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Bloque sindical transfeminista: la fuerza que viene

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Contra la crueldad, verdadera unidad: mujeres y diversidades tejen desde el sindicalismo nuevas formas de entender la política, la organización y la vida. Se reunieron en MU para reflexionar sobre cuestiones centrales en esta época libertaria: el poder, las bases, la representación, el machismo interno, lo común, lo concreto, y la potencia de la unión no solo contra el espanto. Por Evangelina Bucari.

Bloque sindical transfeminista: la fuerza que viene
Fotos: Lina Etchesuri

Podría decirse que este grupo de mujeres encarna todas las pesadillas de Javier Milei: son trabajadoras, delegadas y secretarias de las principales centrales sindicales del país, referentas de la economía popular y militantes gremiales de base. Están organizadas, unidas por las luchas del transfeminismo y convencidas de que esta fuerza colectiva del campo popular, atravesada por la marea verde, no solo tiene potencia para poner el cuerpo en las luchas que se vienen sino para pensar otras formas de representación y poder.

Desde hace ocho años, el bloque sindical transfeminista –conformado por la CGT, las dos CTA, la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP) y la Corriente Clasista y Combativa (CCC)– viene gestando acciones conjuntas que empezaron con los temas de género, pero que rápidamente los trascendieron. Toman como hito fundacional el primer paro internacional de mujeres del 8 de marzo de 2017. Una fecha que, aseguran, adquirió nuevos sentidos al cruzar las demandas feministas con las de clase.

“Fue la primera vez que se planteó en esa clave. El hecho de que el feminismo apelara a una herramienta de la lucha del movimiento obrero generó una interpelación a las organizaciones sindicales”, recordó Yamile Socolovsky, secretaria de Géneros y Diversidades de la CTA-T (de  Trabajadores y Trabajadoras. “También –agregó– abrió la puerta al planteo de que trabajadoras somos todas. No es meramente un eslogan. Es una definición política sobre la que hay que volver todo el tiempo”. De ese proceso surgió, un año después, una imagen histórica: en 2018, por primera vez, marcharon bajo una misma bandera, con la consigna “Mujeres contra el ajuste”.

Desde ese momento, las asambleas abiertas y transversales del 8M y las del Ni Una Menos fueron el escenario en que muchas se conocieron y empezaron a construir los vínculos que hasta hoy sostienen el bloque, y donde se comenzó a gestar ese compañerismo y confianza que se nota al verlas juntas, por ejemplo, en la mesa redonda que se armó en la redacción de la revista MU. “No solo compartimos las ideas del feminismo, sino la decisión de acompañarnos y hacerles frente juntas a las políticas de ajuste”, aseguró Micaela Polak, secretaria de Género del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba). El mismo fuego que las reunió durante el macrismo, vuelve a encender la llama frente a la crueldad declarada del gobierno libertario.

El bloque no tiene un nombre formal. “Nunca lo bautizamos, ni tuvimos un logo. Siempre quisimos mostrar que era la sumatoria de distintas organizaciones. Me parece que decirle bloque tiene sentido porque así actuamos. Tiene una potencia de unidad que está buenísima”, explicó Micaela.

“Nos une una mirada de clase, nuestra historia con los derechos humanos y una visión profundamente política. Nos guían los pañuelos blancos de las Madres y las Abuelas. No venimos a repartir la torta. Queremos desarmarla, ponerle nuevos ingredientes y volver a dividirla”, enfatizó Leonor Cruz, secretaria de Géneros y Diversidades de la CTA Autónoma y referenta territorial de la Federación Nacional Territorial (FeNaT). 

Para Leonor, la igualdad que hoy puede verse en cada intervención colectiva no es casual: “No es una foto. Que todas estemos sentadas en igualdad de condiciones, una a la par de la otra, sin ser una más que otra, es porque eso se ha construido en el camino y en la lucha. Y eso no fue sin discutirlo ni sin pelearnos”.

La complicidad, la construcción de confianza y la estrategia común son mencionadas como las claves, porque hoy más que nunca –repiten varias– la pobreza tiene rostro de mujer, de niñez, de diversidad.

Yamile, además de referente sindical, es profesora de Filosofía Política en la Universidad Nacional de La Plata, directora del Instituto de Estudios y Capacitación y secretaria de Relaciones Internacionales de CONADU. Desde esa multiplicidad de roles, plantea: “La situación de mujeres y diversidades trabajadoras en Argentina es muy complicada. Lo que intentamos mostrar es que las políticas que golpean a los sectores populares afectan siempre más a mujeres y diversidades. La brecha de género existe. No se trata de victimización, sino de mostrar cómo son efectivamente las cosas”.

Para ella, el bloque también es una forma de hacer política: “Es una denominación callejera. Somos nosotras juntas en la calle, llevando una definición común, puesta a prueba una y otra vez en todos estos años. Esa capacidad de volvernos a encontrar, de buscar la síntesis, de hablar y discutir, y si las cosas no cierran, volver a sentarnos, es lo que sostiene este espacio de representación nacional, que se ancla también en la tarea organizativa que todas hacemos en nuestros sindicatos”.

Desde su mirada, hay algo disruptivo en esa conversación que atraviesa las fronteras de cada una de sus organizaciones. “Somos parte de estructuras, claro, y muchas veces esas estructuras nos condicionan. Sostener el espacio del bloque también es encontrar la manera de articular las luchas desde una perspectiva común”, aseguró la dirigenta.

Leonor avanzó un paso más: “Necesitamos un debate profundo, federalizar nuestras demandas y construir un sentido programático de país”. Y con crudeza, explicó: “No es que no tenemos miedo: es que ya lo perdimos. ¿Qué más puede perder una compañera que perdió a su hijo por la droga o que no puede darles de comer a sus siete pibes? ¿Qué más puede perder si nos matan como a perras, nos violan en grupo y nos quitan todos los derechos? Este es un régimen cruel, sangriento, despótico como no hubo otro desde la dictadura militar”.

Dina Sánchez, secretaria general adjunta de la UTEP, lleva la discusión al territorio: “En los contextos difíciles se ve con claridad qué es la feminización de la pobreza. Las políticas de Milei nos afectan directamente. A las trabajadoras de la economía popular nos sacaron el salario, el monotributo social que garantizaba una obra social, la moratoria. La apertura de importaciones destruyó la rama textil. Y lo más cruel: no entregan ni un kilo de arroz a los comedores”.

Como referenta de la UTEP, habla desde la calle y la olla popular que alimenta a miles en los barrios arrasados por el corrimiento del Estado: “Las compañeras –relata– están en la primera línea de batalla, no solo bancando sus trabajos sino sosteniendo los barrios, los comedores y enfrentando el avance del narcotráfico. Son las que sostienen”. 

Nené Aguirre, responsable nacional de las mujeres dentro del Movimiento de Desocupados y Precarizados, de la CCC, habló de las compañeras que, con esfuerzo y sin apoyo del Estado, mantienen activos los comedores. “Hay algo de eso que no se ve –advirtió–. Hay provincias o municipios que ayudan, pero lo que sostiene es la solidaridad del barrio, de los comerciantes, de la gente. Y eso duele”. La necesidad que ve es cada vez más grande: “Avanza la droga, no hay laburo, están echando a compañeras de todos lados. Y los comedores no dan abasto”, describió.

En este sentido, Micaela recordó los inicios del bloque como un espacio donde, al principio, solo se trataban “los temas de género”. Pero eso cambió. “Entendimos que el feminismo tiene que ocuparse de la justicia social en su conjunto –explicó–. Que también tenemos que discutir lo que pasa en nuestras organizaciones desde una perspectiva feminista. Y el bloque permitió que esas discusiones llegaran”.

Voz propia 

A veces invisibilizadas, hoy más visibles. Sus demandas no son una agenda paralela: son parte constitutiva del movimiento obrero organizado y de un proyecto de país. En ese sentido, ¿cómo ejercer la voz propia en estructuras históricamente machistas, donde esa voz no siempre fue bien recibida? ¿Qué hizo posible que esas voces, muchas veces relegadas a “los temas de las chicas”, se volvieran parte activa y legitimada del debate sindical?

Para Clarisa Spataro, secretaria de Género y Diversidad de ATE Capital y subsecretaria de la misma área en la CTA-Trabajadores, el primer paso fue la complicidad con otras compañeras. Contó que, al empezar su militancia sindical, lo primero que buscó fue esa red que le permitiera sentirse representada, pero también acompañada. “Lo mejor que nos puede pasar es dejarnos ser conducidas por otra compañera o que las demás se sientan representadas cuando una levanta la voz. Esa es la clave”, aseguró. Para ella, romper con las lógicas históricas del machismo institucional no es tarea sencilla, pero es tan difícil que urgente: “¿Cuánto falta? Es ya. Nosotras queremos que sea ya”.

Dina recordó que incluso en el proceso de construcción de la UTEP levantar la voz fue difícil. Aunque la mayoría dentro de la organización eran mujeres –las que sostenían los trabajos de cuidado, las ramas productivas, las redes comunitarias–, los que negociaban y decidían eran varones. “El patriarcado no era ajeno”, resumió. Por eso, una de las herramientas que usaron fue, según sus palabras, “la incomodidad”. La otra, la complicidad entre compañeras que sabían que hacían política desde la trinchera de la olla, del acompañamiento a pibes en consumo, del trabajo diario en los barrios. Dina subrayó la necesidad de que las voceras de esos sectores sean trabajadoras reales de la economía popular: vendedoras ambulantes, cartoneras, costureras, migrantes. “No puede ir a hablar por nosotras un compañero que no sabe de qué se trata –afirmó–. Nosotras sabemos lo que es levantarse a las 5 de la mañana para salir a vender moñitos arriba del tren. Nadie nos lo va a venir a contar”.

Esa legitimidad, agregó, es lo que las obliga también a discutir hacia adentro para poder salir más fortalecidas hacia afuera. Y cerró su explicación con un “he dicho” que arrancó aplausos en la mesa.

En el gremio de prensa, esa representación también se construyó desde abajo. Carla Gaudensi, secretaria general de la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa (FATPREN) y secretaria adjunta de Sipreba, coincidió en que la voz pública de las mujeres sindicalistas “siempre es cuestionada, siempre es observada y pasada por un montón de filtros”. Desde sus espacios, intentaron desarmar esa sospecha con un anclaje claro en la base.

“Hay una parte que tenemos muy sensible que es estar siempre en la base. Cuando nos propusimos ocupar determinados lugares de representación, teníamos que primero ganarnos ese lugar desde abajo. Ya lo teníamos, pero había que traducirlo en espacios concretos y reales”, señaló.

En los ámbitos sindicales, esa traducción no siempre es sencilla: “Si sos mujer, cuesta mucho más. Ni hablar de las disidencias, que no están representadas y cuya voz, en general, no llega”, remarcó Carla. Pero insistió en que lo genuino se impone: “Cuando vos representás a tu base, cuando tu voz tiene peso real, eso inevitablemente se tiene que traducir en la organización”.

Para que eso suceda, sostuvo la referente de FATPREN, no alcanza con llegar, hay que sostenerse y bancarse entre compañeras: “No solo cuando intervenimos, sino también en la búsqueda de esa representación. Porque una vez que tus compañeras, y también tus compañeros, ven que vos los representás, ya no importa si te dejan hablar, si estás en una foto o no. La representación la tenés”.

También desde la CGT, Noé Ruiz aporta una mirada más frontal sobre la disputa de poder. Está al frente de la Secretaría de Género desde 2016 y fue una de las que empujaron, desde adentro, que la central se expresara públicamente a favor de la legalización del aborto. “La representación se pelea siempre, incluso cuando estás a la par –dijo–. Porque te la van a hacer sentir. Y porque incluso en esos espacios hay compañeras que te venden por dos monedas”. Por eso, planteó hay que “sacarse la careta” y trabajar de manera más sincera y comprometida, trascendiendo las coyunturas políticas.

Ruiz también recordó lo que significó el primer paro de mujeres dentro de la CGT: 3.500 compañeras movilizadas, a pesar de que muchos dirigentes varones no estaban de acuerdo. Para ella ese hito marcó un antes y un después. “Rompimos las calles”, resumió.

En todos los casos, ejercer la voz propia fue un ejercicio de desobediencia, de construcción colectiva y de legitimidad ganada desde abajo. Hoy, esas voces tienen fuerza no porque alguien se las haya concedido, sino porque aprendieron a hacerse escuchar. Aunque, muchas veces, las condiciones sigan siendo hostiles.

Poder y crisis 

En un momento de crisis profunda en las instituciones y los partidos políticos, cuando el 50% de la población opta por no ir a votar, este bloque de mujeres representa a millones de trabajadoras que sí se sienten convocadas. Y eso no es poco. La pregunta de fondo es incómoda, pero necesaria: ¿cómo se construye poder desde adentro del sindicalismo, en estructuras donde históricamente ese poder estuvo masculinizado?

Para Micaela, de Sipreba, la clave está en romper con las lógicas patriarcales que entienden el poder como una competencia. “En general, la disputa de poder parece un enfrentamiento entre pares para ver quién gana el lugar. Y en realidad el poder se gana cuando podemos llegar a acuerdos con quienes nos acompañan”, sostuvo. Recordó sus inicios en los 90, cuando militaba en agrupaciones pretendidamente revolucionarias, en las que “el problema de la mujer” se discutía al final de la reunión, cuando todos ya se estaban poniendo la mochila. “De eso a estar discutiendo una secretaría general de una central hay un caminazo. Y en la historia, treinta años no son nada”.

Coincide con Leonor en que muchas veces las mujeres son relegadas a tareas simbólicas. “Nos mandan a la cocina: hablá el 8 de marzo, el 3 de junio, y después no hablemos más”, ironizó. Aun así, cree que están logrando romper esas barreras: “Cuando algunas organizaciones alcanzan mayores grados de compromiso, para el resto se vuelve incómodo no tenerlo”.

Micaela insistió en que se trata más de contenido que de cargos. “Podemos tener un secretario general varón y ser una organización feminista –planteó–. Obviamente, queremos estar nosotras. Pero, salvo en algunos gremios muy particulares, no hay compañeras travestis o trans en estructuras sindicales. Tampoco dirigentes que se declaren putos. Eso también hay que decirlo”.

Leonor aseguró que el poder –“el verdadero, el que transforma”– no es una cuestión individual, sino colectiva. “¿De qué sirve ser secretaria general si después no estás en las decisiones políticas? ¿O si sos secretaria de género solo para hablar de inequidad?”, planteó. 

En esa línea, Mercedes Cabezas, secretaria general adjunta de ATE Nacional, apuntó directo al corazón del problema. “Cuando preguntan qué falta –señaló–, a mí se me dibuja una palabra en la cabeza: poder”. Su diagnóstico es claro: “Hay una construcción de poder machista que todavía domina. Nosotras no vivimos escindidas de nuestra cultura. Nos cuesta llevar a la vida lo que predicamos en los sindicatos. Y si no, no hubiera existido una cabecera de solo varones a pesar de que hay secretarias generales mujeres votadas por sus sindicatos”. Pero, a la vez que eso demuestra lo que falta, Cabezas remarcó todo lo que se ha construido: “Por eso estamos acá”.

En ese sentido, Yamile agregó: “Muchas veces, se invisibiliza que hay un montón de lugares donde las compañeras sí estamos. No solo en los cargos, sino empezando a instalar otras lógicas”. 

Sabe que el desafío más grande es trasladar esos avances a los niveles más altos de conducción, y por eso propuso que la militancia feminista también tiene que aportar a un debate más amplio sobre la representación en todo el campo popular.

En paralelo, Dina denunció que el machismo no solo persiste, sino que recrudece bajo el gobierno de Javier Milei, y apuntó contra la lógica que relega a las mujeres incluso en los gestos simbólicos. “A veces –graficó–, tenemos que estar pensando más en pedir que se corran de la bandera, porque mido 1,50 y ellos 2 metros, que en pelear por una lucha colectiva. Y eso no es solo una boludez por la foto. Lo simbólico importa”.

Socolovsky sumó una reflexión más estructural: “Hicimos una construcción crítica sobre la democracia. Lo que resuelve, lo que no y lo que esconde. También, sobre cómo llegamos a votar un proyecto como el de Milei, que va en contra de los propios intereses de quienes lo eligen”. Consideró que, frente a esa crisis, el feminismo tiene una fuerza enorme para plantear alternativas, no solo resistencias.

Leonor, por su parte, recuperó el proceso que las llevó a ocupar espacios de poder, muchas veces en soledad: “Nos fuimos haciendo feministas en el andar. Y no escapamos al patriarcado ni al capitalismo. Incluso, cuando repetimos las mismas lógicas que criticamos”. Para ella, falta que los compañeros entiendan que el feminismo no es una moda, ni un chiste. “A nosotras nos eligieron en una lista, como a ellos –remarcó–. Pero nos cuesta el triple llevar nuestros debates sin que los vean como un quilombo. No queremos ocupar la cabecera por estar. Queremos representar lo que somos. Eso no es fácil, y tampoco tiene por qué tener una sola forma”.

Micaela Polak cerró con una idea que resume la tensión entre lo conquistado y lo que aún falta: “Hemos trastocado algunas lógicas del poder, por eso nos ganamos cierto respeto. Hoy no hay un sindicato o central sin un área de género. También logramos que esa comisión no solo discuta temas de género, si no es como mandarnos a la cocina otra vez, aunque a veces sea a regañadientes”.

Y puso un ejemplo concreto: “Cuando Sipreba ingresó a la FATPREN y esta, a su vez, quedó bajo el paraguas de la CGT, traccionamos para que la central obrera sea parte del bloque transfeminista, con su sello, no ya ‘mujeres sindicalistas en la CGT’. Fue mucho laburo, y ahora implica también más esfuerzos a la hora de lograr los acuerdos”.

Horizonte colectivo

Todas coinciden en que no es casual el ataque feroz del gobierno libertario contra los movimientos sociales, los sindicatos y las organizaciones populares. Hay un plan: destruir todo lo colectivo, desarticular lo que se organiza, porque desde las derechas quieren instalar, como modo de vida, el “sálvese quien pueda”, porque lo que incomoda no es solo la protesta, sino la potencia de la unidad, de la construcción común.

Nené Aguirre, responsable nacional de Mujeres de la CCC, no duda: lo que molesta es la historia. “Esto tiene cimiento. Se viene amasando hace 38 años en los Encuentros Nacionales de Mujeres y Diversidades. Ahí aprendimos a escuchar, a poner las diferencias sobre la mesa, a buscar consensos. Esa práctica de unidad es potencia. Y esta unidad se viene fortaleciendo, se sumaron todas las centrales. Esto repercute. Nunca dejamos la calle”, explicó.

La calle fue, es y será el espacio donde el movimiento feminista interpela al poder. Y también el terreno donde tejieron, desde abajo, las alianzas que hoy sostienen el bloque intersindical. Maia López, también de la CCC, lo sintetizó así: “La lucha unificada es nuestra tarea. Venimos de poner siempre al final de la lista el problema de la mujer. Pero con 38 años de Encuentros encima, hoy plurinacionales, de mujeres, lesbianas, travestis, trans, aprendimos a agarrarnos de lo que nos une”. Para Maia, es clave insistir en que no es lo mismo, por ejemplo, ser un trabajador estatal que una trabajadora estatal. “No sufrimos lo mismo. Esa diferencia y esa reivindicación histórica de igual salario por igual trabajo hoy todavía sigue siendo válida, y sigue estando en nuestra lista de reivindicaciones como mujeres trabajadoras”, afirmó. 

La referenta de la CCC también celebró lo recorrido: “Antes ni siquiera teníamos una secretaría. Hoy sí. Eso es producto de la lucha. De haber puesto sobre la mesa la doble opresión: por clase y por género. Eso no se negocia”. Y recordó el 4 de junio como una jornada bisagra, en la que lograron unir luchas que no imaginaban juntas. “No solo estaba el Ni Una Menos, estaban también las demandas por discapacidad, por ciencia, por salud. Nos dijeron que íbamos a ir a que nos peguen, y fuimos miles. Y se quedaron con la boca abierta”, destacó.

Clarisa Gambera, secretaria de Género y Diversidad de ATE Nacional, también rescató los Encuentros Plurinacionales como espacios de formación política. “Hay una pedagogía ahí. Un entrenamiento en consensuar sin ser iguales. Yo me fui formando como feminista en esos espacios, pero tardé años en poder decir en mi sindicato que lo era. Casi como salir del clóset. Fue el desborde, la marea verde, lo que nos habilitó a tomar la palabra”, reconstruyó. Pero ahora el contexto es otro: “Es de reflujo. Milei no gobierna desde la grieta, gobierna desde la fragmentación. En nuestras propias filas hay muchos machistas y conservadores. El desafío es doble: sostener lo que se logró y dar otra vez todo un debate hacia adentro de nuestras propias estructuras”.

Desde su mirada, el transfeminismo representa un riesgo para el poder, porque tiene la capacidad de poner la vida en el centro: “Cuando hablamos de salario, hablamos de canasta de cuidados, de alquiler, de crianza. Situamos la vida cotidiana. Esa capacidad de traducir lo estructural en lo concreto asusta. Por eso nos atacan. Por eso nos necesitan divididas”.

La fuerza del movimiento, coinciden todas, radica en su capacidad de construir unidad sin borrar matices. “La ola nos trajo hasta acá. Pero ahora hay que remar”, graficó Gambera. “Y para eso –consideró–, hace falta legitimidad: parecernos a quienes representamos. Yo tengo pluriempleo, dos pibes, pago alquiler. Hablamos desde la experiencia, no desde un lugar prestado”.

Leonor, desde la CTA Autónoma, se saca el sombrero con las compañeras de la CGT: “Sentarse a debatir entre todas tiene mucho valor. Porque sabemos lo que cuesta llevar estos debates a nuestras centrales”. Y advirtió que la desconfianza entre espacios no ayuda. “Necesitamos reconstruir confianza política, humana. No se trata de respetar a quien niega los 30.000, pero sí de sostener lo que nos une por sobre lo que nos separa”, planteó.

El bloque sindical transfeminista, señaló, no pretende ser homogéneo. “No todas somos feministas, ni todas representamos a todas. Pero logramos poner el interés común por encima de los intereses particulares. Y se ve en la calle. La columna del bloque es una de las más grandes”, destacó. 

Y a quienes dicen que el feminismo se pasó tres pueblos, Yamile les contestó sin rodeos: “No sobró feminismo. Faltó feminismo”. Y sostuvo que, desde la CTA de los Trabajadores, “hay una militancia feminista presente en todos lados: en los sindicatos, en los barrios, en los territorios, en los trabajos. El hecho de que no haya hoy una marea verde no significa que esa potencia haya desaparecido. Es otra cosa: está más capilarizada, más distribuida. Y sigue creciendo”.

En este sentido, Nené Aguirre puso de ejemplo lo que sucedió el 1º de febrero, en lo que describió como “esa tremenda jornada federal contra las brutalidades que dijo Milei en Davos”. Para la dirigenta de la CCC, no hubiera sido posible armarlo tan rápido sin esa unidad previa del Movimiento de Mujeres y Diversidades. Y anticipó lo que se está avecinando: “La próxima gran lucha en la calle que vamos a tener las mujeres y el conjunto de las, los y les trabajadoras es en relación a la reforma laboral que es una exigencia del Fondo Monetario”.

Más allá de la agenda de cada sector sindical, hay algo que está claro para todas: las luchas tienen que unificarse. “El ataque del gobierno no es solo económico. Esto forma parte de una estrategia de disciplinamiento social. Buscan desarticular no solo la capacidad de resistencia del campo popular, sino su capacidad de proponer alternativas”, advirtió Yamile. 

En este escenario adverso, las integrantes del bloque transfeminista no solo resisten: se proyectan. “Hay que reconciliarse con la sociedad –reflexiona Clarisa Gambera–. Y creo que nosotras tenemos una capacidad enorme para eso”.

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