CABA
Ladrones: Los trabajos improductivos
Una obra de teatro creada a partir de un robo. Dos ex delincuentes en escena: lo que hay detrás de sus historias, desde una biblioteca popular, hasta Nueve reinas. Vivezas, asaltos y líneas de fuga para pensar la época. Por Sergio Ciancaglini.
Esto no es un artículo periodístico sino una obra de teatro que en realidad no es teatro como el que estamos acostumbrados a ver, al menos en la Ciudad Autómata de Buenos Aires, porque hay un actor que hace de ladrón y dos ladrones que hacen de actores, aunque todos actúan de lo mismo y con sus propios nombres: los que hacen de Wali, Pedro y Dani son Wali, Pedro y Dani.
Esto no es una nota ni una crítica sino una caminata, porque en esta obra no hay un escenario sino tres espacios, y los espectadores deben ir por un laberinto de túneles apenas iluminados para pasar de un lugar al otro, como un tren fantasma peatonal. Pedro dice: “Vengan”, y vamos todos detrás de él. Es una obra movilizadora: sin moverse por los túneles no hay manera de verla.
En realidad no son solo tres sino que hay más escenarios: pantallas de televisión que muestran desde arriba lo que uno ve de abajo, o agrandan lo chiquito, o reproducen fotos de Google Maps registradas por la cámara de un pequeño vehículo comandado a distancia, un dron de cuatro ruedas.
Y muestran también las pantallas cómo Wali transmite desde otro lugar los intrigantes contenidos de una heladera. O revelan algo inédito: lo que pasó minutos antes en la misma función cuando los que estamos allí –filmados por cámaras de seguridad- interpretábamos el curioso papel de espectadores que recorren un laberinto de túneles.
Esto es un asalto
La obra se llama Los trabajos improductivos. El autor y director es Gerardo Naumann, aunque él dice que no le interesa el teatro sino la política. ¿Qué es la política? “Una pregunta sobre qué podemos hacer juntos”.
Con esa pregunta recorriendo su cabeza como un dron, tuvo una inspiración un día que fue víctima de un robo: vio al ladrón como un personaje que monta una escena, con su vestuario, sus palabras, utilería y gestos. El precio de la entrada: un celular y la plata de la billetera.
“Es toda una actuación, un montaje callejero, una ocupación del espacio, un modo de confundir y de sorprender”, cuenta Gerardo, que ya había decidido trabajar no con actores profesionales sino con personas que hicieran de sí mismas. “No creo que necesitemos actores para que nos representen sino que las personas pueden representarse a sí mismas”.
Esa idea tiene un eco de lo que ocurre cuando las personas delegan el poder y son supuestamente representadas por políticos. Duda Gerardo: “Bueno, hay formas más o menos responsables de hacer esa delegación, pero lo que me interesaba era crear una obra con personas que tuvieran la experiencia de sacarle las cosas a otras, hurtar, no producir. Los ladrones toman objetos de otros, reciclan”. Esta oración refiere a los delincuentes y no al sistema representativo.
Agrega: “Había en todo esto dos profesiones muy vinculadas: por un lado los actores y artistas que no producen nada o producen algo que en principio el mundo no necesita, y por el otro los ladrones. Para mí era obvio que había que poner a trabajar juntas esas profesiones”.
Faltaba realizar un casting para elegir a los actores. En su Cuaderno de notas Germán escribió que “podría dar con un ladrón si me dejase asaltar y durante el asalto convenciese al asaltante de que nos empecemos a encontrar para ensayar”.
Más sencillo fue buscar contactos y visitar cárceles, que generaron más contactos.
Detalle: Naumann no tenía una obra para la cual buscar un elenco, sino que buscaba un grupo para definir qué hacer. Así nació Los trabajos improductivos, con tres protagonistas en escena:
Daniel Elías, 37 años, vive en Salta y salta por el mundo con sus oficios de actor, autor y director de cine y teatro cuando no está en Cafayate, manejando un camping. Formó un grupo de trabajo llamado Gente no convencida: un modo de escaparle a los dogmas en el arte.
Waldemar Cubilla, 36 años, pasó 10 de ellos preso, estudió Sociología en la cárcel, se recibió con las mejores notas (10 en su tesis), es investigador en la Universidad de San Martín y profesor del área de Desarrollo de Talentos en cursos que una empresa vende a diferentes organizaciones.
Pedro Palomar no sabe su edad exacta. Pasó 35 años de su vida en prisión. Se le adjudica haber inspirado al menos en parte al personaje que Fabián Bielinsky (1959-2006) creó para Ricardo Darín en la película Nueve reinas. Trabajo actual: Oficial de Justicia en la Defensoría Oficial número 12 del Ministerio Público de la Defensa porteño.

El director Gerardo Neumann.
Foto: Lina Etchesuri
¿Hoy te bañaste?
Gerardo Naumann no conoció ciudad alguna hasta que cumplió 6 años. Se crió en San Miguel del Monte, a 107 kilómetros de Buenos Aires, donde su padre manejaba un campo. “Mi papá tenía la preocupación sobre la utilidad de crear algo, de hacer las cosas”. El niño Gerardo aprendió a limpiar la enorme cucha del perro, o a darle leche a los terneros guachos, separados de su madre. De adolescente trabajó en verano en un campo de Santa Fe. Para ahorrar, en el campo contrataban presos en la última etapa de su condena. Aprendió Gerardo a convivir con esas personas que no hablaban de lo que habían hecho. Escribe en su Cuaderno de notas: “Nos divertimos mucho ese verano y pierdo para siempre esa imagen de ladrón = inseguridad”.
Estudió Comunicación Social. “Terminé la carrera conflictuadamente, me puse a escribir obras y trabajé en cualquier cosa. Como vendedor ambulante en colectivos vendía unas calcomanías de una fundación trucha que decían: ‘Los ganadores no usan drogas’. Fue una escuela de actuación”.
“Como aprendí alemán con mi abuelo, di clases de idioma y ahí me salió hacer una obra con esas frases tan lindas de cuando uno aprende idiomas. Se llamó Emily. Quise hacerla en algún negocio de venta de muebles de cocina”, relata. Lo rechazaron en todos los negocios de la Avenida Córdoba de la Ciudad Autómata de Buenos Aires, pero apareció Lanús. “Un contacto de mi vieja. Me tomé un bondi, aceptaron que hiciera la obra allí. Ahí empecé a conocer el conurbano, las fábricas, y nació otra obra, La Fábrica, y luego El carterista”.
Los trabajos improductivos arranca con diálogos a través de comunicadores hasta que Dani, Pedro y Wali se quedan parados mirándose y preguntándose mutuamente cosas sobre el café con leche, las galletitas, el azúcar, las noticias, la ducha, las milanesas, Internet. “Es todo un juego alrededor de la memoria. ¿Qué recordamos sobre lo que decimos y lo que nos dicen en esas charlas cotidianas?”. Pregunta de principiante: ¿Es una metáfora de algo? “No: son tres tipos en una sala teatral hablando de esas cosas, como en un vacío”, dice Naumann. En el vacío del presente, los tres se aferran a las nimiedades para tener cosas tranquilizadoras sobre las cuales hablar, pero con la mayor precisión posible. Cuántas horas de sueño, cuántos minutos de ducha, si la coca era light o normal. Luego Wali se va y transmite desde otro lugar lo que encuentra en una heladera. Calculan cuánta agua hay en una botella, cuántos vasos de agua entran en una zapatilla, cuánto tardará Wali en tomársela. “Ahí está lo mensurable, la utilidad”, dice Naumann. Se usa una cafetera para hacer un huevo frito, la zapatilla para medir la cantidad de agua, el microondas para secar la zapatilla.
Estos pantallazos acaso sirvan para entender el estilo de la obra que se presentó en el Cultural San Martín, que fue llevada a Montpellier, Francia.
Tal vez, como en el laberinto de túneles que la conforman, la obra vuelva al principio, a seguir presentándose.
Cárcel-villa-universidad
Los momentos más autobiográficos de Los trabajos improductivos ocurren cuando Waldemar Cubilla y Pedro Palomar muestran sus propias sentencias.
Waldemar mismo lee “robo doblemente calificado por su comisión con arma de fuego y en poblado y banda en grado de tentativa” y luego los detalles sobre cómo con pistolas semiautomáticas “desapoderaron ilegítimamente a los playeros del dinero que llevaban… dándose luego a la fuga a pie”, hasta que los agarraron. Corría 2008.
Pedro lee en voz alta el fallo en el que el tribunal resuelve condenarlo “a la pena de cinco años de prisión, con declaración de reincidencia, por resultar coautor penalmente responsable de delito de robo agravado por el uso de armas…”. En La Matanza, 2003. “Asalto a un supermercado” aclara Pedro.
La historia de Waldemar tuvo dos etapas carceleras. En la Unidad 48 la Universidad Nacional de San Martín instaló la carrera de Sociología, compartida por detenidos y guardiacárceles. Waldemar cambió de papel. El ladrón se transformó en estudiante: “Parece loco, pero la cárcel fue importante. Siempre me gustó leer, estudiar. Pude hacerlo por estar preso. Y al estudiar se te abren ideas y conceptos. Por ejemplo, la diferencia entre ser y estar. Uno dice: soy un preso. Pero después entendés: no somos, sino que estamos presos”. Waldemar estudió Sociología “sabiendo que nació como una herramienta de dominación, una disciplina de las élites en Europa para entender a los negros que empezaban a gritar, para aprender a manejarlos, a controlarlos. ¿Pero qué pasa si un pibe se forma en la Sociología desde el otro lado, desde el lugar del observado que observa al observador? ¿Por qué no estudiar Sociología desde los márgenes?”.
Waldemar generó un estallido de roles protagónicos: ayudó a alfabetizar presos, participó en el conjunto musical Rimas de alto calibre, creó el grupo teatral RevolucionArte para hacer la obra El acompañamiento, de Carlos Gorostiza. Ya cumplida su condena fundó en la villa La Carcova de José León Suárez la Biblioteca popular La Carcova (sin acento, como la pronuncia los vecinos), que fue un ranchito cerca de los santuarios del Gauchito Gil y San La Muerte y hoy ya es una construcción de cemento que funciona como corazón barrial. Terminó la carrera de Sociología con una tesis sobre los cirujas y cartoneros de José León Suárez, y el trabajo cooperativo de reciclado de basura (ver nota Parar la olla). Hace todos los papeles, pero nada es actuación sino una misma lógica: “No puedo quedarme quieto. No me voy a instalar delante de un televisor, o ir solamente a trabajar. Eso me hace sentir muy vacío. Lo que quiero es estar acá en el barrio y hacer cosas, encender mechas”.
Las percepciones de la época
Terminada la función, dice Wali: “La obra es como un desafío a esas instituciones democráticas que quieren medir el trabajo, Yo la entendí así. Y es una aventura casi a ciegas. Ir buscando algo que no se sabe qué es”.
Se queda pensando: “Siempre creí que estuve una banda de años preso, pero cuando conocí a Pedro me di cuenta de que no eran tantos. Tan solo una década la mía”.
Dani retruca veloz: “La década ganada”, ríe, y luego reconoce: “Pedro y Wali son increíbles. Me la pasé robándoles gestos, actitudes. No hablo de una teoría sino de estar trabajando juntos y admirarlos”. Pedro señala a Dani: “Mirándolo a éste aprendí a caminar de nuevo. Veo cómo se mueve con una naturalidad que yo sólo tenía cuando iba a robar. Esa era mi actuación: estar alerta, radiografiar a la gente, ver lo que otros no ven, manejar los tiempos”.
Si dedicáramos esa misma capacidad de percepción a leer el presente, ¿qué se ve? Waldemar: “Lo que se ve es un tiempo donde pierden legitimidad todas las instituciones de la democracia. Puede sonar pesimista lo que digo, pero también abre el juego para que otros actores que están por fuera de la rosca puedan surgir. Ya sea el feminismo o las organizaciones de base. Yo vengo de una organización de base por fuera de cualquier orgánica. Nunca nadie nos escuchó. Y por estar afuera es como que estamos más legitimados”.
Waldemar observa dos dimensiones que van a contramano. “Una estructural, o macro, que va en retroceso, en recesión, con todo lo que implica eso para la gente. Y hay otra dimensión micro, una línea de fuga, que es la posibilidad en esa dimensión micro de escapar de la situación de crisis total. Es medio contradictorio, pero lo veo en la Biblio, y lo siento. Y además por lo que se está viendo, de acá en más que comanden las mujeres”.
Bambi y Van Gogh
Pedro Palomar puede tener alrededor de 65 años. Fue dejado por su madre con una familia que vivía en una isla de los Esteros del Iberá. Cuando tenía 6 años su madre lo fue a buscar y lo llevó a Buenos Aires. Iban hacia la Villa 31, él se escapó jugando y se perdió. Solo hablaba guaraní. Terminó en el convento de la Recoleta que hoy funciona como centro cultural. “Nunca fui tan libre como en los Esteros”. Escapó mil veces de las monjas y vivía con bandas de la calle. Le enseñaron a defenderse de degenerados, a no robarse entre ellos, y a no ser ortiva. Creció aprendiendo a robar: “Nunca quise ser pobre”, razona. “Pero nunca disparé ni lastimé a nadie. Les agradezco eso a las monjas. Lo mío era robar solamente”. Agrega la frase: “Era un ladrón romántico”.
Es fuerte en la obra el tema de uno de los apodos de Pedro: Bambi. “Era chico, me iba al cine Los Ángeles y veía la película todas las veces que podía. Me partía el alma”. Se sabe que Bambi ha sido considerada una película de terror, cuando no una agresión de Walt Disney a la infancia. “Lo que yo veía era la orfandad”, dice Pedro, que reencontró a su madre en tal estado de alcoholismo y decadencia que prefirió seguir viviendo en la calle con sus amigos, y escaparse al Los Ángeles a ver cómo moría la mamá del ciervito. En la cárcel, se tatuó a Bambi en la espalda. “Recién tuve documento a los 33 años. Me puse la fecha de nacimiento el 26 de noviembre de 1953 –se ríe- pero no te voy a contar por qué. Fue mejor cuando no era un ser humano registrado. No existía. Podía ser cualquier persona, ir a cualquier lado. Tuve más o menos 20 nombres. Mucho tiempo me llamé Alexis y después Roque. Capaz que alguno lee esto y dice: ¡mirá donde estaba este hijo de puta!”.
Recuerda Palomar que de joven pasó por el Pozo de Banfield: “Era 1975. Gobernaba la Triple A. Con nosotros practicaban las torturas que después sufrieron los desaparecidos. No te quiero contar lo que me hicieron por pudor, me da vergüenza. Nunca lastimé a nadie. Pero ellos…”. El Bambi argentino en su propia película de terror.
Años más tarde Fabián Bielinsky lo entrevistó en la cárcel: “Para robar yo hacía papeles de contador, abogado, exportador, comprador, banquero, hasta que llegás a donde está el dinero y te convertís en lobo. Y si podés, te lo llevás. O quedás tirado. Incluso estuve en Europa, con bastante suerte en lo mío. Yo le conté cosas pero lo de él era lo del fraude, metió eso de los sellos en la película. Lo mío en realidad fue un Van Gogh”. ¿Falso? “¡No! Verdadero. Chiquito. Yo lo robé para otra gente, me pagaron, luego hubo una traición, pero era mucho más intrincado que lo que hicieron en Nueve reinas que fue más un porteñismo de la época”.
Tuvo diez condenas en total y con más de media vida en la cárcel Bambi se encontró con el defensor oficial, Federico Stolte, que decidió acercarle una computadora. “Fue lo mejor que me pasó en la vida. Ahí fui libre”. Escribió Mi vida como ladrón, No habrá un libro inconcluso, dos libros de cuentos sin título y otro llamado Yo y mi conciencia: “Ese es de terror”. Cuando Bambi se ganó su libertad física, Stolte lo incorporó a la justicia porteña. “Se defiende a los que nadie defiende. Pero en la provincia de Buenos Aires las defensorías se matan trabajando, ganan dos mangos, y no tienen ningún reconocimiento ni apoyo”, dice este admirador de Hemingway al que leer y escribir le cambió la vida, como se la cambió a Wali estudiar en la cárcel.
Cuando se jubile, Pedro se dedicará a hacer un trabajo artístico que mezcla pintura y tallado en madera. “Nunca viste algo así en tu vida. Con luz ves una cosa, sin luz ves otra”. Siempre es difícil saber qué se está viendo. Waldemar dice que este encuentro teatral generó una amistad que va a perdurar, porque aparte de todo lo hecho, siempre queda mucho por hacer.
Pedro contesta: “Sí, en este país siempre queda mucho despelote por hacer”.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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