fiscalizara las políticas a través de cartas o clases magistrales donde iba señalando diferencias a distancia. Es decir, fue alguien que era parte del gobierno y a la vez oposición. Eso también nos desgastó y no supimos resolver esas tensiones para que el gobierno rectificara sus políticas a partir de los aportes críticos. Lo que hicimos, en cambio, fue generar un escenario de hartazgo y fastidio en la sociedad, porque mientras la inflación seguía creciendo, nosotros íbamos a los barquinazos.

Tampoco respondimos las demandas de los sectores que representaba el movimiento piquetero. En eso también el gobierno quedó a mitad de camino, porque todas las semanas había un corte en la ciudad. La sociedad entendía eso como una consecuencia lógica de un gobierno como el de Macri, pero el Frente de Todos se suponía que debía resolverlo. Pero no logramos un acuerdo social. Esos cortes también generaron bronca, contradicciones entre quienes tenían empleo y los que no; entre quienes se manifestaban y quienes querían ir a trabajar y perdían el presentismo porque llegaban tarde. Todo eso aprovechó Milei, que hoy exhibe como grandes logros haber despejado la calle y bajado la inflación.

¿Qué características deberían tener los nuevos liderazgos?

La capacidad de construir colectivamente, generar una actitud de escucha con las demandas de la sociedad y recuperar una política de cercanía con la gente. Que haya menos salones VIP. Cuando se contaban los votos en nuestro búnker había distintos espacios: un lugar donde entraban todos; en otro, unos cuantos; en uno más allá, algunos; y finalmente el VIP, que era como llegar al Olimpo. Hay que construir desarmando esa idea, poner a la política en otro plano. Una vez fui a un congreso del PT (Partido de los Trabajadores de Brasil) y nos dieron unos bonos para la comida. Veía una cola larguísima que se estaba armando y pregunté: “¿A dónde vamos nosotros?”. Me dijeron: “Mirá el que está haciendo la cola ahí”. Era uno de los funcionarios más importantes del gobierno de Lula. Entonces pensé: “Mierda, nosotros tendríamos a los compañeros haciendo la cola en un lado y nosotros comiendo en otro”. Este ejemplo, que por ahí es muy insignificante, para mí es lo que debemos recuperar en la construcción política. La derecha utiliza eso para construir el discurso de la casta y si nos pusieron ahí es porque mucha gente lo percibía. Si vos decís que Pepe Mujica es parte de la casta, nadie se lo cree. Milei capitalizó no solo la bronca y la frustración, sino también la distancia que surgió entre la gente y la militancia política.

¿Cuál es el mayor desafío del peronismo?

Hoy existe una disputa hacia el interior del movimiento. Hay un sector que quiere encarnar un peronismo aggiornado, en sintonía con los grupos financieros, con una mirada –según dicen– más moderna al siglo XXI, como los Llaryora, los Schiaretti, que se relacionan de forma pragmática con Milei. Y hay otro que busca derrotarlo, que lo corporiza el kirchnerismo en un espacio que también tiene su disputa interna, con contradicciones entre Cristina Kirchner y Axel. Necesitamos resolverla en un marco de unidad, pero sobre todo con un horizonte de esperanza para nuestro pueblo.

Pensando en los votantes y en la clase trabajadora. ¿El peronismo no necesita más escucha mayor, una oreja más cerca de la gente?

Tenemos que reconstruir la militancia territorial, echar raíces en los sectores más castigados, en las barriadas pobres. El peronismo fue abandonando esos lugares y ahí tenemos un desafío enorme. Volver a tener los pies asentados en los barrios, en la fábrica, donde nuestro pueblo está prácticamente viviendo en soledad, lejanía y mucha orfandad de la representación política.

¿Qué radiografía hacés del sindicalismo?

En Argentina, y en casi toda América Latina, salvo Uruguay y Brasil, ha habido un retroceso muy grande del movimiento gremial, por una serie de acciones de los grupos dominantes que generaron fragmentación y atomización. En Argentina todavía el sindicalismo representa a un sector importante, pero hoy está debilitado porque casi la mitad de los trabajadores está en la informalidad. Cuando nació la CTA, a inicios de los 90, nos habíamos planteado representar no solamente a los trabajadores formales, sino también a los informales y desocupados. Otro punto que nos debilitó fue que lograron etiquetar a los sindicatos como parte de los problemas de la sociedad y a sus dirigentes como los defensores de cuestiones corporativas, millonarios, corruptos, como un eje del mal. Hay una porción de los trabajadores que no tiene ninguna expectativa en lo que nosotros hagamos o dejemos de hacer, porque se sienten excluidos. Y esto Milei lo aprovechó como nadie. 

Los daños y la poética

Por fuera de la saña de este gobierno, ¿qué autocríticas hacés?

Hay una parte de la cúpula de la CGT que intenta, casi por una cuestión de ADN, dialogar con un gobierno que no tiene interés en dialogar con el sindicalismo. Las veces que habilitaron el diálogo fue para paralizar al movimiento y amesetar la conflictividad social, como esos boxeadores que te abrazan, te agarran los brazos para que no puedas sacar ningún golpe. Buscan que el sindicalismo desaparezca lo antes posible y llegar al grado cero de la organización de los trabajadores. 

Por fuera de ese sindicalismo que busca la negociación permanente, nosotros fuimos incapaces de advertir que no debíamos representar únicamente a quienes tenían convenio. Eso que vimos en los inicios de la CTA, no pudimos incluirlo en nuestra organización y dejamos afuera a los sectores informales, millones que no están representados por el movimiento sindical. Por otro lado, escuchamos críticas sobre por qué convocamos al paro ahora y no en la época de Alberto cuando arreciaban las corridas cambiarias y sufríamos la inflación. Eso hubiese sido hacerle el juego a la derecha, aun en un contexto de deterioro social. Solo íbamos corriendo desde atrás, ante la insatisfacción general y sin horizonte de esperanza.

Decís que no se le hizo paro a Alberto para no hacerle “el juego a la derecha”, pero terminamos con Milei en el gobierno. ¿Qué aprendizajes asimilás de ese proceso? 

Que tenemos que reconstruir el movimiento popular con transformaciones concretas que logren una vida mejor, una sociedad menos surcada de desigualdades y de violencia. El movimiento sindical debe formar parte, junto a otros sectores, de una especie de rearmado del rompecabezas de esta sociedad rota. Y cuando digo ser parte no me refiero a la cantidad de bancas que le corresponderían a los dirigentes sindicales en la distribución del poder de una fuerza política, si no a ser parte activa de las demandas estudiantiles, en la vinculación con el movimiento de derechos humanos, con el feminismo, el medio ambiente; el involucrarse en la discusión de temas como la baja de imputabilidad para los menores. Es decir, un movimiento sindical politizado que cuestione las estructuras de poder, y sobre todo vinculado a la sociedad, capaz de romper el encofrado de lo corporativo.

¿Con la reunificación de las dos CTA aspiran a eso?

Tiene que ver con la necesidad de llenar un vacío que hay dentro del sindicalismo. Que no quede limitado a quienes tienen trabajo formal y que recupere una mística de confrontación de clase, de disputa permanente con los sectores dominantes. Que reivindique la construcción de la unidad en América Latina y la necesidad de construir autonomía para el pueblo argentino, dando batalla por los derechos humanos. Hacerlo divididos nos debilitaba y nos desautorizaba, porque hablar de la necesidad de la unidad del campo popular estando divididos era una contradicción. A la vez, cuando la CGT se estacionó en la banquina mientras las políticas de Milei seguían haciendo cada vez más daño, entendimos que debíamos actuar en conjunto.

De adolescente y de joven escribías poesías, ¿lo seguís haciendo?

No, eso quedó allá lejos. Cuando empecé a trabajar de maestro y me metí en el sindicalismo no escribí más.

¿Qué poética necesita Argentina para revertir el rumbo? 

Creo que la mejor poética es la que surge de las luchas populares. La que inventa o reinventa el pueblo todos los días: la poética de la solidaridad, la del sentir el dolor de los demás como si fuera propio. Eso tan contrapuesto a la lógica que tratan de inculcarnos hoy. Cuando Milei dice que viene a despertar leones, hay que entender que los leones son los individuos que tienen que salir a la selva a llevarse todo por delante para ascender socialmente. En la década del 90, a pesar de que éramos más jóvenes, decíamos: “Quizá no lo vamos a ver, pero esta realidad en algún momento va a cambiar”. Y la verdad es que vimos que fue posible cambiarla. Ahora estamos viviendo, desde la recuperación de la democracia, el momento más desolador en cuanto a la crueldad como ejercicio de poder, pero estoy convencido de que encontraremos la manera de salir de esta crisis, porque jamás nos vamos a resignar a tanta desigualdad y atropello. Por eso nuestra poética necesita de lo colectivo, porque nadie se salva solo.

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