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Teoría de la esperanza: el último libro de Byung Chul Han

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El espíritu de la esperanza, del filósofo surcoreano Byung-Chul Han, propone aferrarnos a lo que le da contra-sentido a un tiempo signado por el aislamiento, las crisis múltiples, y el miedo, empezando por el miedo al fracaso y al futuro. La crítica al “optimismo” que no ve la realidad. La paradoja de la libertad convertida en presión y angustia. Las redes que socavan lo social. Amistad, humanidad y solidaridad como horizontes de sentido y de acción. Por Franco Ciancaglini.

Teoría de la esperanza: el último libro de Byung Chul Han

Esperanza no es esperar. Ni tampoco es lo mismo que optimismo y psicología positiva.

Después de que el filósofo Byung Chul Han describiera cómo el régimen neoliberal no es algo que está afuera sino adentro de nosotros, por primera vez propone una idea de salida.

La esperanza como una forma de proyectar no como “el convencimiento de que algo saldrá bien”, sino como “la certeza de que algo tiene sentido”.

Escrito desde otras latitudes igualmente en guerra, de catástrofes climáticas y de escenarios apocalípticos, El espíritu de la esperanza propone una máxima que aplica a muchas latitudes: de las crisis surgen las revoluciones.

Pero no es todo tan sencillo, ni de los juegos de palabras veremos la luz. 

El propio surcoreano –de cuyo libro reproducimos algunos fraggmentos– enseña que estamos en el horno, entre otras cosas, por la digitalización de nuestras vidas que nos aísla y profundiza la soledad y el sufrimiento.

¿Qué nos puede unir y ayudar a encontrar lo común?

Compartimos fragmentos de este nuevo trabajo con la esperanza de que teoría y praxis confluyan: en esta revista intentamos recuperar algunas de las experiencias que nos dan esperanzas y nos contagian formas de hacer y de proyectar un mundo mejor. A partir de aquí, los argumentos de Byung Chul Han. 

Crisis

Estamos padeciendo una crisis múltiple. Miramos angustiados a un futuro tétrico. Hemos perdido la esperanza. Pasamos de una crisis a la siguiente, de una catástrofe a la siguiente, de un problema al siguiente. De tantos problemas por resolver y de tantas crisis por gestionar, la vida se ha reducido a una supervivencia. La jadeante sociedad de la supervivencia se parece a un enfermo que trata por todos los medios de escapar a una muerte que se avecina. En una situación así, solo la esperanza nos permitiría recuperar una vida en la que vivir sea más que sobrevivir. Ella despliega todo un horizonte de sentido, capaz de reanimar y alentar a la vida. Ella nos regala el futuro.

Sentidos

Hoy no solo tenemos miedo de los virus y las guerras. También el miedo climático inquieta a la gente. Los activistas climáticos confiesan tener “miedo al futuro”. El miedo les roba el futuro. No hay duda de que hay motivos para tener “miedo climático”. Eso es innegable. Pero lo verdaderamente preocupante es la propagación del clima de miedo. El problema no es el miedo a la pandemia, sino la pandemia de miedo. Las cosas que se hacen por miedo no son acciones abiertas al futuro. Las acciones necesitan un horizonte de sentido. Deben ser narrables. La esperanza es elocuente. Narra. Por el contrario, el miedo es negado para el lenguaje, es incapaz de narrar.

¿Optimismo?

No es lo mismo pensar con esperanza que ser optimista. A diferencia de la esperanza, el optimismo carece de toda negatividad. Desconoce la duda y la desesperación. Su naturaleza es la pura positividad. El optimista está convencido de que las cosas acabarán saliendo bien. Vive en un tiempo cerrado. Desconoce el futuro como campo abierto a las posibilidades. Nada acontece para él. Nada lo sorprende. Le parece que tiene el futuro a su entera disposición. Sin embargo, al verdadero futuro es inherente la indisponibilidad. El optimista nunca otea una lejanía indisponible. No cuenta con lo inesperado ni con lo imprevisible.

La cárcel del tiempo

A diferencia del optimismo, que no carece de nada ni está camino de ningún sitio, la esperanza supone un movimiento de búsqueda. Es un intento de encontrar asidero y rumbo. Quizá sea precisamente por eso que nos lanza hacia lo desconocido, hacia lo intransitado, hacia lo abierto, hacia lo que todavía no es, porque no se queda en lo sido ni en lo que ya es. Pone rumbo a lo que aún está por nacer. Sale en busca de lo nuevo, de lo totalmente distinto, de lo que jamás ha existido. (…) Quien tiene esperanza apuesta por las posibilidades que nos sacarían de “lo que no debería existir”. La esperanza nos permite escapar de la cárcel del tiempo cerrado.

¿El culpable soy yo?

Hay que distinguir también la esperanza del “pensamiento positivo” y de la “psicología positiva”. La psicología positiva se desliga de la psicología del sufrimiento y trata de ocuparse exclusivamente del bienestar y de la dicha. Si a uno lo atormentan pensamientos negativos, lo que tiene que hacer es cambiarlos en el acto por otros positivos. La psicología positiva tiene como objetivo hacer que la dicha sea mayor. Los aspectos negativos de la vida se obvian por completo. Esa psicología nos presenta el mundo como unos grandes almacenes en los que nos suministran cuanto pedimos.

Según la psicología positiva, cada uno es el único responsable de su propia felicidad. El culto a la positividad hace que las personas a las que les va mal se culpen a sí mismas, en lugar de responsabilizar de su sufrimiento a la sociedad. Se reprime la conciencia de que el sufrimiento siempre se transmite socialmente. La psicología positiva psicologiza y privatiza el sufrimiento, mientras que deja intacto el complejo de cegamiento social que lo causa.

Nosotros

El culto a la positividad aísla a las personas, las vuelve egoístas y suprime la empatía, porque a las personas ya no les interesa el sufrimiento ajeno. Cada uno se ocupa solo de sí mismo, de su felicidad, de su propio bienestar. En el régimen neoliberal, el culto a la positividad hace que la sociedad se vuelva insolidaria. A diferencia del pensamiento positivo, la esperanza no les da la espalda a las negatividades de la vida. Las tiene presentes. Además, no aísla a las personas, sino que las vincula y reconcilia. El sujeto de la esperanza es un nosotros.

Neoliberalismo y miedo

La angustia, que actualmente es omnipresente, no se basa realmente en una catástrofe permanente. Lo que más nos atormenta son unos miedos difusos que son estructurales y cuya causa, por tanto, no se puede atribuir a acontecimientos concretos. El régimen neoliberal es un régimen del miedo. Hace que las personas se aíslen, al convertirlas en empresarias de sí mismas. La competencia indiscriminada y la presión para rendir cada vez más debilitan a la comunidad. El aislamiento narcisista genera soledad y miedo. También nuestra conducta está cada vez más marcada por el miedo: miedo a fracasar, miedo a no estar a la altura de lo que uno espera de sí mismo, miedo a no poder mantener el ritmo o miedo a quedarse descolgado. Precisamente este miedo ubicuo es un motor que hace que aumente la productividad.

¿Somos Libres?

Ser libre significa no estar sometido a presiones. Sin embargo, en el régimen neoliberal es la propia libertad la que las crea. Esas presiones no vienen de afuera, sino de nosotros mismos. La obligación de rendir más y la necesidad de optimizar son presiones que nos ponemos libremente. Libertad y coerción coinciden aquí. Aceptamos voluntariamente la obligación de ser creativos, eficientes y auténticos. Precisamente, esa creatividad que tanto se invoca impide que surja algo radicalmente distinto, algo nuevo e inaudito.

Comunicación digital

La comunicación digital acentúa el aislamiento personal. Se da la paradoja de que los medios sociales socavan lo social. En definitiva, acaban erosionando la cohesión social. Estamos estupendamente interconectados, pero nada nos vincula a unos con otros. El contacto sustituye a la relación. No tenemos trato. Vivimos en una sociedad en la que no nos tratamos. A diferencia del trato, el contacto no crea proximidad. La relación con el otro se echa a perder por completo cuando el otro, que para nosotros era un tú, se ha degradado a un ello, a un objeto que ya solo satisface mis necesidades, mi ego. Una vez que el otro ha quedado reducido a mero feleo mío, pierde su diferencia y su alteridad. La sociedad se vuelve entonces cada vez más narcisista, se pierden las relaciones y el trato, y la angustia se hace más intensa.

Amor

La esperanza se opone a la angustia por su carácter. Se opone incluso como sentimiento, porque no aísla sino que vincula y mancomuna. Por eso, escribe Gabriel Marcel: “Pensando en nosotros, he puesto mis esperanzas en ti”: acaso sea esta la forma más adecuada y más perfecta de expresar aquel acto que el verbo esperar solo describe confusa y veladamente. Y sigue planteando: “Se diría que, de alguna manera, la esperanza está magnetizada por el amor, o quizá, mejor dicho, por todo un conjunto de imágenes que ese amor evoca e irradia”.

El amor y la angustia se excluyen mutuamente. En cambio, en la esperanza anida el amor. La esperanza no aísla, sino que reconcilia, vincula y une. La angustia es incompatible con la confianza y la comunidad, con la proximidad y con el trato. Provoca alienación, soledad, aislamiento, desorientación, desamparo y desconfianza.

Revolución

Como la angustia aísla a las personas, es imposible compartirla. A base de miedo no se crea ninguna comunidad, ningún nosotros. En la angustia cada uno se aísla en sí mismo. La esperanza, por el contrario, conlleva la dimensión del nosotros. Esperar significa también “propagar esperanza”, transmitir la llama, “avivar la llama para que prenda en derredor”. La esperanza es el fermento de la revolución, el catalizador de lo nuevo (…). En cambio, no existe revolución del miedo. Quien tiene miedo se somete al poder. Solo en la esperanza de un mundo distinto y mejor despierta un potencial revolucionario. Que hoy no sea posible la revolución se debe a que no podemos albergar esperanzas: cuando no tenemos otra cosa a la que aferrarnos que el miedo, la vida se reduce a la supervivencia.

Horizonte de sentido

En presente que no sueña tampoco genera nada nuevo. Un presente así no tiene pasión por lo nuevo, entusiasmo por lo posible ni ganas de comenzar de nuevo. Si no hay futuro, es imposible apasionarse. Un presente reducido a sí mismo, sin mañana ni futuro, no es la temporalidad de la acción decidida a comenzar de nuevo, sino que degenera en mera optimización de lo que ya hay e incluso de lo que no debería existir. Sin horizonte de sentido es imposible actuar. La felicidad, la libertad, la sabiduría, la caridad, la amistad, la humanidad o la solidaridad, que Camus no se cansa de invocar, constituyen un horizonte de sentido que brinda un significado y da orientación a la acción.

Narrar

La esperanza absoluta nace ante la negatividad de la desesperación absoluta. Germina cerca del abismo. La negatividad de la desesperación absoluta es la propia de una situación en la que parece que ya no sea posible ninguna acción. La esperanza absoluta despunta en el momento en que colapsa la narrativa, que es constitutiva de nuestra vida. La narrativa consta de contextos que definen lo que es bueno, bello y valioso, lo que tiene sentido y lo que merece la pena. El desmoronamiento total de la narrativa destruye el mundo y la vida, es decir, todos los valores y las normas por los que nos regimos. En su radicalidad, supone el desmoronamiento del lenguaje, incluso el desmoronamiento de los conceptos con los que podemos describir y comprender nuestras vidas.

Desesperación/Esperanza

Aquí no se trata solo de resolver un problema o gestionar un conflicto. Los problemas son déficits o trastornos funcionales dentro de un contexto vital que en sí mismo permanece intacto; son quiebres que se pueden restablecer en un proceso de sanación. Pero cuando lo que se desmorona fatalmente es el propio contexto vital, entonces ni siquiera quedan problemas que se puedan solucionar. De la negatividad absoluta de la desesperación no podría salvarnos ninguna solución de problemas, sino, en todo caso, una redención.

Cuanto más profunda sea la desesperación, más intensa será la esperanza. Esta es la dialéctica de la esperanza. La negatividad de la desesperación cimenta aún más la esperanza. Una esperanza entusiasta tiene raíces más hondas. En eso se diferencia del optimismo, que carece de toda negatividad. La esperanza absoluta hace que vuelva a ser posible actuar en plena desesperación profunda. Rebosa de una fe inquebrantable en la existencia de sentido. Es la fe en el sentido lo que nos da orientación y nos brinda asidero.

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