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Modo Madygraf: la ex Atlántida hoy recuperada y recién expropiada
Cuando era Editorial Atlántida, imprimía Gente, Billiken y El Gráfico. Después fue Donnelley, la multinacional con acciones de los fondos buitre que estafaron al país. Y hace once años es una fábrica recuperada que a fines de junio logró la expropiación pese a los tiempos de ataque a todo lo que estas 100 personas representan: trabajo, autogestión y solidaridad. Cómo se organizaron para volver después de una derrota. Lecciones que cruzan a Paul Singer, Cristina y el trotskismo, para imprimir una historia increíble. Por Lucas Pedulla.

Esta historia es una buena noticia. Y las buenas noticias precisan tiempo. Se cuentan rápido: una fábrica recuperada que había sido una multinacional con acciones de fondos buitre logró una ley de expropiación en la era de crueldad política.
Pero las buenas noticias precisan tiempo para hacerse. Acá hay obreros y obreras. Se recuperó una identidad. Y se luchó mucho.
Acá es Garín, la Panamericana, Madygraf, un nombre que lleva consigo una historia tan profunda como la que hay detrás del portón, que también simboliza este acá.
“Es una forma de vida”, dirá una obrera.
Acá no deja de ser Argentina.
Y esa también es una buena noticia.
Convertibilidad con champán
Madygraf está en el kilómetro 36,7 de la Panamericana, en Garín, Escobar, zona norte del Gran Buenos Aires. La postal desde la puerta de la fábrica, que sigue conservando el viejo “R. R. Donnelley” en su fachada, es cien por cien obrera: al lado está la empresa de logística Furlong y, del otro lado de la autopista, la Ford. Madygraf también le muestra a este parque industrial un cartel inusual para el aluvión de camiones y torres y tránsito que preanuncian alguna YPF en la próxima bajada: “Juegoteca”.
A sus 67 años, jubilado, Daniel Arriondo sabe que aún traba en un lugar distinto. Entró cuando no era la recuperada Madygraf, la yanqui Donnelley, ni la chilena Cochrane, sino la argentina Atlántida. Año 1978, después del Mundial de Fútbol, en el apogeo de una dictadura que las revistas que se imprimían en estos talleres, entre ellas Gente y Somos, promocionaban como “un país que cambió”.
Daniel tenía 20 años. “La jornada era de seis horas porque era trabajo insalubre, pero el Ministerio de Trabajo falló a favor de la empresa y pusieron ocho. El solvente te tumbaba. Durante tu turno, no podías ni lavarte las manos. Un día hicimos quita de colaboración por dos horas y entraron los militares con las armas. Después echaron gente. Atlántida tiene desaparecidos. A un muchacho no lo llegué a conocer: Lole Fernández. En Azopardo, en Capital, se llevaron a Santiago Ryan. Acá le robaron a un gerente un televisor: torturaron a los trabajadores sospechados, que no vinieron más”. La lista de desaparecidos de Atlántida incluye a trabajadores de prensa.
El terror convivía con los 450 obreros que hacían tres turnos sin parar. “Hasta que hubo comisión interna”, dice Daniel, que no se define peronista, radical ni socialista, sino de “alma obrera”. Explica el concepto: “Ganar mi plata, cumplir mi laburo, darles cosas a mis hijos, tener una casa, vacaciones y obra social”. Sin embargo, los gerentes le decían “zurdo”, recuerda: “Solo por reclamar mis derechos”.
Esa comisión interna la organizó, entre otros, un joven llamado Néstor Pitrola, luego dirigente de la izquierda argentina y exdiputado, entre torneos de fútbol y choripanes: “A escondidas, porque era una época jodida”. La comisión trajo organización y conquistas: volvieron a las seis horas y el salario triplicó la máxima categoría del convenio gráfico. En democracia ese músculo fue una forma de abroquelarse ante el menemismo, entre ajustes, convertibilidad, pizza y champán. En 1997 Atlántida cerró.
El anuncio oficial, que escondía 390 despidos, fue la fusión de Atlántida con la chilena Cochrane para formar la sociedad, AyC. La lucha fue larga, con festivales, tomas, ollas populares y piquetes, pero terminó en derrota. Daniel zafó, pero no olvida el desalojo: “Había 400 policías para 100 trabajadores”. Cochrane acercó a la multinacional Donnelley, número uno a nivel mundial, imprenta de las revistas Time y Life.
Los recuerdos de 47 años de trabajo deDaniel se detienen en el 11 de agosto de 2014, día en que su hijo lo llamó y le dijo: “Viejo, cerraron las puertas”. La presidenta era Cristina Fernández de Kirchner y denunció que el fondo buitre Blackrock, que litigó contra el país vía el juez Thomas Griesa, estaba detrás de este “caso fraudulento”.
La cosa no pintaba fácil. En el portón había solo un cartel: “Lamentamos tener que comunicarles que, afrontados a una crisis insuperable y habiendo considerado todas las alternativas viables, estamos cerrando nuestras ocupaciones en Argentina y solicitando la quiebra de la empresa, luego de 22 años de actividad”. Dejaban un 0800 para brindar “más detalles” sobre el destino de cada uno.
Al destino, sin embargo, lo crearon.


Sócrates y el zapato
Eduardo “Chavo” Ayala había ingresado al sector de Prensa en 1996, un año antes del conflicto: “Era una fábrica derrotada”. Empezó a través de una agencia: 12 horas a destajo, de lunes a lunes, para quedar efectivo. “Era sufrir el látigo y pensar que esto no es vida. Ese atisbo de conciencia me decidió a ser delegado”.
Fue a la escuela hasta 7º grado y no tenía experiencia político sindical. Se anotó en un programa de la UBA para mayores sin secundario, y se inscribió en Filosofía: “Se abrió un mundo: estudié Platón, Sócrates, conocí el marxismo como forma científica de estudiar la sociedad, de entender cómo funciona el mundo en el que vivo”. Aquel prusiano llamado Karl le reveló ese mundo con clases sociales y la idea de medios de producción conducidos por obreros.
Ayala conoció al Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y estudió las experiencias obreras. “Todo se lo contaba después a mis compañeros en la fábrica –ya como delegado de la Agrupación Gráfica Clasista–. Peleábamos por lo mínimo, que nos compren el zapato de seguridad. Hasta que un compañero me dice: el zapato, el salario, son cosas que tenemos que hacer, pero hay que pelear la conciencia, y así iremos ganando fuerza para conseguir el zapato, el salario y todos los derechos”. Ya no pensaban solo la relación con el patrón, sino entre los propios trabajadores. Resume el desafío: “Construir un nosotros”.
Subsidiando multis
El Día del Gráfico, de la Madre o cualquier celebración permitían juntarse con las familias y generar un ámbito de confianza. La asamblea fue el espacio de decisión. El nosotros se construyó además con hechos. Germán Gassibe (42) entró a Prensa en 2011: “Somos una generación de trabajo golondrina, vas de fábrica en fábrica y te tratan como a un perro o te echan a los tres meses”. Pero acá paraban por salarios: nunca le había pasado. Marcelo Pollo Ortega (59) entró en 2012 con una empresa tercerizada de limpieza: “Las mejores conquistas son las que logran unir a los trabajadores”.
En 2013 los patrones presentaron un recurso preventivo de crisis en el Ministerio de Trabajo. Ayala: “Habían facturado 270 mil millones anuales. El recurso preventivo abre una vía para que el Ministerio les permita precarizar el salario, meter polifuncionalidad. Pero demostramos que no había tal crisis”. Marcharon y los recibió, sorprendido, el entonces ministro, Carlos Tomada: dijo que en general los trabajadores apoyaban los recursos para que el gobierno otorgara el REPRO (programa de Recuperación y Sostenimiento Productivo), subsidio para pagarles los sueldos.
Al salir de la reunión, Ayala resumió ante los medios: “Trabajamos para Donnelley, la principal gráfica a nivel mundial, con 600 plantas. Sin embargo, el gobierno le está dando plata en REPRO a una multinacional que no lo necesita, en vez de invertir en educación y salud”. Los volvieron a llamar del ministerio y les comunicaron la decisión final: el preventivo había sido rechazado.
Los simuladores
La empresa amenazó con 123 despidos. Germán: “Empezaron a vaciarla para convencernos de que había una crisis real”. Llegaban camiones a llevarse las bobinas de los galpones. Los obreros hicieron guardias por parejas todos los fines de semana. Bloquearon los portones en Garín y siguieron a los camiones para ver dónde llevaban los títulos a imprimir durante el conflicto.
Descubrieron que una parte fue a la Cooperativa Barracas, imprenta recuperada en CABA. No los querían perjudicar, la cooperativa entendió el reclamo y acordaron: hacían el trabajo y luego avisaban. “El punto era que la mercadería no salga y que la culpa sea nuestra: hacíamos un acting de prender fuego todo. Así logramos que la cooperativa cobre y que la patronal no distribuya”.
Otra empresa fue IPESA. La comisión interna les dijo que no tenían fuerza para parar. También hubo acuerdo: “Nosotros venimos, bloqueamos, y ustedes paran la producción porque tienen miedo de que les rompamos todos los autos. ¡Y pararon! Eso no jodía solo la producción de Donnelley, sino la de la propia IPESA, que empezaba a incumplir con sus clientes”.
Así iban gráfica por gráfica, dice Marcelo: “El resultado lo veías al día siguiente. Teníamos la publicación de nuevo en las máquinas”. Imaginaban un conflicto grande, con cartas documento y despidos. “Nunca nos imaginamos un cierre total”, sincera Ayala. Una semana antes del cierre se incendió la casa de Marcelo. Estuvo quince días en coma, dos meses internado con el 70 por ciento del cuerpo quemado. Al volver, algo extraño había pasado: sus compañeros seguían en la fábrica, pero la estaban manejando: el patrón se había fugado.
Y la multinacional de capitales buitres, era ahora una fábrica recuperada. “Bajo gestión obrera”, aclara Marcelo, sonriente y vivo: hoy es el secretario de la cooperativa.
La toma fue el 12 de agosto del 2014. Los trabajadores conocían el caso de Zanón en Neuquén, fábrica de cerámicos, cooperativa y emblema de las recuperadas. Marcelo: “Nos pusimos a producir para demostrar que teníamos la capacidad de hacerlo”.
El nombre Madygraf surgió en asamblea. Un trabajador recordó a Madelaine, la hija de Ayala. La niña sufría parálisis cerebral después de un accidente, cuando tenía 3 años. “Nos decían que iba a vivir poco tiempo, pero vivió hasta los 23”, recuerda Ayala. Sus compañeros fueron sostén y apoyo, y Ayala no olvida cuando hicieron una colecta para una silla de ruedas especial que la obra social no le cubría. El obrero explicó que ellos estaban peleando por el trabajo y por la familia. “El mayor ejemplo de lucha que conocemos por la vida es Mady”, propuso. Así le decían a Madelaine. Y así se decidió.

Un final distinto
Madygraf es inmensa. Tiene canchas de fútbol que alquilan a la comunidad y a trabajadores de otras fábricas, un buffet y un quincho que levantaron gracias a la donación de un obrero de Volkswagen. Hay muestras de las revistas que imprimían miles de ejemplares semanales: Billiken, Paparazzi, El Gráfico. Hoy hay otro panorama: según datos del INDEC en 2024 el rubro “Ediciones e impresiones” cayó 11,9 % en relación a 2023, mientras que “Papel y productos del papel” cayó 12,3. La cooperativa imprime manuales escolares y El catalejo, periódico municipal de Escobar. Como parte de un proyecto de reconversión, durante la pandemia importaron una máquina de China para producir bolsas de papel biodegradables. Por eso, durante la caminata, una sala ruge.
Allí trabaja Érica Gramajo, 44 años, tres hijos, y fundadora de la Comisión de Mujeres en 2011, cuando se organizaron para reincorporar a 19 despedidos con acampes y difusión en escuelas, universidades y otras fábricas, para apoyar a sus maridos y familiares. Cuando el conflicto se ganó, la comisión siguió. Y cuando Madygraf se recuperó, ellas también fueron clave en el aguante. Hoy muchas están trabajando allí: por primera vez, no son solo obreros varones.
“La gestión obrera es un un mal ejemplo para muchos empresarios, porque demostramos que podemos estar a cargo. Es un orgullo cruzarte con alguna mujer que te dice que se empezó a organizar gracias a nosotras”, se emociona Érica. La Juegoteca también fue idea de ellas, para las camadas más flamantes de las familias. Allí, con patrón, funcionaba “Recursos Humanos”: “En el parque industrial somos la única”.
De la sala de rotativas sale Jonathan, 35 años: “El tiempo de vida de la cooperativa es lo más piola. Podés discutir el rumbo colectivamente”. Por ejemplo, apoyan otras luchas imprimiendo afiches solidarios: reincorporación de despedidos del Hospital Posadas, no a los despidos en la Línea 60, o liberación de los detenidos de la Ley Bases.
Uno de esos 33 detenidos fue Martín Di Rocco, de rotativas, 38 años: lo detuvieron mientras se iba, como a muchos en ese día bestial. Estuvo dos días preso por manifestarse. La justicia lo sobreseyó, y dice: “Aprendimos mucho más estando en la cooperativa que con la patronal. Te hacés más sujeto. Es nuestro puesto de trabajo. Si somos los que movemos el mundo, ¿por qué no somos los que lo manejamos?”.
Jimena Gale (48) conocía esta lucha desde su militancia universitaria en el PTS. Cuando recuperaron la empresa se fueron los administrativos y Ayala la invitó a sumarse. En su trabajo quisieron subirle el sueldo, pero ella no dudó: “Me rompía la cabeza todos los días ahí, pero quería hacerlo por los laburantes”. Con Ayala escribieron el libro Trincheras de libertad. Y con Vanina Mancuso (36) armaron la administración: cuando llegaron no había ni wifi.
Jimena reconoce que siempre discutió la idea de la salida cooperativa: “No era mi concepción, pero es una muestra de que existen el trabajo colectivo, sin patrón, y la planificación”. Hubo casos en los que la izquierda apostó más a la llegada de nuevos empresarios. Jimena: “Pensar una salida con otros patrones es una falta de confianza en la clase obrera. La autoorganización es creativa, potencialmente revolucionaria”. Para Vanina, la pelea no es por los 100 puestos de trabajo: “Es por el futuro. Te dicen que no podés soñar, pero podés. Ayala dice que Madygraf es una maqueta de que las cosas pueden ser distintas”.
Y de pronto, se concretó la ley. El Senado bonaerense aprobó el 24 de junio el proyecto que declara de utilidad pública y sujeta a expropiación a la planta, la maquinaria y los insumos que gestiona la cooperativa. También impone un plazo de cinco años para que la Provincia ejecute la expropiación definitiva. Para toda recuperada, eso significa tranquilidad respecto de cualquier decisión judicial sobre la propiedad del inmueble –los buitres siempre acechan– y abre otra conversación con posibles clientes. De todos modos, saben por otras expropiaciones, votadas y vencidas, que necesitan una línea de trabajo con el gobierno para que esos plazos no signifiquen solo patear la pelota para adelante, sin perspectiva.
Ayala explica: “Esta no es una propiedad individual para usufructo nuestro, sino que hay interés común y social. Es una fábrica que puede organizar la producción en beneficio de la comunidad”.
En un contexto donde se vociferan barbaridades de tinte fascista con investidura presidencial, se milita el desánimo, se ataca a la organización, y se hurga en el odio o el individualismo, la maqueta de Madygraf trajo un grito de gol ante tanta crueldad.
¿Las cosas pueden ser distintas? Ayala: “Podemos pensar un futuro. Tengo debates con mi hijo sobre la ideología del hoy y ahora, donde el futuro es ‘no sé’ y el pasado ‘ya pasó’. Es la ideología de que me importa un carajo el planeta porque, cuando termine, yo no voy a estar. Eso elimina cualquier perspectiva de transformación, de un final distinto”. Ríe porque recuerda una vez que un compañero lo chicaneó en el comedor: qué hacía él, tan trosko y revolucionario, en una multinacional yanqui.
Ayala: “Cuando empezamos veníamos de la derrota del 97. No nos animábamos a hacer asamblea. Cuando nos organizamos, empezamos a pedir cosas. Las conquistamos, y había que fortalecer la unidad. Construimos fuerza, y fuimos por el tercerizado y el más débil. Al conquistar jalones de fuerza, conciencia y unidad, crecen las expectativas. Así empezás a imaginarte, cada vez más, un mundo más allá”.
Un final distinto, repite Ayala, y se despide porque, como todas las personas presentadas aquí, tiene que volver a trabajar: “La experiencia nos dice que éramos los esclavos que teníamos que besarle el zapato al patrón y terminamos quedándonos con la fábrica. Pero no fue el fin, sino que empezamos a transformar la visión de lo que podíamos hacer con la empresa y qué rol podía cumplir dentro de la sociedad. Te abre el horizonte, y ahí es cuando la utopía deja de ser tanto utopía y se convierte en algo más realizable: la imagen de lo que podemos construir es esto que vamos construyendo”.
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