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La forma del agua: Bahía Blanca, inundación y después
El cambio climático generó un nuevo desastre con 16 muertes y dos desapariciones en la ciudad, además de infinitos daños materiales, frente a gobiernos que no parecen detectar respuestas adecuadas. La contrapartida: la solidaridad entre vecinas y vecinos transformada en acciones concretas sin necesidad de discursos. Las voces de la comunidad y de la ciencia, las escenas del infierno húmedo, y qué cosas funcionan cuando lo que está en juego es la vida. Por Mauro Llaneza / FM De La Calle.

Bahía Blanca quedó atrapada en una inmensa marea amarronada que buscaba llegar al estuario con fuertes correntadas. El viernes 7 de marzo, más de la mitad del agua esperada para un año caída en diez horas arrasó los cauces del arroyo Napostá y del canal Maldonado y anegó decenas de barrios.
Fallecieron 16 personas, dos niñas continúan desaparecidas al cierre de esta edición y 1.500 habitantes fueron evacuados. Las capas de barro cubrieron casas, hospitales, comercios, escuelas, clubes, bibliotecas, cocheras. Fueron destruidas rutas, calles, puentes, obras hidráulicas, vías, miles de vehículos.
Cuando el agua bajó, las calles fueron un paisaje de guerra: rostros de bronca y angustia, autos apilados, dados vuelta, incrustados en árboles; montículos de sillones, cocinas, colchones, ropa, heladeras, camas, cuadros, ollas, zapatos, televisores. Historias familiares hechas polvo.
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Nicolás Fernández Vicente es profesor de música y literatura en el Conservatorio, corrige textos para revistas y tiene varios proyectos artísticos. Julieta Ortiz de Rosas es historiadora, trabaja en el museo taller Ferrowhite y da clases en la carrera de Expresión Corporal de la Escuela de Danzas.
En noviembre de 2011 empezaron a hacer arreglos en la casa de Sargento Cabral al 800 del barrio Bella Vista, a la cual se mudaron en agosto de 2013. “Ingresamos a vivir como estamos ahora, acá: cama, ropero y vajilla, todo en este solo lugar”, relatan en una sala recuperada del desastre.
Se conocieron al participar en actividades de FM De la Calle. “Nos fuimos dando cuenta de que también teníamos un vínculo barrial”, dice Nicolás. Sus abuelas vivían en la misma cuadra y, como otros familiares, hacían las compras en el almacén de su tío. “El otro día viendo documentos y papeles que se habían salvado, encontré la cédula extranjera de mi bisabuelo, de 1906”.
Un rato antes, mientras paleaban el barro del cordón cuneta, un vecino cuya familia cuenta más de 80 años en la “Loma” recordaba las inundaciones del arroyo, cuando mantenía su cauce natural, sucio y descuidado. “Pero la magnitud de esta era desproporcionada en relación a las que ellos sufrían, de unos 70 centímetros como máximo. Acá estamos hablando del nivel del entubado más 2 metros 30. Ellos pudieron salvarse porque los hijos y sobrinos estuvieron atentos bien temprano a la madrugada y los sacaron por las ventanas, si no…”.
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El arroyo Napostá nace en las laderas del cerro homónimo, un pico que se eleva 1.180 metros sobre el nivel del mar e integra el Cordón de Ventana. Su cuenca inferior se proyecta desde el Puente Canessa, ubicado en las afueras de Bahía Blanca, hasta su desembocadura.
En los años 1933 y 1944 ocurrieron dos grandes inundaciones por intensas lluvias en la zona serrana que provocaron muertes, desapariciones y daños materiales. La Dirección de Hidráulica provincial proyectó tres obras para solucionar el problema: aumentar la capacidad de un tramo del arroyo, construir el Canal Maldonado para desviar la crecida y retener agua de la cuenca superior y media con un embalse en Puente Canessa. Esta última acción nunca se concretó.
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Julieta encontró en el barrio Bella Vista la vida que no le permitía el microcentro bahiense: hacer los mandados en el almacén, tomarse el tiempo para la charla espontánea, disfrutar del verde en los parques Boronat e Independencia, toda una dinámica que –sin romanticismos– construye vínculos personales más estrechos.
Su paso como integrante del Galpón Enciclopédico, un refugio de objetos cotidianos y herramientas de la historia barrial, la acercó a sus trabajadores, a su identidad, y al amor por Bella Vista.
Se siente adoptada por la comunidad e inquieta por esa pertenencia que significa: “Tu casa está en una zona inundable. En cualquier momento se te puede volver una pileta todo”. ¿Cómo impacta eso en la vida? “Se te desestabilizan o desconfiguran ciertas ideas sobre tu casa, tu barrio, tu cuadra, si te quedás o no te quedás, y si te quedás, bueno: qué se queda, qué te llevás”.
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A pesar de los reiterados récords de exportación y producción del puerto y el polo petroquímico, según datos relevados en junio de 2024 por la Universidad Nacional del Sur, antes de la catástrofe climática en Bahía Blanca una de cada cuatro personas habitaba hogares en pobreza multidimensional intensa o severa.
Igual proporción carecía de cobertura de salud y de aportes a la seguridad social por la alta informalidad laboral. El 14% de la población padecía déficit habitacional e inseguridad alimentaria. La tasa de pobreza multidimensional en barrios vulnerables casi duplicaba a la tasa en barrios no vulnerables y la intensidad de la pobreza también era mayor.
Los indicadores se agudizaban al analizar la realidad de las infancias y adolescencias. Se destacaba el rezago escolar y al menos cuatro mil pibes y pibas pasaban hambre. “Las privaciones que afectan a este grupo son de especial relevancia, porque tienen impacto en el resto de su vida”, enfatiza el informe del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur (UNS–CONICET).
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Desde el temporal de viento y lluvia de diciembre de 2023, que provocó 13 muertes y enormes daños materiales y ambientales –14 mil árboles derribados–, las alertas son parte de la vida cotidiana de la ciudad.
“Tengo siempre la pestaña del Servicio Meteorológico abierta –cuenta Nicolás–. A veces hay alerta amarilla y no pasa nada, a veces pasa que en un momento repentino cambia a una cosa brutal como en el mismo temporal o el granizo –del 2 de febrero– que en el barrio fue muy destructivo”.
La noche del jueves 6 de marzo fue a trabajar a la peña de tango “Un Poroto” en el Bar Don Osvaldo del Centro Cultural La Panadería. Anunció al público que cerrarían a medianoche para guarecerse ante la alerta naranja prevista para la madrugada, la cual había motivado la suspensión de clases por parte del Municipio. Cuando volvió a su casa guardó las bicis y entró las cosas que el agua podría estropear en el patio.
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Un estudio sobre resiliencia urbana frente a los cambios climáticos elaborado por la UTN en 2017/2018 concluyó que “la capacidad del Canal Maldonado y el cauce del Napostá permiten una evacuación máxima en conjunto de 300 m3/seg quedando un excedente de 200 m3/seg, los cuales posiblemente se distribuirán en un área mayor a la alcanzada en 1944 debido a que el desarrollo, el crecimiento que ha tenido la ciudad, y la reducción de la superficie filtrante en los últimos años reducirían la escorrentía. Si a esto se le adiciona el mal estado de conservación del Partidor y el canal Maldonado, los resultados podrían ser devastadores”.
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Minutos antes de las 4 de la madrugada comenzó la lluvia. Como todos los días, la alarma de Julieta sonó a las 6:30 y unos minutos después el agua empezó a entrar a la casa. Nicolás recordó la falta de atención comunal a las bocas de tormenta de la esquina y el anegamiento, casi a nivel del cordón de la casa de enfrente, tras la caída de 40 milímetros en 15 minutos el viernes anterior. Aquel día en una de las sedes del Conservatorio de Música varias aulas habían tenido serias filtraciones. “Cuando volví vi un montón de barro en la calle, venía con la bici medio a los tumbos”.
“Está lloviendo a cántaros, pero, ¿no sentís ruidos raros?”, le preguntó a Julieta. Se sentó en la cama y vio el agua entrando en cascada por las rendijas de las aberturas; se levantó, las piernas sumergidas casi hasta las rodillas, y comprobó que ocurría lo mismo en cada una de las puertas.
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El periodista Pablo Morosi, coautor del libro Genealogía de una tragedia, una investigación sobre las responsabilidades de la inundación de La Plata que en 2013 provocó 89 muertes, destaca la importancia de la preparación de la población como principal medida preventiva.
“Una inundación te puede llevar todos los bienes materiales, puede arruinar tu casa, tu auto, pero lo único que salva vidas es la posibilidad de que tengas los elementos necesarios para saber qué hacer frente a una alerta. ¿Me tengo que quedar acá? ¿Me van a venir a buscar? Todas esas cosas que no son los millones de las grandes obras sino laburo político, ir a los barrios, interactuar con la gente, conocer su experiencia y, al mismo tiempo, llevar la experiencia de los investigadores, de los que hacen modelos de las lluvias. Pueden no saber cuánto va a llover, pero sí saben qué va a hacer el agua”.
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“La velocidad que fue tomando el agua fue increíble”, dice Julieta. Caían la heladera, las puertas, había que pensar rápidamente qué cosas salvar, qué hacer con las perras Yumba y Almendra, sumergidas hasta el hocico. Sin protocolos, intuitivamente, decidir irte o quedarte, mientras el agua te empuja.
“El piano, claramente, no intentamos moverlo”, relata Nicolás. Subieron a un altillo documentación, algunas herramientas de trabajo musical, monitores, discos extraíbles, primero de mano en mano y luego como si se pasaran bolsas de yerba. “Y en un momento dijimos: ya está”. Voces de casas vecinas pedían ayuda a gritos. “Y estabas acá y no podías salir”, se lamenta ella.
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Un informe de ClimaMeter concluyó que las condiciones meteorológicas excepcionales que provocaron la catástrofe presentan un aumento local de la humedad de hasta 4 mm/día (7 %) en comparación con el pasado, y que esto puede atribuirse al cambio climático de origen humano.
Marisol Osman, doctora en Ciencias de la Atmósfera y los Océanos, explica que “lo que llovió en un par de horas es lo que normalmente caerá en cuatro meses” y que eventos como este no solo evidencian los efectos del calentamiento global, sino también revelan la necesidad urgente de adaptar nuestras infraestructuras y políticas urbanas para mitigar los impactos de estos fenómenos extremos.
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“La primera cuestión por la que quería salir era que no habían cortado la energía –dice Nicolás–. La heladera se dio vuelta y estaba enchufada. Cuando pasó eso y vi que seguíamos vivos, dije ok, hay que cortar la térmica ya porque el nivel casi tapaba los tomacorrientes y nosotros estábamos adentro”.
Nicolás salió por la banderola de una puerta, mientras Julieta esperaba en una escalera y las perras en un sillón, flotando. Bajó la térmica y se comunicó con los vecinos de enfrente a los gritos para imponerse sobre el ruido del agua en las chapas.
Parado en una mesita, atendió el llamado de un programa de radio: “La situación es muy preocupante, tenemos más de un metro de agua en las cortadas que dan a la zona del entubado. No podemos salir. Tengo un portón de hierro antiguo y el agua lo abrió, reventó vidrios, los autos están flotando por la calle, a algunos apenas se les ve la antena”.
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A las 9 de la mañana la lluvia se tomó un descanso y llevó a una de las perras a lo de su madre, quien intentaba comunicarse con Defensa Civil desde su casa, una calle más arriba. Un rato más tarde hizo el intento con la otra; la lluvia era nuevamente torrencial, el agua volvió a subir y se quedaron con Almendra en la mesita. “En 20 minutos debe haber subido un metro fácil”.
Decidieron evacuar. Se sumaron a un hombre que pretendía llegar a una casa vecina donde su familia estaba en un altillo amenazado por la altura del agua. Allí se encontraron con un bebé y varios adultos con dificultades para evacuarse por los techos. Dos bomberos, una bombera y una soga fue toda la ayuda que llegó; agregaron una escalera para hacer de puente.
“Lo primero que salvamos fue al nene. Volví a la frialdad total, que nada perturbe el pensamiento de ninguna forma. Vamos a pasar a Fausto. Tenía a la madre enfrente y yo estaba para agarrarlo y que la madre me diga ‘ay por favor, Nico, que no se te vaya a caer, que no se te resbale’, que no sé qué. Yo digo tenés que decir sí. ‘No va a pasar, no va a pasar, no va a pasar’”.
Cuando paró la lluvia los vecinos se organizaron para meterse en el agua estancada en su cuadra, improvisaron una hoz con un tirante y un caño de gas y con mucho esfuerzo lograron destapar la boca de tormenta. Se anuló cualquier rencilla de vecindario y todo se compartió sin miramientos.
Entrar a la casa implicó mover las cosas que el agua había revuelto, sacar capas de barro, con palas, con secadores de piso, limpiar, ventilar la humedad. A la mañana siguiente recibir la ayuda de amistades que “ya sabían qué hacer”: desechar las cosas de una vida, los muebles, los vinilos, los libros destruidos; el piano, tumbado.
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El domingo 9 el intendente Federico Susbielles relató que el viernes el Municipio desplegó todos sus equipos de asistencia y tras una hora y media de lluvias perdió el 70% de su capacidad operativa. “La tormenta nos aisló”, agregó. Recién por la tarde se pudo evacuar la neonatología del Hospital Penna, el Hogar del Anciano y algunos geriátricos. No podían llegar a Ingeniero White, General Cerri ni al cordón hortícola de Sauce Chico.
En los barrios abundan relatos de vecinos salvándose entre sí.
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El Club Bella Vista es uno de los múltiples puntos de recepción y entrega de donaciones para las familias afectadas por la inundación. Desde allí, o desde el Centro de Jubilados, parten los integrantes de la olla popular a recorrer el barrio preguntando cuántas viandas necesitan las y los vecinos que trabajan en la limpieza de sol a sol. “La solidaridad se da entre pares, entre quienes se reconocen como laburantes o como vecinos”, piensa Nicolás.
Pasó la psicóloga de la sala médica a ofrecer su atención, bajan pibes de Miramar con la camiseta de la Loma, filas de camionetas cargadas de alimentos y productos de higiene, la peña de San Lorenzo para avisar que había llegado a la marmolería de la vuelta un camión desde Buenos Aires, la Fundación Sí y un grupo de petroleros de overol que sorprendieron un miércoles por la noche con un colchón y botas traídas desde Río Negro y Neuquén…
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La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y el de Defensa, Luis Petri, viajaron a la ciudad a coordinar sus recursos. También lo hicieron el gobernador Axel Kicillof y varios de sus funcionarios.
Al quinto día, el presidente Javier Milei estuvo unas horas junto a su hermana Karina, el jefe de Gabinete Guillermo Francos y un compacto operativo de seguridad. “Me planteó que va a acompañar a los bahienses en la reconstrucción de la ciudad y creo que eso va a ocurrir”, contó el intendente, quien lo vio “conmovido” y de “perfil bajo”.
La provincia aportará 384 millones de pesos para reconstruir la infraestructura perdida. El gobierno nacional envió 10 mil millones y prometió 200 mil millones en ayuda directa a las familias.
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Julieta no dejó de pensar en Ferrowhite, su lugar de trabajo, un museo taller que reúne herramientas e historias del puerto, el ferrocarril y la industria de la energía en lo que fue el edificio de mantenimiento de la vieja usina General San Martín, cuyas ruinas preserva. Ese castillo que poco tiempo atrás se llenaba de agua en sus partes habitables, el día de la tormenta fue transformado en centro de evacuación por familias del barrio Boulevard que se habían resguardado en el Club Huracán hasta que lo alcanzó la inundación. Allí compartieron tres días de espera hasta que el agua descargó en el estuario.
En White, bomberos dicen que había compuertas encofradas y tapadas por árboles que impidieron que drenara el líquido estancado. “No es verdad”, dice el intendente. El puerto y el polo no dicen nada.
Julieta habla del enojo de una naturaleza que está siendo destruida y del modelo económico y productivo. Nicolás ve similitudes con la pandemia, por algunas enfermedades que se propagan –en este caso por la subida de las napas y el desborde de cloacas y pozos–, y las malas reacciones, los ánimos alterados.
Eso sí: la máquina productiva no se detuvo. “En ningún momento nadie paró la producción de nada por la inundación. Había alertas y demás y mi viejo entró a las 4 de la mañana a trabajar en el polo industrial y después lo dejaron en Alem, tardó 5 horas para volver del teatro acá, que son 7 cuadras”, cuenta Nicolás.
Julieta propone tomar la lucha por otro modelo de ciudad y él agrega: “Si reconocemos que el cambio climático es un hecho, entonces cambiemos las cosas que hay que cambiar. La otra parte pasa por una planificación urbana muy deficiente”.
Comparte Nicolás: “Lejos de la Nueva Liverpool, de la California del Sur –como solía llamarse a Bahía Blanca– me acordaba de otro apodo: Tierra del Diablo, Huecuvu Mapu. Ahí hay un conocimiento claro de quienes habitaban este territorio. Lo de la Tierra del Diablo es un nombre occidental, no es el diablo, el wekufe representa los espíritus desestabilizadores dentro de la cultura mapuche. Hay una cuestión empecinada, relacionada con el modelo productivo, ferroportuario, que tiene que ver con la historia de la ciudad al emplazarse en este sitio que ya estaba denominado así ancestralmente; hay un conocimiento que no era científico ni occidental, pero es un conocimiento construido en base a algo que en la racionalidad o el pensamiento colonial no solo se ha soslayado, sino oprimido y silenciado”.
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