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¿A qué jugamos? Inteligencia comunitaria en Berazategui
Hace 45 años, en plena dictadura militar, un grupo de vecinos del conurbano decidió enfrentar los rigores cotidianos con una actividad contracultural: jugar. La “Cacería de puntos” se transformó en una aventura comunitaria para reunirse, pasarla bien, divertirse. Sigue funcionando actualmente, como para no perder la convivencia grupal en una época virtualizada. Detalles de una actividad autogestiva que en tiempos de odio y de insultos muestra cómo puede funcionar, nada pretenciosamente, una cultura barrial de la amistad. Por Luis Zarranz.

Es sábado a la noche, afuera hace un frío que muerde y estamos en el Jardín de Infantes Nº 904 de Barrio Marítimo, partido de Berazategui, segundo cordón del conurbano bonaerense.
Se podrían enumerar decenas de motivos para quedarse en casa: hay Netflix y otras plataformas para ver películas o series, hay partido del Mundial de Clubes, hay libros que se apilan esperando ser leídos, hay quien se zambulliría en la cama y se taparía todo lo que pudiera, hay quien teme a las noches conurbánicas y evita salir. Y así.
Pero acá, desafiando todo eso, hay alrededor de setenta personas que se juntaron a realizar una actividad contracultural y liberadora en estos tiempos: jugar. No en el estilo enfermante de las apuestas timberas que parecen colonizarlo todo, hasta al fútbol (que cada vez menos es un juego).
Acá hay otra historia. Me impactó verla por la alegría que contagia: gente que se reúne para jugar a diversas prendas con la excusa de pasar un buen rato con amigxs, vecinxs y conocidxs: se llama “Cacería de puntos” y sucede de manera autogestiva el segundo sábado de cada mes, de marzo a diciembre, desde hace nada más y nada menos que ¡45 años!
Otro detalle: esto se hace porque sí, por puro entusiasmo y juego. No para promocionar un producto ni para reunir gente en pos de un candidato. No lo hace ninguna estructura, partido, empresa, sindicato, oenegé. Lo hacen personas que descubrieron una maravilla: no matar el tiempo, sino disfrutarlo juntas. La competencia pensada como un juego comunitario.
Así que estamos acá, en el salón de actos de un jardín, donde hay ocho mesas –tablones con caballetes– con gente de diferentes edades –hay jóvenes, más jóvenes, no tan jóvenes, adultos, más adultos, adultos mayores–. Entremedio, una bandita de nenas y nenes de primaria juegan entre sí y van y vienen por todo el lugar.
En las mesas, cada grupo tiene una hoja donde debe poner qué personaje histórico se proyecta en la pantalla. Cada rostro está conformado por diferentes objetos que son referencias para adivinarlo. Aparece una cara con una barba de paja, una hoz y un martillo: Marx.
Un cuerpo de boxeador negro, con el rostro deformado y una oreja: Tyson.
Una cara con una manzana mordida: Steve Jobs.
Un cuerpo formado con un dólar que parece escupir algo de su boca: Donald Trump.
Y así.
Las imágenes se van sucediendo una tras otras en un loop que pasa cada vez más rápido. Cada grupo tiene quince minutos para poner los nombres. “La doce es Marilyn Monroe o Madonna, ¿qué dicen?”, pregunta una integrante a su grupo. “Esperemos que la vuelvan a pasar y definimos”, responde otro. Mientras tanto, en otra mesa, otro equipo termina de armar una picada mientras van completando el juego: “El diez es Maradona”, dice uno. Y anota.
En algunos grupos hay termos y circulan mates. En otros hay fernet, vino o latas de cerveza. Algunos, previsores, trajeron heladeritas, confirmando que la organización vence al tiempo. A los costados de algunas mesas, hay canastas donde hay tapers con tartas, empanadas o sanguchitos de jamón y queso que, poco a poco, van siendo honrados por los comensales. Otro grupo cae con una caja de pizza que acaba de comprar. “Che, la 32 me parece que es el dueño de Playboy. ¿Cómo se llamaba?”. “Ay, la puta, perá que no me sale el nombre”. Cada grupo se concentra en responder. Y, un poquito también, en ir picando y tomando alguna que otra cosa.
Va llegando más gente. A uno lo reciben así: “Eh, ¿qué hacés, papá? ¡Viniste! Te habías perdido”. Otra pareja llega con sus hijes, quienes enseguida se suman al piberío que se maneja con autonomía. Hay abrazos, encuentros, saludos y también hay gente nueva, que llega a participar por primera vez y enseguida se suma a alguno de los equipos. Arriba del escenario, el grupo al que hoy le tocó ser jurado y organizar los juegos, lleva las riendas de las prendas y las instrucciones.
“Sí, es Madonna”, dice una señora, celebrando, con prudencia, para que no la escuchen otros grupos.
Netflix: decí alpiste.
Jugar por jugar
La Cacería, como se la suele denominar, es una competencia recreativa-cultural por equipos en la que se realizan diversas prendas de interés general, música, historia, deportes, literatura, cine, etcétera.
Una excusa para divertirse, compartir y pasarla bien. Esa es la pócima que pusieron en marcha vecinas y vecinos del barrio y que se mantiene vigente cuatro décadas y media después. No hay dinero en juego y se organiza de manera autogestiva con un aporte de mil pesos por persona para gastos de mantenimiento y logística. Se puede participar con un grupo o llegar y sumarse a cualquiera de los ya existentes como “Todos a los botes”, “Ni la más pu”, “Samid en babydoll”, “Mamás copadas”, “Raíz de dos”, “Vofi”, “Cuarentonas”, entre otros nombres desopilantes. Cada equipo tiene su capitán/a, para facilitar cuestiones organizativas. Hay quienes participan desde hace años, quienes se sumaron recientemente, quienes van de vez en cuando, o por primera vez, o cuando pueden.
En el ambiente se respira un aire alegre, familiar. La “competencia” es en este caso una excusa. Cada grupo se organiza y comparte comida y bebida (a veces hay buffet), por lo que el interés gastronómico y etílico que suele generar este tipo de actividades se resuelve de manera colaborativa.
En cada encuentro va rotando el equipo que debe producir y armar los juegos para la Cacería. Al final de la noche se cuentan los puntos que sumó cada grupo y hay un ganador que recibe los aplausos del resto entre chicanas de todo tipo. A la vez, los puntos de cada Cacería se suman mes a mes, por lo que a fin de año hay un equipo que recibe una copa de premio…, que al año siguiente debe devolver para premiar al siguiente (al estilo de la Copa Libertadores, se coloca una chapa en la copa con el nombre del grupo ganador y el año).
Hay cuatro juegos obligatorios en cada encuentro, según el reglamento. Sí, hay un reglamento que se actualiza año tras año: “Paseo Musical” (se pasan fragmentos de cuarenta canciones, de todo tipo de género y época, en la que hay que anotar nombre del tema musical, autor, intérpretes); “Lotería de preguntas” (cuarenta preguntas de temas variados), “Fotopuntos” (láminas con imágenes o dibujos para adivinar a qué refieren) y una prenda tipo kermese.
Parir cultura
Barrio Marítimo es un barrio de Berazategui con un bonito centro comercial. Comenzó a gestarse en 1950, durante el primer peronismo, por iniciativa de gremios de trabajadores marítimos y a través de la Fundación Eva Perón, con un proyecto de 800 viviendas, en lo que entonces aún era el partido de Quilmes, en la zona próxima a Camino General Belgrano que atraviesa el sur del Gran Buenos Aires. Su particularidad era que estaba equidistante de Buenos Aires y La Plata, por lo que podía ser cómodo para quienes trabajaban en ambos puertos.
Con el derrocamiento del peronismo, el proyecto quedó paralizado casi por dos décadas, hasta que se reactivó a inicios de los setenta a través de créditos del Banco Hipotecario, y se abrió a otros gremios: docentes, trabajadores de automotrices, del vidrio (por la fábrica Rigolleau, Berazategui es la capital nacional del vidrio).
Se conformó, así, un barrio aluvional en el que terminó viviendo gente de diversos oficios y profesiones: maestras, médicos, trabajadores marítimos, policías, empleados de otros rubros. En aquella época, la mayoría tenía inquietudes sociales y políticas y una vida activa dentro del barrio. Ese marco propició el surgimiento de la iniciativa.
Julia Volpati y Florencio Rebollini, de ahora en más Tatu, son dos de los participantes históricos. Julia está casi desde el inicio de la competencia y Tatu fue por primera vez en 1987, cuando tenía 11 años.
Les pregunto cómo fue que empezaron a participar: “Era imposible no enterarse”, dice Julia. “En el barrio se corría la voz”, agrega. El boca en boca como medio de comunicación. “Mi viejo era petrolero –dice Tatu– y vivíamos en el interior del país. En 1987 volvimos al barrio y mi mamá socializa con una vecina que la invita. Como era amigo del hijo de la vecina, vine. Al poquito tiempo termino jugando en un equipo integrado por pibes que eran más grandes y cuando teníamos 15, más o menos, armamos un equipo de los pibes de nuestra edad”.
Sobre los orígenes, Tatu dice: “Surge como necesidad de socializar, de encuentro, porque no había mucho para hacer. Hoy la zona está poblada y es accesible, pero en aquel momento no había nada y para ir a algún lugar había que cruzar el campo, para llegar, por ejemplo, a las estaciones de Hudson o de Ranelagh”.
Julia: “Había dos personas del barrio que iban al club Ferro, en Capital, porque mensualmente se realizaban noches de juegos. Salir del barrio en aquella época era como salir del desierto de Atacama. Ir era una cosa, pero volver era una tragedia. Hasta que sus esposas se hincharon las pelotas, dicho en francés, y dijeron ‘déjense de joder, por qué no lo hacen acá’. Lo hicieron y empezó a crecer. Le pusieron ‘Cacería de puntos’ porque en ese momento era muy popular la Cacería del Zorro, como una búsqueda del tesoro”. Añade: “La gente buscaba organizarse para su propia diversión. En el barrio había campeonato de scrabble, canasta, truco, de fútbol”.
Nadie lo sabía entonces, pero estaban pariendo un espacio de encuentro, lúdico, para compartir entre amigxs y vecinxs, que se extendería por décadas.
Y en el medio, la dictadura.
“La necesidad de participación política, que estaba prohibida, se canalizaba a través de cosas como estas”, comenta Julia.
La cultura es la sonrisa
Las dificultades o la falta de algo, a veces, son un motor para parir cosas nuevas. Y así, la Cacería creció, creció y creció. Tanto que empezó a llegar gente de otras partes: Flores, Merlo y hasta gente de Mar del Plata (parientes de vecinos del barrio) que viajaban especialmente para participar.
Inicialmente, la Cacería comenzó articulándose con el área de Cultura de la Coopecur, la cooperativa de servicios local. Durante muchos años los encuentros se realizaron en su quincho. Hasta que en la década del noventa el quincho se incendió. Además, surgieron competidores que desalentaban los encuentros: la videocasetera, los videoclubs, el cable. La participación mermó, pero se mantuvo año tras año, ininterrumpidamente.
“El quincho tenía goteras y una noche de lluvia hemos jugado hasta con paraguas adentro”, comentan. Luego, tras varias idas y vueltas, recalcularon en el jardín. En 2014, la Municipalidad de Berazategui declaró el evento de “interés cultural”. Entre otros motivos, consideró que se trataba de “un espacio lúdico, recreativo y cultural que repercute en bien común e impacta en prácticas que producen bienestar personal, familiar y comunitario”.
“El entretenimiento que propone Cacería de puntos, aúna a participantes de distintas generaciones, con el consecuente fortalecimiento de los lazos entre los miembros del barrio y de la población en general”, dice la resolución.
Así, con cambios de grupos, con gente que fue y vino, con vecinos que se mudan de barrio pero el segundo sábado del mes vuelven a jugar allí donde fueron felices. La Cacería se mantuvo sin interrupciones, salvo por la pandemia y alguna vez muy puntual que no hubo luz o algún temporal generó inundaciones. En el medio, atravesó la dictadura, la hiperinflación, el individualismo de los noventa, estallidos sociales, recambios presidenciales y todos los diversos sucesos que marcaron y marcan nuestro bendito país.
En tiempos de fragmentación social, de imperio de lo virtual, de redes nada sociales, de cultura del insulto, de confrontación o de aislamiento, acá hay ganas de divertirse grupal y presencialmente. Jugar. Pasarla bien. Compartir con otras personas.
Ese es el imán.
Algo tan humano que logra resistir pese a los cambios de época y de generaciones.
¿Qué significa la Cacería para ustedes que participan hace tantos años?
Tatu: Acá conocí a mi esposa y a mis amigos. Para mí es un ritual. Yo soy muy fanático del futbol, de Estudiantes, pero si juega el segundo sábado del mes, vengo acá.
Julia: Para mí la Cacería es el único lazo social que no se rompió. Por alguna razón misteriosa se mantiene desde hace casi tres generaciones. El hecho de salir de la casa es trascendental. Lo que a mí me parece fantástico, y por eso sigo, es porque la generación siguiente entendió la importancia de encontrarse, de verse las caras, de reírnos juntos, de competir sanamente. Ese lazo social que se rompió en todas partes acá sigue existiendo.
¡Bingo!
En otro tramo, los equipos juegan a la prenda “Lotería de preguntas”. De manera rotativa, cada grupo elige un número del uno al cuarenta. Detrás de cada número hay una pregunta. Si el grupo la responde de manera correcta, suma puntos. Si no, el jurado dice “corre” y cada grupo anota una potencial respuesta en una hoja que reparte el jurado. “¿En qué disciplina ganó el premio Nobel el ex primer ministro británico Winston Churchill?”, dice una pregunta. El equipo en cuestión responde: “Nobel de la Paz”. El jurado dice: “Corre”, respuesta incorrecta. Cada grupo anota una posible respuesta que, al final de la prenda, se revela. Respuesta correcta: “Nobel de Literatura, en 1953”.
Eso sí: no vale googlear ni usar la tecnología. Se apela a la memoria y al conocimiento de cada equipo.
Otras preguntas: “¿Cuál es el sexto producto que menciona el jingle de la publicidad de Marolio?” El grupo acierta y hasta canta la canción en voz alta: “Mermelada”, gritan. “¿Cuál es el país más poblado de África?”. Otra respuesta correcta: “Nigeria”. “Cómo se llama el personaje que interpreta Marcelo Subiotto en El Eternauta?”. Y así.
La escena es preciosa porque cada grupo debate sus respuestas, con distintos aportes. En conmovedor ver a adultos y adultas tan diversos jugando como si fueran chicos. ¿En qué momento nos hacen creer que jugar es cosas de niños?
Lo viejo funciona
Dice Tatu: “Yo creo que la Cacería permanece vigente durante tantos años por la excusa de juntarse con gente conocida. El barrio fue creciendo y muchos ya no viven en Marítimo. Pero vienen igual porque no existe este juego en otros lugares y, además, tiene cierta cosa de pertenencia. Yo, por ejemplo, necesito que siga y quiero contárselo a todo el mundo para sumar más gente”.
El placer como una necesidad.
Eso. Tomo nota.
Dice Julia: “Si querés explicar qué es la Cacería hay personas que no terminan de entender. Lo primero que te preguntan es si hay guita. No. No hay. Tampoco hay premios. Jugamos como locos y decimos pelotudeces durante un par de horas una vez por mes, nos encanta jugar, vernos. A mí, que tengo 75 años y soy una de las más viejas, me encanta ver a los más jóvenes. Verlos crecer, con su familia, y ahora los que juegan son los nietos, tercera generación. Es un gusto enorme, un placer”.
La Cacería trascendió, así, a sus fundadores y se transformó en una especie de “patrimonio comunitario”: no es de nadie y, a la vez, es de todxs. Y quienes participan desde hace muchos años lo cuidan como un tesoro: promueven que la competencia sea amistosa, sin ventajas; la sostienen contra viento y marea; y cuidan y limpian el lugar.
Julia habla con entusiasmo, como si las palabras no pudieran detenerse: “Toda mi familia y amigos lo saben: el segundo sábado del mes, yo voy a la Cacería. Pase lo que pase. Un primo muy querido de mi marido se casó un segundo sábado y yo dije: ‘Tengo Cacería’. Se enojó mi marido”. Ella, obviamente, no fue al casamiento.
Luego, Tatu aporta otra clave: “Incluso para los que venimos hace años, siempre hay algo novedoso. La elaboración de las prendas fue cambiando por el avance tecnológico, por la creatividad y también por el aburrimiento. Al inicio había un anagrama, un crucigrama, una sopa de letras, un enigma matemático y no mucho más. Mi vieja fue la primera que decidió hacer una prenda con video y para eso tuvo que traer dos videocaseteras, dos televisores, dos VHS iguales, darle play al mismo momento. Ahora tenemos proyector, por ejemplo, así que nunca falta una prenda con video. La ‘Lotería de preguntas’, por ejemplo, la proyectamos. Antes había un pizarrón con cuarenta sobres, con la pregunta adentro de cada sobre, como en el programa de Berugo Carámbula”.
Sobre el cierre, cuando el jurado está evaluando respuestas y cada equipo empieza a guardar las cosas, escucho que una señora habla con su hija adolescente: “Me cagué de risa”, dice. En otro equipo, un cuarentón toma el último trago de fernet y vocifera: “Me quedé re manija”.
El frío muerde en demasiados sentidos, pero en Berazategui parece que encontraron una fuente renovable de energía y de calor para combatir bajas sensaciones térmicas hechas de solemnidad, rutina y soledad. El síntoma: la gente sale sonriendo, todos y todas re manijas, imaginándose el próximo encuentro.
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