CABA
Volver al futuro: Santiago Sarandón
Es el creador de la primera Cátedra de Agroecología del país y uno de los mayores difusores del tema. Después de años de navegar contra la corriente, asegura que estamos en “un momento único”, y que hay un colapso del modelo de producción. Un nuevo paradigma de pensamiento que propone otros estilos de ciencia, produccón y vida.Por Sergio Ciancaglini
Sobre el escritorio hay publicaciones científicas, documentos académicos y un cacho de bananas argentinas.
Las bananas crecen en un rincón silvestre de la Facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de La Plata, institución en la que crece también la idea de que algunas cosas que están gestándose en el presente significan una revolución.
“Ahora hay que esperar a que maduren, pero son más ricas que las que se importan”, informa sobre esas bananas todavía verdes el ingeniero agrónomo Santiago Sarandón, creador y titular de la primera Cátedra de Agroecología que hay en el país como materia obligatoria de una facultad. “Las importadas lucen más, pero tenemos un prejuicio visual con los alimentos. La agroecología busca también eso: que aprendamos a mirar de otro modo”.
Fundada en 1999 y en funciones desde 2001, la Cátedra de Sarandón empezó a navegar a contracorriente del modelo de producción de transgénicos, monocultivos y fumigaciones celebrado mediática y políticamente como el salvavidas que le permitió al país salir de la crisis. Los años han permitido sospechar que el salvavidas sirve para pocas personas y corporaciones, no soluciona la situación de los países con tendencia al naufragio, y se convierte –alquimia típicamente criolla- en un salvavidas de plomo.
“El modelo no era sostenible, y eso lo podía entender cualquiera que conociera cómo funcionan los mecanismos de la naturaleza”, dice Sarandón, cuyos trabajos ya advertían hace 20 años el inexorable crecimiento de las llamadas “malezas” y el incremento de pesticidas (en volumen fumigado y costos) para intentar exterminarlas, logrando el efecto contrario. Del resultado de esta guerra dio cuenta el diario contrainformativo Clarín este año a través de una columna que es una confirmación del fracaso, titulada: “La venganza de los yuyos”.
Pensamiento mágico, o más bien irracional: como si los yuyos fueran seres rencorosos o conspiradores complotados, caso del Amarantus Hybridus, más conocido en los campos por su nombre de guerra: yuyo colorado.
“Vos leés ese artículo y es como si las cosas pasaran porque los yuyos son malos, y no porque hay un error del modelo productivo”, explica Sarandón. “Todo esto era totalmente previsible. Y pasó lo que dijimos que iba a pasar”.
Una posible secuencia:
Ante el aumento de resistencias (plantas que los venenos no podían terminar de matar), los monocultivos transgénicos como la soja pasaron de necesitar 3 litros por hectárea de pesticidas como el glifosato, a 12, combinados con productos cada vez más fuertes e incluso prohibidos para lograr efecto.
De un promedio de gasto de estos insumos de 20 dólares por hectárea, se llegó a 130. El esquema dejó afuera a una cantidad cada vez mayor de productores, y tuvo todos los efectos ya conocidos de contaminación y enfermedades además de vaciamiento y deterioro de los suelos.
Las mal llamadas malezas (que en realidad son vegetación espontánea) crecieron desde la casi nada inicial de fines de los 90, a unas 33 especies actuales que hacen que Aapresid (la asociación de siembra directa que reúne al sector sojero) emita a través de su Red de Manejo de Plagas (REM) constantes “alertas rojas”, para no desentonar con el color de los yuyos.
El problema de fondo, dice el profesor Sarandón, puede describirse a través de dos modelos conceptuales:
- “Uno es el modelo que percibe a la Naturaleza como algo ajeno, inagotable, que hay que controlar según se nos ocurra, que se puede manipular de cualquier modo y sin consecuencias”.
- “Dentro de ese modelo no hay solución, porque el propio paradigma que están aplicando es el que generó el problema”.
- “La única variante es otro modelo. Cambiar de enfoque, de lógica. O sea: una revolución del pensamiento”.
No te aburras nunca
No deja de asombrarse frente al crecimiento de esa palabra difícil: agroecología: “Lo que está pasando supera exponencialmente las expectativas que podía tener cuando empezó todo esto”. ¿Cuándo empezó todo esto?
Se recibió Sarandón como ingeniero agrónomo en 1980 en esta misma facultad platense. Hizo la carrera docente y llegó a la materia Cereales en los 90.
Según la Ley de Murphy, algo falló: “Me aburría. Escribía investigaciones, papers, artículos para publicaciones científicas. Pero sentía una rutina en la que hacía experimentos, probaba fertilizantes, publicaba trabajos, pero, ¿para qué servía realmente? Era para la vanidad, pero no para hacer algo concreto. No había entusiasmo, ni pasión. Una vez hablamos con unas compañeras y compañeros: si uno desaparece, ¿qué deja como trabajo? ¿Cuál es nuestro aporte real al conocimiento?”
El joven Santiago tenía dos ecólogos cerca: su hermano y su entonces esposa. “La ecología me hizo ver a la agronomía con una perspectiva nueva. Con otra lógica, que no era la de recetar productos sino la de entender procesos complejos: una ecología de los sistemas agrícolas”.
Es un entusiasta de las novelas policiales (los comisarios Montalbano y Wallander andan en su biblioteca resolviendo crímenes gracias al italiano Andrea Camilieri y al sueco Henning Mankell), pero en aquel momento pasó a la bibliografía de otro tipo de investigador: el chileno Miguel Altieri, uno de los pioneros de la agroecología. “Decía que muchas prácticas de productores casi marginales, ancestrales, familiares, tenían lógica si se las miraba científicamente. Y podían manejar una complejidad que los propios agrónomos ya no percibían a fuerza de simplificar todo con recetas químicas”.
Armó Sarandón grupos de trabajo y lectura con biólogos, ecólogos y agrónomos. “Vi el valor de la complementación de enfoques, cómo nos enriquecíamos con la mirada de alguien que venía de otro saber”, recuerda sobre aquellos policultivos mentales. “Fue un modo de salir de un reduccionismo cada vez mayor. Nadie nos había pedido eso, pero nos habíamos transformado en agrónomos químicos”.
Otro hallazgo: “El científico debe cumplir ciertas normas, entre ellas la producción o productividad que se demuestra con publicaciones y papers. De a poco, la lógica ya no es hacer ciencia sino publicar, porque si no, no hay reconocimiento académico. No puedo distraerme con nada que no sea publicar un paper. Entonces algo más complejo y verdaderamente científico, capaz que se deja de lado porque no me sirve para el paper del mes que viene”.
Diagnóstico: “Lo cómodo es quedarte donde estás. Cambiar es un desafío, y más si vas hacia algo desconocido, complejo, donde te empiezan a mirar raro”.
Sarandón eligió el desafío. La velocidad de su hallazgo y el interés del entonces decano Guillermo Hang permitieron que ya en 1999, a tres años de la inoculación de los transgénicos en el país fumigados con glifosato, se creara la cátedra de Agroecología en La Plata, a cargo de un agrónomo que había logrado vencer el aburrimiento, la rutina anti-científica, y había recuperado la pasión.
¿A quién hay que hablarle?
¿Qué descubrió el joven Sarandón en la agroecología? “Que es un nuevo modo de hacer agronomía. Combina lo agrario y lo ecológico, e intenta comprender cómo funcionan los sistemas para no tener que utilizar químicos y minimizar insumos que puedan suplantarse con procesos agroecológicos. O sea: significa apoyarse en la biodiversidad de especies y en nuevos diseños de los campos para mejorar los suelos y controlar las plagas con mecanismos ecológicos”.
La biodiversidad es entonces una de las claves que evitan el uso de pesticidas. Una asociación de cultivos que permite cuidar y nutrir los suelos y que esos cultivos se potencien mutuamente. “El modelo convencional, productivista, donde todo es una mercancía, no entiende cómo funciona biológicamente el sistema. Por eso aplica venenos y considera que es la única manera posible de lograr rendimientos. Estamos en una agricultura insumodependiente. Pero en un ambiente natural no hay plagas. ¿Cuál es el secreto? La agroecología estudia la Naturaleza para diseñar sistemas agropecuarios en base a esa biodiversidad. Eso me permite reemplazar insumos. O si lo miro al revés: los sistemas de monocultivo, sin diversidad, y de insumos químicos, generaron las condiciones para que aparezcan las plagas”.
En el libro al que puede accederse libre y gratuitamente en Internet Agroecología: bases teóricas para el diseño y manejo de agroecosistemas sustentables, de Sarandón y Cecilia Flores se explican en profundidad los mecanismos biológicos que favorecen las “plagas” y las “malezas” como consecuencias inevitables de los sistemas de monocultivo, que generan plantas vulnerables y no sanas, que incitan a su vez a incrementar las dosis de agrotóxicos para “protegerlas” y empeoran la situación. Se describen también criterios para el manejo de la biodiversidad como rotaciones, policultivo y corredores vegetales. Sarandón: “Todo lo que el agro convencional ve como problemas, son en realidad los síntomas. El síntoma es la plaga. El problema es el mal diseño de la producción. La agroecología apunta a resolver el problema, cambiando el modelo”.
Todo esto puede parecer técnico, y lo es, pero al hablar de “cambiar el modelo” todo lo relacionado con la agroecología salta de nivel, cuestión que ya había vislumbrado el científico Andrés Carrasco en su última aparición pública antes de su fallecimiento (mayo de 2015). En la Facultad de Medicina de la UBA, Carrasco contó que una periodista de la BBC le había preguntado qué pasaría si les pusieran reglas a las fumigaciones. “Se acabó el modelo”, fue la respuesta del científico: “El modelo es plata”. Agregó: “En la medida que uno empiece a poner presión sobre las recetas, los usos, las mezclas, los aviones, se acabó. El modelo es consustancialmente perverso porque habilita a usar todos los insumos del propio modelo, ad libitum (a voluntad)”. ¿Por qué no les ponen normativas? “Porque no les conviene a los gobiernos ni a las empresas involucradas en proveer los insumos o exportar los productos”, explicó Carrasco.
Suma ahora Sarandón: “Estamos viviendo un momento único. ¿Por qué? Porque hace 10 años, cuando vos querías hablar sobre esto, te encontrabas con que eras minoría; planteando un modelo contrahegemónico, un modelo que no es el que se aprende en las universidades, reduccionista y simplificador, como recetas de cocina. Entonces lo que aprendimos fue a argumentar, buscar información, ser sólidos. Y convencer a los no convencidos”.
¿Qué es “cida”?
La agroecología diseñó un estilo de comunicación del que mucho se puede aprender: “Entendimos que se necesita un lenguaje claro pero no agresivo para explicar, para convencer a los productores, los agricultores, los consumidores. Nosotros sabemos lo que queremos: desplazar el modelo hegemónico, que nos parece insostenible, por un modelo que es mucho más racional y sano desde todo punto de vista. Pero los que están en el modelo convencional nunca tuvieron que explicar nada porque ya están, ya son hegemónicos. Entonces, no tienen la capacidad de argumentar, nunca la desarrollaron. Y hoy, cuando quieren explicar lo que hacen, usan argumentos totalmente primitivos y burdos”.
Ejemplo de lo burdo: sin este modelo no se puede dar de comer a la humanidad. O la curiosa idea de que sin pesticidas no se puede producir alimentos. Sarandón: “Falso. Una persona necesita 2.400 kilocalorías para vivir y el mundo hoy produce 2.800 per cápita. Quiere decir que el problema es de distribución de alimentos, no de producción. Además se pusieron a hacer agrodiésel: ¿no era que había que producir más alimentos? Son solo discursos. Además: ¿d4ónde está el paper científico que demuestra que no se puede producir sin pesticidas? Hace años que pido que alguien me traiga un trabajo que demuestre eso, pero no existe ninguno que diga semejante cosa”.
Al revés, existen miles de experiencias que demuestran que sí se puede producir de un modo sano y eficiente. “Basta con que haya una. Es como la teoría del cisne: todos los cisnes son blancos, hasta que vi un cisne negro. Automáticamente no es cierto que todos los cisnes sean blancos. Con esto pasa lo mismo, y hay mucho más que un caso de desarrollo agroecológico. Pero el modelo y las universidades siguen manteniendo verdades consolidadas, freezadas, sin argumentos. Creo que ahora uno puede decir: eso que ustedes dicen no es científico. Ahora somos nosotros los que hemos generado información, publicaciones y debates que hacen visible y comprensible el colapso del actual modelo”.
Corolario: “No es que hay una mala aplicación de una buena idea, sino que la idea misma no sirve”.
Sobre el lenguaje, Sarandón es de los que prefiere no utilizar la palabra agrotóxicos: “Son tóxicos, obviamente. Pero quiero que me sigan escuchando o leyendo los no convencidos. Y al usar esa palabra sé que me dejan fuera, cuando lo que necesito es que me entiendan, que podamos reflexionar. Por eso sí utilizo la palabra pesticida, que es el nombre de los propios productos: herbicidas, insecticidas. El sufijo ‘cida’ significa algo que mata. El eufemismo es decirles ‘fitosanitarios’, ‘protectores de cultivos’ o ‘remedios’. Eso es peligroso porque da la idea de que un ‘remedio’ lo podés guardar en el botiquín del baño, y no: estos son venenos. Los pesticidas están hechos para eliminar o exterminar formas de vida”.
El siguiente paso del razonamiento apunta a las llamadas “buenas prácticas agrícolas”: “Al entender el rol de los pesticidas, se puede romper el mito que quieren instalar sobre que las consecuencias de contaminación o daño a la salud se deben a la mala aplicación de los productos. Te dicen que los efectos dependen de las dosis de los productos, y que hasta la sal en exceso mata. En realidad, es una forma de ocultar y engañar, porque la sal no es un producto que tenga como finalidad matar. Los pesticidas, en cambio, no es que matan formas de vida si se usan mal, sino que el objetivo mismo de la molécula, por definición, es matar”.
Fumigar es de machos
Sostiene Santiago que la toxicidad de los productos que contaminan aire, suelo, aguas alimentos y vidas de medio país no se mide. “Se habla solo de la toxicidad aguda, la letal, pero no se tienen en cuenta los efectos crónicos. Estoy en contacto con los pesticidas, no me muero, pero años después aparece un cáncer, un tumor. Pero además hay un capital simbólico, una imagen, que minimiza la peligrosidad y que tiene que ver con cierto machismo. Productores de tomates me han dicho: ‘No nos hace nada, ya estamos acostumbrados’. Eso no existe, se están muriendo. Pero lo dicen como si pensar lo contrario fuera cosa de flojos, de mariquitas. Es un machismo que explica muchas de las cosas que ocurren en el país”.
Sarandón es uno de los fundadores de la Sociedad Argentina de Agroecología (SAAE), que en septiembre, en Mendoza, organizará su Primer Congreso Nacional. “Para mí eso forma parte del crecimiento exponencial que estábamos mencionando antes”.
Los signos comenzaron en los 90, con experiencias que han resultado contagiosas como la Granja Naturaleza Viva de Guadalupe Norte, en Santa Fe (agroecología intensiva e industrialización de productos) o La Aurora (Benito Juárez), establecimiento agropecuario señalado por la FAO como modelo agroecológico a nivel mundial.
Además, hace ya 6 años otro ingeniero agrónomo y ex alumno de Sarandón, Eduardo Cerdá, creó la RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología), que reúne ya 14 municipios, 160 productores, 87.000 hectáreas y unos 80 profesionales volcados a la agroecología.
Otro signo: la Unión de Trabajadores de la Tierra, el mayor gremio de agricultores del país, cuenta ya con 200 hectáreas agroecológicas para la producción de frutas y verduras, cifra en crecimiento constante, que hoy abastecen a unas 40.000 familias que pagan lo mismo o menos que en las verdulerías convencionales, pero permiten al productor una ganancia que se acerca al triple o cuádruple, según el caso, confirmando que la agroecología implica un nuevo modelo conceptual, de producción, y también de vida.
“Todo este crecimiento era impensable hace pocos años. Por eso uno es feliz viendo esto. La felicidad es una palabra que también recuperó la agroecología, y lo podés notar apenas hablás con los productores y productoras. O tranquilidad. Y eso pasa con los consumidores que empiezan a acceder a productos agroecológicos: cuando empezás, no hay vuelta atrás”.
Cree Sarandón que la agroecología ha pasado por tres etapas frente a los grupos dominantes: “Primero, nos ignoraban. Luego vino el antagonismo, y no lograron nada. Y hoy están por la cooptación: empiezan a querer usar el término porque tiene prestigio, tiene un valor. Desde nuestro punto de vista es un triunfo, porque se instaló el tema y le dimos presencia. Pero hay que tener cuidado porque van a querer vaciar el término de su contenido, van a querer convertirlo en una palabra sin sentido”.
¿Quiénes se oponen a esta idea? “Los que fabrican y venden insumos, los que asesoran en el uso de insumos, el statu quo de las universidades, los intereses de las empresas que ofrecen viajes, congresos, reconocimiento. Pero apareció un actor inesperado: los pueblos. La gente que dijo: basta, este modelo resulta insoportable. Y ahí aparecen los elementos de la agroecología que le dan un sentido profundo: el componente fuertemente ético, y la búsqueda de lo socialmente justo”.
Al hablar de ética, palabra en peligro de extinción, Santiago se refiere a discriminar lo que es correcto de lo que no lo es. A hacer lo que corresponde. “¿Podemos como generación usufructuar los recursos y degradarlos para ganar dinero, a costa de las generaciones futuras? Porque esas generaciones hoy no están aquí, pero es a las que estamos dañando inexorablemente. La agroecología está proponiendo desarrollar sistemas compatibles con ambas cosas: que la generación actual pueda vivir, ganar dinero, hacer su vida, y que a la vez deje un ambiente de calidad a las generaciones que vienen”.
El aspecto socialmente justo tiene que ver con la agricultura familiar. “La agroecología reivindica como bueno al modelo del agricultor familiar, que reúne al 70 % de los agricultores del país, y es responsable de la elaboración del 70% de los alimentos que se consumen. Esa gente tiene que seguir en el campo, hay que generarle buenas condiciones porque ahí está el futuro”.
¿Por qué estos temas son inexistentes en la autodenominada “agenda política”? “Lo ambiental en general está ausente. Los políticos no lo ven. Como piensan en períodos electorales de dos o cuatro años, les interesa tener la soja, sacar plata de ahí, repartirla y no hacerse problema. Ese modelo se está cayendo a pedazos, pero no lo ven”.
La transformación, entonces, es como los cultivos: “Es de abajo para arriba. Es desde las comunidades, los agricultores, que está ocurriendo todo el cambio. Si mañana apareciera un presidente que diga ‘soy agroecológico’ tampoco serviría. No hay que esperar ese tipo de cosas. Hay que seguir trabajando como hasta hoy, investigando, produciendo, demostrando, convenciendo. No se trata de que te saquen una ley, que te den una migaja, una resignación. Lo que queremos es cambiar el modelo. Y lo que se ve venir es que los sistemas de producción se van a multiplicar de una forma extraordinaria. Ya hay una demanda enorme, y hasta faltan ingenieros para asesorar a la gente que se dio cuenta, y quiere hacer el cambio. Para mí la revolución que estamos dando es esa, de abajo. Un cambio de paradigma es algo que lleva siglos, y aquí está pasando todo muy rápido. No es la política clásica, sino lo que está surgiendo desde un modo nuevo de pensar”.
El libro de Sarandón y Cecilia Flores sobre agroecología comienza con una frase del dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que hace 70 años fue capaz de escribir la realidad, y también de leerla como si viviera hoy. Podría traducirse como un programa filosófico, político o, más aún, como un proyecto de vida. Propuso Bretch: “No acepten lo habitual como cosa natural, pues en tiempos de desorden sangriento, de confusión organizada, de arbitrariedad consciente, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar”.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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