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Plastificados: Andrés Arias y lo que nos hacen consumir
Integra un comité de la ONU que trabaja en la solución de la contaminación plástica. Dimensiona ese problema con una imagen turbadora: “Ingerimos el equivalente a una tarjeta de débito por semana” (casi 5 gramos). La matriz petrolera-energética como encrucijada insostenible. El reciclado, los residuos, los basurales: ¿qué hacer? El rol de Argentina y cómo es hacer ciencia sin soberanía ni mirada a largo plazo. Una conversación en el marco del VIII Congreso de Salud Socioambiental organizado por la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario. Por Francisco Pandolfi.

Esta entrevista al científico Andrés Arias (48 años, doctor en Biología del Conicet especializado en contaminantes orgánicos y plásticos en ambientes oceánicos) podría empezar así:
“Los microplásticos están en la sangre, en los testículos, en las heces”.
O así:
“Los microplásticos están en el agua envasada, en el agua de lluvia, en los alimentos, en todos lados”.
O así:
“Sin saberlo, consumimos una tarjeta de débito o crédito por semana”.
O así:
“De 16 mil productos químicos que pueden contener los plásticos, sólo mil son seguros”.
O así:
“Está comprobado en un 100% que los microplásticos ejercen daños en modelos biológicos”.
Andrés Arias nació y vive en Bahía Blanca. Trabaja en el Instituto de Oceanografía desde hace 21 años y es docente de la Universidad Nacional del Sur, donde estudió bioquímica. Integra el Comité Científico Asesor para Plásticos y Microplásticos de Naciones Unidas. Tras exponer en el VIII Congreso de Salud Socioambiental que se desarrolló en Rosario en junio pasado, charla con MU.
Empecemos por lo más básico: ¿qué es el plástico?
El plástico es un polímero, que es una cadena de monómeros. Para que se entienda: un polímero es un tren compuesto por diferentes vagones, y esos vagones son pedacitos de hidrocarburos. Hay diferentes tipos de hidrocarburos, en cuanto a composición química, solidez, características. El etileno es uno. Si yo tengo vagones de etileno, formo un tren de polietileno. Así se van constituyendo todas las resinas plásticas, agrupadas en dos grandes bloques: las termomoldeables (el polietileno, el polipropileno); y las termoestables (el caucho sintético, los guantes, los globos, las cubiertas de vehículos). La materia prima para todas estas resinas es el petróleo en un 99.8% y a partir de esto se obtienen cientos de productos plásticos.
¿Quién gobierna esta industria?
Como todo en el mercado, el mercado es su propio dios y quien impone las reglas. La industria del plástico es compleja porque todo el ciclo de vida del plástico, desde la fase inicial (la extracción de petróleo) hasta que se confecciona el producto final y luego pasa a ser un desecho es totalmente multinacional. En el medio hay cientos de empresas intermedias, aunque las grandes productoras no son más de 50 en el mundo. También existe cierto mercado de reciclado que es extremadamente bajo y los productos, en general, son de menor calidad por problemas estructurales de diseño del plástico, que lo hacen poco reciclable. Hay una extensión de la vía lineal del producto más que una verdadera circularidad: el producto reciclado no suple la producción de plástico virgen, sino que produce algo de menor calidad. Entonces, no porque se recicle un kilo voy a elaborar un kilo menos de plástico virgen.
Andrés Arias explica que el consenso científico, generado a partir de miles y miles de publicaciones y evidencias a lo largo del mundo, es plantear cómo transformar los problemas que hoy genera el plástico, pero sin demonizarlo. “Soluciona miles de obstáculos diarios, y hasta salva vidas, ni hablar de sus aplicaciones en salud, en las estructuras para agua potable, en la construcción. Lo que demuestran las investigaciones es que puede ser más seguro toxicológica y químicamente, así como más sostenible en la producción y diseño para que sea más reciclable”.
¿Cuáles son los principales problemas por la contaminación del plástico?
La cantidad de plástico que se produce y la demanda cada año mayor. Hay una correlación directa entre lo que produzco y la cantidad de fugas al ambiente, es decir, cuanto más produzco, más emisión de plástico al ambiente hay. Mientras la curva de producción siga en aumento hacia el infinito, hacia el infinito también irá la fuga de plástico al ambiente. Hoy no hay límites en la producción y cada uno produce lo que quiere y el mercado demande. En un planeta finito no podemos producir infinitamente nada y lo que producimos debe tender hacia una circularidad. Cada año se produce más plástico desde cero mediante el petróleo, por lo que se linkean dos grandes paradigmas en crisis: la dependencia de los combustibles fósiles y la producción masiva de sustancias. Existe una adicción a la matriz petrolera/energética que trae aparejada una gran cantidad de subsidios mayormente estatales a la producción y extracción de petróleo. Esto genera la fabricación de plástico barato y a gran escala, sin ser reciclable, lo que termina siendo 100% insostenible.
¿Qué porcentaje se recicla hoy?
De cada diez productos plásticos producidos desde 1950 hasta acá, seis es basura; uno, se incinera; menos de uno (8%) se recicla; y el resto está en uso. Es preocupante que seis de cada diez sean residuo, en el mejor de los casos enterrado y en el peor dando vueltas en el ambiente, en el océano, en la tierra, en la atmósfera. Este esquema no es sostenible. Se estima que para 2040 el reciclado aumentará a un 14%, lo cual no es ninguna solución. A la tasa actual de producción no podemos pretender que la única alternativa venga del reciclado.
¿Cuáles son las consecuencias de este sistema?
Generar esta cantidad de basura es recargar las ciudades, los sistemas de recolección, los rellenos sanitarios y las plantas de tratamientos de agua de afluentes. En todos ellos se está rebalsando el plástico, sea visible o invisible en forma de micropartículas. Las plantas de tratamiento de agua son impactadas todo el tiempo por micropartículas de plástico que se desprenden del lavado de la ropa por ejemplo. Y estamos hablando de miles y miles de toneladas. Cuando no hay plantas de tratamiento las micropartículas terminan en ríos, lagos u océanos. En la mitad del planeta no existen rellenos sanitarios y sí basurales a cielo abierto que generan grandes consecuencias al ambiente y mayor vulnerabilidad económica. Los países más poderosos, con un mayor consumo de plástico, al saber que construir un relleno es costoso, porque consume tierras y recursos, exportan su basura plástica a las naciones con menos recursos, que no tienen otra opción que construir megabasurales.
mercado chatarra
n su ponencia en el VIII Congreso de Salud Socioambiental de Rosario afirmó que los seres humanos tenemos plástico acumulado en sangre, placenta, testículos, heces, así como lo hay en alimentos, agua envasada y de lluvia. “En el cuerpo tenemos una escala de concentración de 1-36 partículas por gramo, es decir, son muchísimos microplásticos. Las consecuencias clínicas no están claras –aunque hay indicios de los daños–, y correlacionar presencia con efectos nunca es sencillo ni unívoco, porque estamos expuestos a múltiples factores. Sí hay certezas: están presente en los cuerpos, los respiramos y los ingerimos. Llegan a nuestros órganos. Hay investigación respecto a la clínica humana, pero hace falta más. Está comprobado en un 100% por miles de estudios, que ejercen daños en modelos biológicos y tejidos celulares por los aditivos químicos del plástico, que son disruptores endocrinos o causan efectos mutagénicos o cancerígenos. Es muy común en un objeto que diga ‘libre de ftalatos’, sustancia utilizada en la fabricación del plástico que terminó siendo prohibido para uso humano por alterar las hormonas. Otro ejemplo es el Bisfenol A, que dispara la obesidad infantil. Esto se nota en países como Estados Unidos, con alto consumo de plásticos en la comida chatarra”.
¿Los aditivos químicos están regulados?
No, cuando hablamos del mundo químico en los plásticos significan más de 16 mil sustancias, de las cuales solo mil están reguladas en tratados internacionales. Nos quedan 15 mil desreguladas, lo que genera incertidumbre en cuanto a los efectos. Para esto se necesita más ciencia independiente que regule sustancias y no un mercado que se regula a sí mismo.
Planteás que cada humano ingiere en gramos el equivalente a una tarjeta de crédito por semana, por la cantidad de microplásticos que consume sin saberlo. ¿Qué significa esa sustancia en nuestro cuerpo?
Si va a tener efectos o no sobre humanos, hasta ahora no tenemos las pruebas suficientes, pero lo que sí sabemos es que no deberíamos estar ingiriendo ni respirándolo, nosotros ni ningún organismo. No tendría que estar en el aire, en el agua, en alimentos. Ingerimos unas 45 mil partículas por año; y un número similar las respiramos, lo que da 90 mil. Si cada una pesara 0.005g serían unos 225g al año, que da 4,3g por semana, el peso de una tarjeta. En el agua envasada hay 94 microplásticos por litro, mientras que en el agua que sale de la canilla hay 4 microplásticos por litro. ¿Cómo llegamos hasta acá? En 1950 comenzó a producirse el plástico, hasta ese momento había cero millones de toneladas. Hoy, alrededor de 500 millones de toneladas anuales de plástico virgen. Desde el año 2000 a 2020 pasamos de una escala de producción de uno a dos, la duplicamos. Y solo en 2020 creció un 10%. De seguir a este ritmo, en 2050 tendremos mil millones de toneladas. No se puede sobrevivir a esta escala de producción infinita.
¿Cuáles son las estrategias para mejorar la situación?
La clave está en cambiar cómo producimos y cómo consumimos. Para cambiar lo que se fabrica urge un mercado regulado y no que se autorregula, y eso solo se conseguirá con un consenso mundial, no desde una ordenanza municipal, provincial o nacional, sobre todo cuando es un mercado 100% internacional y desperdigado. Por eso necesitamos un acuerdo global de plásticos y es lo que Naciones Unidas exhorta en su asamblea general de 2021: que los más de 200 países pacten distintos aspectos para revertir la situación.
Arias es el único científico argentino en las reuniones impulsadas por Naciones Unidas desde 2022 para lograr “un tratado global sobre la contaminación plástica”, y que finalizarán en agosto de este año. “Ya llegamos a un primer borrador completo que tiene 19 puntos, cada uno aborda diferentes facetas en la producción, consumo, comercio, seguridad química, transición, protección de las comunidades más vulnerables y los recicladores. Será legalmente vinculante y eso es importante, porque cada país está obligado a cumplirlo. Un tratado global es una gran gesta y al mismo tiempo un desafío, en el cual muchísimos intereses colisionan: las grandes petroleras influenciando a los países, y cada país con sus economías y sus intenciones de baja o alta ambición ambiental, según las exigencias de sus comunidades. Hay un bloque de más de 100 naciones con altas ambiciones, pero otro grupo que no (los países petroleros) y ahí se empantana la negociación. En Ginebra, Suiza, se hará la última sesión con todos los países presentes donde se espera consensuar un documento final”.
república plástica
a coalición de científicos que integra Andrés la conforman más de 600 investigadores que deben cumplir algunos requisitos: estar activos, tener un historial significativo en el tema y estar libre de intereses. La mayoría son científicos estatales. Richard Thompson, uno de los coordinadores de la coalición, fue quien inventó el término microplástico. Dice Arias: “En 2004, trabajando con muestras de agua y lupa en mano, descubrió que había pequeñas partículas en todos lados, y que las aves las comían frecuentemente. De ahí nació el concepto del microplástico”. Esta coalición es la encargada de confeccionar un documento con evidencias y datos, para cada delegación nacional que discute el tratado del plástico. “La responsabilidad será de cada país y no depende de ningún científico ni activista. Las delegaciones son las únicas que votan”.
¿Cuáles son los puntos clave del tratado global?
Lo simplifico: poner hitos de reducción en la producción. No queremos frenarla, pero sí necesitamos una reducción progresiva del plástico virgen. De lograrse, lo que ya está hecho –el desecho plástico– aumentará su valor, que hoy prácticamente es de cero. Si el desecho aumenta, la industria se interesará más en tratarlo, reciclarlo y reingresarlo al circuito. Otra clave es la simplificación química: menos químicos y todos seguros. Y la trazabilidad química: los productores deben declarar qué producto químico añadirán, algo que hoy nadie está obligado a hacer. Además, hay que invertir en ciencia y tecnología, en el ecodiseño de nuevas estructuras de resinas plásticas, materiales que permitan una mayor eficiencia en el reciclado, orientado a la circularidad. Del modo que hoy se fabrica es difícil reciclar, al haber muchas resinas mezcladas; cada productor intermedio le agrega los químicos que quiere, generando un cóctel impredecible. Por último: una transición justa; no se puede tratar a todos los países por igual. En las naciones más pudientes deben recaer mayores exigencias. Son ellas las que deben subsidiar a las de menos posibilidades. Si cumplimos estos puntos centrales, hay un sendero de salida a esta situación.
¿Qué rol juega Argentina en este escenario?
No escapa al modelo global de producción y consumo, de hecho el consumo de plástico es alto. Se suma a problemas en la recolección y en la exposición final en rellenos sanitarios. Hay muchos basurales a cielo abierto y cada uno es una fuente constante de emisión de plásticos al ambiente. Es una problemática en todo el sur global: Sudamérica, África, muchos países asiáticos. Además, Argentina tiene muchas diferencias entre municipios, dependiendo de las demandas de la propia sociedad. El país necesita una ley de envases que incluya el concepto de responsabilidad extendida del productor, algo que existe en varios países limítrofes. ¿Qué significa? El productor que obtiene ganancias al introducir al mercado una botella que se vende en 5 minutos, sea también responsable del destino de ese plástico vacío que ya es basura y por consiguiente un problema para la municipalidad, que debe definir qué hacer con ella.
¿Cómo es hacer ciencia hoy en Argentina?
Hablo de mí y por todos los científicos de Conicet, universidades, el sistema público de ciencia y técnica: afecta mucho este presente. En la financiación, a nivel estatal la mayoría está cortada, solamente nos queda pedir a organizaciones del exterior. En los países desarrollados que se toman como modelo económico –Noruega, Suecia, Irlanda–, la ciencia es estatal y altamente financiada, porque desde ahí surge la alimentación al mercado. Por eso, a ninguno de esos Estados se le ocurriría recortar en ciencia y educación. Pensar que un país puede progresar económicamente así es un error conceptual gigante; no sucede no solo en países del primer mundo, tampoco del segundo ni del tercero. Los científicos tienen un salario digno y acorde a su capacidad técnica, mientras acá sucede lo contrario. Ya hay muchos investigadores que renunciaron y comenzaron a cambiar de trabajo, a salir del sistema científico o a emigrar del país a buscar mejores pagas, aun al costo del desarraigo. También vemos que los jóvenes están muchísimo menos interesados en acceder a la docencia universitaria, porque el salario es paupérrimo. Se preguntan con razón: ‘¿para qué estudiar siete años, hacer cursos, estar altamente capacitado y dar clases por 200 mil pesos, que es el sueldo de un asistente de práctica hoy?’. Esto, extendido en el tiempo, termina en un decrecimiento de la población tanto docente como científica, y a mi criterio, en el colapso.
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