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Sabiduría del valle: Entrevista a Marcos Pastrana, referente indígena

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Desde Tafí del Valle, Tucumán, este diaguita de 72 años realiza una lectura histórica de la realidad nacional y global de los pueblos originarios. Interpela a la democracia representativa, critica la economía, el Poder Judicial y el extractivismo. Pasado y presente indígena. Por Darío Aranda.
Nacido el 5 de febrero de 1946, su nombre completo es Marcos Benito Jesús Pastrana. Marcos por su padre, Benito por “pedido” del dueño de la estancia donde trabajaba su madre, y Jesús porque una tía rogaba al supuesto hijo de Dios que Marcos nazca vivo.
El apellido, común en los Valles Calchaquíes, proviene de España. Marcos Pastrana mismo realizó la genealogía y explica que data de 1600 en el norte argentino. Su abuelo Eustaquio nació en 1892, en Tafí del Valle, donde se casó con Gabriela Romano. El matrimonio tuvo nueve hijos, entre ellos el padre de Marcos. Su madre, María Clara Flores, hija natural de Felipa Flores, desde los 9 años vivió y trabajó en una estancia. Recién pudo salir a los 20 años, cuando se casó.
Con tres meses de vida, Marcos Pastrana tuvo su primera zafra: toda la familia se trasladaba a pelar caña de azúcar al Ingenio San Pablo. Tiene recuerdos de niño, ya a los 6 y 7 años, de ir a caballo rumbo al ingenio.
De su madre recuerda que le enseñó a leer. Ella pudo llegar hasta 4° grado y solía decirle que debía estudiar “para ser alguien”. Marcos lo reflexionó ya de adulto: “Con el tiempo me di cuenta que ya era alguien: era un originario de esta tierra”.

Políticos de Estado

Pastrana no recuerda buenos momentos del Estado argentino para los pueblos indígenas, aunque sí de mayor o menor participación. Lo que no duda es que, desde la vuelta de la democracia, esta es la peor etapa: “La política pública del Estado está declarada a combatir y si es posible terminar de desterritorializar a los pueblos originarios”, sintetiza. Cita como ejemplo la represión al Pueblos Mapuche, pero aclara que lo mismo sucede en el norte del país, centro y en cada lugar donde una comunidad lucha. Y recuerda que no se trata sólo del gobierno nacional, sino también a los gobernadores.
Pastrana aborda distintos tópicos. Da una vuelta de rosca y reinterpreta conceptos que parecen estáticos para el pensamiento conservador. “Desde lo económico el desastre es absoluto. Aquí hay que aclarar que la economía no es solo la financiera, la acumulación de divisas, sino también todo lo que hace a la administración de bienes comunes de un pueblo. Economía es agua, es aire, son los ríos, es el monte nativo. Y eso no está en agenda de los responsables de políticas públicas”. Para abordar la situación ambiental invita a visitar Andalgalá (donde desde hace veinte años opera Minera Alumbrera), los pueblos fumigados, y las zonas con pasteras o petroleras. “El resultado está a la vista: pueblos contaminados, territorios desmembrados por la acción de las multinacionales”, describe.
El sabio diaguita define que el discurso científico y político oficial choca de frente con la realidad porque ambos proponen desde el discurso actividades no contaminantes y prometen bienestar, pero eso jamás sucede. Recuerda el rol del Poder Judicial, donde jueces y fiscales incumplen leyes locales y tratados internacionales que protegen a los pueblos indígenas. En paralelo, dice, “mucha legislación se adapta especialmente para favorecer a las multinacionales y los terratenientes”. Como mal ejemplo de “justicia” o referencia de “injusticia” cita a la Corte Suprema de la Nación, que en septiembre pasado falló contra el Pueblo Mapuche y anuló personerías jurídicas de seis comunidades de Neuquén. Destaca que se escudó en un error del propio Estado (personificado en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas) que perjudicó a los pueblos indígenas. “Los jueces supremos deciden ignorar y desvirtuar la cuestión de fondo, que es la preexistencia indígena al Estado argentino. Eso hace el máximo tribunal del país: desconoce derecho”, se enoja y sigue: “La democracia está desnaturalizada en su esencia. Hay una crisis muy grande de representatividad. Los representantes supuestamente del pueblo son solo representantes corporativos de partidos políticos y de multinacionales. No son políticos, no son gobernantes, ni son ni funcionarios: son gerentes ejecutores de las multinacionales y de los terratenientes”.

La iglesia y el viaje

“Decían que éramos pobres: hoy me doy cuenta cuán ricos éramos y seguimos siendo. Muy desde niños cultivábamos, traíamos leña, practicábamos nuestros saberes, hacíamos fuego, iba al cerro a caballo. Éramos sujetos de una cultura comunitaria ancestral y colaborábamos con lo familiar”, rememora Pastrana la infancia en Tafí del Valle. Entre las bases comunitarias-familiares estaban “no mentir, no robar, dar según la posibilidad, y escuchar a los ancianos”.
El punto de quiebre fue a los 11 años, cuando cursaba 5° grado. “Luego del bautismo, para liberarme de un pecado que no cometí, vino la primera comunión. Seguir ese proceso de evangelización, para que me vayan completando como persona”, dice entre mezcla de ironía y lamento. Previamente, recuerda, le “impusieron” ser ciudadano argentino.
Los curas franciscanos daban la catequesis a las 15 horas, el mismo horario en el que los niños del valle iban a buscar la hacienda al cerro, momento de diversión, juego, libertad. “Se nos hacía pesado ir al catecismo, que nos imponía obligaciones y mandamientos, pero había que ir”, precisa Un día Marcos le preguntó al cura qué pasaría si aprendía todo el libro de catequesis. La respuesta fue una oportunidad: “No venís más”. Pastrana pasó todo el día y parte de la noche estudiando. Gastó dos velas. Y al sábado siguiente, rindió una suerte de examen, y se libró de catequesis.
Pero sobrevino lo inesperado: el cura habló con la madre de Pastrana. Le dio media beca para estudiar en la capital provincial. Y, contra su voluntad, fue a la ciudad. “Así fue que me desarraigué. Dejé todo lo que quería. Mis amigos, mi familia, mis animales, mis perros, mis juegos. Todo lo que era la vida, el amanecer en el valle con toda su magia. Y llegué donde todo es artificial, lleno de esquinas en escuadra, hostil, individualista”, recuerda.
Conoció la discriminación que lo marcó para siempre. “Era el indio, el sucio. Todas las acepciones más bajas de la escala social se me notificaban día a día, hasta agresiones físicas y cosas que no vale la pena recordar”, lamenta.
Vivía en una pensión. De noche lloraba y pensaba en los buenos momentos que pasaba en el valle. Las notas eran bajas. Quería volver a Tafí. La madre le había dicho que no debía pelear porque el cura le había hecho un favor con la beca, y la buena conducta era una obligación. Eso también le daba impotencia.
Planeó una fuga para escapar de la discriminación. Tenía una bicicleta. Calculó un día de pedalear hasta un pueblo intermedio, llevar dos panes y agua para luego cortar camino entre los cerros.
Hasta que llegó una carta de su madre. Le avisaba que comenzaba la zafra, que estarían en un ingenio más cerca. Todos los viernes podría visitar a la familia.
Comenzó a defenderse de las agresiones. Se peleaba. Perdía más de lo que ganaba. No reivindica la violencia, pero enfrentó la discriminación como pudo. Permaneció en la escuela.
En la campaña política de 1953 tenía 9 años; le quedó grabado el recuerdo de candidatos que arrojaban golosinas desde un camión. Los niños debajo peleaban por la dádiva. No le gustó. Años más tarde entendió por qué: “La política partidaria no evolucionó nada; al contrario, involucionó. Las viejas monarquías sólo cambian de disfraz”.
En los mismos años fue el desencanto con la Iglesia. “Yo no sentía nada. No quiero hacer con esto una descalificación sobre la religión, pero mi cosmovisión y ancestralidad dormida no entendía ni aceptaba esa forma de dominación”, explica. Señala que la situación ante la discriminación escolar y frente al catolicismo lo marcó. Ese rechazo fue el comienzo del despertar de la cosmovisión diaguita, el ser indígena que nunca muere.
El punto vital en su vida, el “renacer”, fue conocer a José Flores, quechua de Perú. Lo señala como “padre espiritual, maestro en todo sentido”. Advierte que será la única persona que nombrará en las dos horas de charla, aunque afirma que son decenas las personas que lo guiaron en la militancia. Le enseñó sobre cosmovisión indígena, mató el ego, marcó caminos.
Pastrana ya estaba desengañado de la política partidaria, tenía asumida la identidad indígena, pero le costaba la práctica cotidiana. Le pidió a Flores documentación, bibliografía para estudiar, conceptualizar y saber qué hacer. Flores le respondió de forma simple y profunda: “Tus libros no están en las bibliotecas. Tus libros están en las comunidades. Ahí tienes todo lo que debes saber. Tienes que leer en el alma de tu pueblo”.

En qué creemos

Las críticas de Pastrana apuntan al ordenamiento del Estado nación, a los tres poderes y la forma de funcionamiento y hasta su legitimidad-falsa representatividad. Y contrapone los pilares del Pueblo Nación Diaguita, que comienza por una “doctrina filosófica”: la cosmovisión. “En qué creemos”, resume. Un orden cósmico donde cada pieza tiene una función, un rol, “responsabilidades dentro de la maravillosa cadena de mantención de la vida”. Aclara que el sistema de gobernanza diaguita responde a una filosofía de vida, por eso es participativo, asambleario y representativo.
En el aspecto económico el concepto básico es no depredar, no atacar la biodiversidad. La idea madre es el “Sumaj Kawsay” (buen vivir), donde se protegen y comparten los bienes comunes. Se cuidan para las generaciones futuras. “Si lo comparamos con el Estado-nación moderno vemos que el hombre se pone en la cabeza de la pirámide, se cree lo más importante. ¿Y cuál es su doctrina filosófica? El paradigma es el dinero, la opresión, la acumulación de la riqueza y la dominación, la contaminación y desaparición de culturas. Para muchos eso es el desarrollo”, ironiza. Precisa que los pueblos indígenas tienen en el centro al buen vivir.
Explica que las recreaciones de los saberes crean territorios, y así lo pueblos desarrollan cultura. “Por nuestra resistencia y perseverancia mantenemos nuestra doctrina filosófica, y eso nos mantiene vivos”, asegura. Señala que la sociedad urbana se encuentra aturdida por el sistema y se le dificulta identificar dónde nacen sus injusticias. En el caso de los indígenas es más claro por la centralidad del espacio de vida. Pastrana resume: “El territorio es por lo que luchamos porque es por lo que existimos”.
Pastrana habla de forma pausada, en voz baja, con sentimientos y conceptos profundos surgen en el medio de la oración más imprevista. “Los territorios son el alma de las culturas. Al perder el vínculo territorial se van aculturando nuestros hijos”, lamenta.
Apunta a la población hacinada en grandes ciudades, en lo que evalúa como una competencia feroz entre unos y otros, “donde es muy difícil practicar valores que son esenciales para los pueblos originarios”. Define a la ciudad como emblema y cuna del capitalismo.
Pastrana explica que el extractivismo tiene relación con “el nuevo orden mundial, que apunta a desmembrar territorios y estados nacionales”. Ejemplifica con la Ofemi (Organización Federal de Estados Mineros), integrada por representantes de los tres poderes del Estado, donde de norte a sur establece que la Cordillera de Los Andes es “una provincia geológica minera, establecida así desde la década del 90 en un congreso empresario-gubernamental en Canadá”.
“Durante la colonia hubo un reparto de regiones y riquezas. El capitalismo actual reconfigura nuevamente el mapa de América, hay un nuevo reparto por intereses económicos, las multinacionales legislan por nuestros legisladores, quienes muy cómodamente sentados en sus cuerpos colegiados sirven a los intereses de esas empresas sin ningún recato”, denuncia.
Afirma que en la práctica sucede que los gobernadores y legisladores “están de rodillas” ante las multinacionales, que les dictan leyes y sentencias que provienen de centros de poder de países de primer mundo.
Una buena: ante el panorama complejo, resalta que se vive un avance desde lo filosófico, lo espiritual y lo intelectual, cuestiones indivisibles dentro del Pueblo Diaguita. “Nuestra cultura, nuestra cosmovisión, es la única valla de contención que tenemos para resistir”, explica. Destaca el intercambio de saberes entre asambleas socioambientales (muchas en la Unión de Asambleas Ciudadanas -UAC-) y pueblos originarios, que se nutren mutuamente.
Un espacio de pensamiento y lucha donde se encontraron fue la “Cumbre Latinoamericana del agua para los pueblos”, organizada por los Pueblos Catamarqueños en Resistencia y Autodeterminación (Pucará, que reúne a asambleas la provincia) y realizada en San Fernando del Valle de Catamarca en octubre pasado. Allí Pastrana recordó que el modelo actual anula el saber y privilegia el poder del dinero. Y advirtió: “No hay derechos humanos si no se respeta la naturaleza”.

Alerta Tucumán

La Unión de la Nación del Pueblo Diaguita (UNPD) nuclea a decenas de comunidades indígenas de Tucumán, Catamarca y Santiago del Estero. Siempre en lucha por el territorio, desde 2009 también exigió justicia por el asesinato del comunero diaguita Javier Chocobar, víctima del empresario Darío Amín y los ex policías Humberto “El Niño” Gómez y José Valdivieso.
El 12 de octubre de 2009 llegaron hasta la comunidad indígena Chuschagasta y, en el marco de una disputa territorial, asesinaron de un disparo a Chocobar. El Poder Judicial demoró nueve años en realizar el juicio. Los acusados esperaron la sentencia en libertad, a pesar de estar filmado el momento mismo del asesinato. Finalmente, en octubre pasado los tres acusados fueron condenados a prisión.
La avanzada empresaria, con complicidad política y judicial, es una constante de norte a sur. La comunidad indígena del Valle de Tafí, donde pertenece Pastrana, emitió un comunicado en noviembre pasado que aborda la coyuntura, pero también el pasado. En base a documentación histórica, fija la fecha de 1617 como el inicio del “despojo y usurpación” de los territorios y el trabajo indígena esclavo. Muchas de esas tierras aún hoy están en manos de la élite tucumana. “Es necesario señalar que el Poder Judicial actual, que dicta sentencias, es parte de esa élite”, describe el comunicado.
Y puntualiza: “Denunciamos que lo sucedido el día 15-11-18 en la Base Costa I, ante el fallido intento de usurpación de terrenos comunitarios por parte del empresario Critto, no es más que la repetición de todo los hechos desgraciados y trágicos que se registran en territorios de Comunidades Indígenas de todo el país, fruto de una mala praxis jurídica, ideología hegemónica y una carencia absoluta de políticas públicas que necesariamente debe resolver el Estado Argentino como principal responsable”.
Recuerda la vigencia del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (que establece numerosos derechos a los pueblos indígenas), el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional y la Ley 26160 (que debiera frenar los desalojos). Y dice que ante “la mala praxis jurídica, la ideología hegemónica y una carencia absoluta de políticas públicas (para los pueblos indígenas)”, la comunidad diaguita de Tafí se expidió: “Nos vemos compelidos a desconocer y resistir toda disposición o sentencia judicial violatoria de la legislación vigente”.
Declararon el territorio indígena de Tafí del Valle en emergencia jurídica, administrativa, social, cultural, ambiental y económica. “Desde nuestro territorio gritamos a todo el mundo: la tierra es nuestra madre y pertenecemos a ella. Nadie nos puede desarraigar de nuestra Pacha”.
Finaliza el documento con un grito de lucha y esperanza: “Jallalla. Jallalla. Jallalla”.

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